miércoles, 26 de marzo de 2025

Domingo IV de Cuaresma (C)

30-3-2025                               DOMINGO IV CUARESMA (C)

Jos. 5, 9a.10-12; Slm. 33; 2ª Cor. 5, 17-21; Lc. 15, 1-3.11-32

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Hace unos años un sacerdote de una parroquia rural asturiana, explicaba a los niños del catecismo la parábola del hijo pródigo. Después de la explicación pertinente, el sacerdote ya mandó recoger y dio la indicación de que podían marcharse todos para casa. En ese momento uno de los niños más pequeños levantó la mano y preguntó. “Pero ¿qué fue de los ‘gochinos’?” (que significa cerdos). La carcajada fue general.

            Aprovechando esta pregunta del niño quisiera fijarme hoy, al comentar este evangelio, en los personajes de segunda fila del texto leído. Es decir, en la inmensa mayoría de las ocasiones que se habla de esta parábola se explican cosas sobre el hijo pródigo, y/o sobre el padre, y/o sobre el hermano mayor, pero no se habla de los ‘actores secundarios’. Por eso, pregunto y me pregunto: ¿Qué fue de los ‘amigotes’ con los que el hijo pródigo derrochó su fortuna? ¿Qué fue de las ‘malas mujeres’ con las que el hijo pródigo estuvo cuando derrochaba su fortuna? ¿Qué fue del habitante de aquel país que dio trabajo al hijo pródigo? ¿Qué fue de los cerdos? ¿Qué fue de los jornaleros del padre que tenían pan en abundancia? ¿Qué fue de los criados del padre que vistieron al hijo pródigo? ¿Qué fue del ternero cebado? ¿Qué fue de los que tocaban y bailaban en la fiesta organizada por el padre? ¿Qué fue del mozo que explicó al hermano mayor la causa de la fiesta? ¿Qué fue de los amigos del hermano mayor?

            1) ¿Qué fue de los ‘amigotes’ y de las ‘malas mujeres’ con los que el hijo pródigo derrochó su fortuna? Muy fácil: Compartieron las juergas con el hijo pequeño hasta que se acabó el dinero, después de desplumar a éste y de dejarlo tirado, se fueron a buscar a otro incauto. Ya lo decía el Antiguo Testamento en su libro del Eclesiástico: “Hay amigos que acompañan en la mesa y no aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo; cuando te va mal, huyen de ti” (Eclo. 6, 10-11).

En tantas ocasiones nos hemos rodeado o, en la actualidad, nos rodeamos de estas personas: ellos halagan nuestros oídos, nos cizañan contra los que nos quieren bien, no nos dicen la verdad y, cuando las cosas van mal, ‘si te vi, no me acuerdo’. Pero, en otras ocasiones, nosotros mismos hemos podido ser como esas personas que hemos acompañado a otros sólo en la mesa y en las fiestas, y nos hemos ‘evaporado’ en las desgracias y en las pruebas. Sí, en muchas ocasiones hemos podido fallar y, de hecho, fallamos a personas que confiaban en nosotros.

            2) ¿Qué fue de los amigos del hermano mayor? Los amigos del hermano mayor acompañaron a éste y le sirvieron en tantas ocasiones para desahogar. Este hermano mayor era cumplidor y obediente con su padre, mientras que, seguramente, el otro hermano era vago, impertinente con su padre y estaba siempre exigiendo que sus caprichos fuesen satisfechos. Los amigos del hermano mayor le escucharon, cuando éste se quejaba del comportamiento de su hermano pequeño, e igualmente lo oyeron cuando se marchó. Sí, el hermano mayor desahogó su rabia y frustración con estos amigos, cuando su hermano pequeño se llevó la mitad de la hacienda: una hacienda que él no había ayudado a acrecentar. También estos amigos escucharon al hermano mayor, cuando estaba con su padre, ya los dos solos, y murmuraba contra su progenitor. Estos amigos le escucharon, y le permitieron que se desahogara. Quizás en sus palabras estos amigos ahondaron esa herida y le dieron más razones para estar en contra de su padre: echaron más sal a la herida. Estos amigos quizás no trataron de reconciliar al padre y a este hijo mayor, y no le aconsejaron que se sincerara con su padre para que éste le diera todas las explicaciones o simplemente para que dialogaran. Por eso, el hijo mayor le espetó a su padre aquel veneno que llevaba dentro desde hacía tanto tiempo: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.

            En ocasiones, podemos estar rodeados de amigos que no nos hacen ningún bien, pues cizañan nuestra relación con nuestras familias, o con nuestros entornos laborales, o con nuestras amistades. En otras ocasiones, podemos ser uno de esos ‘amigos’ que sólo envenenamos las relaciones de los que nos rodean y parecemos unos ‘profetas de desgracias’.

            3) ¿Qué fue del habitante de aquel país que dio trabajo al hijo pródigo y que no le permitió comer de las algarrobas de los cerdos? Este hombre, probablemente, siguió con sus negocios. Este hombre fue ajeno al drama que se estaba desarrollando ante sus narices y en sus propiedades. Este hombre solo buscaba la productividad y el crecimiento de sus ganancias. Lo demás no le interesaba. Dio trabajo al hijo pródigo y procuró exprimirle al máximo. Cuando este chico se marchó de regreso a la casa de su padre, no lo sintió, pues ‘a rey muerto, rey puesto’. Otro incauto, otro infeliz ocupó el puesto para ser exprimido.

            En tantas ocasiones, tantos dramas se desarrollan a nuestro lado: entre nuestros familiares, entre nuestros vecinos, entre nuestros compañeros de trabajo… y nosotros podemos estar completamente ajenos a ello. Nosotros estamos a lo nuestro. Eso no nos afecta. Ese no es nuestro problema. En otras ocasiones, podemos ser nosotros mismos los actores principales de ese drama y experimentamos la indiferencia de los que pasan a nuestro lado, de los que están con nosotros. Y vivimos esos dramas en medio de la soledad más espantosa. Sólo Dios nos acompaña y sólo Dios es testigo de ello.

            4) ¿Qué fue de los jornaleros y de los criados del padre? Ellos siguieron trabajando, viviendo y comiendo en la hacienda. Siguió sin faltarles pan que llevarse a la boca. Nadie iba a negarles, mientras viviera el padre, el alimento, ni el jornal o sueldo, ni la justa dignidad que todo hombre merece. Ellos siguieron sin comprender el porqué de la actuación de un padre que reparte su herencia con un hijo vago, inmaduro, caprichoso y egoísta. Siguieron sin comprender el porqué de un padre que acoge otra vez a su hijo pequeño y lo trata como tal…, en vez de echarlo a palos o de ponerle a trabajar como un mozo más de la hacienda. Siguieron sin comprender el porqué de un hijo mayor que escupe toda su rabia contra un padre tan bueno. Y quizás unos tomaron partido por el hijo pequeño (decían: era muy jovial y simpático) y en contra del hermano mayor (decían: era un cascarrabias). Otros quizás tomaron partido por el hermano mayor (decían: era un hombre serio, cumplidor y responsable) en contra del hijo pequeño (decían: era un irresponsable y un egoísta). Finalmente, otros envidiaron no tener un padre como éste: atento a los dos hijos: a uno de una manera y a otro de otra.

            ¿En cuál de estas posturas nos vemos nosotros más reflejados?

            5) El qué fue de los cerdos (como preguntaba el niño) y de los otros actores secundarios de la parábola ya os lo dejo para vosotros: para vuestra oración y para vuestra reflexión.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Domingo III de Cuaresma (C)

23-3-2025                               DOMINGO III CUARESMA (C)

Ex. 3, 1-8a.13-15; Slm. 102; 1ª Cor. 10, 1-6.10-12; Lc. 13, 1-9

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            El evangelio de hoy contiene dos mensajes que parecen contradictorios entre sí. Por una parte, se nos apura y se nos incita a la conversión y, por otra, se nos habla de la paciencia de Dios:

1) Cristo Jesús nos invita de un modo perentorio a la conversión: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.” “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”

- La conversión que Jesús nos pide es la de un cambio en nuestra vida. No vivamosr ús nos pide es la del más según lo que nos dice el mundo, sino según lo que nos dice Dios. Cada uno tendrá que ver en su vida qué es lo que Dios le pide concretamente y qué es lo que le está dando a Dios.

- La conversión que nos pide Jesús es que demos frutos. Quizás la higuera fuera grande y frondosa. Quizás tuviera grandes y verdes hojas. Quizás fuera muy vistosa, pero… no tenía higos, no daba fruto. Quizás nosotros nos dejemos asombrar por la vistosidad y la apariencia de las personas (: es joven, no tiene arrugas, viste a la última moda, tiene un chalé en la playa, tiene un buen coche, tiene…), pero Dios se fija en el interior del hombre, en los frutos de conversión.

Hay un texto en el Antiguo Testamento, concretamente del profeta Daniel en que se narra que el rey Baltasar de Babilonia vivía de espaldas a Dios y un día  que banqueteaba con sus generales, nobles, mujeres y concubinas, vio aparecer unos dedos que escribieron tres palabras en una de las paredes del palacio. Nadie supo interpretar aquellas palabras, salvo Daniel el profeta: “Esta es la inscripción que ha sido trazada: Mené, Tequel, Parsín. Y esta es la interpretación de las palabras: Mené: Dios ha contado los días de tu reinado y les ha puesto fin; Tequel: tú has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso; Parsín: tu reino ha sido dividido y entregado a los medos y a los persas” (Dn. 5, 25-28). Ante nuestra forma de vida, sin una conversión seria y sin frutos de conversión, a y sin frutos de conversitambién los dedos de Dios aparecen y escriben en las paredes de nuestros hogares: “Mené, Tequel, Parsín”. Es decir, Mené, que significa que Dios ha contado y examinado nuestros días, y sólo ve rutina y sin sentido; Tequel, que significa que Dios ha pesado nuestros frutos y ve que nos falta humildad, paciencia, comprensión, cariño, escucha, austeridad, esperanza, fe, laboriosidad, constancia, entrega, sinceridad…; Parsín, que significa que tenemos una vida divida, rota, frustrada, fracasada, con la autoestima por los suelos y que estamos entregados, esclavizados y vaciados, en lo más íntimo de nuestro ser, por los dioses e ídolos terrenos que se nos presentan.

Decía Jesús en el evangelio: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.” Sin embargo, no es Dios quien nos hace perecer, quien nos mata o nos tala como a la higuera, sino que nuestra propia vida, sin frutos de conversión, es la que hace que nos sequemos, nos pudramos por dentro y nos muramos. Pero ¿no vemos que vivimos como muertos, que estamos atiborrados de ansiolíticos, de antidepresivos, de pastillas para dormir? ¿No  vemos que tenemos de todo y que, no obstante, nos falta algo esencial?

Sí, ciertamente hay gente que puede sentirse muy bien como vive, como está, con lo que tiene. En su vida no hay ningún “Mené, Tequel, Parsín”. Pero entonces surgen las palabras de S. Pablo en la segunda lectura: “Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado no cai­ga!” Me parece que ya lo he contado otra vez aquí, pero lo repito. Recuerdo que, hacia finales de la década de los 90, había una persona que trabajaba en un buen puesto, que cobraba de aquella casi 400.000 pts. mensuales, que tenía una buena mujer, que ésta también trabajaba e igualmente cobraba un buen sueldo, que tenían dos hijos preciosos, que este hombre no creía en Dios y que no lo necesitaba, que tuvo un desgraciado accidente, del cual murió instantáneamente. ¿Qué vida es ésa en que uno pasa del estar “bien” a la desgracia más profunda en el tiempo de dos segundos de reloj? Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado no cai­ga!”

2) Por otra parte, se nos habla en el evangelio de hoy de la paciencia de Dios. En efecto, el mismo Jesús dice sobre la higuera: “Déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.”

“Déjala todavía este año.” El Señor nos da más tiempo para la conversión, para dar frutos. El Señor espera por nosotros año tras año, como el padre del hijo pródigo que salía siempre a los límites de su hacienda a buscar con la mirada a su hijo pequeño, a su hijo perdido, a su hijo querido.

“Yo cavaré alrededor y le echaré estiércol.” Pero el Señor no se limita a darnos tiempo, a esperar. El Señor actúa sobre nosotros y nos cuida, nos quita las malas hierbas, remueve la tierra para que entre oxígeno, para que entre mejor la humedad y llegue el alimento necesario a las raíces. El Señor nos da el alimento y las vitaminas necesarias. “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas” (Slm. 23, 1-3).

En definitiva, la paciencia de Dios es nuestra salvación, ya que El “usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos se conviertan” (2 Pe. 3, 9).

miércoles, 12 de marzo de 2025

Domingo II de Cuaresma (C)

16-3-2025                               DOMINGO II CUARESMA (C)

Gn. 15, 5-12.17-18; Slm. 26; Flp. 3, 17-4, 1; Lc. 9, 28b-36

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

Las lecturas de hoy nos hablan del diálogo entre Dios y sus hijos (Abrahán, el salmista, S. Pablo, Jesús). Es importante darse cuenta que el tiempo de Cuaresma, además de un tiempo de mortificación y de penitencia, es también un tiempo de silencio, de escucha de Dios, de pararse y dejar de lado las cosas mundanas y volverse hacia Él.

- En la primera lectura se nos dice que es Dios quien toma la iniciativa de hablar con Abrahán. Así aprendemos que la iniciativa de acercarnos a Dios no procede nunca de nosotros, sino de Él, que siempre nos busca, nos encuentra y nos habla. Lo que Dios nos dice no coincide, la mayoría de las veces, con lo que nosotros pensamos o deseamos, y parece algo irrealizable: a Abrahán le prometió una gran descendencia, cuando él era ya muy mayor y su mujer también, además de estéril; asimismo Dios prometió a Abrahán un gran territorio, cuando este no tenía ni un ejército para conquistarlo ni dinero para comprarlo.

Veamos la postura de Abrahán ante ese Dios que se acerca a él para aprender nosotros: 1) Abrahán pregunta a Dios, es decir, dialoga con Él: “Señor Dios, ¿cómo sabré yo que voy a poseer la tierra que me prometes?” 2) Abrahán cree al Señor y acepta lo que Él le dice.

            ¿He escuchado al Señor en algún momento de mi vida? ¿Cómo y cuándo? ¿Qué me dijo? ¿He dialogado con Él? ¿Le he creído? ¿Tengo esperanza en Él y en su palabra?

- En el precioso salmo 26 leemos cómo un hombre clama a Dios ante la soledad, ante los problemas de su vida, ante los sufrimientos de sus seres queridos. El salmista, como cualquier hombre y mujer de fe, clama: “Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme. No rechaces a tu siervo”. Después de un tiempo de clamar, de esperar la respuesta de Dios, al fin, Este responde. ¿Cómo responde? Nos lo dice el mismo salmista: “Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro”. Dios nos habla en lo más profundo e íntimo de nuestro ser. Los judíos pensaban que ese sitio era el corazón, por eso se dice en el salmo que el creyente oye en su corazón. Cuando el salmista y el hombre de fe escuchan la voz del Señor en su corazón, es cuando todo cambia. Los problemas siguen ahí, los sufrimientos no desaparecen, pero TODO ES DISTINTO. ¿Por qué? Porque Él está conmigo, con nosotros. Y surge de lo más íntimo del corazón del salmista un canto de fe, de esperanza y de confianza hacia el Amado: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”.

Finalmente, el salmista nos habla a nosotros, a los que leeremos sus palabras años y siglos más tarde, desde su experiencia de Dios y nos anima a ser pacientes: “Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”. Espera en Dios a pesar de que todo el mundo te diga que no está, que no existe, que no te oye, que no se preocupa por ti. Espera en Dios a pesar de sus largos silencios y de tus muchas impaciencias. Espera en Dios, porque, cuando Él te hable al corazón, sabrás que ha merecido la pena esperar en El. Pero para esperar, hay que ser valiente frente a los demás y frente a uno mismo. En definitiva, “Espera en el Señor”.

¿Me he sentido reconocido alguna vez con la experiencia del salmista? ¿He escuchado en mi corazón para que buscara el rostro de Dios? ¿Lo estoy buscando? ¿Cómo?

- En la segunda lectura S. Pablo nos previene para que en esta Cuaresma no aspiremos únicamente a las cosas terrenas: solo comer, solo vestirnos, solo planear las vacaciones de Semana Santa, solo que nos consideren, solo ver Tv, solo ganar más sueldo, solo vivir más tiempo y mejor en la tierra, solo estar sano -físicamente hablando y no tanto en el espíritu-, solo quitar la hipoteca, solo cambiar de coche, solo sacar los estudios, solo… “Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo”. En este tiempo de Cuaresma hemos de mirar y aspirar más a las cosas de Dios y del Reino de Dios, que es lo único que nos da verdadera y duradera felicidad. Así lo experimentó S. Agustín: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ver que tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobres estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; ex­ha­laste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abraséme en tu paz” (S. Agus­tín, Confesiones, Libro X, Cp. XXVII, 38).

- Pero el modelo genuino de oración es Cristo Jesús. En Él hemos de mirar todos y de Él debemos de aprender todos. Jesús quiere que sus amigos más íntimos participen de sus secretos y de sus alegrías, por eso llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan.

Al orar nos acontece lo siguiente: 1) se da una transformación en todo el que ora. Aunque nos distraigamos, aunque parezca que es un pérdida de tiempo, sin embargo, hay algo que cambia en nuestro interior e incluso en nuestro exterior (las facciones del rostro se suavizan). Otra cosa es que no lo percibamos, o que no lo percibamos siempre, o que no percibamos todo lo que acontece en nosotros y a nuestro alrededor, pero SUCEDE. En el caso de Jesús “mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos”. 2) Al orar las realidades espirituales, que no estaban a los ojos de los que no oran, de los que no son hombres de espíritu, se manifiestan: Con Jesús estaban Moisés y Elías y hablaban con Él.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño, porque se aburrían, porque no percibían nada, como nos pasa a nosotros en muchas ocasiones en nuestros tiempos de oración. Pero, en cuanto Pedro, Santiago y Juan perciben algo, todo cambia: ya se encuentran bien allá y no quieren marcharse ni que aquello se acabe. En la oración hay ratos de total claridad (Pedro y los otros dos veían la gloria de Dios), pero también de oscuridad (entraron en una nube y se asustaron). El aburrimiento forma parte de la oración. La consolación forma parte de la oración. El miedo (la nube) forma parte de la oración. En la oración también escucharon la voz de Dios, que les decía que Jesús era su Hijo y que lo escucharan. ¿Cómo podemos saber que lo que sentimos en la oración es auténtico y que no nos engañamos? Si la oración nos lleva a Jesús, es un signo de que estamos en el camino verdadero.

Cuando todo pasó, nada más vieron a Jesús. Y es que en la oración todo es temporal. Habrá que esperar a entrar en el Reino de los cielos para que todo esto lo percibamos de un modo pleno, total y perpetuamente.