jueves, 29 de agosto de 2024

Domingo XXII del Tiempo Ordinario (B)

1-9-2024                                DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (B)

                            Dt. 4,1-2.6-8; Sal. 14; Sant. 1,17-18.21b-22.27; Mc. 7,1-8.14-15.21-23

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            - Esta homilía la voy a titular el CALDERO DE DIOS. Hace un tiempo, en una conversación de dirección espiritual, se me vino a la mente esta idea para ayudar a la persona con la que hablaba. Le dije así: cada mañana, cuando te levantas y sales de tu habitación, a lado de la puerta encontrarás un caldero lleno de agua. Te lo ha dejado Dios para ti, para que lo uses durante todo el día. Al final de la jornada, le tienes que devolver a Dios ese caldero con el agua que no hayas usado, pero el agua tendría que estar tan limpia como la que Dios te dejó por la mañana. Esa agua es para ti: para que bebas y sacies tu sed, para que te refresques por el calor del día, pero también es agua que puedes y debes compartir con otras personas con las que te encuentres. Son personas sedientas o sudadas y que necesitan refrescarse. Y este ejemplo vale para todos y cada uno de nosotros.

            Sin embargo, hemos de tener cuidado. ¿Por qué? Porque esa agua limpia y fresca que Dios nos ha dado podemos ensuciarla con nuestras palabras y con nuestras acciones. Cada vez que nos mostramos egoístas, desconsiderados, perezosos, que reaccionamos llenos de ira, o de soberbia, o de envidia, que buscamos nuestro provecho personal… es como si echáramos con nuestras manos un poco (o un mucho) de tierra sucia al caldero. Por eso, por desgracia, es muy común que al mediodía o al final de la jornada ese caldero esté lleno, junto con el agua, de tierra sucia, de estiércol, de plásticos, de hierbas rotas… Son las malas acciones nuestras las que manchan y ensucian esa agua, que, cuando está así, no sirve ni para nosotros ni para los que están con nosotros o pasan a nuestro lado.

            Al contrario, nuestras buenas acciones o palabras hacen que esa agua encuentre la utilidad para la que nos fue entregada: nos quita (a nosotros y a otros) la sed, nos da frescor y (¡oh, maravilla!), percibimos que otros también comparten con nosotros esa agua limpia de sus calderos. ¡Cómo presta cuando nos dan a beber agua pura y fresca! ¡Cuánto lo agradecemos!

            Cuando te vas a acostar, debes dejar ese caldero al lado de la puerta de tu habitación. Dios te ha entregado un caldero con agua pura, fresca y cristalina, y tú ¿qué has hecho con ella y qué le devuelves a Dios al final del día?

            Al día siguiente, vuelta a empezar. Dios te vuelve a dejar ese caldero: limpio, reluciente, lleno de agua fresca. Todo para ti y para los que están contigo.

            - Existen palabras, personas, acontecimientos que, por una causa u otra, te dejan una marca imborrable en la vida. He contado muchas veces este hecho, que me dio mucha luz sobre el actuar humano:

Hace ya más de 10 años estaba un domingo en la Misa de 11 de la catedral de Oviedo. En la homilía (que no recuerdo sobre qué era) dije la siguiente idea: “No fueron los nazis de la Alemania de 1934 a 1945 quienes mataron a los judíos” (al decir esto un matrimonio de mediana edad se levantó airado de los bancos y se marchó de la catedral. ¡No se podía aguantar que un cura, en plena Misa, utilizara el púlpito para negar el Holocausto nazi!). Yo vi el movimiento y lo vieron también otros fieles que estaban en la catedral. Hice una pequeña pausa mientras salía esta pareja de la catedral y continué diciendo: “Repito: No fueron los nazis de la Alemania de 1934 a 1945 quienes mataron a los judíos. No fueron los iraquíes quienes en el verano de 1990 invadieran Kuwait y sacaran con destornilladores los ojos de los kuwaitíes. No fueron los serbios quienes en 1994 y 1995 violaron a niñas bosnias de 13 a 16 años. Porque si los que hicieron todo esto fueron los nazis, si fueron los iraquíes y si fueron los serbios quienes hicieron todas estas cosas, está claro que nosotros no somos ni nazis, ni iraquíes, ni serbios y estamos libres de esas acciones. Pero… si esas acciones las hicieron hombres (nazis, iraquíes, serbios, pero hombres), entonces, como yo soy hombre, yo también puedo hacerlas. Estas acciones u otras mucho peores aún.

            Efectivamente, en el evangelio de hoy Jesús nos dice muy claramente que “lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.

            Lo que aquí nos dice Jesús muy claramente es que los nazis y los comunistas, los de derechas y los de izquierdas, los creyentes o los ateos, los españoles o los ingleses, los asturianos o los catalanes, los del Barça o los del Madrid, los de Tapia o los de La Caridad, los mayores o los jóvenes, las mujeres o los hombres… tenemos cosas buenas y tenemos cosas malas. De unos y de otros pueden salir buenas acciones y también malas acciones.

            CONCLUSIONES:

            - Dios nos llama a la responsabilidad personal. No podemos criticar lo malo que hacen los otros. También nosotros tenemos nuestras malas acciones y nuestras malas palabras y nuestras malas omisiones.

            - Efectivamente, las circunstancias que nos rodean pueden explicar parte de los pecados que hacemos los hombres: haber recibido una mala educación, tener una personalidad débil y que nos dejamos arrastrar por lo que hacen o dicen otras personas, pero… Dios nos dice claramente que no es de fuera de donde viene lo malo, sino de dentro.

            - Un hombre no se hace de la noche a la mañana. Cada día de su vida debe hacer un esfuerzo por ser mejor, por no quejarse tanto y protestar tanto, por cambiar lo malo que tenga, por mejorar lo bueno que tenga: si es mentiroso, procurar vivir en verdad; si es vago, procurar ser más diligente; si es egoísta, procurar darse más a los demás; si es iracundo, luchar por tener más paciencia y controlar su genio; si es soberbio y prepotente, procurar no avasallar a los demás, escuchar el punto de vista de los otros y reconocer humildemente que uno no sabe de todo ni tiene la razón en todo… El hombre que procura actuar así no está solo. Tiene toda la ayuda de Dios.

            - Dios nos deja ese CALDERO LLENO DE AGUA PURA Y FRESCA cada mañana. Procuremos usarla como Él quiere en favor de los demás y de nosotros mismos, y procuremos no ensuciarla con nuestras malas acciones de tal manera que, al mediodía o a la tarde, ya no sirva para nosotros y para los otros.

jueves, 22 de agosto de 2024

Domingo XXI del Tiempo Ordinario (B)

25-8-2024                   DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (B)

Jos. 24,1-2a.15-17.18b; Sal. 33; Ef. 5,21-32; Jn. 6, 60-69

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Uno de los criterios básicos que aplico a la hora de preparar una homilía es el de enseñar. Los cristianos que venimos a la Misa tenemos que:

1) compartir la fe con otros creyentes;

2) que percibir la presencia de Dios; y

3) que aprender algo nuevo o, si no aprendemos nada nuevo, al menos, que salgamos de la Misa con ganas e ilusión renovadas para toda la semana.

            - El evangelio de hoy nos habla del FRACASO de Jesús. El éxito y el fracaso forman parte de la vida humana: se aprueban oposiciones, se suspenden oposiciones; se acierta en una relación amorosa, se fracasa en una relación amorosa; pierde nuestro equipo o nuestro partido político, gana nuestro equipo o nuestro partido político; conseguimos nuestros ideales, no los conseguimos; tenemos bastantes bienes materiales, tenemos pocos bienes materiales; tenemos salud, estamos enfermos; acertamos en la educación de los hijos, fracasamos en la educación de los hijos… Es importante enseñar a los hijos (y aprender nosotros mismos) a gestionar, tanto los éxitos como los fracasos a lo largo de la vida. Si no lo hacemos bien, vendrán amarguras, frustraciones, victimismos, suicidios, rencores…

            Hace poco tiempo leía un libro en donde encontré un proverbio japonés que dice: “Al coger las piedras que me lanzaron en la vida, vi que una era una joya”. Esto quiere decir que debemos acoger los fracasos de la vida y aprovecharlos para crecer en humildad, paciencia, comprensión…

Bien. Tenemos que reconocerlo, en términos humanos y al momento de su muerte, Jesús había fracasado. Nos dice el evangelio de san Juan, en su capítulo sexto, que hemos estado leyendo en estos últimos domingos, que Jesús multiplicó unos panes y unos peces y dio de comer con ellos a más de 10.000 personas. La gente, al darse cuenta del milagro tan maravilloso que Jesús había hecho, trató de hacerlo rey. ¿Por qué? Porque había hecho un milagro, porque les había dado de comer, pero, sobre todo, porque querían que Jesús les siguiera dando de comer sin trabajar ni esforzarse en procurarse el alimento. Así se nos dice en los versículos 14 y 15 de este capítulo sexto del evangelio de san Juan.

            Jesús huye, porque no quiere esto. No quiere ser el ‘supermercados’ ALIMERKA o MERCADONA de aquel tiempo y, además, todo gratis. Él quiere darles otro alimento: su Cuerpo y su Sangre. Ya lo hemos estado viendo estos domingos de atrás. Pero… los judíos rechazaron aquello. El evangelio nos dice: “Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. En efecto, cuando Jesús hizo el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, tenía a su alrededor a unas 10.000 personas, y eso que entonces, para convocar a la gente, no había como hoy ni televisores, ni móviles, ni ‘Facebook’, ni ‘WhatsApp’…, pero el día de su muerte sólo quedaron a su vera dos discípulos (María Magdalena y Juan), además de su madre. Todos los demás discípulos habían huido, escapado o se habían ido alejando poco a poco de Jesús.

            Cuando Jesús vio que se marchaban muchísimos de sus discípulos y que había un serio peligro de que su predicación y obra fracasara, se dirigió a los pocos discípulos que le quedaban y les dijo: “¿También vosotros queréis marcharos?” Jesús no hizo componendas, no trató de suavizar su mensaje (el mensaje de Dios) para evitar una desbandada. Él estaba dispuesto a quedarse solo, porque estaba convencido de su mensaje y porque sabía que este mensaje era la voluntad de Dios.

            - Sin embargo, aquí no podemos hablar simplemente del ÉXITO o del FRACASO desde un punto de vista puramente humano. Lo hemos de tener en cuenta, pero nosotros somos creyentes y, por lo tanto, hemos de ver estas dos realidades desde el punto de vista de Dios.

Hace un tiempo preparaba la formación que imparto todos los jueves durante el curso y estuve resumiendo la vida de san Francisco de Asís. Se narra en el libro que leo que, en las primeras ocasiones en que el mismo Francisco y sus compañeros iban a predicar por el centro de Italia, el fracaso fue total: nadie les hizo caso, muchos se burlaron de ellos e incluso les agredieron físicamente. ¿Cuál fue la respuesta de ellos? En el libro que leo dice así: “En términos de eficacia apostólica, aquellas primeras expediciones apostólicas no aportaron nada; más todavía, fueron un completo fracaso. Pero Francisco, en el nombre del Evangelio, se colocó siempre por encima de los conceptos de utilidad y eficacia. Para él, el gran servicio apostólico era vivir simple y totalmente el Evangelio. Vivir el Evangelio significaba cumplir las palabras del Maestro y repetir sus ejemplos. Para Francisco excelsos apostolados eran perdonar las ofensas, alegrarse en las tribulaciones, rezar por los perseguidores, tener paciencia en los vejámenes, devolver bien por mal, no perturbarse por las calumnias, no maldecir a los que maldicen”.

Por lo tanto, para el mundo que no cree en Dios o no vive a Dios, 1) recibir ofensas es un FRACASO. Para el santo o para el creyente que vive a Dios, perdonar esas ofensas es un ÉXITO. 2) Para el mundo tener tribulaciones es un FRACASO. Para el creyente alegrarse en las tribulaciones es un ÉXITO. 3) Para el mundo sufrir persecuciones es un FRACASO. Para el creyente rezar por los perseguidores es un ÉXITO. 4) Para el mundo sufrir vejaciones es un FRACASO. Para el creyente tener paciencia en los vejaciones es un ÉXITO. 5) Para el mundo recibir el mal es un FRACASO. Para el creyente devolver bien por mal es un ÉXITO. 6) Para el mundo ser calumniado es un FRACASO. Para el creyente no perturbarse por las calumnias es un ÉXITO. 7) Para el mundo ser maldecidos es un FRACASO. Para el creyente no maldecir a los que maldicen es un ÉXITO.

Sigue diciendo el libro sobre este particular de los fracasos de Francisco y sus primeros compañeros: “Los hermanos que fueron vilmente tratados se alegraban en sus tribulaciones, se dedicaban asiduamente a la oración y al trabajo manual, sin recibir nunca dinero, y entre ellos reinaba una profunda cordialidad. Cuando las gentes comprobaban eso, se convencían de que esos penitentes de Asís no eran herejes ni bribones y, arrepentidos, regresaban a ellos y les pedían disculpas. Los hermanos les decían: ‘Todo está perdonado’. La razón principal por la que las gentes se convencían de que eran varones evangélicos era que se servían mutuamente con gran cariño, y se atendían unos a otros en todas sus necesidades, como una madre lo hace con su único hijo queridísimo. Un día, dos hermanos que iban de camino se encontraron con un demente que empezó a tirarles guijarros. Uno de ellos, el que estaba en el lado opuesto, al ver que su compañero recibía las pedradas, se pasó al otro lado, interponiéndose para que las piedras dieran en él y no en su compañero”.

Todo esto que percibió Francisco en Jesús y en su santo Evangelio fue lo que vivió y lo que enseñó a vivir a sus compañeros. Todo esto que percibió Pedro y el resto de discípulos, que no se marcharon como aquellos otros de los que habla el evangelio de hoy, fue lo que hizo que Pedro, ante la invitación de Jesús a que también se fueran ellos, exclamara: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”.

Hoy Jesús nos invita a seguirle. Seguimos a un fracasado, según los parámetros del mundo, pero no según los parámetros de Dios.

Yo me pregunto: ¿Qué fue de aquellos discípulos que se apartaron de Jesús? ¿Dónde están? ¿Acertaron o erraron? Y a la vez me pregunto: ¿Qué fue de aquellos discípulos que siguieron con Jesús? ¿Dónde están? ¿Acertaron o erraron?

Ahora veamos nosotros qué queremos hacer con nuestra vida y con Jesús…

            Termino: El proverbio japonés dice: “Al coger las piedras que me lanzaron en la vida, vi que una era una joya”. El proverbio en cristiano diría: “Al coger las piedras que me lanzaron en la vida, todas las transformé en joyas”. Así lo hizo san Francisco de Asís. Vamos a transformar en joyas todas las pedradas que nos lancen en el día de hoy.

jueves, 15 de agosto de 2024

Domingo XX del Tiempo Ordinario (B)

18-8-2024                   DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (B)

Prov. 9,1-6; Sal. 33; Ef. 5,15-20; Jn. 6, 51-58

Homilía de vídeo

Homilía en audio.

Queridos hermanos:

            Muchas veces pienso que los niños nos pueden enseñar muchas cosas y, por eso, debemos estar atentos a sus palabras y a sus acciones. Ellos saben mucho menos que nosotros, pero… tienen una visión tan distinta de la vida y de los acontecimientos que nos rodean, que muchas veces nos dan auténticas lecciones a nosotros, que somos especialistas, licenciados, doctorados y llenos de experiencias de la vida.

            - Vamos con una primera enseñanza de un niño de 6 años. Es un cuento, pero es una realidad a la vez. Es una realidad, pero vamos a narrarlo a modo de cuento. Lo vamos a titular ‘Helado para el alma’. Dice así:

“La semana pasada llevé a mis niños a un restaurante. Mi hijo, de 6 años de edad, preguntó si podía bendecir la mesa antes de comer. Cuando inclinamos nuestras cabezas, él dijo: ‘Dios es bueno, Dios es grande. Gracias por los alimentos; yo estaría aún más agradecido si mamá nos diese helado para el postre. Libertad y Justicia para todos. Amén’. Junto con las risas de los clientes que estaban cerca, escuché a una señora comentar: ‘Eso es lo que está mal en este país: los niños de hoy en día no saben cómo orar; ¡pedir a Dios helado...! ¡Nunca había escuchado esto antes!’ Al oír esto, mi hijo empezó a llorar y me preguntó: ‘¿Lo hice mal? ¿Está enfadado Dios conmigo?’ Sostuve a mi hijo y le dije que había hecho una oración preciosa y que Dios seguramente no estaría enfadado con él. Un señor de edad se aproximó a la mesa. Guiñó su ojo a mi hijo y le dijo: ‘Llegué a saber que Dios pensó que aquella fue una excelente oración’. ‘¿En serio?’, preguntó mi hijo. ‘¡Por supuesto!’ Luego en un susurro dramático añadió, indicando a la mujer cuyo comentario había iniciado aquel asunto: ‘Muy mal; ella nunca pidió helado a Dios. Un poco de helado, a veces, es muy bueno para el alma’. Como era de esperar, compré helado a mis hijos al final de la comida. Mi hijo de 6 años se quedó mirando fijamente el suyo por un momento y luego hizo algo que nunca olvidaré por el resto de mi vida. Tomó su helado y sin decir una sola palabra avanzó hasta ponerlo frente a la señora. Con una gran sonrisa le dijo: ‘Tómelo, es para usted. El helado es bueno para el alma y mi alma ya está bien’.

            Es un cuento muy tierno y en donde se percibe una relación de cariño y de confianza de este niño con Dios:

1) El niño tiene tanta confianza con Dios, que le pide un helado. Porque sabe que Dios está hasta en esas pequeñas cosas.

2) El niño tiene tanto cariño a Dios que se pone triste y queda muy preocupado al pensar que ha podido disgustar a Dios con sus palabras de la bendición de la mesa.

3) El niño tiene tanta confianza y cariño a Dios, que descubre las necesidades de los otros. Por eso, se olvida de lo mucho que le gusta el helado y se lo regala, renunciando a él, a la señora que le hizo un comentario desagradable. El niño no le guarda ningún rencor y quiere que aquel helado, que le han dicho que es bueno para el alma que Dios nos ha dado a cada persona que venimos a este mundo, le sirva para el alma de la señora, en la que descubrió que algo no iba bien por el comentario duro y desagradable y por su dureza de corazón.

4) El niño supo que su alma estaba bien. No era prepotencia, no era soberbia por parte del niño. Éste tenía un sentimiento de paz interior y de saber, de un modo misterioso, pero cierto, que Dios estaba muy contento con él.

- La segunda enseñanza nos puede venir a través de un niño, que hace un tiempo vino a confesarse. Antes de la confesión me quiso hacer algunas preguntas. La primera fue ésta: ‘¿Por qué hay que comulgar? Yo me levanté de la silla, me acerqué a él y le tapé las narices. Entonces él abrió la boca para respirar por ella. Y le pregunté: ‘¿Por qué abres la boca?’ Me contestó: ‘Para respirar’. Y a partir de aquí se desarrolló una conversación en la que hablamos de que, si no comemos, nos morimos de hambre; si no bebemos, nos morimos de sed; y si no respiramos, nos morimos por falta de oxígeno. De la misma manera que el cuerpo necesita su alimento para vivir: comida, bebida y oxígeno, también nosotros, que somos creyentes y sabemos que tenemos un alma, necesitamos alimento, bebida y aire espirituales: la Palabra de Dios, la oración, la lectura espiritual, las buenas acciones y comulgar el Cuerpo de Jesucristo.

Como veis, la pregunta inocente de este niño nos obliga a pensar y reflexionar sobre lo que hacemos de un modo mecánico y rutinario: ¿Por qué hay que comulgar? ¿Para qué hay que comulgar?

- Y aquí entro ya de lleno en lo que Jesús nos transmite hoy a través del evangelio. Jesús nos dice que hemos de comer su Carne y que hemos de beber su Sangre. Si lo hacemos, Jesús nos relata una serie de beneficios que este alimento produce en nosotros:

1) “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día […] El que come este pan vivirá para siempre”. Comulgar a Jesucristo y hacerlo bien, es decir, estando en Gracia de Dios, nos da VIDA. VIDA, porque impide que nos muramos, espiritualmente, pero también físicamente para siempre. Es decir, después de nuestra muerte física, resucitaremos y viviremos para siempre; VIDA, porque nos alimenta; VIDA, porque nos rejuvenece; VIDA, porque da sentido a nuestras existencias y dificulta que entremos en las depresiones o en los suicidios.

2) “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Hay comidas basura, que producen colesterol y dañan nuestros órganos: páncreas, hígado, cerebro, riñones… La comida y la bebida de Cristo son puras, sin conservantes, sin colorantes, sin restos de herbicidas, sin química alguna. La ‘comida’ y la ‘bebida’ de Jesús tiene todos los registros sanitarios (del Cielo) en regla. Cuando la comemos bien y la bebemos bien, se fortalece la fe, crece el amor, nos da alegría, nos acerca a Dios y a los hombres, nos da sabiduría verdadera, nos hace mejores personas y mejores cristianos… Esta comida y esta bebida tienen un sinfín de bondades y beneficios para nosotros.

3) “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Finalmente, por si fuera poco todo lo bueno que se acaba de decir hasta ahora, la Carne y la Sangre, que comemos y bebemos en la Misa, hace que Jesús se meta en nosotros, esté en nosotros y forme parte de nosotros de un modo estable. De esta forma, quienes comulgamos nos vamos haciendo mejores hombres, mejores cristianos, y nos vamos transformando en los dioses con minúscula del Dios con mayúscula. Así se nos dice en la primera carta de san Juan: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! […] Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él (1ª Jn. 3, 1-2).

miércoles, 14 de agosto de 2024

Asunción de María (B)

15-8-2024                   ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (B)

                                   Ap. 11,19a;12,1.3-6a.10ab; Slm. 44; 1 Co. 15,20-27a; Lc. 1,39-56

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            Hace un tiempo hablaba con una persona de 38 años. Es una persona licenciada, con un puesto importante en una empresa privada, de reconocido prestigio dentro de su ámbito laboral. Esta persona había estudiado hasta el COU en colegios religiosos. Esta persona tiene fe en Dios, aunque habitualmente no practica, por lo que ni reza a diario, ni acude a la Eucaristía semanalmente, ni se confiesa. No practica, pero no se trata de un rechazo, sino más bien de una cierta desidia. En medio de la conversación le pregunté: “¿Cómo va tu relación con Dios?” Esta persona se quedó muy extrañada de la pregunta y me dijo que no la entendía. Me preguntó si quería decir que si iba a Misa o que si rezaba o que si creía en Dios, y yo le insistía que no le preguntaba eso, ni me interesaba eso, sólo le preguntaba ‘¿cómo era su relación con Dios?’: si lo amaba, si se sentía amado por Él, si le hablaba y sentía su respuesta, si percibía la compañía de Él en su vida de cada día. Finalmente, me contestó que no, y que era la primera que vez que escuchaba eso, y que desconocía que eso se pudiera dar o existir. También me preguntó si esa relación con Dios podía acontecer en todas las personas.

            ¿A qué viene esta anécdota? Pues viene a enlazar con unas palabras de san Pablo: “El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas. Por el contrario, quien posee el Espíritu (de Dios) lo discierne todo”. Estas palabras de san Pablo tienen  hoy, por desgracia, plena actualidad, incluso entre los cristianos bautizados. Hemos recibido la gracia bautismal, la 1ª Comunión, quizás el sacramento de la Confirmación, el sacramento del matrimonio y/o el del orden, pero... somos hombres y mujeres mundanos, que al no tratar de Dios y con Dios, que al dejarnos imbuir por los valores del mundo frente a los valores del evangelio, entonces... las palabras de Jesús carecen de sentido y no podemos entenderlas. Por desgracia, hoy existen cristianos para los que es más importante lo que dice la famosa o el famoso de turno, que lo que dice el Evangelio o la Iglesia; hay cristianos para los que es más importante lo que dice su ideología política o de partido, que lo que dice el Evangelio o la Iglesia. De esta manera, nos convertimos en seres mundanos que no captamos el lenguaje del Espíritu de Dios. Hace unos años pasaba por la calle Campomanes de Oviedo y vi colgada en la fachada de una casa un letrero que decía: “Fernando, gracias por hacernos felices”. (Fernando Alonso acababa de ganar la Fórmula 1). Fernando Alonso ganó dos Fórmulas 1. Después nada. A mí personalmente me parece muy bien que Fernando gane premios y cuantos más mejor, pero... sería triste que nuestra felicidad proviniera únicamente de las cosas externas y luego, ante Dios y sus “cosas”, permaneciéramos indiferentes o pasivos. ¿Por qué todo el país vibró hace años con el triunfo de Fernando y no vibra con “las cosas de Dios”? Nos sucede lo que decía san Pablo: “El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas.”

            ¿Quién puede comprender a Dios y las cosas de Dios? ¿Quién puede comprender las palabras de Dios y su voluntad? Sólo aquellos que tienen el Espíritu de Dios. ¿Cómo se consigue este Espíritu? ¿Cómo pueden los fieles, cómo podemos nosotros tener ese Espíritu para que, cuando Dios pase a nuestro lado, lo reconozcamos? Para comprender a Dios, es decir, para COMPRENDER A CRISTO hemos de seguir las huellas y el ejemplo de su Madre, María. Ella fue una mujer que estaba metida de llena en el mundo, en la sociedad de su época, en sus preocupaciones y problemas más sencillos (pensemos en cómo se puso de camino inmediatamente en cuanto supo que su prima Isabel estaba encinta, o cómo se dio cuenta y preocupó de los novios a los que les faltaba el vino en sus bodas y no quería que quedaran en ridículo), pero también fue un mujer totalmente abierta a Dios y, por tanto, contemplativa[1]. Su vida de coherencia, de honradez, de humildad, de generosidad, de laboriosidad, de silencio, de oración, de fe hizo posible que la visita del Arcángel Gabriel fuese comprendida por María y no se quedara en el aspecto puramente externo: “¡¡He tenido una aparición de ángeles!!” María, abriéndose a la gracia de Dios, pudo escuchar las cosas de Dios, comprender las cosas de Dios y, a través de ello, pudo acoger a Cristo en su seno y en su corazón. Como nos dice el Santo Padre Juan Pablo II en su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, María llegó a comprender las cosas que Jesús enseñó, pero sobre todo comprendió a su Hijo, “pues entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio” (Rosarium Virginis Mariae, n. 14). En definitiva, Juan Pablo II nos propone a María como modelo a seguir en nuestra vida ordinaria para poder llegar a Cristo, para que, por el Espíritu de Dios, lleguemos a comprender a Cristo mismo y así lleguemos al Padre.

            En definitiva, María es tipo para la Iglesia, y para los fieles del camino de conversión permanente.

 

            Pidamos que Dios Padre nos regale su Espíritu para que comprendamos a su Hijo Jesucristo.

            Pidamos a Dios que nos otorgue la humildad de María, la cual abierta al Espíritu divino por la contemplación permanente, vivió inmersa en el mundo y con igual fuerza supo discernir las cosas de Dios, acoger en su seno al Hijo de Dios, comprenderlo y ser su mejor discípula.


[1] ¿Qué es la contemplación? De modo sencillo, se puede decir que ésta es la apertura total a Dios, centrar la atención, la mirada solamente en Él. En esta situación Dios toma posesión del contemplativo y lo transforma en Él.