miércoles, 26 de febrero de 2020

Domingo I de Cuaresma (A)



1-3-20                                    DOMINGO I CUARESMA (A)
Homilía en vídeo.
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            - El miércoles pasado hemos comenzado el tiempo de Cuaresma. Es un tiempo de conversión, es decir, es un momento privilegiado para que dejemos nuestro pecado, nuestro caminar alejándonos de Dios, y emprendamos o continuemos por el camino hacia Dios. Este caminar hacia Dios tiene dos vertientes: una de vaciamiento de nuestro pecado, de todo lo que no es Dios y otra de llenarnos de Dios[1].
VACIAMIENTO DE UNO MISMO. Dicho de otro modo: este camino cuaresmal significa una radical y total desposesión de nuestras seguridades, de todo aquello en que apoyamos nuestra vida (un nombre y unos apellidos, los títulos, la salud, los bienes materiales, las amistades, el reconocimiento de los otros, las propias ideas, las propias virtudes, los rezos…). Todas estas cosas deben ser medios y nunca fines en sí mismos. La Cuaresma es y debe ser un llamamiento a no apoyarse en nada que no sea Dios.
Cuando Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, el objetivo de ello era que Él se despojara de todo aquello que le daba seguridad para adquirir la única SEGURIDAD que merece la pena: Dios. Los israelitas, en tiempos de Moisés, se querían ‘apoyar’ en los ajos y cebollas de Egipto, aunque allí estaban esclavizados. Cuando iban por el desierto pasando hambre y sed, hubo un momento en que quisieron volver a su antigua vida de esclavos. Sí, mejor comer, siendo esclavos, que morir, siendo libres, decían ellos.
También Jesús se sintió tentado (Mt 4, 1-11) a apoyarse en la comida, en lo material (el pan), en la fama (hacer espectáculo al lanzarse de la torre a la vista de todos y que no le pasara nada), en el poder (todos los reinos del mundo le serían entregados si Jesús adoraba a Satanás). Jesús se sintió tentado a usar lo material, la fama y el poder para que el evangelio entrara más fácilmente en los judíos[2] y, además, Él no tendría que morir en la cruz. Es la tentación de la seguridad. Y Cristo nos pide la muerte a toda seguridad, y eso va contra el instinto de supervivencia, o sea Cristo nos pide la muerte a nosotros mismos. Y esa muerte es nuestra vida: Quien da la vida por mí y por evangelio, vivirá; quien busca la vida, morirá. Nuestra apoyatura debe de estar solo en Dios.
- Para este vaciamiento y este apoyarse solo en Dios la Iglesia nos propone tres medios, que los tomó del mismo Cristo Jesús: ayuno, limosna y oración. (Así se nos proclamó en el evangelio que leímos el Miércoles de Ceniza).
Ayuno. El ayuno implica no comer y pasar hambre. Ayunamos, no porque no tengamos comida, sino porque queremos ofrecerle a Dios lo que nos sostiene, lo que nos alimenta, lo que nos nutre, lo que nos gusta… Quitamos alguna de las comidas del día, o quitamos algo a las comidas del día, o lo más riguroso: estar un día a pan y a agua.
También el ayuno puede consistir en privarnos durante este tiempo de Cuaresma de ingerir o consumir cosas que nos gustan al paladar: Coca Cola, café, dulces, tabaco, chocolate, pan, picar entre horas… Hay creyentes que no solo ayunan de comida y/o de bebida, también ayunan en este tiempo de televisión, de ordenador, de móviles, de fútbol, de videojuegos, de la pereza… Pero nada de esto tiene sentido si uno lo hace por miedo a Dios, por costumbre, por vencer la propia voluntad… NO. El ayuno es importante, pero lo que le da auténtico sentido es la MOTIVACIÓN por la que uno ayuna y se priva de cosas que le gustan. Hace un tiempo en una Misa de diario en Tapia de Casariego vino un matrimonio con su hijo de unos 10 años a confesar. En la homilía le pregunté al niño si hacía algún sacrificio y él dijo que sí: que a veces, cuando tenía sed, se privaba de beber y ofrecía a Dios esa sed.
Así, el ayuno, hecho por Dios y para Dios, es signo de la muerte y del VACIAMIENTO DE UNO MISMO, de los propios gustos e impulsos.
Limosna. La mejor manera de vencer la esclavitud que el dinero ejerce sobre nosotros es… darlo. No digo gastarlo, sino entregarlo a las necesidades que nos rodean. Siempre digo que el dinero y los bienes materiales no son nuestros, no son de nuestra propiedad, sino que Dios es el auténtico propietario y nosotros somos los administradores. Por ello debemos administrar esos bienes según el parecer de su legítimo dueño: Dios. Los antiguos tenían esto muy claro, por eso entregaban a Dios los diezmos y primicias. Eran suyos y a Él le eran devueltos. Si nosotros tuviéramos esta mentalidad, veríamos que lo que damos de limosna no es un rasgo de generosidad por nuestra parte, sino de justicia: devolvemos a Dios lo que es de Dios. Si nos quedáramos con ello, entonces seríamos unos ladrones. Por todo lo anteriormente dicho, la limosna es un acto de justicia, es devolver a Dios lo que es de Dios y lo hacemos a través de sus hijos más necesitados. Así la limosna es, además, un acto apertura a los hombres, nuestros hermanos, en sus necesidades.
Oración. Bien, ya hemos trabajado en vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros gustos (ayuno) y también de cosas (limosnas). AHORA QUE ESTAMOS VACÍOS HEMOS DE LLENARNOS DE ÉL, DE DIOS. La oración no son rezos o palabras que decimos a Dios. La oración es la puerta por la que Dios quiere entrar en nosotros. Por eso, la mejor oración no es la que dice, sino la que escucha. Déjate mirar por Dios. Déjate llenar por Dios. Queda en silencio para escuchar a Dios. De este modo la oración es apertura a ese Dios que nos transforma.
- Yo siempre propongo un plan para la Cuaresma. Cada uno tiene que hacerlo a su medida. Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato. Por eso, aconsejo a las personas que se dirigen espiritualmente conmigo y a todo el que quiera escuchar que ha de hacer algo en la Cuaresma, que se ha de proponer algo en la Cuaresma. Ese plan debe servir para vaciarse de uno mismo y para dejar que Dios nos llene. En estos días recibía este plan de un hombre creyente. Decía así:
Te envío mi plan para esta Cuaresma, dime si lo ves o no adecuado:
-De lunes a jueves cambiaré la tv por lectura espiritual.
-Ayuno miércoles y viernes (café y pan en el desayuno y pan y agua en la cena).
-Meditar la Pasión al menos una vez a la semana”.
Este plan vale para él. Pero cada uno de nosotros hemos de hacer uno propio. ¿Cuál va a ser tu plan en este tiempo de Cuaresma? Si lo hacemos y tratamos de cumplirlo, entonces, al final de la Cuaresma, al final de esos cuarenta días nos pasará lo mismo que nos dice el evangelio que el pasó a Jesús: “Se (le) acercaron los ángeles y le servían”.

[1] Si uno tiene una botella de agua y quiere llenarla de vino, primero tiene que tirar el agua y, sólo después de que la botella esté vacía, puede llenarla de vino.
[2] Cada vez que el hombre quiere usar estos medios para crear el cielo en la tierra el resultado es el comunismo asesino de Stalin o el tercer Reich de Hitler.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Domingo VII del Tiempo Ordinario (A)


23-2-20                       DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (A)

            En este domingo sigue Jesús con el sermón de la montaña y nos continúa dando indicaciones a los cristianos para que llevemos una vida intachable.
            En el evangelio de hoy se nos habla del “ojo por ojo y del diente por diente”: la ley del talión. Esta norma procede del Antiguo Testamento: Éxodo 21, 23-25: Pero si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión.
 Hoy nos puede parecer esto una barbaridad, pero históricamente constituye el primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño recibido en un crimen y el daño producido en el castigo, siendo así el primer límite a la venganza.

Sin embargo, Jesús quiere que sus discípulos vayan más allá. No podemos conformarnos con no buscar la venganza, o con no hacer más daño del que nos han causado. Jesús nos pide más, mucho más[1]: “Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”. Este texto siempre me ha desestabilizado, pues supone pasar de la mera justicia humana a una exigencia mucho más profunda.
- A la hora de enfrentarse a estas palabras de Jesús podemos mirarlas desde el punto de vista (como quiere Jesús) de aquel que no hace frente al que le hiere, del que presenta la otra mejilla, del que tiene que dar también la capa, del que acompaña dos millas, es decir, el doble de lo que se le pide, del que da siempre y del que no rehúye prestar. Para hacer esto se requiere una preparación y unas actitudes interiores, pues de suyo el hombre es egoísta y tiende a hacer menos de lo que se le pide. Desde mi punto de vista, esto que pide Jesús es sobrehumano, es decir, el hombre por sí mismo no puede hacerlo. Pienso que la única manera de llevar esto a cabo es haciendo lo siguiente:
1) Pidiendo la ayuda a Dios; que Él nos transforme en hombres santos, que nos dé su fuerza, como se la dio a los santos. Solo un santo puede presentar la mejilla a quien le pega. Solo un santo puede dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Solo un santo puede caminar dos millas a quien le pide que camine una milla junto a él. Solo un santo puede prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o sí…
2) Amando. Quien ama (pienso en una madre) es capaz de presentar la mejilla a quien le pega[2]. Quien ama es capaz de dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Quien ama es capaz de caminar dos millas a quien le pide que camine una milla. Quien ama es capaz de dar y de prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o puede que no se lo devuelva.
3) Siendo menos egoísta. Como bien dice San Pablo, Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el abrigo (1 Tim. 6, 7-8). Si aplicáramos esta máxima, no nos aferraríamos tanto a las cosas materiales: capas, túnicas, dineros…, pero tampoco a razones, orgullos y soberbias. Una vez escuché decir a uno: ‘las cosas tienen la importancia que tienen, pero sobre todo la importancia que se le quieran dar’. Es cierto, cuántas veces he oído decir que, después de una enfermedad grave o de una accidente del que se salió con vida, uno fue consciente de las tonterías a las que uno estaba aferrado: en cosas o en opiniones, y que nada de ello merecía la pena.
4) Teniendo paz. Cuando se tiene paz interior, uno es capaz de ver las necesidades de los demás y se presta a cubrirlas. Cuando se tiene paz interior, uno es capaz de comprender y de perdonar a los demás.
            - También es cierto que podemos mirar las palabras de Jesús desde el punto de vista de aquel que hiere, de aquel que abofetea, del que demanda injustamente ante el juez exigiendo la túnica, del que pide caminar una milla, del que pide y del que pide prestado. Quien hace estas cosas es una persona herida por la violencia interior, o por la codicia, o por el egoísmo, o por la necesidad. Recuerdo que en una ocasión me contaron el caso de una chica que toda su vida había vivido del dinero de su padre. Nunca había trabajado y siempre había pedido y obtenido todo de su padre: éste le había puesto dos o tres negocios, que ella había ido arruinando uno tras otro; además, el padre le daba unos 3.000 ó 4.000 € mensuales, que ella malgastaba de modo regular… En estos casos yo siempre digo que la mejor manera de ayudar a una persona es no ayudarla, es decir, no dar ese dinero, u obligar a que la persona asuma las consecuencias de sus propios actos, o enseñarle a vivir con responsabilidades. De esta manera la intención del que ayuda (no ayudando-no dando) no es simplemente no cubrir las necesidades materiales del que pide o exige, ni satisfacer sus caprichos o sus egoísmos, sino AYUDARLE A CRECER COMO PERSONA y con todas las virtudes.
            En definitiva, cuando leo este evangelio: “Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”, siempre me pregunto si lo se tiene que primar es el bien (el bien auténtico, el bien visto desde Dios) del que pone la mejilla, del que da capa y túnica…, o si se tiene que mirar más el bien (el bien auténtico, el bien visto desde Dios) de que abofetea, del que reclama injustamente, del que pide…, porque, de posicionarse en uno u otro lado, las acciones pueden ser distintas.
            En todo caso, siempre que se actúe habrá de existir recta intención de querer cumplir el evangelio de Jesucristo y no una autojustificación para hacer finalmente lo que más le conviene a uno, egoístamente hablando.

[1] También Gandhi decía: ‘Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego’.
[2] Supongo que ya conocéis aquella leyenda de la Bretaña en que una madre tenía un hijo único. Ambos se amaban entrañablemente. Sucedió que el hijo se enamoró de una chica, la cual, conociendo el cariño que había entre madre e hijo, quiso poner a prueba a su novio y, por eso, le pidió que, como prueba de su amor hacia ella, le trajera en una bandeja el corazón de su madre. El chico se sorprendió y horrorizó, pero tanto le insistía su novia que él se llegó hasta donde estaba su madre, la mató, le abrió el pecho con un cuchillo y le sacó el corazón. Lo puso en una bandeja y se lo llevaba corriendo a su novia. En esto tropezó el chico y cayó por tierra juntamente con la bandeja y con el corazón de su madre. De éste surgió una voz que preguntó: ‘¿Te has hecho daño, hijo mío?’