18-4-2019 HORA
SANTA
Charla en audio.
El año pasado, en la Hora Santa del Jueves Santo, realicé una meditación sobre algunas frases de san Juan de la Cruz, que están recogidas en una pequeña obra que se titula: ‘DICHOS DE LUZ Y AMOR DE SAN JUAN DE LA CRUZ’. Se trata de frases o pensamientos que el santo escribía a las monjas de clausura, de las cuales él era el confesor. Las mismas le pedían que les escribiera algún pensamiento para ayudarles en su vida de fe. Así lo hacía el santo y, después de su muerte, fueron recogidos estos manuscritos de san Juan de la Cruz y editados bajo el título que arriba se dice. En este año continuaré utilizando algunas de estas frases para seguir meditando.
El año pasado, en la Hora Santa del Jueves Santo, realicé una meditación sobre algunas frases de san Juan de la Cruz, que están recogidas en una pequeña obra que se titula: ‘DICHOS DE LUZ Y AMOR DE SAN JUAN DE LA CRUZ’. Se trata de frases o pensamientos que el santo escribía a las monjas de clausura, de las cuales él era el confesor. Las mismas le pedían que les escribiera algún pensamiento para ayudarles en su vida de fe. Así lo hacía el santo y, después de su muerte, fueron recogidos estos manuscritos de san Juan de la Cruz y editados bajo el título que arriba se dice. En este año continuaré utilizando algunas de estas frases para seguir meditando.
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“Más agrada a Dios una obra, por pequeña
que sea, hecha en escondido, no teniendo voluntad de que se sepa, que mil
hechas con gana de que las sepan los hombres; porque el que con purísimo amor
obra por Dios, no solamente no se le da nada de que lo vean los hombres, pero
ni lo hace porque lo sepa el mismo Dios; el cual, aunque nunca lo hubiese de
saber, no cesaría de hacerle los mismos servicios con la misma alegría y pureza
de amor”.
Atención,
cuando los santos hablan o cuando actúan, no dicen simplemente palabras humanas
o realizan acciones humanas. NO. Sus palabras son de Dios y sus acciones son
Dios. Tenemos que abrir mucho los ojos y los oídos para ver y escuchar, pero
sobre todo tenemos que abrir nuestras mentes y nuestro corazón para entender y
acoger en nuestro ser lo que vemos y oímos. Los judíos del tiempo de Jesús
oyeron lo que Él decía, pero no lo entendieron ni lo acogieron. Antes bien lo
rechazaron y, como consecuencia de este rechazo, perdieron la VIDA ETERNA. También hoy podemos nosotros ver y oír lo
que nos dice Dios a través de, por ejemplo, los santos y no entenderlo ni
acogerlo, y también podemos perder la VIDA ETERNA, como la perdieron aquellos
judíos del tiempo de Jesús.
En
las palabras de san Juan de la Cruz, que acabamos de escuchar, se nos habla de
las obras que hacemos. Se entiende que se refiere a las obras buenas. El
hombre, desde que se levanta hasta que se acuesta, hace obras. Procuremos hacer obras buenas durante todo
el día: al saludar, al recoger la habitación, al desayunar, al encender o
no la radio, al usar el teléfono móvil, al estar en contacto con las gentes que
nos vayamos encontrando a lo largo del día… ¿Qué obras buenas hemos hecho en el
día de hoy, día de Jueves Santo? ¿Qué obras buenas se han hecho a nuestro
alrededor en el día de hoy por otros hombres? Seamos testigos y conscientes de
ellas.
Las
obras buenas, nos dice san Juan de la Cruz, agradan a Dios…, pero hay unas
obras que agradan más a Dios que otras. Tenemos
que estar muy atentos para saber cuáles son las obras que más agradan a Dios…
para hacerlas nosotros. Si somos hombres de fe, hemos de procurar cumplir en
cada momento su voluntad. Es bien para nosotros, es bien para el mundo entero…
y todo ello agrada a Dios.
Nos
dice san Juan de la Cruz que las obras que más agradan a Dios no son las
grandes obras, ni las medianas obras, ni las pequeñas obras, sino aquellas que
se hacen a escondidas, de tal manera que hemos de procurar hacerlas para que
nadie las vea, para que nadie las sepa, para que nadie nos las atribuya, para
que nadie nos las valoren, para que nadie nos las reconozcan… Las obras buenas, que nadie conoce y que
nadie sabe de ellas y, sobre todo, que nadie sabe quién las hizo, son las que
más agradan a Dios.
Sigue
enseñándonos san Juan de la Cruz: una obra tuya muy grande, muy buena, muy
beneficiosa para la humanidad entera, pero que todo el mundo sabe y conoce que
fuiste tú quien la hizo, le es menos agradable que una obra buena pequeña tuya
y que nadie la conoce.
Dios
mira tu obra, pero sobre todo Dios mira tu intención. Si tienes intención
de sobresalir, de que te rodeen de medallas, de reconocimientos, de aplausos,
de galardones, entonces todo ello indica que:
- te importas más tú…
que lo que has hecho,
- te importas más tú…
que los hombres a los que has ayudado,
- te importas más tú…
que Dios mismo.
Sin
embargo, si tu intención a la hora de hacer esa obra, sea grande o sea pequeña,
es el bien de los demás, el obedecer a Dios y su santa voluntad; si tú buscas
solamente el bien de los otros y rechazas y no procuras tu fama, tu
reconocimiento y tu gloria; es más si tú
quieres desaparecer y que no se sepa quién lo hizo, entonces TU OBRA AGRADA A
DIOS. Porque Dios está mirando tu corazón y tu intención, y no tu obra.
¿Y
cómo lograr todo esto? ¿Cómo lograr que hagamos obras que agradan a Dios, obras
que no queremos que sean conocidas ni valoradas ni alabadas? También nos lo
enseña san Juan de la Cruz en este pequeño escrito: “el que con purísimo amor obra por Dios, no solamente no se le da nada
de que lo vean los hombres, pero ni lo hace porque lo sepa el mismo Dios”.
En efecto, hemos de hacer las obras buenas solamente porque son buenas, para
los demás, para uno mismo y para Dios. Y, aunque, por un imposible, Dios nunca
llegara a saber la autoría de esas obras buenas, nosotros procuraríamos seguir
realizándolas. No para almacenar méritos para ir al Cielo, ni siquiera como
obras de agradecimiento a Dios, que nos ama tanto, y al que quisiéramos
devolver un poquísimo del muchísimo amor que nos tiene. El que tiene puro amor de verdad a Dios, hace esas obras buenas por
puro amor, por el bien que tienen en sí mismas y sin buscar ningún tipo de
reconocimiento ni de agradecimiento.
Así
es como debes actuar en nuestra vida de cada día. Así nos lo enseña san Juan de
la Cruz. Él lo aprendió de Dios y él lo practicó de este modo durante toda su
vida.
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“Las señales del recogimiento interior
son tres: la primera, si el alma no gusta de las cosas transitorias; la
segunda, sí gusta de la soledad y silencio y acudir a todo lo que es más
perfección; la tercera, si las cosas que solían ayudarle le estorban, como es
la consideraciones y meditaciones y actos, no llevando el alma otro arrimo a la
oración sino la fe y la esperanza y la caridad”.
Uno
de los primeros efectos sensibles de la oración y de la adoración es… el
aburrimiento, las distracciones, las ganas de levantarse y dejarlo, el quitarse
de meditaciones y el ponerse con los rezos… Es necesario pasar por todas estas
sensaciones y sentimientos negativos para poder llegar un día al RECOGIMIENTO. No nos ilusionemos con
querer llegar y progresar sin ningún esfuerzo ascético personal. Es un trabajo
que cuesta, pero sin recogimiento no puede haber auténtica vida espiritual que
vive y se perfecciona. Para el recogimiento, el silencio es fundamental,
indispensable. En el recogimiento, el
alma atiende y escucha la voz de Dios.
El recogimiento es
esfuerzo personal y regalo de Dios. No lo podemos tener si Dios no nos lo da.
Dios difícilmente puede dárnoslo si no nos esforzamos en entrar en nosotros
mismos y en no dar tanta importante a las cosas externas.
Sí, el silencio es amigo y aliado del recogimiento. El
ruido y las cosas exteriores son enemigos de él. Nos lo expresa muy bien un
archiconocido texto de san Agustín: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde
te amé! Y ver que tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y por fuera te
buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobres estas cosas hermosas que tú
creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de
ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste,
y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste
tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me
tocaste, y abraséme en tu paz” (S. Agustín, Confesiones,
Libro X, Cp. XXVII, 38).
Por lo tanto, si queremos tener
recogimiento hemos de suplicárselo a Dios y, al mismo tiempo, hemos de
esforzarnos en él. ¿Cómo podemos trabajarlo? Evitando ruidos innecesarios,
evitando curiosidades (querer ver, querer saber, querer sentir…), evitando
acaparar cosas materiales, y poseer y tener. Cuando buscamos lo exterior y lo
material a toda costa es como aquel hombre que, en pleno invierno, con un frío
extremo y con lluvia, enciende la calefacción de su casa, pero deja las puertas
y ventanas de la misma completamente abiertas. Por más que atice la caldera, no
podrá nunca calentar la casa, pues todo el calor se irá fuera. Será todo un
gasto inútil y un esfuerzo sin recompensa. Si quiere calentar la casa, ha de
encender la calefacción y al mismo tiempo cerrar bien puertas y ventanas, y
tapar bien las rendijas. Además, si las ventanas están viejas y desajustadas, o
pone burletes o las cambia por ventanas nuevas de PVC o de aluminio, y con
doble acristalamiento, o el calor se le escapará por entre los huecos de las
ventanas y de las puertas.
Pues lo mismo pasa en la vida
espiritual, cierra bien tus ventanas y tus puertas a lo exterior, a las
distracciones, a lo material, a las curiosidades. Cuando tú te pones en
adoración u oración ante el Señor y sigues pensando en tus cosas, eres como esa
casa en medio del invierno con la calefacción puesta y con todas las ventanas y
puertas abiertas de par en par. En vez de tanta televisión y conversaciones
banas, procura el silencio o una lectura buena. Así tu espíritu estará más
sosegado y dispuesto a la escucha de Dios y de su Palabra.
Y ahora podremos entender mejor lo
que nos dice san Juan de la Cruz. ¿Cómo sabemos que tenemos el verdadero
recogimiento de Dios en la oración y en las cosas divinas?: “Las
señales del recogimiento interior son tres: la primera, si el alma no gusta de las cosas transitorias; la segunda, si gusta de la soledad y silencio y acudir
a todo lo que es más perfección; la tercera, si las cosas que solían ayudarle le estorban, como es la
consideraciones y meditaciones y actos, no llevando el alma otro arrimo a la
oración sino la fe y la esperanza y la caridad”. Por lo tanto, (1) si
tu espíritu no anhela tanto lo exterior, las cosas materiales y está más
pendiente de lo espiritual y de las cosas de Dios, ES QUE TIENES RECOGIMIENTO.
(2)
Si no rechazas la soledad ni el silencio, y te gozas en estar de este modo
pensando en Dios y en sus cosas, y procuras ser cada día mejor en el trato con
los demás, en el amor a los demás, en la paciencia con los demás, en el
compartir con los demás, en no murmurar, en ser más humilde…, ES QUE TIENES
RECOGIMIENTO.
(3)
Si, incluso en las cosas de Dios, notas que no puedes meditar sobre ellas ni
pensar sobre ellas, como antes, pero a la vez tu espíritu está pacificado,
sereno, confiado, esperanzado, con aumento de fe y de amor por las cosas de
Dios, de la Iglesia y de los hombres, ES QUE TIENES RECOGIMIENTO.
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