miércoles, 27 de marzo de 2024

Homilías semanales EN AUDIO: Semana Santa

Isaías 42, 1-7; Salmo 26; Juan 12, 1-11

Homilía del Lunes Santo



Isaías 49, 1-6; Salmo 70; Juan 13,21-33.36-38

Homilía del Martes Santo

 

 

Isaías 50, 4-9a; Salmo 68; Mateo 26, 14-25

Homilía Miércoles Santo

Viernes Santo (B)

29-3-2024                                          VIERNES SANTO (B)

 

Is. 52,13–53,12; Slm. 30; Hb. 4,14-16;5,7-9;Jn. 18,1–19,42

Queridos hermanos:

La muerte no se produce sólo cuando uno deja de respirar. Existen distintos actos o hechos que suceden en el ser humano y que culminan con el dejar de respirar. Uno de los primeros actos de la muerte de Jesús sucedió en el HUERTO DE LOS OLIVOS. Allí experimentó Jesús algunos síntomas de muerte: soledad, terror, angustia… Vamos a verlo con más detalle:

            - Cuando Jesús y sus discípulos (menos uno) salieron del local en donde habían celebrado la fiesta judía, se dirigieron al huerto de los olivos, a Getsemaní. Y aquí tuvo lugar un hecho sorprendente: se nos relata un diálogo de la oración de Jesús con su Padre Dios. En otros momentos del evangelio se nos ha dicho que Jesús oró, o que Jesús dijo esta frase u otra en un momento de oración[1], pero en ningún otro lugar se nos detalla con tanto lujo de detalles una oración de Jesús[2]: “Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: ‘Quedaos aquí, mientras yo voy allí a orar’. Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: ‘Mi alma siente una tristeza de muerte. Quedaos aquí, velando conmigo’. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: ‘Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: ‘¿Es posible que no hayáis podido quedaros despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Velad y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil’. Se alejó por segunda vez y suplicó: ‘Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad’. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: ‘Ya podéis dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar’” (Mt. 26, 36-46; Mc. 14, 32-42; Lc. 22, 39-46).

Jesús tuvo una oración de angustia, de terror, de miedo, de inquietud, de un ir y un venir (hasta tres veces se alejó un poco para suplicar al Padre). Esta oración de Jesús quiso ser acompañada, que no en comunidad, sino acompañada de sus tres amigos-discípulos preferidos, pero ellos no estuvieron a la altura y Jesús tuvo que hacer esta oración en la más terrible de las soledades: Parecía que Dios Padre no le escuchaba ni le respondía; sus tres amigos estaban dormidos y tampoco tenían palabras de consuelo, de ánimo o de simple compañía. Jesús estuvo completamente solo[3]. Pero Jesús no se echó atrás en ningún momento. Sabía bien lo que le esperaba; ya se lo habían anunciado antes (Lc. 9, 31).

- Conviene fijarse en algunos detalles distintos que nos dan los evangelistas: por ejemplo, Marcos es el único que pone en labios de Jesús la palabra “Abba” (Mc. 14, 36) al dirigirse a Dios, mientras que Lucas y Mateo le ponen la palabra “Padre”. La palabra “Abba” indicaba una confianza absoluta, pues Dios, para Jesús, no sólo era el Padre, sino y sobre todo era ‘su papaíto’. Ya sabemos que este término era el usado por los niños judíos para dirigirse a sus padres y que escandalizó a los fariseos y sumos sacerdotes, pues Jesús la usó para dirigirse a Dios.

De igual modo nos hemos de fijar en el evangelio de Lucas, que nos aporta dos novedades: 1) se nos dice que, durante la oración, un ángel confortaba a Jesús[4] (Lc. 22, 43), y 2) que, era tal la angustia y el miedo que Jesús tenía por lo que se le venía encima, y la intensidad con la que oraba, que “le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre[5] (Lc. 22, 44).


[1] “En aquel momento Jesús dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido’” (Mt. 11, 25-26).

[2] Sí que existe otro momento en los evangelios en los que se narra con muchos detalles el diálogo que Jesús mantuvo con una realidad espiritual, con el Maligno en persona. Se trata del episodio de las tentaciones al inicio de su vida pública: Mt. 4, 1-11; Lc. 4, 1-13.

[3] Episodio de la niña que ayudó al anciano viudo a llorar.

[4] Aunque Jesús no lo viese ni lo sintiese, pero estaba animándolo a cumplir la voluntad de Dios. También nosotros en nuestros momentos de sufrimiento tenemos a un ángel que nos conforta, aunque no lo percibamos sensiblemente.

[5] Ante la muerte, un hombre puede quedar cano en una sola noche, o ‘sudar sangre’. En una revista médica he encontrado esta aportación que nos explica el episodio que tuvo Jesús en el huerto de los olivos: “La pasión física de Jesús comienza en Getsemaní. Todos hemos leído que Jesús sudó sangre y muchos nos hemos preguntado por la veracidad de este hecho. Aunque es muy raro, el fenómeno del sudor de sangre es bien conocido por la ciencia médica. Es interesante que el médico del grupo, Lucas, sea el único que menciona este fenómeno. El sudar sangre, hematidrosis o hemohidrosis, se produce en condiciones excepcionales: para provocarlo se necesita un debilitamiento físico, y se atribuye a estados muy altos de estrés; esto provoca una presión muy alta y congestión de los vasos sanguíneos de la cara; la presión alta y la congestión provoca pequeñas hemorragias en los capilares de la membrana basal de la piel y algunos de estos vasos sanguíneos se encuentran adyacentes a las glándulas sudoríparas. La sangre se mezcla con el sudor y brota por la piel. Esta es la primera perdida de líquidos corporales que experimentó Jesús (aproximadamente de 150 a 200 ml.). Todo lo anterior, estrés, perdida sanguínea por la hematohidrosis, provoca en el cuerpo humano un aumento del metabolismo en su fase catabólica (consumo); este mismo se refleja directamente en el consumo principal de carbohidratos (glucógeno), esta reserva es muy pobre y se acaba pronto, por lo que se inicia un estado en el cual se consumen las proteínas del cuerpo y el catabolismo. En condiciones normales este mismo, puede estimular la redistribución de líquido del espacio intracelular al extracelular. Es decir, que el paciente comienza a hincharse. La piel se hace más frágil y vulnerable a cualquier trauma”. Pienso ahora en los golpes que recibió Jesús de los criados y soldados judíos, y en la flagelación a manos de los soldados romanos. La piel de Jesús debió de quedar rota y en mil pedazos ya antes de su muerte.

lunes, 25 de marzo de 2024

Jueves Santo (B)

28-3-2024                                          JUEVES SANTO (B)

                                                                            Éx. 12.1-8.11-14; Slm. 115; 1ª Cor. 11,23-26; Jn. 13,1-15

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Celebramos un año más el inicio del Triduo Pascual y lo hacemos, como siempre, con el Jueves Santo. Vamos a fijarnos este año propiamente en la última Cena y en los alimentos que tomaron Jesús y los Apóstoles.

            - Los cuatro relatos evangélicos de la Pasión se sitúan en los días de la Pascua judía. En aquel tiempo Jesús estaba en Jerusalén con sus discípulos. La Pascua[1] era la fiesta más importante para los israelitas y les recordaba que Dios mismo, por medio de su siervo Moisés, les había librado de la esclavitud de los egipcios. Todo judío fervoroso celebraba esta fiesta y procuraba hacerlo en Jerusalén, la ciudad sagrada. Por eso, Jesús estaba allí aquellos días. Y es entonces cuando Jesús dice a sus discípulos que preparen la cena de la Pascua. Jesús sabe que será su última celebración de la Pascua en la tierra: “mi hora está cerca” (Mt. 26, 18).

            La cena de Pascua había de ser para los judíos una fiesta de alegría, de exaltación, de júbilo, puesto que Yahvé les había librado de la esclavitud de los egipcios (Dt. 6, 21-23). Sin embargo, esta cena pascual estaba presidida por la tristeza, pues Jesús les anunció que iba a ser entregado y traicionado por uno de ellos: uno que había visto sus obras maravillosas, que había escuchado sus palabras de vida, que había dormido junto a Él, que había comido con Él (Mt. 26, 20-25; Mc. 14, 17-21; Lc. 22, 21-23). No obstante, esta tristeza no restó un ápice la solemnidad y la seriedad del momento que se iba a vivir. Jesús estaba culminando su paso por la tierra y no se echaba atrás ante lo que su Padre quería de Él. La traición y el aparente fracaso de su obra no le hacían dudar del camino a seguir. Inexorablemente los enemigos de Jesús iban ganando terreno y lo iban cercando, pero Él seguía paso a paso el plan trazado por Dios Padre para bien y salvación de toda la humanidad y del universo.

            - La cena de Pascua judía tenía perfectamente prescritos los alimentos que formaban parte de ella: Cordero o cabrito asado al fuego, panes sin levadura y verduras amargas (Ex. 6, 5.8). Así se lo prepararon para Jesús y sus discípulos, y así se lo comieron. Sólo que Jesús hizo un cambio radical y centró la importancia y la atención en dos alimentos para la nueva cena de Pascua: el pan sin levadura y el vino. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Tomad y comed, esto es mi Cuerpo’. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: ‘Bebed todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados’ (Mt. 26, 26-28; Mc. 14, 22-24; Lc. 22, 17-20).

            - El cambio de alimentos no fue algo banal o caprichoso. Hasta ese momento era otro el que moría, el que era comido o el que derramaba su sangre: el cordero o el cabrito. Pero en esta cena Jesús no elige otro tipo distinto de alimentos de los que hay en las tiendas o en los mercados. No elige otros alimentos más apetitosos, más caros o más baratos… Jesús ofrece su propio Cuerpo para ser entregado, despedazado, destrozado y comido. Jesús ofrece su propia Sangre para ser derramada y bebida. Sí, Jesús ofrece su Cuerpo y su Sangre para que sirvan como alimento y como bebida eternos, para que ellas nos purifiquen de nuestros pecados, para que nos transformen de hombres pecadores… en hombres santos, de hombres… en dioses. Así, se entienden mejor las palabras de Pablo en la carta a los Hebreos, cuando dice que Jesús “entró de una vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna. Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por otra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente! Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres” (Hb. 9, 12-15a).

            - Si esto es verdad, entonces de aquí se siguen tres consecuencias inmediatas:

            1) No comemos un alimento cualquiera: pan o vino, sino que comemos al mismo Jesús; comemos su Cuerpo y su Sangre. Comemos al mismo Dios. No se trata de un signo de Jesús, de un símbolo de Jesús…, se trata del mismo Jesús. Esto significa que para los católicos Dios es nuestro alimento, que nos fortalece, nos purifica, nos santifica, nos transforma en hijos de Dios. Así se entiende perfectamente que preparemos a los niños para la 1ª Comunión durante años, pues no es cualquier alimento el que toman. Así se entiende que hagamos gestos de adoración ante el sagrario. Así se entiende hemos de procurar estar limpios de pecado para comulgar…

            2) Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre, es decir, se entrega a sí mismo. No ponen a unos animales en su lugar, no manda a otros a ser sacrificados en su lugar…, sino que Él mismo es el que va a la suplicio, el que es molido a palos, el que es escupido, el que es insultado, el que es golpeado, el que es acusado injustamente, el que es clavado en la cruz, y todo esto por nosotros y para el perdón de nuestros pecados. Ya lo decía el mismo Jesús poco antes de todo esto sucediera: “Este es mi mandamiento: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn. 15, 12-13).

            3) De este modo, Jesús nos marca a sus discípulos el camino que hemos de seguir. Dios no quiere nuestras cosas, ni nuestras obras, ni nuestras palabras, ni nuestros pensamientos… simplemente o solamente. Dios nos quiere a nosotros. La mejor acción del discípulo de Jesús es que vaya poco a poco perdiendo su vida por Dios y por los demás. Cuando uno comulga en la Misa y luego entrega su vida de cada día en su casa, en su familia, en su trabajo, en su pueblo, en su parroquia, en la gente con la que se van encontrando, entonces ese cristiano sí que está siguiendo el ejemplo y los pasos de Jesús, entonces sí que está celebrando cada día de su vida la última Cena de Jesús.


[1] Pascua significa ‘paso’: el paso del mar Rojo, el paso de la esclavitud a la libertad. Ahora Pascua significa el paso de la muerte a la vida, del pecado al perdón…

jueves, 21 de marzo de 2024

Domingo de Ramos (B)

24-3-2024                               DOMINGO DE RAMOS (B)

Is.50, 4-7; Sal. 21; Flp. 2, 6-11; Mc. 14, 1-15, 47

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            - Hace unos años me contaron la historia de un hombre, de unos cincuenta y tantos años y con una fe muy grande en Cristo. Estaba enfermo de los riñones, y no le funcio­naban. Sabéis que los riñones tienen como misión purificar nuestro organismo de las toxinas y otros elementos nocivos, y expulsarlos de nuestro cuerpo por la orina. Como a él no le funcionaban los riñones, tenían que hacerle la diáli­sis periódicamente. Creo que es bastante moles­to. Pues bien, este hombre estaba en el hospital con grandes dolores, se veía morir de lo mal que se encontraba. A su lado había también otros enfermos con muchos sufrimientos. Este hombre enfermo de los riñones hablaba a todos de Jesucristo y les enseñaba un crucifijo pequeño que llevaba y besaba cada poco. Uno a su lado le decía: “Yo hace mucho que no oigo hablar de esas historias. ¡Déjame en paz!” Esto se lo respetó, pero a fuerza de oírle hablar con otros: médicos, enfermeras/os, enfermos, familiares…, este hombre descreído poco a poco, cuando más le arreciaban los dolores, le pedía al enfermo creyente el crucifijo. El otro se lo pasaba en medio de grandes esfuerzos. Aquél lo besaba y se lo devolvía. En aquel hospital la gente empezó a pedir confesiones, comuniones, a bautizarse, y se comenzó a orar todos los días. Y todo porque un hombre que esperaba un trasplante de riñón habló de Cristo y mostraba un pequeño crucifijo.

            - En el convento de Sta. Gema de Oviedo (monjas pasionistas), cada 14 de mes se reúne mucha gente. Una vez una señora, que vino al monasterio en esta fecha y con mucho sufrimiento, le contó sus penas a la superiora del convento. Y ésta le dijo: “Cuando quie­ras desahogar coge un crucifijo y cuéntale a él todas tus cosas”. Cuando volvió aquella señora le dijo a la monja que aquello funcionaba, que se sentía con más fuerza, con más paz.

            - ¿Qué tiene este Cristo, este hombre en la cruz que no se ha podido salvar a sí mismo y, sin embargo, alienta y anima a tanta gente durante tantos siglos antes de nosotros, ahora y lo seguirá haciendo por siempre?

            ¿Quién es este Cristo que todo el mundo le gritaba en la entrada en Jerusalén: “¡Viva, bendito el que viene en nombre del Señor!” y al viernes siguiente le gritaban: “¡Crucifícalo!”?

            A este Cristo vamos a irlo acompañando durante todos estos días santos:

            - Lo acompañaremos el Jueves Santo, cuando instituye la Santa Cena con sus discípulos.

            - Lo acompañaremos el Viernes Santo, cuando es entregado y muere en la cruz, siendo después enterrado como un muerto cualquiera.

            - Lo acompañaremos el Sábado Santo, en la Misa más importante de todo el año, más que la Misa del Corpus, más que la Misa de Ntra. Sra. de las Nieves, que la de… En esa Misa del Sábado Santo celebraremos su resurrección, su vuelta a la Vida.

            ¡Que Dios nos conceda vivir con devoción y fervor estos días santos!