miércoles, 10 de diciembre de 2025

Domingo III de Adviento (A) - "Gaudete"

14-12-2025                             DOMINGO III ADVIENTO (A)

Is. 35,1-6a.10; Slm. 145; Sant. 5, 7-10; Mt. 11, 2-11

Queridos hermanos:

            Seguimos otro día más hablando sobre el Símbolo de la Fe. Hemos terminado de profundizar en las afirmaciones sobre Dios Padre. Avanzamos un poco más y empezamos con Jesús y nos vamos a detener hoy a examinar los títulos de Jesús.

Artículo 2. “Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”.

- “Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto I; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre” (n. 423).

“La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para conducir a la fe en Él. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: ‘Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo’ (1 Jn 1, 1-4)” (n. 425).

- JESÚS. Jesús quiere decir en hebreo: ‘Dios salva’. En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31)” (n. 430). Jesús es el único que trae la salvación de Dios: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch. 4, 12). “El Nombre de Jesús está en el corazón de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban con la fórmula Por nuestro Señor Jesucristo...’ El ‘Avemaría’ culmina en ‘y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús’. Numerosos cristianos mueren, como santa Juana de Arco, teniendo en sus labios una única palabra: ‘Jesús’” (n. 435).

- CRISTO. La palabra ‘Cristo’ viene de la traducción griega del término hebreo ‘Mesías’ que quiere decir ‘ungido’. Pasa a ser nombre propio de Jesús porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. El ungido era el llamado por Dios; el ungido era consagrado por Dios, lo cual llevaba una dedicación exclusiva o preferente para Dios y para la misión de Dios; el ungido tenía una tarea a realizar.

La misión de Cristo era ser mensajero de Dios Padre. Su misión era salvar a los hombres. Su misión consistía en asumir sobre sí las consecuencias negativas del pecado, es decir, cargar nuestros pecados sobre sí para que fueran retirados de nuestros hombros. Su misión era guiar a los hombres hasta el Reino de Dios. Su misión era mostrarnos la verdad, la luz, el amor, la esperanza, la vida eterna, la felicidad completa y permanente.

- HIJO ÚNICO DE DIOS. Cuando Pedro le dice a Jesús que Él es el Hijo de Dios, Jesús le contesta: no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16, 17).

Del comportamiento de Jesús, los fariseos y sacerdotes judíos deducían que Jesús se tenía por el Hijo de Dios. Por eso le interrogaron así la noche del Jueves Santo: El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: ‘¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?’ Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: ‘Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios’. Jesús le respondió: ‘Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo’. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ‘Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?’ Ellos respondieron: ‘Merece la muerte’ (Mt. 26, 62-66; Mc. 14, 60-64; Lc. 22, 67-71).

Jesús se sabía también Hijo de su Padre Dios, pero distinguía su relación con Dios de la que tenemos nosotros, los hombres. Así en el evangelio de san Juan dice: “Subo a mi Padre y Padre vuestro, a mi Dios y Dios vuestro” (Jn. 20, 17).

Dentro de la doctrina cristiana se dice que todos los hombres somos hijos de Dios. También decimos que Jesús es Hijo de Dios. ¿Cuál es la diferencia entre su filiación y nuestra filiación? La respuesta correcta es que nosotros somos hijos por adopción y Jesús es Hijo por generación. Dios Padre ha engendrado a Jesús. A nosotros nos ha creado y luego nos ha adoptado como hijos suyos queridos. Hemos subido un peldaño: de simples criaturas fruto de un acto de creación a hijos.

- SEÑOR. Cuando los judíos que vivían en Alejandría (Egipto) tradujeron el Antiguo Testamento al griego, la palabra ‘Yahvé’, que era el nombre que Dios se había dado a sí mismo ante Moisés, la tradujeron por la palabra ‘Kyrios’, que significa ‘Señor’. Desde ese momento a Dios se le llamó Señor. Pero lo novedoso de los primeros discípulos de Jesús es que también llamaron Señor a Jesús y de este modo pasaron a reconocerlo como Dios. De hecho, “a lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina” (n. 447).

“Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole ‘Señor’. Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). En el encuentro de Tomás con Jesús resucitado, se convierte en adoración: ‘Señor mío y Dios mío’ (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: ‘¡Es el Señor!’, dice Juan al ver a Jesús resucitado, cuando la pesca milagrosa (Jn 21, 7)” (n. 448).

De esta manera, las primeras confesiones de fe de la Iglesia, cuando se dice que Jesús es Señor (es decir, Dios) afirman desde el principio que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús. En efecto, Dios Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria.

Por todo ello, el cristiano reconoce que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal, sino solo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el ‘Señor’. Por esta convicción los primeros cristianos morían a manos de los emperadores romanos. Ahí tenemos el ejemplo de los cuarenta soldados cristianos martirizados[1] en tiempos del obispo san Blas.

Desde el inicio de la vida de la Iglesia, “la oración cristiana está marcada por el título ‘Señor’, ya sea en la invitación a la oración ‘el Señor esté con vosotros’, o en su conclusión ‘por Jesucristo nuestro Señor’ o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: ‘Marana tha’ (‘¡Ven, Señor!’) (1 Co 16, 22): ‘¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!’ (Ap 22, 20)”, que son las últimas palabras de la Biblia (n. 451). Y estas palabras santas las proclamamos en cada Misa, justo después de la consagración. Dice el sacerdote: “Este es el misterio de nuestra fe” y nosotros respondemos: “Anunciamos tú muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”



[1] Cuarenta soldados que habían confesado abiertamente su condición cristiana, fueron condenados por el prefecto a estar expuestos desnudos durante la noche sobre una laguna helada. Entre los confesores, uno cedió y, dejando a sus compañeros, buscó los baños calientes cerca del lago que habían sido preparados para quien quisiera renunciar. Uno de los guardias que vigilaba a los mártires vio en este momento un brillo sobrenatural sobre ellos. En ese momento se convirtió al cristianismo, y despojándose de sus vestiduras se unió a los otros treinta y nueve. Así, el número de cuarenta se mantuvo constante. Al amanecer, los cuerpos rígidos de los soldados, que aún mostraban señales de vida, fueron quemados y sus cenizas arrojadas a un río. Los cristianos, sin embargo, recogieron los preciosos restos que quedaban y las reliquias fueron distribuidas por muchas ciudades.

lunes, 8 de diciembre de 2025

Inmaculada Concepción (A)

8-12-25                               INMACULADA CONCEPCION (A)

Gen. 3, 9-15.20; Slm.97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-38

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            Seguimos otro día más hablando sobre el Símbolo de la Fe. Terminamos hoy de explicar la primera verdad del Credo: “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”.

Párrafo 7º: La caída.

- El pecado original. “Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. El hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios” (n. 396).

“El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador[1] (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad” (n. 397).

“En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente ‘divinizado’ por Dios en la gloria. Quiso ‘ser como Dios’ (cf. Gn 3,5), pero ‘sin Dios, antes que Dios y no según Dios’” (n. 398).

- Consecuencias del pecado original: “La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. (1) Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,23). (2) Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3,9-10)” (n. 399). (3) La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; (4) el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); (5) la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16). (6) La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). (7) El hombre ‘volverá al polvo del que fue formado’ (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5,12)” (n. 400).

“Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel (cf. Gn 4,3-15); la corrupción universal, a raíz del pecado (cf. Gn 6,5.12; Rm 1,18-32); en la historia de Israel, el pecado se manifiesta frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y como transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo, entre los cristianos, el pecado se manifiesta de múltiples maneras (cf. 1 Co 1-6; Ap 2-3)” (n. 401).

- Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad. “Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. ‘Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron...’ (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el apóstol san Pablo opone la universalidad de la salvación en Cristo: ‘Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida’ (Rm 5,18)” (n. 402).

“¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Por la unidad del género humano, todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad. Por eso, el pecado original es un pecado ‘contraído’, ‘no cometido’, un estado y no un acto (n. 404).

“El pecado original “es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual” (n. 405).

“Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado ‘Protoevangelio’, por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta” (n. 410).



[1] Del episodio en el libro del Génesis sobre nuestro primer pecado debemos aprender que nunca tenemos que dialogar con Satanás. Él es el príncipe de la mentira, como le llama Jesús (Jn. 8, 44). El gran error de Eva fue el dialogar con la serpiente. Satanás es más listo que nosotros. Veamos el diálogo de Eva y Satanás:

“La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: ‘¿Así que Dios os ordenó que no comierais de ningún árbol del jardín?’. La mujer le respondió: ‘Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: «No comáis de él ni lo toquéis, porque de lo contrario quedareis sujetos a la muerte»’. La serpiente dijo a la mujer: ‘No, no moriréis. Dios sabe muy bien que cuando comáis de ese árbol, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal’. Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos” (Gn. 3, 1-7). En este relato vemos que es Satanás quien inicia el diálogo, vemos que es él quien conduce la conversación. Satanás empieza con la mentira y la sospecha hacia Dios (Dios les dijo que no comieran de ningún árbol), y Eva se deja envolver y va al terreno que Satanás la lleva, es decir, quería que se fijara en ese árbol concreto. Vemos cómo Satanás mete cizaña a Eva contra Dios y le hace sospechar de Dios. Lo deja por mentiroso. Y es que Satanás dice medias verdades: “se os abrirán los ojos”, pero acompañadas de mentiras: “seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”. Los ojos de Eva quedan empañados por la codicia, por la soberbia, por la envidia, por la desobediencia, y ve el árbol con unos ojos nuevos; ve algo apetitoso y agradable, no porque sea ‘apetitoso y agradable’, sino porque lo ve así inducida por Satanás, pues antes no había reparado en el árbol. Eva coge del fruto, come y hace a los demás partícipes de ese fruto. Lo mismo que el bien es contagioso, también lo es el mal. Efectivamente, a Adán y a Eva se les abren los ojos, pero… no son como dioses. ¡¡Simplemente están desnudos!! Han sido desvestidos de su inocencia, de su confianza en Dios, de su paz, de su aceptación de la vida tal y como Dios les ha regalado y… lo que ven… no les gusta nada y les queda un regusto amargo. El ‘compañero’, la serpiente-diablo que les indujo al pecado y a la desobediencia… ahora les deja solos. Adán se distancia de Eva: “la mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol y comí” (Gn. 3, 12). Eva se distancia de Adán: “desearás a tu marido, y él te dominará (Gn. 3, 16).

miércoles, 3 de diciembre de 2025

Domingo II de Adviento (A)

7-12-2025                               II DOMINGO ADVIENTO (A)

Is. 11,1-10; Sal. 71; Rm. 15,4-9; Mt. 3,1-12

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio

Queridos hermanos:

Seguimos otro domingo más explicando el Símbolo de la Fe. Continuamos con la primera verdad del Credo: “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”.

Párrafo 5º: El Cielo y la Tierra.

- El Credo nos dice que Dios es Creador del cielo y de la tierra. Con esta expresión se quiere indicar que Dios es el autor de la creación entera. No hay nada existente que no proceda de Dios. La tierra es el lugar de los hombres. El cielo es el lugar propio de Dios.

- Al decir que Dios es creador del cielo y de la tierra, también se indica la existencia de la gloria escatológica y el lugar de las criaturas espirituales, de los ángeles. Estos son criaturas espirituales, son criaturas personales (uno es distinto del otro), tienen inteligencia y voluntad, y son inmortales (Lc. 20, 36[1]). Además, superan en perfección a las criaturas terrestres.

- Los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. En la Biblia aparecen en muchas ocasiones, por ejemplo, Gabriel con la Virgen María, Rafael con Tobías, etc. Asimismo los ángeles acompañan a Jesús: “Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53). Son también los ángeles quienes ‘evangelizan’ (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo” (n. 333).

“Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). ‘Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida’ (San Basilio Magno)” (n. 336).

Párrafo 6º: El hombre.

- “‘Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó’ (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: ‘está hecho a imagen de Dios’; en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material; es creado ‘hombre y mujer’; Dios lo estableció en la amistad con él (n. 355).

“De todas las criaturas visibles solo el hombre es ‘capaz de conocer y amar a su Creador’ (GS 12,3); solo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y esta es la razón fundamental de su dignidad” (n. 356). “Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar” (n. 357).

- El género humano forma una unidad. “Esta ley de solidaridad humana y de caridad, sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos” (n. 361).

- Hombre y mujer los creó. “El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. ‘Ser hombre’, ‘ser mujer’ es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, ‘imagen de Dios’. En su ‘ser-hombre’ y su ‘ser-mujer’ reflejan la sabiduría y la bondad del Creador” (n. 369).

“Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las ‘perfecciones’ del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios” (n. 370).

- El hombre en el paraíso. “El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo” (n. 374).

“Por la irradiación de gracia (de Dios), todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cf. Gn 2,17; 3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer (cf. Gn 2,25), y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el estado llamado ‘justicia original’” (n. 376).

“Toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado de nuestros primeros padres” (n. 379).

Párrafo 7º: La caída.

Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres.

“La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, solo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que esta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Solo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente” (n. 387).

“El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres” (n. 390).


[1] “Ya no pueden morir, pues son como ángeles”.