viernes, 25 de noviembre de 2022

Homilías semanales EN AUDIO: Semana XXXIV del Tiempo Ordinario

Apocalipsis 14,1-3.4b-5; Salmo 23; Lucas 21, 1-4

Homilía Presentación de la Virgen María



Apocalipsis 14, 14-19; Salmo 95; Lucas 21, 5-11

Homilía santa Cecilia



Apocalipsis 15, 1-4; Salmo 97; Lucas 21, 12-19

Homilía miércoles XXXIV del Tiempo Ordinario



Apocalipsis 18, 1-2.21-23; 19, 1-3.9a; Salmo 99; Lucas 21, 20-28

Homilía jueves XXXIV del Tiempo Ordinario

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    


Apocalipsis 20,1-4.11-15; Salmo 83; Lucas 21, 29-33

Homilía viernes XXXIV del Tiempo Ordinario

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Domingo I de Adviento (A)

27-11-2022                            DOMINGO I DE ADVIENTO (A)

Is. 2, 1-5;Slm. 121; Rm. 13, 11-14a; Mt. 24, 37-44

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Civilmente, el año comienza el 1 de enero. Sin embargo, los cristianos comenzamos hoy el año litúrgico en la Iglesia. Es el año A y leeremos los domingos mayormente el evangelio de S. Mateo. El año litúrgico lo comenzamos con el tiempo de Adviento en el que preparamos la definitiva venida de Jesucristo. No es este tiempo simplemente para celebrar que Jesús ha venido hace más de 2000 años, como si fuera un cumpleaños, sino para preparar la definitiva llegada de Jesús, Mesías y Salvador. Las lecturas y los cantos nos recordarán esto: ¡VEN, SEÑOR JESUS! En vuestras oraciones de cada día debéis, debemos decir esto: ¡VEN, SEÑOR JESUS!

            - Como veis tenemos aquí la Corona de Adviento, que indica el primer anuncio de Navidad. Pero, ¿cuál es el significado de esta Corona de Adviento?

La corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la fe católica. Los cristianos para prepararnos a la Natividad del Señor, aprovechamos esta Corona de Adviento como medio para esperar a Cristo y rogarle infunda en nuestras almas su luz. La corona está formada por una gran variedad de símbolos:

La forma circular. El círculo no tiene principio ni fin. 1) Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar. 2) Nos ayuda igualmente a pensar en los miles de años de espera desde Adán hasta Cristo y en la segunda y definitiva venida. 3) Nos conciencia que de Dios venimos y a Él vamos a regresar.

Las ramas verdes. Las ramas verdes de pino o abeto representan que Cristo está vivo entre nosotros. Además, su color verde nos recuerda la vida de gracia, el crecimiento espiritual y la esperanza que debemos cultivar durante el Adviento. Asimismo, verde es el color de esperanza y vida, y Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.

Las cuatro velas. Nos hace pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. El hecho de irlas prendiendo poco a poco nos recuerda cómo, conforme se acerca la luz, las tinieblas se van disipando, de la misma forma que conforme se acerca la llegada de Jesucristo, que es luz para nuestra vida, se debe ir esfumando el reinado del pecado sobre la tierra.

Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de Adviento al hacer la oración en familia. Las cuatro velas suelen ser de los colores que se describen a continuación:

Morada: Representa el espíritu de la vigilia. Verde: Representa la esperanza. Roja: Representa la alegría por el anuncio del nacimiento de Jesús. Amarilla o blanca: Es el color de la presencia luminosa de Dios.

Los adornos. Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo, pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.

El lazo rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

jueves, 17 de noviembre de 2022

domingo de Jesucristo, Rey del Universo (C)

20-11-2022     DOMINGO DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C)

                                                  Sm. 5,1-3; Slm. 121; Col. 1,12-20; Lc. 22, 35-43

Homilía en vídeo.

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            Con la homilía de hoy termino estas predicaciones sobre Julio Figar.

            - La fuerza de la Palabra de Dios en Julio. La Palabra es la espada del Espíritu y Julio no quería suavizar en nada la gravedad del corte. Una vez, recién ordenado sacerdote, un fraile mayor que él y Julio mismo dieron dos días ejercicios espirituales a 70 chicas de 3º de BUP. La predicación fue directísima. Nada de los temas socorridos del momento como por ejemplo: la responsabilidad, padres de hijos, chicos y chicas, aborto, divorcio o algo semejante, sino que se predicó directamente la muerte de Cristo, nuestra muerte en todo, conversión, el don del Espíritu Santo, etc. Al segundo día dejaron a las chicas unas horas para que expresaran sus opiniones o testimonios. Les pusieron perdidos… Una se levantaba y decía: “porque yo he vivido hasta ahora, ¿no?” Otra: “Sí, yo admito que el Señor me ayude, pero soy yo, yo, yo”. Llegó la cosa a tal punto que a las chicas les empezó a dar lástima de los dos frailes. En un momento que pudo, sin embargo, Julio le dijo por lo bajo al fraile mayor: “te das cuenta lo que hace la Palabra de Dios”. Al subir después de la media hora de descanso el fraile mayor tenía pensado suavizar un poco las cosas y decirles que esto hay que entenderlo así o así… Julio le dijo: “déjame hablar a mí”. Julio cogió la 1ª a los Corintios, capítulo 2: “Yo no he venido a predicar con palabras de sabiduría humana…”. En vez de suavizar, agudizó todavía mucho más la dureza de la Palabra. Durante tres cuartos de hora el silencio se cortaba con un cuchillo. En algún momento el fraile mayor pensó que las chicas se les iban. Pero no fue así, todo lo contrario. El Señor obró maravillas y siguieron todavía después de varios años.

La finalidad de la predicación de Julio era la liberación de las gentes. Hay mucha gente que no está liberada. Pero el hecho de predicar la liberación no libera a la gente; al contrario, cuando predicamos la liberación donde no hay liberación la gente queda frustrada y es posible que se aumente su desesperación. Entonces de lo que se trata es de dar a las gentes un poder para ser liberados. Jesús no vino a traernos una nueva doctrina, sino un poder para ser sanados, para ser liberados; pero este poder no lo tenemos en nosotros mismos. Julio prescindió casi por completo de dar consejos, de hacer psicología o pedagogía, incluso de consolar a la gente; él iba derecho a pedir al Señor ese poder para que la gente que acudía a él fuera liberada. Entraba con la gente en oración y el Señor, sin quitar los problemas, derramaba su paz. La mayoría de los problemas humanos vividos en el Señor, dejan de ser problemas.

Finalmente, otra de las características de la predicación de Julio era hacerla desde la pobreza de espíritu: Desaparición de la persona del predicador convertido en puro instrumento para que no hubiera ningún impedimento a la acción del Espíritu. Julio estaba bien convencido de la imposibilidad de convertir y liberar a nadie por las solas fuerzas humanas. Imposible. El Señor es el único dueño de los corazones y la Palabra sólo convierte cuando va acompañada por la acción del Espíritu en el interior de los corazones. Julio oraba con muchísima frecuencia: “Señor no permitas que te robemos tu gloria”. Y es que el predicador tiene el peligro de referir los frutos a la fuerza o al atractivo de su personalidad. Él tuvo problemas con esto, porque la gente le daba mucha gloria y demasiados elogios. Y el Señor no cede su gloria a nadie. Y es bueno que así lo haga. Pero el Señor defendió a Julio de una manera admirable dándole el don de una gran pobreza interior. De tal forma que todo su gran éxito humano no llegó nunca a afectarle el corazón. Tampoco le afectaron demasiado las críticas. Una vez en Lanzarote al acabar una charla de Julio alguien le dijo: “Me ha defraudado Vd. Lo único que siento es cómo está Vd. engañando a la gente”. Y siguió con su discurso sobre métodos orientales de oración. Julio ni se inmutó. No se dejaba conmover ni por los racionalismos, ni por ningún tipo de ideología. Él sabía que no debía entrar en discusión y alimentar así los mecanismos de defensa de mucha gente.

            - La muerte de Julio. El 28 de diciembre de 1981 hacia las tres de la tarde, viniendo de Ocaña a Madrid, el P. Julio Figar tuvo un accidente que le costó la vida. Venía a un cursillo sobre oración. En una curva peligrosa, en el Km. 41, tal vez por la abundante lluvia caída todo el día, el coche patinó y, dando vueltas sobre sí mismo, invadió la calzada contraria en el momento que pasaba un camión que le arrolló. Allí mismo hay un puesto de la Cruz Roja. Los que estaban de servicio fueron testigos del accidente y ellos mismos le trasladaron a la Clínica 1º de Octubre de Madrid. Allí ingresó con una relativa gravedad a las 16,20 horas. Tenía rotas dos vértebras y un hematoma grande, pero apenas perceptible al exterior, detrás de la oreja derecha. Viajaba solo.

            Esta primera tarde reconoció a algunas personas y aunque no podía hablar daba signos de presencia apretando las manos de los que le saludaban. Le pusieron en la habitación 237, ya que no parecía su situación de extrema gravedad. Se quedó con él por la noche Beatriz, una chica del grupo Rosa de Sarón (de la Renovación Carismática), que es enfermera. Hacia las cuatro de la mañana su situación se agravó y Beatriz se dio cuenta de que se iba. Llamó a médicos y enfermeras que le trasladaron a la UVI y le entubaron, ya en situación crítica. Al llegar por la mañana temprano, Beatriz entre lágrimas y sollozos contó lo que había pasado y llena de emoción repetía sin cesar: “Se me ha muerto Jesucristo entre mis brazos. Me he pasado toda la noche besándole los pies. ¡Qué impotencia, Dios mío, que impotencia!”

Permaneció varios días clínicamente muerto, si bien seguía respirando con ayuda de aparatos. En estos días acudió al hospital una multitud de personas que terminaban, por lo general, en la capilla del 7º piso haciendo oración por grupos o asistiendo a alguna Eucaristía. El Señor fue dando paz a los corazones y se comenzó a vislumbrar el misterio de una muerte tan temprana y tan absurda a los ojos de los hombres. Incluso sus padres y sus dos hermanas se contagiaron del ambiente reinante y de la paz de todos. Su madre el segundo día dijo: “noto una fuerza mágica dentro de mí que me da mucha paz”. Así hasta las ocho de la mañana del día 1 de Enero en que falleció. Tenía 27 años de edad y le faltaban algunos meses para cumplir los tres años como sacerdote.

Fueron centenares de personas las que acudieron a visitar su lecho de muerte. Nunca se vio un cadáver tan querido, tan tocado, tan besado, tan contemplado… pasándole rosarios, estampas, etc. Su madre dijo en un momento de especial aglomeración: “nos le rompen, nos le rompen”.

Por eso mucha gente ha comentado: Julio ha muerto, pero su espíritu está entre nosotros. Y la verdad es que esta palabra “espíritu” se podía poner con mayúscula, porque el que actuó en Julio no fue su espíritu, sino el Espíritu de Cristo. Otras han hablado de la necesidad de heredar y continuar el espíritu de Julio. Y desde la fe mucha gente se ha visto sorprendida por una fuerte presencia espiritual de Julio. La muerte de una persona santificada por el Señor, se puede interpretar sin duda en términos de resurrección y de presencia consoladora, sobre todo cuando suceden hechos reales de cambios de vidas y se percibe que algo nuevo ha brotado entre nosotros. Y esto no por los méritos de nadie, sino por un aumento de la Misericordia del Señor.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (C)

13-11-2022                 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (C)

                                             2 Mcb. 7, 1-2.9-14, 2; Slm. 16; 2 Ts. 2, 16-3, 5; Lc. 20, 27-38

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

Continúo hoy hablando de Julio Figar.

- Jesús estaba en Julio. En estas homilías no se quiere hablar propiamente de Julio, sino de Jesucristo, de la obra de Jesucristo en nuestro hermano Julio. Y es que Cristo era el tema central de su vida, su máximo Amor, donde él se extasiaba. Él no hablaba mucho de ordinario, a veces casi nada, pero Jesucristo le había enamorado y hablaba de Cristo con verdadera fruición, disfrutando a placer de las palabras y del momento.

- Julio predicó y vivió la gratuidad de Dios. Julio creía que aquí estaba el punto flaco de la predicación actual. El pueblo no es llevado a las fuentes de la gratuidad para beber el agua de la salvación con gozo. Predicamos virtudes, ética, comportamientos sociales. Predicamos humanismo cristiano. Predicamos esfuerzo, exigencia, confianza en uno mismo, propósitos, obligaciones. Predicamos conversión, pero conversión a estos valores, es decir, a nuestras propias obras, a un mayor esfuerzo y exigencia de nosotros mismos. Y estas cosas en vez de ayudarnos nos estorban, pues no nos permiten ser niños, no nos permiten esperarlo todo de Dios. Nos impide incluso dar gloria a Dios, pues tenemos que repartirla con nosotros mismos, ya que hemos hecho un gran esfuerzo para salvarnos.

Realmente creer en la gratuidad es muy difícil. Es fácil en teoría, pero en la práctica ser requiere haber muerto a muchas cosas. Por eso los pobres, los quebrantados, los humildes, los que no esperan nada de nadie, los que no tienen nada, son los que más cerca están del Reino, pues son los únicos capacitados para entender la gratuidad. La gente necesita obras. Algo objetivo en lo cual salvarse, reconocerse a sí mismos, realizarse, encontrar seguridad y darse la buena conciencia de haber hecho algo en la vida. Y esto para las cosas del mundo puede ser que valga, pero ante el Reino de los cielos, es exactamente lo contrario. Por eso es tan difícil predicar, pues tienen que enfrentar a la gente con la irracionalidad de su racionalidad y esto ni se entiende.

Julio se sintió salvado gratuitamente, como Pablo, y lo predicó por activa y por pasiva. Y él, que renunció a las obras, se encontró al final con las manos llenas, pero no las suyas, sino las del Espíritu Santo, que le utilizó como instrumento y que es el único que se salva, cambia, renueva y santifica todas las cosas.

- La oración en Julio. El cristiano tiene que orar incansablemente. Si todo lo recibe de Dios, es lógica la actitud de petición como un niño, de espera, de escucha, de acción de gracias, de adoración, de alabanza. Interiorizar la oración es percibir que Dios mora dentro de ti y desde entonces ya no se hace más oración, surge espontánea y es el Espíritu el que ora dentro de nosotros, a veces con gemidos inenarrables. La oración para Julio era una verdadera droga. En cualquier momento libre sabías que estaba orando. Era su vida. Oración con los novicios en cualquiera de las alfombras de la Iglesia y a las horas más extrañas. Tenía un grupo de novicios que le seguían con facilidad o le precedían. Oración con los grupos que había formado en Ocaña y antes en Madrid. Oración en las entrevistas con cualquier persona. Oración personal en su habitación. Al final ya no oraba él: era su interior una fuente que manaba oración por sí misma. “Los días que estuvimos en Lanzarote se levantaba diariamente ‘a ver salir el sol’ –eso me decía– y se marchaba a orillas del mar con su Biblia roja bajo el brazo. Estoy seguro que no era ningún tipo de romanticismo lo que le movía a dejar la cama tan temprano. Toda la vida había sido un dormilón: lento para acostarse, pero lento también para levantarse”.

- Los dones y carismas que Dios regaló a Julio. Julio era pacífico, amable, dulce en todos sus gestos, de gran sensibilidad. Se le amaba con toda facilidad. Sus palabras no eran agresivas ni juzgaba nada ni a nadie a su alrededor. Daba paz. Cuando uno vive la obediencia hasta la muerte, aún en situaciones irracionales, en la fuerza del Espíritu Santo, no es uno el que lo vive. Por eso su personalidad no se deforma sino que se aquilata y dulcifica hasta el punto de que “sus muertes” producen frutos de amor y de bondad. Tres meses antes de su muerte los superiores le mandaron a Ocaña para el cargo de submaestro de novicios. Esto fue una dura prueba para él. Años antes había hecho el noviciado también en Ocaña y de ahí le quedaron una serie de heridas y traumas de los que no estaba reconciliado. Como él mismo decía, el Señor aprieta donde duele, pues si no, no creceríamos. En dos semanas de clamar día y noche, el Señor le fue dando amor por toda la pobreza que hay en ese convento, sobre todo de ambiente, hasta llegar a amarlo y a derramar lágrimas de gozo en acción de gracia al Señor por haberle puesto en esa pobreza. Al fin este sentimiento le produjo la reconciliación interior y el saborear una pobreza donde todo se espera de Dios. Y la última prueba a la que se sometió el Señor fue la de acatar órdenes o determinados tipos de actuaciones o costumbres que no iban para nada con su manera de ser o en relación con la actuación de los novicios. La obediencia aún a los mandatos contrarios a sí mismo los aceptó en holocausto a la voluntad de Dios. Estos hechos le hicieron comentar a un fraile dominico mayor que él: “no me explico para lo que Dios pueda estar preparando a este chico. Si a los 27 años está así, a los 40 quema el mundo entero”. Quince días después, su muerte en un accidente de tráfico aclaró todas las dudas.

Cuando se veía a Julio con algún trabajo agotador o en ocasiones semejantes, si le preguntabas: ¿estás cansado?, o no respondía, o si respondía se limitaba a decir: “Él no se cansa”. Esto quiere decir: Jesús ha resucitado, ya no muere ni se cansa más, actúa en nosotros con su Espíritu, Él es el que actúa en mí, suya es la fuerza, Él no tiene problemas. ¿Qué importa que el cuerpo de Julio se destruya? Él está en su derecho al actuar en mí hasta el agotamiento. Lo nuestro es reproducir la imagen de Jesús. Cristo al morir ha perdido visibilidad, pero no presencia. Esta visibilidad se la tenemos que prestar nosotros. Tenemos que dejar que Cristo utilice nuestras manos, nuestros labios, nuestro corazón y todo nuestro ser. Pero para que podamos vivir esto sin violencia interior, que nos destruiría necesitamos que Espíritu Santo nos dé el don de la compasión. Con este don, amamos al mundo y a los hombres con el mismo amor con que los amó Cristo. Y sufrimos con Cristo por ellos hasta la cruz, hasta la muerte. Julio tenía este don en un grado intenso. Lo expresaba con otro don complementario que es del don de lágrimas. Lloraba con frecuencia en la Eucaristía, hasta en una simple exposición del Santísimo. Pero donde lo expresaba de una manera más plástica era al hacer oración por un hermano enfermo para que el Señor lo curara. Llenos los ojos de lágrimas le pedía al Señor que le pusiera a él la enfermedad del hermano. Si oraba por la curación de un cáncer decía: “dame, Señor, a mí ese cáncer y cura al hermano”. Esto dicho con la sinceridad del Espíritu es cargar con las dolencias y el pecado de los demás como Cristo.

            Otro don destacadísimo en Julio fue el don de fortaleza, en especial en la predicación. Nunca se echó atrás para nada, se le encargara lo que fuera. Realmente se aceptaba como un instrumento pobre y los resultados se los confiaba a Dios. Recién ordenado sacerdote tuvo que dar diez días de ejercicios a unas monjas de clausura, sin posibilidad de preparación. Lo pasó muy mal, incluso necesitó llamar tres veces a Alcobendas buscando un poco de aliento, pero el Señor obró maravillas, a pesar de que la comunidad en un primer momento se llenó de asombro al ver que le habían mandado como predicador de ejercicios a un chaval de 24 años, en pantalón vaquero, y con la Biblia y la guitarra como únicos instrumentos de apostolado. Su fortaleza interior para predicar la Palabra sin acomodaciones fue proverbial.

Finalmente los frutos del Espíritu en Julio fueron evidentes. Destacamos en primer lugar la paz. Fue un hombre reconciliado consigo mismo y como consecuencia vivía en una paz profunda. La esencia de la paz está en la superación de todos los motivos internos de división y discordia interior. Julio fue sanado por el Espíritu en la raíz de su espíritu y esta abundancia de Vida cubría o curaba sus actitudes de pecado y todo el lastre que el pecado sea personal, sea estructural deja en nosotros, como son traumas, resentimientos, recuerdos, etc. Por eso, de su paz bebía mucha gente.

Cercano a la paz está otro fruto del Espíritu que se llama mansedumbre. Toda agresividad había desaparecido de la vida de Julio. Además, el Señor también le había regalado el don de lágrimas, sobre todo en esta triple dimensión: primero, por sus propios pecados (sueño de la cruz y de la sangre que cubre sus pecados): en los últimos meses de su vida, siempre que se confesaba derramaba abundantes lágrimas; también cuando confesaba a los demás: llegaba a llorar a veces los pecados de su penitente, el cual difícilmente podía evitar llorar con él; y finalmente, tenía un don de lágrimas muy claro cuando pensaba en todos los pecadores del mundo, por los que oraba y lloraba frecuentemente.