Sacerdote de la Archidiócesis de Oviedo (España) Párroco de la UP de san Lázaro del Camino (Oviedo)
viernes, 28 de febrero de 2020
miércoles, 26 de febrero de 2020
Domingo I de Cuaresma (A)
1-3-20 DOMINGO
I CUARESMA (A)
-
El miércoles pasado hemos comenzado el tiempo de Cuaresma. Es un tiempo de
conversión, es decir, es un momento privilegiado para que dejemos nuestro
pecado, nuestro caminar alejándonos de Dios, y emprendamos o continuemos por el
camino hacia Dios. Este caminar hacia Dios tiene dos vertientes: una de vaciamiento de nuestro pecado, de todo lo que
no es Dios y otra de llenarnos de Dios[1].
VACIAMIENTO DE UNO
MISMO. Dicho de otro modo: este camino
cuaresmal significa una radical y total desposesión de nuestras seguridades, de
todo aquello en que apoyamos nuestra vida (un nombre y unos apellidos, los
títulos, la salud, los bienes materiales, las amistades, el reconocimiento de
los otros, las propias ideas, las propias virtudes, los rezos…). Todas estas
cosas deben ser medios y nunca fines en sí mismos. La Cuaresma es y debe ser un
llamamiento a no apoyarse en nada que no sea Dios.
Cuando Jesús fue
llevado por el Espíritu al desierto, el objetivo de ello era que Él se despojara
de todo aquello que le daba seguridad para adquirir la única SEGURIDAD que
merece la pena: Dios. Los israelitas, en tiempos de Moisés, se querían ‘apoyar’
en los ajos y cebollas de Egipto, aunque allí estaban esclavizados. Cuando iban
por el desierto pasando hambre y sed, hubo un momento en que quisieron volver a
su antigua vida de esclavos. Sí, mejor comer, siendo esclavos, que morir,
siendo libres, decían ellos.
También
Jesús se sintió tentado
(Mt 4, 1-11) a apoyarse en la comida, en
lo material (el pan), en la fama
(hacer espectáculo al lanzarse de la torre a la vista de todos y que no le
pasara nada), en el poder (todos los
reinos del mundo le serían entregados si Jesús adoraba a Satanás). Jesús se sintió tentado a usar lo material,
la fama y el poder para que el evangelio entrara más fácilmente en los judíos[2]
y, además, Él no tendría que morir en la cruz. Es la tentación de la seguridad. Y Cristo nos pide la muerte a toda
seguridad, y eso va contra el instinto de supervivencia, o sea Cristo nos pide
la muerte a nosotros mismos. Y esa muerte es nuestra vida: Quien da la vida por
mí y por evangelio, vivirá; quien busca la vida, morirá. Nuestra apoyatura debe
de estar solo en Dios.
- Para este
vaciamiento y este apoyarse solo en Dios la Iglesia nos propone tres medios,
que los tomó del mismo Cristo Jesús: ayuno, limosna y oración. (Así se nos
proclamó en el evangelio que leímos el Miércoles de Ceniza).
Ayuno. El ayuno implica
no comer y pasar hambre. Ayunamos, no porque no tengamos comida, sino porque
queremos ofrecerle a Dios lo que nos sostiene, lo que nos alimenta, lo que nos
nutre, lo que nos gusta… Quitamos alguna de las comidas del día, o quitamos
algo a las comidas del día, o lo más riguroso: estar un día a pan y a agua.
También el ayuno
puede consistir en privarnos durante este tiempo de Cuaresma de ingerir o
consumir cosas que nos gustan al paladar: Coca Cola, café, dulces, tabaco,
chocolate, pan, picar entre horas… Hay creyentes que no solo ayunan de comida
y/o de bebida, también ayunan en este tiempo de televisión, de ordenador, de
móviles, de fútbol, de videojuegos, de la pereza… Pero nada de esto tiene sentido si uno lo hace por miedo a Dios, por
costumbre, por vencer la propia voluntad… NO. El ayuno es importante, pero lo que le da auténtico sentido es la
MOTIVACIÓN por la que uno ayuna y se priva de cosas que le gustan. Hace un
tiempo en una Misa de diario en Tapia de Casariego vino un matrimonio con su
hijo de unos 10 años a confesar. En la homilía le pregunté al niño si hacía
algún sacrificio y él dijo que sí: que a veces, cuando tenía sed, se privaba de
beber y ofrecía a Dios esa sed.
Así, el ayuno, hecho por Dios y para Dios, es
signo de la muerte y del VACIAMIENTO DE UNO MISMO, de los propios gustos e
impulsos.
Limosna. La mejor manera de
vencer la esclavitud que el dinero ejerce sobre nosotros es… darlo. No digo
gastarlo, sino entregarlo a las necesidades que nos rodean. Siempre digo que el dinero y los bienes
materiales no son nuestros, no son de nuestra propiedad, sino que Dios es el
auténtico propietario y nosotros somos los administradores. Por ello
debemos administrar esos bienes según el parecer de su legítimo dueño: Dios.
Los antiguos tenían esto muy claro, por eso entregaban a Dios los diezmos y
primicias. Eran suyos y a Él le eran devueltos. Si nosotros tuviéramos esta
mentalidad, veríamos que lo que damos de limosna no es un rasgo de generosidad
por nuestra parte, sino de justicia: devolvemos a Dios lo que es de Dios. Si
nos quedáramos con ello, entonces seríamos unos ladrones. Por todo lo
anteriormente dicho, la limosna es un
acto de justicia, es devolver a Dios lo que es de Dios y lo hacemos a través de
sus hijos más necesitados. Así la limosna es, además, un acto apertura a los
hombres, nuestros hermanos, en sus necesidades.
Oración. Bien, ya hemos
trabajado en vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros gustos (ayuno) y también
de cosas (limosnas). AHORA QUE ESTAMOS VACÍOS HEMOS DE LLENARNOS DE ÉL, DE
DIOS. La oración no son rezos o palabras que decimos a Dios. La oración es la puerta por la que Dios
quiere entrar en nosotros. Por eso, la mejor oración no es la que dice, sino la
que escucha. Déjate mirar por Dios. Déjate llenar por Dios. Queda en silencio
para escuchar a Dios. De este modo la oración es apertura a ese Dios que nos
transforma.
- Yo siempre
propongo un plan para la Cuaresma.
Cada uno tiene que hacerlo a su medida. Cada uno sabe dónde le aprieta el
zapato. Por eso, aconsejo a las personas que se dirigen espiritualmente conmigo
y a todo el que quiera escuchar que ha de hacer algo en la Cuaresma, que se ha
de proponer algo en la Cuaresma. Ese plan debe servir para vaciarse de uno
mismo y para dejar que Dios nos llene. En estos días recibía este plan de un
hombre creyente. Decía así:
“Te envío mi plan para esta Cuaresma, dime si
lo ves o no adecuado:
-De lunes a jueves cambiaré la tv por lectura
espiritual.
-Ayuno miércoles y viernes (café y pan en el desayuno
y pan y agua en la cena).
-Meditar la Pasión al menos una vez a la semana”.
Este plan vale para él. Pero cada uno de nosotros hemos de hacer uno
propio. ¿Cuál va a ser tu plan en este tiempo de Cuaresma? Si lo hacemos y
tratamos de cumplirlo, entonces, al final de la Cuaresma, al final de esos cuarenta
días nos pasará lo mismo que nos dice el evangelio que el pasó a Jesús: “Se (le) acercaron los ángeles y le servían”.
[1] Si uno tiene una botella de agua y quiere
llenarla de vino, primero tiene que tirar el agua y, sólo después de que la
botella esté vacía, puede llenarla de vino.
[2] Cada vez que el hombre quiere usar estos
medios para crear el cielo en la tierra el resultado es el comunismo asesino de
Stalin o el tercer Reich de Hitler.
viernes, 21 de febrero de 2020
miércoles, 19 de febrero de 2020
Domingo VII del Tiempo Ordinario (A)
23-2-20 DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (A)
En este domingo sigue Jesús con el
sermón de la montaña y nos continúa dando indicaciones a los cristianos para
que llevemos una vida intachable.
En el evangelio de hoy se nos habla
del “ojo por ojo y del diente por diente”:
la ley del talión. Esta norma procede del Antiguo Testamento: Éxodo 21, 23-25: “Pero si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por
vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por
quemadura, herida por herida, contusión por contusión”.
Hoy
nos puede parecer esto una barbaridad, pero históricamente constituye el
primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño recibido en un
crimen y el daño producido en el castigo, siendo así el primer límite a la
venganza.
Sin
embargo, Jesús quiere que sus discípulos vayan más allá. No podemos
conformarnos con no buscar la venganza, o con no hacer más daño del que nos han
causado. Jesús nos pide más, mucho más[1]: “Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al
que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha,
preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale
también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a
quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”. Este texto
siempre me ha desestabilizado, pues supone pasar de la mera justicia humana a
una exigencia mucho más profunda.
- A la hora de
enfrentarse a estas palabras de Jesús podemos
mirarlas desde el punto de vista (como quiere Jesús) de aquel que no hace frente al que le hiere, del que presenta la otra
mejilla, del que tiene que dar también la capa, del que acompaña dos millas, es
decir, el doble de lo que se le pide, del que da siempre y del que no rehúye
prestar. Para hacer esto se requiere una preparación y unas actitudes
interiores, pues de suyo el hombre es egoísta y tiende a hacer menos de lo que
se le pide. Desde mi punto de vista, esto que pide Jesús es sobrehumano, es
decir, el hombre por sí mismo no puede hacerlo. Pienso que la única manera de
llevar esto a cabo es haciendo lo siguiente:
1) Pidiendo la ayuda a Dios; que Él nos
transforme en hombres santos, que nos dé su fuerza, como se la dio a los
santos. Solo un santo puede presentar la mejilla a quien le pega. Solo un santo
puede dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Solo un
santo puede caminar dos millas a quien le pide que camine una milla junto a él.
Solo un santo puede prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o sí…
2) Amando. Quien ama (pienso en una madre)
es capaz de presentar la mejilla a quien le pega[2]. Quien ama es capaz
de dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Quien ama es
capaz de caminar dos millas a quien le pide que camine una milla. Quien ama es
capaz de dar y de prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o puede
que no se lo devuelva.
3) Siendo menos egoísta. Como bien dice
San Pablo, “Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos,
nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el abrigo” (1 Tim. 6, 7-8). Si
aplicáramos esta máxima, no nos aferraríamos tanto a las cosas materiales:
capas, túnicas, dineros…, pero tampoco a razones, orgullos y soberbias. Una vez
escuché decir a uno: ‘las cosas tienen la importancia que tienen, pero sobre
todo la importancia que se le quieran dar’. Es cierto, cuántas veces he oído
decir que, después de una enfermedad grave o de una accidente del que se salió
con vida, uno fue consciente de las tonterías a las que uno estaba aferrado: en
cosas o en opiniones, y que nada de ello merecía la pena.
4) Teniendo paz. Cuando se tiene paz
interior, uno es capaz de ver las necesidades de los demás y se presta a cubrirlas.
Cuando se tiene paz interior, uno es capaz de comprender y de perdonar a los
demás.
- También es cierto que podemos mirar las palabras de Jesús desde
el punto de vista de aquel que hiere, de aquel que abofetea, del que demanda injustamente
ante el juez exigiendo la túnica, del que pide caminar una milla, del que pide
y del que pide prestado. Quien hace estas cosas es una persona herida por
la violencia interior, o por la codicia, o por el egoísmo, o por la necesidad.
Recuerdo que en una ocasión me contaron el caso de una chica que toda su vida
había vivido del dinero de su padre. Nunca había trabajado y siempre había
pedido y obtenido todo de su padre: éste le había puesto dos o tres negocios,
que ella había ido arruinando uno tras otro; además, el padre le daba unos
3.000 ó 4.000 € mensuales, que ella malgastaba de modo regular… En estos casos yo siempre digo que la mejor
manera de ayudar a una persona es no ayudarla, es decir, no dar ese dinero,
u obligar a que la persona asuma las consecuencias de sus propios actos, o
enseñarle a vivir con responsabilidades. De
esta manera la intención del que ayuda (no ayudando-no dando) no es simplemente
no cubrir las necesidades materiales del que pide o exige, ni satisfacer sus
caprichos o sus egoísmos, sino AYUDARLE A CRECER COMO PERSONA y con todas las
virtudes.
En definitiva, cuando leo este evangelio: “Yo,
en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te
abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte
pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para
caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide
prestado, no lo rehúyas”,
siempre me pregunto si lo se tiene que
primar es el bien (el bien auténtico, el bien visto desde Dios) del que pone la
mejilla, del que da capa y túnica…, o si se tiene que mirar más el bien (el
bien auténtico, el bien visto desde Dios) de que abofetea, del que reclama
injustamente, del que pide…, porque, de posicionarse en uno u otro lado, las
acciones pueden ser distintas.
En
todo caso, siempre que se actúe habrá de existir recta intención de querer
cumplir el evangelio de Jesucristo y no una autojustificación para hacer
finalmente lo que más le conviene a uno, egoístamente hablando.
[2] Supongo que ya conocéis aquella leyenda
de la Bretaña en que una madre tenía un hijo único. Ambos se amaban
entrañablemente. Sucedió que el hijo se enamoró de una chica, la cual,
conociendo el cariño que había entre madre e hijo, quiso poner a prueba a su
novio y, por eso, le pidió que, como prueba de su amor hacia ella, le trajera
en una bandeja el corazón de su madre. El chico se sorprendió y horrorizó, pero
tanto le insistía su novia que él se llegó hasta donde estaba su madre, la
mató, le abrió el pecho con un cuchillo y le sacó el corazón. Lo puso en una
bandeja y se lo llevaba corriendo a su novia. En esto tropezó el chico y cayó
por tierra juntamente con la bandeja y con el corazón de su madre. De éste
surgió una voz que preguntó: ‘¿Te has hecho daño, hijo mío?’
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