9-2-20 DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO (A)
Celebramos
este fin de semana la Campaña contra el Hambre. El lema de este año es el
siguiente: “Quien más sufre el maltrato
al planeta no eres tú”. En el mundo y en la Iglesia tenemos muy presente
ahora la preocupación por la ecología. En esta misma línea está el lema de este
año.
- Este 2020 el
proyecto que vamos a acometer, por petición de Manos Unidas de Asturias, los
arciprestazgos de El Fresno, de Oviedo y de Siero está situado en la República Democrática
del Congo. Se trata de mejorar el acceso al agua potable en una población
rural. Es en el poblado de Isingy/Kipuka de la región de Kwango-Kwilu. El coste
del proyecto se ha cifrado en 81.292 €.
En aquella región
del Congo hay dos temporadas: la de lluvia, que va desde el 15 de mayo al 15 de
agosto, y la seca. No hay red eléctrica (se usan pequeños grupos electrógenos y
placas solares); en tiempo de las lluvias las carreteras son impracticables.
Apenas hay infraestructuras sanitarias. No hay acceso a una red de aguas
tratadas, por lo que la gente bebe y usa aguas contaminadas. Como consecuencia de ello, los principales problemas de salud de los habitantes de esta zona se
deben a la ingesta de agua contaminada y a la falta de higiene, lo cual origina
tifus, parásitos abdominales, infecciones respiratorias y malaria.
La mayoría de la
población vive de la agricultura. Hay una tasa de paro en torno al 40 %. Las
gentes disponen de menos de un dólar al día para sobrevivir. No hay demasiadas
escuelas y los maestros reciben sueldos ínfimos, aunque los padres se esfuerzan
en mandar a sus hijos a la escuela.
El 54 % de la
población es femenina y son las responsables de las tareas del hogar, de alimentar
a sus familias y de traer agua a sus casas. Esto supone mucho esfuerzo físico, y mucho tiempo, ya que van a buscar
agua a pie, varias veces al día. En Kipuka la red de agua data de 1950, y
está destrozada e inutilizada.
Unas religiosas que
trabajan en aquella zona solicitan a Manos Unidas colaboración para poner en
marchan en un año un sistema de perforación, bombeo de agua potable a depósitos
y distribución de ese agua a través de cuatro fuentes. El bombeo funcionará a
través de diez paneles solares. El proyecto dará agua a 150 hogares de la
comunidad (1.200 habitantes), que serán los beneficiarios directos. Estos
colaborarán con el 14 % de la obra, en lo que se incluye el transporte de
materiales desde la capital a su población. El sistema de traída y canalización
del agua mejorará la salud y la higiene de los habitantes.
Indirectamente se
beneficiarán las personas que estén de paso y tengan dificultades para acceder
al agua. Se computan unas 3.000 personas como los beneficiarios indirectos.
- Nos dice Jesús: “Porque tuve sed y me disteis de beber”
(Mt. 25, 35). El mismo Papa Francisco nos recuerda en su encíclica Laudato si (n. 30) que “el acceso al agua potable y segura es un
derecho humano esencial, fundamental y universal, puesto que determina la supervivencia
de las personas y por esto es condición para el ejercicio de los otros derechos
humanos”.
- Aparte de la ayuda
económica que podamos aportar a otras personas que no tienen fácil acceso al
agua, también es conveniente que trabajemos por ser conscientes de lo necesario
que es el agua en nuestra vida y que procuremos no desperdiciar el agua en
nuestra actividad diaria: al ducharnos, al fregar, al lavarnos los dientes… El
agua es un bien escaso y cada vez lo será más.
- No obstante,
también tenemos que tener una visión más profunda y espiritual sobre el agua.
Jesús decía subido a la cruz: “Tengo sed”
(Jn. 19, 28). Esta frase le sirvió a Teresa de Calcuta para orar, para
acercarse a Jesús, para dar a Jesús a otras personas. Jesús tenía sed física, pero
también tenía y tiene sed de nuestras almas.
El agua y la sed ha
sido muy utilizada por los escritores sagrados para expresar la relación con
Dios. Así el salmista dice: “¡Oh Dios,
estoy sediento de ti!” (Slm. 63, 2); “tengo
sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” (Slm.
42, 3); “como busca la cierva corrientes
de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” (Slm. 42, 2s).
Y el mismo Jesús
utiliza esta rica imagen del agua: “El
que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo
le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en
él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn. 4, 13s). Por eso, la
Samaritana le pide de esta agua: “Señor,
dame de esa agua; así no tendré más sed” (Jn. 4, 15).
Hoy la gente nos
grita a los cristianos, a la Iglesia, como la Samaritana para que le demos
agua: agua que calme su sed física, pero también agua que calme una sed más
profunda. No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaria, no se
encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el
deseo más profundo del corazón, aquel que solo puede dar significado pleno a la
existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero
conviene hacer un discernimiento para evitar las aguas contaminadas. Es urgente
orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser
ruinosas. Mas nosotros, los cristianos, no podemos dar esta agua divina, si
antes no la tenemos nosotros. No puede pasarnos lo que denunciaba el profeta
Jeremías a los judíos: “Porque mi pueblo
ha cometido dos maldades: me abandonaron a mí, la fuente de agua viva, para
cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer. 2,
13). Si Cristo no sacia nuestra sed, ¿cómo vamos a saciar la sed de Cristo de
los demás? Si no tenemos en nuestra vida de cada día el agua de Jesús, ¿cómo
vamos a poder dársela a los demás? Y el imperativo de Jesús nos sigue a todos
lados: “Porque tuve sed y me disteis de
beber” (Mt. 25, 35).
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