domingo, 5 de enero de 2025

Epifanía del Señor (C)

6-1-2025                                            EPIFANÍA (C)

Is. 60, 1-6; Slm. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

            En este curso estoy impartiendo a un grupo de unas 20 personas la catequesis de confirmación. Unos vienen porque ‘toca’ (primero se bautizaron, luego hicieron la primera Comunión, ahora hay que confirmarse, luego casarse por la Iglesia…), otros vienen por ‘indicación’ de sus padres, otros vienen por verdadero interés… Mayormente e inicialmente están durante la catequesis en una actitud pasiva: sentados ‘en el patio de butacas’ esperando a que les den el espectáculo de turno (como ver una película, como oír un concierto, como ver los toros o un partido de fútbol…), es decir, la catequesis. En esta situación y actitud pasiva es dificultoso suscitar el interés, la ilusión y la pasión por lo que escuchan y provocar en ellos una auténtica búsqueda personal de Dios.

            ¿Por qué digo esto? En el Ángelus del año pasado y tal día como hoy, el Papa Francisco nos decía que el evangelio y la fiesta de Epifanía nos presentan tres actitudes ante el nacimiento del Hijo de Dios: “la primera actitud: búsqueda, búsqueda atenta; la segunda: indiferencia; la tercera: miedo”.

- INDIFERENCIA. Esta actitud la tenían los sumos sacerdotes y los escribas de Jerusalén. Ellos sabían dónde iba a nacer el Mesías prometido: en Belén, a pocos kilómetros de la ciudad en donde vivían, pero no estaban dispuestos –como sí los estuvieron los magos, que recorrieron miles de kilómetros durante días y días, y por lugares peligrosos- a caminar unas pocas horas para encontrar a ese Mesías prometido, a ese Hijo de Dios.

Esta indiferencia hacia Dios y hacia las cosas de Dios no se dio únicamente en los escribas y sumos sacerdotes. También existe ahora mismo; lo percibo en muchas ocasiones. Esta indiferencia puede provenir del egoísmo, de la comodidad, de la insensibilidad, de la frialdad.

En efecto, podemos ser indiferentes ante los sufrimientos de los demás. Vemos las muertes de tantos inmigrantes en las pateras al cruzar el mar, de las gentes que mueren de hambre, de los que mueren en atentados terroristas o en las guerras, de los que padecen todo tipo de enfermedades… “Mientras no me toque o afecte a mí o a los míos”, decimos. Esta es una expresión o un sentimiento de las personas que sienten indiferencia ante los sufrimientos y problemas de los demás.

Pues, como os decía más arriba, esta indiferencia también alcanza a Dios y a las cosas de Dios. Da lo mismo tener fe (los escribas y sumos sacerdotes tenían fe en Dios) o no tenerla; podemos caer en esta indiferencia y no querer salir de nuestras comodidades y egoísmos; podemos no querer escuchar y acoger de verdad la Palabra de Dios. De hecho, estos sumos sacerdotes y escribas tuvieron a pocos kilómetros de sus casas la realidad más grande de todos los tiempos y de todo el universo: Dios mismo se hizo hombre y vino entre nosotros, pero ellos… pasaron de esto. Ahora mismo se estarán ‘tirando de los pelos’ por los siglos de los siglos. Y esta indiferencia está presente entre los cristianos de nuestras iglesias, entre los bautizados de nuestras parroquias, pero que no practican de modo habitual, entre tantas personas que ‘pasan’ de todo lo que huela a Dios y a religión. Dios está a su lado, e incluso dentro de ellos, pero ellos ‘pasan’ (‘pasamos’) de Dios.

- MIEDO. Esta actitud la tenía Herodes. Él estaba aferrado al poder, al oro, a sus palacios, al placer… Y tenía miedo que el nuevo rey (el Mesías) se lo quitara y él se quedara sin nada. La historia de la humanidad nos dice que, tantas veces, los príncipes mataron a sus padres, los reyes, para llegar al trono antes. La historia nos cuenta que, tantas veces, los padres mataron a sus hijos para que estos no les quitaran de su trono. El que tiene y posee, tiene miedo de que se lo quiten y por ello hará todo lo posible, aunque sea lo más horrendo, para mantenerse en su lugar. Y no le importará asesinar al culpable, al sospechoso, al inocente… a todo aquel que pueda ser una amenaza para su trono. El que tiene miedo está lleno de paranoias y ve gigantes donde solo hay molinos de viento.

Pues bien, el egoísta considera a Jesús como una amenaza y procurará acabar con Él de cualquier modo. En tantas ocasiones he escuchado a gentes decir que no querían hablar con Dios, ni leer la Biblia, ni rezar, porque… tenían miedo de lo que Dios les pidiera (ser sacerdotes o monjas, que cambiaran su vida totalmente, que renunciaran a sus bienes, que perdonaran a quienes les habían hecho daño…). Para evitar esto, han procurado ‘matar’ y ahogar esos gritos de Dios en sus conciencias. Y se escudan en miles de excusas y justificaciones: ‘aquel cura dijo esto o hizo lo otro’, ‘no hay que ser fanáticos’, ‘vete tú a saber si Dios existe’, etc. Estas frases y otras parecidas lo único que esconden es el miedo a que Dios nos quite de nuestro trono, de nuestros palacios, de nuestras seguridades, y nos lleve por un camino desconocido.

El que tiene miedo no está dispuesto a renunciar a lo que tiene por nada ni por nadie, ni siquiera por Dios.

            - BÚSQUEDA. Esta última actitud está encarnada por los magos, los cuales abandonaron su hogar, su pueblo, su seguridad, su egoísmo, y se pusieron en camino tras una luz y una noticia inciertas. Han arrostrado cansancio, peligros, gastos de su peculio para encontrar al Hijo de Dios.

Así es, toda búsqueda conlleva salir del lugar de confort y seguridad en que vivimos. Toda búsqueda supone un peligro de perderse uno mismo y de perder las cosas de uno, de no encontrar lo que buscas, de que se burlen de ti, de fracaso, de malgastar lo que tienes (un chico que pide salir a una chica, se puede encontrar con el rechazo; una persona que deja su pueblo para buscar trabajo, lo pasa mal hasta que encuentra una estabilidad; una persona que deja su pueblo para ir a estudiar fuera, lo pasa mal…). Sí, toda búsqueda supone un esfuerzo, pero también es verdad que toda búsqueda consigue una madurez personal, un crecimiento como persona, un vencer miedos y complejos, una satisfacción personal y una alegría cuando uno encuentra lo que buscaba o más de lo que buscaba.

Esta búsqueda de Dios es una gracia que te sirve para toda la vida, que da sentido a tu vida, que te da paz, alegría, confianza, fe, fuerza, amor… Quien ora y habla con Dios, busca. Quien escucha en el silencio, busca. Quien asiste a la Eucaristía cada semana o cada día, busca. Quien lee la Palabra de Dios u otros libros espirituales, busca. Quien asiste a charlas, cursillos o ejercicios espirituales en la parroquia o en otros lugares, busca. Quien practica los sacramentos, busca. Quien necesita a Dios, busca. Quien ayuda a los demás por amor a Dios, busca. Quien sigue los impulsos interiores de su corazón, busca. Quien perdona, busca. Quien no se desanima y se levanta una y otra vez de sus caídas, busca. Quien pide perdón, busca…

            - Hacemos un resumen de todo lo que hemos escuchado: El indiferente no busca a Dios. El miedoso no busca a Dios. El egoísta no busca a Dios. El cómodo no busca a Dios. El conformista no busca a Dios. El que no quiere complicaciones no busca a Dios. ¿Tú estás buscando a Dios? O mejor dicho: ¿Tú te estás dejando encontrar por Dios?

            Esta es la mayor tarea que estoy procurando afrontar con quienes asisten a las catequesis de confirmación (a las Misas, a las confesiones, a cualquier tipo de contacto conmigo o con otras personas vinculadas a la fe): QUE PASEN DE LA INDIFERENCIA ANTE DIOS Y SUS COSAS, A LA BÚSQUEDA DE DIOS; QUE PASEN DEL MIEDO A DIOS Y A SUS COSAS, A LA BÚSQUEDA DE DIOS.

¡FELIZ EPIFANÍA (MANIFESTACIÓN) DE DIOS ENTRE NOSOTROS!

jueves, 2 de enero de 2025

Domingo II después de Navidad (C)

5-1-2025                     DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD (C)

Eclo.24,1-4.12-16; Sal. 147; Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1, 1-18

Homilía de video.

Homilía en audio.

Queridos hermanos:

            - Existe una leyenda muy antigua y muy bonita, creo que es de la Bretaña francesa. Quizás la conozcáis. Dice así: Una madre tenía un hijo único. Ella era viuda y cuidaba de aquel hijo con todo su cariño. El creció y con el tiempo conoció a una chica, de la cual se enamoró. Enseguida los dos jóvenes se hicieron novios, pero la chica sentía celos del amor que existía entre la madre y su novio y, por eso, le dijo a éste: ‘Para demostrarme que me quieres de verdad tienes que traerme en una bandeja el corazón de tu madre’. El chico quedó sorprendido de la petición, pero, finalmente, fue, mató a su madre y le arrancó el corazón. Cuando iba corriendo con la bandeja para llevarle aquel corazón a su novia, con las prisas, tropezó y cayó él, la bandeja y el corazón de su madre. Desde el corazón salió una voz que decía: ‘Hijo, ¿te has hecho daño?’

            Algo parecido nos narra el evangelio de hoy. Es como la historia de un desamor. "En la Palabra (Jesús) había vida, la vida era la luz de los hombres […] Al mundo vino;  el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron". Desde que Jesús nació hemos visto cuántos hombres y mujeres lo han rechazado: Herodes, los fariseos, Judas, el joven rico, y tantos de nosotros que, con nuestros pecados de cada día, rechazamos esa vida y esa luz que Él quiere darnos.

            Pero, si seguimos leyendo el evangelio, encontramos un poco más adelante una cosa preciosa: “Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. ¿Qué significa ser ‘hijo de Dios’? Significa muchas cosas, pero ahora sólo me detendré en dos: 1) Al ser hijos de Dios, tenemos vida verdadera en nosotros, vida eterna y vida mejor, pues la sabia de Dios corre por nuestras venas y sana nuestras partes podridas. 2) Al ser hijos de Dios, tenemos luz para ver en la oscuridad, para ver lo realmente bueno y lo malo, para ver a Dios a nuestro lado y para ver a los hombres como hermanos nuestros.

            En mi vida de cada día, ¿recibo a Jesús y percibo cómo El me da vida y luz? ¿O soy, más bien, como el novio e hijo único que apuñalo y arranco el corazón del ser que más quiere para entregárselo a novias que no dan luz ni vida, que son celosos y posesivos, y matan lo bueno que hay en mí?

            - Permitidme ahora que os dé una pequeña clase de teología. Es bueno que entendamos un poco más nuestra fe y sepamos más de ella. Daré la ‘clase de teología’ partiendo del evangelio que acabamos de escuchar y de un trozo del Credo ‘largo’[1] de la Misa: Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre…”

A principios del siglo IV hubo un sacerdote, de nombre Arrio, que negaba la divinidad de Jesucristo. Se preguntaba Arrio: ‘¿Cómo Dios se puede encerrar en la pequeñez de un cuerpo humano? ¿Cómo Dios, el puro, va a tocar al hombre que es pecador desde su concep­ción? Por tanto, Jesucristo fue un hombre muy bueno, el mayor de los profe­tas en esta tierra, pero jamás Dios. Además, sólo hay un Dios: el Padre. No hay dos dioses: el Padre y Jesucris­to’. A partir de estas afirmaciones suyas se sacaron una serie de consecuencias: Si Jesucris­to es hombre y no Dios[2], María es sólo la madre de Jesús, pero no la Madre de Dios. Estas ideas tuvieron mucho éxito y se extendieron por toda la Iglesia. En una serie de conci­lios convocados por la Iglesia se declaró que Jesús, el hijo de María, era Dios: la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. También se declaró la Maternidad Divina de María.

Vamos a seguir profundizando un poco más: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre; pero… * En la cruz, ¿quién murió? ¿Cristo en cuanto Dios o en cuanto hombre? Mucha gente contesta que en cuanto hombre, ya que Dios no puede morir. * En Belén, ¿quién nació? ¿Cristo en cuanto Dios o en cu­anto hombre? Mucha gente contesta que en cuanto hombre, ya que Dios no puede nacer. El existe desde toda la eternidad.

            Años más tarde de Arrio surgió un obispo llamado Nestorio, el cual sostenía que en Jesús había dos naturalezas: la humana y la divina, y no había mezcla alguna entre ellas. Por lo tanto, Nestorio afirmaba que Jesús, el Hijo de Dios, en cuanto Dios, en cuanto Segunda Persona de la Santísima Trinidad, no podía ni nacer, ni padecer, ni morir. Todo eso le sucedió en cuanto hombre, pero no en cuanto Dios. Estas afirmaciones suyas fueron condenadas como heréticas, pues la Encarnación quedaba muy diluida o descafeinada. En efecto, la doctrina católica dice que: 1) Jesús tiene dos naturalezas: la humana y la divina, pero también Jesús es una única persona, la cual es divina. Y en esa persona divina se unen las dos naturalezas. 2) En la cruz murió Cristo en cuanto Dios y en cuanto hombre, porque muere la naturaleza humana de Jesús, pero también ‘muere’ la persona divina de Jesús. 3) En Belén nació Jesús en cuan­to Dios y en cuanto hombre, porque nace la naturaleza humana de Jesús, pero también ‘nace’ la persona divina de Jesús. 4) María es verdadera Madre de Jesús, el Hijo Encarnado y, por tanto, es verdadera Madre de Dios.

            En definitiva, el problema raíz de que Arrio, Nestorio, los mormones, los testi­gos de Jehová… y tantos hombres de nues­tro tiempo nieguen la divinidad de Jesucristo, es decir, que Cristo sea Dios, está en que no se cree en el misterio de la Encarnación. ¿En qué consiste este misterio? Muy sucintamente, lo dice el Evangelio de hoy: "... y la Palabra era Dios... Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros". Es decir, Dios, la Segunda persona de la Trinidad se hizo hombre. Dios ha querido salvarnos no a golpes de barita mágica desde su cielo. No lanzando discur­sos altisonantes desde las nubes. Ya no que­ría seguir enviando profetas que hablaran en su nombre. Quiso hablarnos El mismo. Pero quiso hacerlo desde nuestra situación concreta, pasando por los mismos problemas, alegrías y sufri­mientos que nosotros. Por eso se hizo un hombre igual a nosotros en todo menos en el peca­do. Pasó hambre, sed, frío, per­secución, calumnias, alegría, traiciones, muerte de su padre, insultos, golpes, flagelación y muerte. Su sangre no era tomate de películas, su pasión y muerte no fue la representación de un buen actor. Jesús no representó una muerte, sino que murió. Jesús no representó un naci­miento, sino que nació. Y todo ello para nuestra salvación.

            Por todo esto, podemos decir verdaderamente: Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre…”


[1] Credo Niceno-constantinopolitano. Es decir, confeccionado a partir del Credo Apostólico (el corto) y de las definiciones dogmáticas y de la doctrina de varios concilios, entre ellos los de Nicea y de Constantinopla.

[2] Hoy día la divinidad de Jesús es también nega­da por diversas sectas protestantes, como los mormones y los testigos de Jehová.