miércoles, 3 de septiembre de 2025

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (C)

7-9-2025                     DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                     Sb. 9, 13-19; Slm. 89; Flm. 9b-10.12-17; Lc. 14, 25-33

 

Queridos hermanos:

            - El evangelio que acabamos de escuchar nos parecerá exigente y duro; tan duro que, incluso algunos de nosotros, podemos decir que es una metáfora. Sin embargo, las palabras de Jesús están bien claras. Dios no quiere sólo nuestra asistencia a Misa, ni nuestros rezos, ni nuestras limosnas, ni que simplemente nos confesemos católicos. Eso es demasiado poco. Dios nos quiere a nosotros, por entero.

            Jesucristo en el evangelio de hoy nos expone una serie de condiciones para seguirlo, para ser discípulo suyo. Veámoslas:

            * “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

            * “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.

            * “El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.

            Es verdad, muchos de nosotros anteponemos muchas cosas y muchas personas a Dios: + Por ejemplo, cuando nos hacen daño de palabra, de obra o de omisión y no somos capaces de perdonar por amor a Dios; entonces es que anteponemos otras cosas a Dios y a su evangelio. + Por ejemplo, cuando un joven dice que no tiene tiempo de ir a Misa el domingo porque tiene exámenes, pero sí que saca tiempo para irse a distraer algo o para ir al cine o para ir a tomar algo o para ir a la playa. + Por ejemplo, cuando en Taramundi había gente que no tenía tiempo de ir a la Misa de los domingos, pero el lunes moría algún vecino y entonces sí que esa gente sacaba tiempo para ir el miércoles al funeral. Es decir, saco tiempo para ver una película, o un partido de fútbol, o una carrera de coches, o una telenovela, o para Internet…, pero Dios queda en el último lugar. + Por ejemplo, hace poco me contaba una persona cómo su hijo estuvo reñido con Dios durante un año completo, porque su marido había estado enfermo de cáncer. El hijo había suplicado insistentemente a Dios que lo curase y, como no lo había hecho y el padre había fallecido, este hijo se había enfado con Dios y no le había dirigido la palabra ni había acudido a los cultos ni al templo en un año. + Por ejemplo, cuánto trabajo nos cuesta desprendernos de objetos materiales que vamos acumulando mes tras mes. Estamos muy pegados a ellos. Digo esto porque con frecuencia, al terminar la confesión, pongo a algunas personas el desprenderse de 2 ó 3 objetos personales y ¡qué trabajo les cuesta hacerlo!

Pero también he visto lo contrario: + Por ejemplo, cuando decimos que es primero la obligación que la devoción es, con frecuencia, para dejar a Dios en segundo lugar. Hacia 1995 fui un verano a ayudar en una parroquia alemana (en Wadersloh [diócesis de Münster]). Allí conocí a Frau Adrian, una madre con 7 hijos, la cualre  Münster]) o a ayudar en una parroquia alemana (Wadersloh u mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas,  sacaba tiempo, además de para hacer su trabajo en casa y fuera de casa, para ir a Misa cada día. Me decía ella que era de donde sacaba fuerza para llevar adelante a su familia. El hijo mayor tenía unos 20 años y el pequeño unos 2 años, y todo el mundo colaboraba en aquella casa, pero era Frau Adrian quien sostenía toda la familia y a quien acudían todos con los problemas más distintos. + Por ejemplo, cuando un padre separado y con dos niñas pequeñas me contaba que, estando sus hijas con los abuelos maternos y estando él preocupado de la educación religiosa de sus hijas, de que amaran a Dios, les pidió a sus hijas que requiriesen a los abuelos que las llevaran un domingo a Misa. Las dos niñas, de unos 10 y 9 años, así lo hicieron. Al saber esto el padre, muy emocionado les dijo que Dios había engordando tanto en el cielo de satisfacción, que varios ángeles tuvieron que salirse del cielo, pues no cabían. La más pequeña contestó sorprendida a su padre: “¿De verdad, papi?” Y es que amar a Dios más que a los hijos, no es “mandar a estos a la porra”, sino que este hombre lo ha hecho de tal manera que, para ella y para sus hijas, Dios es lo más importante. Y esto entra perfectamente dentro del mensaje de Jesús en el evangelio de hoy.

            Esto es el evangelio de Jesucristo: anteponer a la llamada de la sangre (hermanos, padres, mujer, hijos) la llamada de Dios; anteponer a Dios sobre la propia vida; anteponer a Dios sobre mis bienes, mi razón o mis razones; coger nuestra cruz de cada día (dolores, incomprensiones, ataques personales e injustificados por parte de otros, etc.) y apretándola y sujetándola fuertemente seguir los pasos de Jesús. Cuando yo soy capaz de hacer esto, es cuando puedo llamarme y ser discípulo de Jesús.

            * Ante esta explicación y haciendo un examen de mi vida, ¿puedo ser llamado por los demás, por Dios “discípulo de Jesús”? Ante esta explicación y haciendo un examen de mi vida, ¿puedo considerarme “discípulo de Jesús”?

            * Oigamos una vez más las palabras de Jesús en el evangelio de hoy:

            “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

            “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.

            “El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.

¿Puede realmente alguien ser de verdad discípulo de Jesús, o más bien esto es una utopía y algo inalcanzable para cualquier hombre de carne y hueso?

            - La respuesta ante esta pregunta está contenida, a mi modo de ver, en la primera lectura que acabamos de escuchar. Dice así: "¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu santo Espíritu desde el cielo?" Y sigue diciendo la lectura que sólo con la sabiduría de Dios y de su Santo Espíritu podrán ser rectos los caminos de los hombres; sólo con esta sabiduría divina podrán aprender los hombres lo que le agrada al Señor, y sólo esta sabiduría los salvará.

Hace pocos días se leía la 1ª carta a los Corintios donde S. Pablo decía: "A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu". Todo esto es una verdad como un puño. Sólo se puede entender la voluntad de Dios y las palabras de Dios, si Él acude en nuestra ayuda con el Espíritu, que es quien nos lo explica todo y quien nos guía para que la palabra y la voluntad de Dios se cumplan en nosotros. Por ejemplo, ¿cómo vamos a entender el evangelio de hoy, si no es con la asistencia del Espíritu? ¿Cómo vamos a vivir el evangelio de hoy, si no es con la asistencia del Espíritu?

            En definitiva, todo esto y todo lo que procede de Dios sólo lo podremos entender si Él viene en nuestra ayuda; en caso con­trario, como decía S. Pablo, nos parecerá una locura. Sólo el Señor puede hacer que nosotros lleguemos a vivir esto. Quien ha probado de las mieles de Dios, de sus amores puede llegar a entender esto y a posponer todas las personas y las cosas ante el mismo Dios, porque Él es lo único eterno.

jueves, 28 de agosto de 2025

Domingo XXII del Tiempo Ordinario (C)

31-8-2025                   DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (C)

                             Eclo. 3, 17-18.20.28-29; Slm. 67; Hb. 12, 18-19.22-24a; Lc. 14,1.7-14

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            Hoy la Iglesia nos propone para nuestra reflexión y oración el tema de la HUMILDAD: "Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad", dice la 1ª lectura. "Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido", afirma el evan­gelio. No podemos hablar de la humildad sin hablar de la soberbia, y no podemos hablar de la soberbia sin hablar de la humildad.

            - Permitidme que os narre un cuento para ilustrar este tema. El cuento se titula ‘el idiota’. A ver si os gusta, pero, sobre todo, a ver si le sacamos ‘jugo’.

            Se cuenta que en un país lejano un grupo de personas se divertía con el idiota de la aldea. Era un pobre infeliz, de poca inteligencia, que vivía de pequeñas changas y limosnas. Diariamente los ‘listillos’ de la aldea llamaban al idiota al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una grande de 400 reales y otra menor de 2000 reales. Él siempre escogía la mayor y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.

¿Tienes idea por qué lo hacía?... (Piénsalo....... y luego sigue leyendo...)

Cierto día, alguien que observaba al grupo le llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda mayor valía menos. ‘Lo sé’, respondió, ‘no soy tan bobo. Ella vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra, el jueguito acaba y no voy a ganar más mi moneda’. Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:

La primera: Quién parece idiota, no siempre lo es.

La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos idiotas de la historia?

La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos.

Pero la conclusión más interesante es ésta: Podemos estar bien, aún cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros mismos. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan de nosotros, sino lo que realmente somos. Decía alguien: ‘El mayor placer de un hombre inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente’.

            - ¿Sabéis en qué consistió el pecado de nuestros primeros padres? No fue en comer una manzana, sino en querer ser como Dios, es decir, en el pecado de soberbia. Ellos querían ser más de lo que en realidad eran (eran hombres y querían ser como Dios), querían aparentar más de lo que en realidad eran. Y este pecado de soberbia es el pecado de toda la humanidad y de cada persona. Cuando os confesáis, a lo mejor decís que no tenéis pecados o decís algunos, menos el de la soberbia y, sin embargo, todos nosotros caemos en él.

            San Juan María Vianney (el santo cura de Ars) enseñaba a sus feligreses a identificar la soberbia y el orgullo, y a huir de ellos. Sobre éstos dijo: “El orgullo es el pecado que más horroriza a Dios”. “Una persona orgullosa cree que todo lo que hace está bien hecho. Quiere dominar a todos los que le rodean; cree que tiene siempre razón. Cree, siempre, que su opinión es mejor que la de los demás”. “El pecado de soberbia es el más difícil de corregir, cuando se ha tenido la desgracia de cometerlo”. “Los que hacen el bien, los que tienen alguna virtud… lo estropean con el amor a sí mismos”.

Veamos ahora algunos ejemplos concretos de soberbia: Por ejemplo, cuando nos alaban o nos ascien­den en nuestro trabajo y nos envanecemos con ello, eso es soberbia. Cuando nos critican con razón o sin ella, cuando nos difaman y nos revolvemos como víboras y no somos capaces de perdonar y contestamos hablando mal de los que hablaron mal de nosotros, eso es soberbia. Cuando hablan bien de otro y sentimos envidia por ello, eso es soberbia. Cuando hacemos cosas o dejamos de hacer cosas por el que dirán o para que los demás nos vean y tengan una buena opinión de nosotros, eso es soberbia. Cuando tratamos de justificarnos ante otras personas por lo que hemos hecho o le echamos las culpas a otro, tanto exterior como inte­riormente, eso es soberbia. Cuando tenemos pensamientos en los que nos inventamos historias con las que quedamos de vencedores, ricos, guapos, listos, etc., eso es soberbia. Cuando intentamos hacer algo bien por nuestras propias fuerzas y no nos apoyamos en Dios, eso es soberbia. Si eso que hacemos nos sale bien y nos recreamos en lo que hemos hecho, eso es soberbia. Si eso que hacemos nos sale mal y nos insultamos a nosotros mismos o nos desprestigiamos a nosotros mismos, eso es soberbia.

- Entonces, ¿qué es la humildad? Decía también Santa Teresa, la humildad es la verdad. Y la verdad es que somos personas humanas con muchos fallos y con muchas limitaciones. Dependemos de otras personas en casi todo (dormimos en sábanas hechas por otros; cuando encendemos la luz, esa corriente eléctrica depende de otros; cuando nos lavamos, el agua es traída por unos conductos que no hemos hecho nosotros; al desayunar, la comida no la hemos elaborado noso­tros: no hemos ido a catar la vaca ni a recoger el café ni lo hemos tostado; y así un largo etc.). Incluso la moder­na psicología dice que el reconocimiento de los propios límites es el fundamento indispensable del equilibrio psíquico y de la madurez humana.

            Pero a nosotros, los cristianos, no nos basta con esto que nos dice la ciencia de la psicología. Nosotros sabemos que depen­demos también de Dios. La humildad está muy unida a la pobreza, y no me refiero a una pobreza de falta de medios económicos: es algo más amplio. Es pobre el que no tiene salud, el que sufre, el que es insultado o sirve de mofa en el trabajo, en el estudio, en la familia. Hay personas muy importantes, con mucho dinero o con mucho prestigio y con mucha soberbia y vanidad, pero que ante una enfermedad o ante un hijo drogadicto, ante un problema en el matrimonio se sienten desvalidos e impotentes. Esa persona puede rebe­larse y dar voces, o puede aceptar su pobreza, su limitación y comenzará a adquirir humildad. Veamos una vez más lo que sobre la humildad nos enseña el santo cura de Ars: él predicaba sobre la humildad, pero sobre todo la vivía. Durante su vida fue perseguido y calumniado. Recibió muchas denuncias identificadas… y anónimas. En cierta ocasión en que recibió una de estas últimas, él mismo cogió el papel lo firmó con su nombre y apellidos, y la envió a su obispo, como diciendo: “Éste soy yo. Así soy yo”. Ya lo decía San Agustín: “Para llegar al conocimiento de la verdad (Dios) hay muchos caminos: el primero es la humildad, el segundo es la humildad, el tercero es la humildad”.

            ¿Qué es la humildad? 1) La humildad es Cristo: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt. 11, 29). Cristo es el ejemplo de humildad al que tenemos que imitar o, mejor dicho, hemos de dejar que Cristo entre en nosotros para que Él sea humilde en nosotros, porque nosotros somos radicalmente soberbios y por nuestras propias fuerzas nunca lograremos la humildad. 2) Humildad es reconocerse pobre, limitado, necesitado de los demás y de Dios. 3) Humildad es aceptar en todo momento la voluntad del Padre. Hace años en un periódico apareció una entrevista a ciego diabético brasileño, que dijo: ‘Soy diabético gracias a Dios, porque yo no sé lo que quiero y Él sabe lo que es bueno para mí’. ¡Qué duras son estas palabras! Para entenderlas hemos de recurrir al punto primero de este apartado, es decir, a Cristo Jesús: CRISTO SIENDO DIOS, SE HIZO HOMBRE; SIENDO INMORTAL, MURIO EN UNA CRUZ COMO UN LADRON Y ASESINO. Imitemos su humildad y así alcanzaremos a Dios y seremos enaltecidos por Él.

jueves, 21 de agosto de 2025

Domingo XXI del Tiempo Ordinario (C)

24-8-2025                   DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                  Is. 66, 18-21; Slm. 116; Hb. 12, 5-7.11-13; Lc. 13,22-30

Homilía en vídeo.  

Homilía de audio.  

Queridos hermanos:

            * Hace un tiempo he visto una pintada en una pared de Oviedo. La pintada decía así: ‘El país de la apatía’. ¿A qué se referirá? También he visto por Oviedo otras pintadas que van en la misma línea. Mirad ésta: ‘Compra, consume, calla, obedece. ¿Hasta cuándo?’ Vuelvo a preguntar: ¿A qué se referirá todo esto? Supongo que estas pintadas quieren denunciar por parte de grupos juveniles y/o de izquierda y/o sociales que denuncian la falta de implicación, de entusiasmo de la sociedad asturiana, en particular, y de la española, en general, en los graves problemas que padecemos. Pienso que, con estas pintadas y otras parecidas, se quiere denunciar la indiferencia y la falta de interés ante los casos de corrupción que nos acechan, ante el desempleo galopante, ante los desmanes del gobierno, ante los recortes en las necesidades básicas de la población… Es cierto que en el 2011 nació en España el movimiento de los ‘indignados’ y se extendió como la pólvora por toda la península e incluso por varios países, pero, aquí en España, este movimiento se disolvió y se evaporó enseguida.

            Sigo preguntando: ¿Somos un país de apáticos? Cada uno de nosotros en particular, ¿padecemos esa apatía que denuncian las pintadas callejeras? ¿Nos movilizamos antes las injusticias o simplemente somos protestones-murmuradores de cafetería o de la calle o de la casa, pero todo se nos queda en palabras?: Se nos convoca a manifestaciones y no vamos. Se nos pide que escribamos nuestra indignación en Internet y no lo hacemos. Se nos pide que no votemos al PP o al PSOE, pero seguimos votando como siempre… ¿Cuál es la causa de todo esto?

            Yo no soy sociólogo ni psicólogo, ni una homilía es el ámbito o el cauce para examinar este problema, pero sí quiero apuntar algunos hechos que pueden iluminar esta situación y quizás el por qué de esta apatía:

            - En las décadas de 1960, 1970 y 1980 existió en España una mayor participación por parte de muchas personas en actividades asociadas, no sólo políticas, sino también sociales, vecinales, culturales, de ocio y religiosas. Hoy día, en muchos casos, una gran parte de todo esto ha quedado barrido. Por ejemplo, con mucha frecuencia cuesta bastante que los padres se comprometan a participar en las asociaciones de padres de los colegios en donde estudian sus hijos… y eso que es por el bien de sus hijos.

            - Está demostrado que, a mayor pobreza en las sociedades, existe mayor solidaridad entre los hombres. Sin embargo, a mayor riqueza, hay más individualismo y egoísmo, y cada uno mira más para sí mismo. La sociedad occidental promueve la riqueza material, un individualismo feroz, la competitividad en donde el otro aparece como el enemigo o el contrincante y, en definitiva, el egoísmo más inhumano.

            - Ha habido una pérdida de valores humanos importante: la solidaridad, la honestidad, la responsabilidad social y personal, la veracidad, el respeto mutuo, la aceptación de la necesaria diversidad.

            - Asimismo se ha atacado, con verdad o con mentira o con medias verdades, al que no pensaba como nosotros y se ha instalado en la televisión y en los periódicos ‘lo políticamente correcto’, lo cual podía variar de un momento a otro. Esto ha hecho crecer el sectarismo, de tal manera que se defiende lo de uno (aunque sea indefendible) y se ataca lo del contrario (no por el contenido de lo que haga o de lo que diga, sino porque pertenece al contrario). Pero también ha aparecido la indiferencia y/o la desesperanza, ‘pues todos son iguales, sean del color que sean…’

            - Hemos llegado a ser personas ‘increyentes o ateos’, en el sentido de no fiarnos (no creer) de nada ni de nadie, en el sentido de sospechar de todo y de todos: en el ámbito político, social, laboral, familiar, religioso (en este último aspecto he de decir que sospechamos de la Iglesia y de Dios, en tantas ocasiones). Y este veneno se nos ha ido inoculando en nuestro ser más íntimo, de tal manera que estamos paralizados y vivimos en medio de la más absoluta de las mediocridades: en los estudios somos mediocres, en el trabajo somos mediocres, en nuestras tareas somos mediocres, en nuestra relación familiar somos mediocres, en nuestra relación con Dios somos mediocres…

            Con todo esto que acabo de decir, ¿tendrá razón o no la pintada: ‘El país de la apatía’?

            * Supongo que ya alguno de vosotros se habrá preguntado: ¿a qué viene toda esta perorata social y psicológica en medio de una homilía de una Misa? Pues ha sido el evangelio de Jesucristo el que me la ha suscitado. Sí, Jesús nos dice hoy: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Frente a lo fácil, a lo ‘light’, al pelotazo, a lo relativo, a lo temporal, a lo descafeinado, a los sucedáneos, a la mediocridad, al todo vale, a la puerta ancha…, Jesús nos propone:

1) un camino de autenticidad y de verdad;

2) un camino que implica esfuerzo, constancia, responsabilidad, satisfacción por el trabajo y el deber cumplidos;

3) un camino que conlleva un crecimiento lento y seguro de la persona, pero también una crecimiento armónico de todos los aspectos del ser humano: intelectual, físico, moral, cultural, artístico, familiar, social, religioso, esponsal, filial, paternal, sacerdotal y de vida consagrada…

Sí, Jesús no quiere sólo y simplemente que seamos buenos creyentes y buenos cristianos, sino también buenas personas. Nadie puede crecer espiritualmente si antes no tiene asentadas en sí una serie de virtudes humanas básicas. Esto me lo enseñó el Señor en 1993, cuando era yo formador del Seminario de Oviedo: Al inicio del curso escolar yo pensaba que tenía, como formador, que orientar a los seminaristas para que fueran buenos sacerdotes el día de mañana. Enseguida me di cuenta que, antes de ser buenos sacerdotes, tenían que ser buenos cristianos. Y luego descubrí que, antes de ser buenos cristianos, tenían que ser buenas personas. Y es que el sacerdocio se asienta sobre el cristiano. Y es que el cristiano se asienta sobre el ser humano. Pero para lograr todo esto se necesita paciencia, tiempo, constancia, esfuerzo, acompañamiento, oración, estudio, lectura, ‘caídas y levantadas’… Entonces estaremos cumpliendo el evangelio de Jesús: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”.

            Si nos fijamos en esta puerta estrecha y en todo el esfuerzo que nos supo­ne, podemos desanimarnos. Podemos pensar que esta tarea es superior a nuestras fuerzas. Pero, si miramos más atentamente, nos damos cuenta de que la puerta que hay que atravesar es el mismo Cristo y con Él lo podemos todo. Dice Jesús en el evangelio de S. Juan: "Yo soy la puerta... El que entra por mí, está a salvo" (Jn. 10, 9).