miércoles, 6 de marzo de 2024

Domingo IV de Cuaresma (B)

10-3-2024                              DOMINGO IV CUARESMA (B)

2Cro. 36, 14-16.19-23; Sal. 136; Ef. 2, 4-10; Jn. 3, 14-21

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

En el evangelio de hoy se dice: “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Es decir, Dios envió a Jesucristo para salvarnos y para que nos fuesen perdonados los pecados. Sin embargo, vamos a hacernos una pregunta:

            ¿Tienen perdón nuestros pecados? ¿De verdad creéis que Dios puede perdonarnos una y otra vez, a pesar de que nosotros le fallamos una y otra vez? Hay un pueblo en Asturias en donde hace un tiempo vivía una mujer relativamente joven. Vivía sola y trabajaba cuidando a gente mayor. Vivía en una casa de alquiler y pagaba entonces unos 150 € al mes. Pero lo que le pagaban por su trabajo no le daba para llegar a final del mes. ¿Sabéis lo que hacía esta mujer para completar el dinero que le faltaba? Pues se prostituía. ¿Sabéis de dónde venían los hombres para estar con ella? Pues de las aldeas y pueblos de alrededor. Pero ella sólo se acostaba con los hombres necesarios para pagar todos sus gastos mensuales. Más no quería. ¿Podrá Dios perdonar a esos hombres que dejaban sus mujeres e hijos un rato en el día para irse con esta mujer? ¿Podrá Dios perdonar a estos hombres que utilizaban la necesidad de esta mujer para acostarse con ella?

Creo que una vez ya os lo había contado, había un hombre casado que estuvo en una ocasión con una brasileña en una casa de citas. Volvió a casa hacia las 10,30 de la noche. Al llegar su hija de 6 años, que se iba a acostar, se lanzó al cuello de su padre para besarlo y desearle las buenas noches. Aquel beso le ardió al hombre: con los mismos labios que había hecho “cosas” a la brasileña, con esos mismos labios media hora después besaba a su hija. ¿Tienen perdón nuestros pecados?

            Hace unos años estuve en Salamanca haciendo ejercicios espirituales. También coincidí con otras religiosas que los hacían. Y una de ellas me confió que se dedicaba a atender a adolescentes rotas de familias rotas:

* Me habló de una niña de unos 12 años, que fue adoptada y el padre adoptivo se aprovechó, sexualmente hablando, de ella. La niña tuvo que salir de aquella casa, y ahora está en manos de psicólogos y terapeutas. No sé si se habrá podido recuperar del trauma. Esta niña ha tenido, por lo menos, dos fracasos grandes en su vida ya a tan corta edad: unos padres que la abandonaron y otro que ha abusado de ella. ¿Tendrán perdón estos pecados?

* Asimismo me habló de otra niña, cuyos padres se separaron. La madre se casó ahora con otro hombre y tiene un hijo de éste. La niña, que tiene 14 años, ve como un intruso a su hermanastro y al padrastro, y reacciona con mucha violencia. No la pueden tener en casa, pues las arma tan gordas que tiene que venir la guardia civil a sacarla de casa. Entonces mandaron a la chica a un organismo de la Junta de Castilla y León, que la remitió a estas religiosas. En la casa de las religiosas arma mucho follón también y ya la han amenazado los responsables de la Junta de Castilla con enviarla a un reformatorio. ¿Tienen perdón nuestros pecados?

* Finalmente, me contaba esta religiosa el caso de otra niña que llegó al centro de ellas y se le dio mucho cariño por parte de una de las religiosas. Con esto la niña estaba muy contenta, pero enseguida hubo problemas: porque si esta religiosa tenía atenciones también con otros adolescentes, entonces la chica se volvía violenta y pegaba a los demás. Si la religiosa atendía especialmente a esta chica, entonces los demás se celaban y armaban lío. Y todo esto por la falta de cariño de los padres entre sí y hacia sus hijos, que han originado unos niños y adolescentes totalmente rotos por dentro. ¿Tienen perdón nuestros pecados?

            Podría seguir. Estos son algunos ejemplos que he me han llegado, pero vosotros me podéis decir cientos más. Por tanto, repito las preguntas del principio: ¿Tienen perdón nuestros pecados? ¿De verdad creéis que Dios puede perdonarnos una y otra vez, a pesar de que nosotros le fallamos una y otra vez?

Veamos lo que nos dice el evangelio de hoy: “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Y también: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. El amor de Dios a los hombres es incondicional. No depende de nuestro comportamiento el que Dios nos ame o no. Dios nos ama desde siempre, nos ama y nos perdona siempre, y Dios nos ama y nos perdona para siempre. Por ello mandó a su Hijo entre nosotros, para nuestra salvación. Aunque bien es verdad que Dios pide en nosotros una respuesta a ese amor incondicional suyo.

jueves, 29 de febrero de 2024

Domingo III de Cuaresma (B)

3-3-2024                                DOMINGO III CUARESMA (B)

Ex.20, 1-17; Sal. 18; 1 Co. 1, 22-25; Jn. 2, 13-25

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Ya estamos en el ecuador de este tiempo de Cuaresma: * tiempo de prepara­ción para celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús; * tiempo de prueba en el que tenemos que despren­dernos de tantas cosas que no son Dios para que Él pueda habitar en nosotros; * tiempo de conversión, es decir, de abandono del pecado y de crecimiento en santidad.

            Hoy la primera lectura nos propone un camino por el que podemos llegar al Padre. Este camino lo han practicado antes que nosotros los israelitas, ya que les fue dado a ellos primero: Son los diez mandamientos. Muchas veces los hemos reducido a sólo dos: no robar y no matar, pero son diez. Vamos a leerlos otra vez, pero procurando aplicarlos a nuestra vida (daré unas simples pinceladas a cada mandamiento):

            - 1º Amarás a Dios sobre todas las cosas. “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí”. Dios es un Dios cercano: ‘¡Dios mío, mi Dios!’ Pero es un Dios celoso: Sólo Él. Ni el dinero, ni el poder, ni el tabaco, ni la comodidad, ni la familia, ni el trabajo, ni uno mismo pueden estar por delante de Él.

            - 2º No tomarás el Nombre de Dios en vano. “No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso”. Ni en juramentos, ni en blasfemias, ni en chistes, ni en cabreos, etc. (Hace unos días llegó a casa una niña del catecismo de preparación de la 1ª Comunión. En el catecismo le dijeron que Dios era Padre, que cuidaba y se preocupaba de todos. Esto se lo dijo la niña a su padre, no creyente, y éste le respondió: ‘Pues si Dios es tu padre, que te dé Él de comer’) ¡Que su nombre sólo sea usado para bendecir, para rogar, para agradecer!

            - 3º Santificarás las fiestas. “Fíjate en el sábado para cumplirlo”. Ahora Jesús nos ha dejado el domingo. Día de descanso, día de entrega al Señor y a la familia; día de la santa Misa, día de mayor tiempo de oración, día de obras de misericordia, día de visita a enfermos. Como dicen los sociólogos: ‘Una religión que no se practica, desaparece’. Sí, desaparece de nuestra vida. Es como si la arrancáramos de nuestro ser.

            - 4º Honrarás a tu padre y a tu madre. “Honra a tu padre y a tu madre”. Frente a tantas familias rotas. Frente a casas donde, más que hogares familiares, parecen pensiones donde se come, se ve la TV, se tiene la ropa limpia y cada uno va a su rollo. Este mandamiento nos pide trabajar por la unidad y el amor en la familia, orar para que nuestra familia sea como la Sgda. Familia de Nazaret. ¡Cuánto cambiarían las cosas si todos intentásemos amar más en nuestra familia!, pero sin convertirlo tampoco en un coto cerrado.

            - 5º No matarás. “No matarás”. Se mata demasiado fácilmente en nuestra sociedad: a los cónyuges o a las parejas, ahora tantos muertos en Siria y en tantos lugares del mundo, abortos… Pero hay otras clases de asesinatos: el desprecio con el que tratamos a los que nos caen mal, los insultos en la familia o fuera de ella (caso de una discusión automovilística en que uno se paró y se puso a discutir con otro, y los demás conductores, que no podían pasar, les pitaban, daban voces y blasfe­maban contra los dos primeros), las críticas, los juicios interiores. Esto también es matar.

            - 6º No cometerás actos impuros. 9º No consentirás pensamientos ni deseos impuros. “No cometerás adulterio”. Antes se hablaba con mucha frecuencia del tema del sexo en las iglesias, ahora casi nunca. En este “no cometerás adulterio” se ha de englobar el sexto y el noveno mandamientos, es decir, la totalidad de la sexualidad humana. Se atenta contra estos mandamientos por la lujuria, la masturbación, la fornicación, la pornografía, la prostitución, la violación y el adulterio. Sobre esto último quisiera aclarar algunas ideas: * se da el adulterio cuando un hombre o mujer casados engañan a su cónyuge con otra persona. * Y, si se separan y se casan por lo civil o conviven maritalmente con otra persona, cometen adulterio, porque siguen vinculados por el primer matrimonio. * Y, si el cónyuge engañado o inocente de la ruptura matrimonial se va con otro o con otra, comete a su vez adulterio contra su matrimonio cristiano. Dios sigue siendo fiel a la palabra dada por los esposos y por Él mismo el día de su boda primera. * Cuando nosotros decimos: ‘Sí, debes rehacer tu vida’. En realidad, lo estamos empujando al adulterio. Si nos parecen duras estas palabras, más riguroso fue el mismo Jesús cuando dijo: “Habéis oído que se dijo: ‘no cometerás adulterio’. Pues yo os digo: ‘todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt. 5, 27s).

            - 7º No robarás. “No robarás”. Robar es apropiarse de lo que pertenece a otra persona o institución. Robar es no dar al otro lo que le pertenece (por ejemplo, cuando no se paga un salario justo). Robar es no entrar/salir a la hora del centro de trabajo. Robar es no usar bien el tiempo que Dios me ha dado en favor de los demás. Robar es coger tijeras o tiritas o papeles en la empresa donde trabajo. Robar es… caso de las alfombras en un supermercado.

            - 8º No dirás falso testimonio ni mentirás. “No mentirás”. Mentimos por aparentar otra realidad. Mentimos porque hemos hecho un mal y para que no nos riñan. Nos justificamos demasiado con las mentiras piadosas. Estamos en la sociedad de la mentira y de la apariencia: no nos lo podemos permitir (económicamente hablando), pero vamos a este restaurante o celebramos la boda o 1ª Comunión con este cubierto, o cam­biamos de coche... No estamos en la verdad, y la mentira nos atrapa como una tela de araña que, cuanto más nos movemos en la falsedad, más nos enreda y más difícil es salir de ella.

            - 10º No codiciarás los bienes ajenos. “No codiciarás los bienes de tu prójimo”. Codicio y deseo el trabajo del otro, el novio-marido-novia-mujer-hijos-físico-carác­ter-ropa-coche-vacaciones-suerte-salud-juventud-etc. del otro Si aceptara y me con­formara con lo que tengo, con lo que Dios me ha dado, con lo que soy y como soy… sería más feliz.

jueves, 22 de febrero de 2024

Domingo II de Cuaresma (B)

25-2-2024                              DOMINGO II CUARESMA (B)

Gn. 22,1-2.9-13.15-18; Sal. 115; Rm. 8, 31b-34; Mc. 9, 2-10

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Otro año más os propongo en la Cuaresma este examen de conciencia para que reflexionemos sobre nuestras vidas en el espejo de Dios, y veamos de qué tenemos que arrepentirnos, en qué hemos de cambiar, que hemos de pedir al Señor para que nos ayude a ser mejores cristianos.

            ¿He sentido envidia hacia alguien por las cosas que tenía, por su carácter más simpático o por su saber más grande que el mío, por su físico; de tal manera que me alegraba de sus fallos o cuando las cosas le iban mal, y me entristecía cuando las cosas le salían bien? El sentimiento de la envidia en muchas ocasiones no es buscado por nosotros, pero es algo que surge en nuestro interior y nos da mucha vergüenza. En determinados momentos la envidia que sentimos es fruto de la tentación a fin de quitarnos la paz.

            ¿He sentido celos ante otras personas porque ellas son más valoradas que yo, más tenidas en cuenta que yo, más apreciadas que yo? ¿He sentido celos porque a los demás se les reconoce enseguida lo “poco” que hacen, y a mí no se me reconoce todo lo que hago (al cuidar a unos padres, al hacer las tareas de casa, en el lugar de trabajo…)?

            ¿He hecho juicios en mi interior acerca de otras personas, desca­lificando las actuaciones de los otros, como si todo o casi todo lo de ellos fuese malo? El juicio interior supone ponerse en una posición de superioridad y desde ahí considerar como negativo lo que los demás dicen, hacen o dejan de decir y/o de hacer.

            ¿He murmurado contra alguien, bien iniciando yo la conver­sa­ción o siguiendo lo comenzado por otros? ¿He sacado los defec­tos de los demás a la luz pública? La murmuración presupone un juicio previo. El juicio queda en mi interior, mientras que la murmuración sale al exterior por la lengua. Lo malo o negativo que veo en los demás, ¿soy capaz de decírselo al interesado o interesada? La mayoría de las veces no, entonces ¿por qué lo digo?: ¿Porque me interesa de verdad esa persona y que mejore; por pasar el rato; por despecho; por quedar por listo o gracioso ante quien estoy murmurando? Si no soy capaz de decir lo negativo al interesado, entonces es mejor que me calle o en todo caso que se lo diga a Dios rezando por esa persona. Lo peor de la murmuración no es lo que decimos, que en muchas ocasiones es cierto, sino el “tonillo” con el que decimos esas cosas, es decir, no hay caridad. Y la verdad que no va acompañada de la caridad-amor, no es la verdad de Cristo. Yo no he descubierto nunca a Dios diciéndome las cosas, ni a mí ni a nadie, restregándolas por las narices. Dios me muestra las cosas, mi verdad, mis defectos, pero lo hace con tanto amor, que veo lo que me dice, lo acepto y mi amor hacia El crece más. Aprendamos a hacerlo así y, si no lo hacemos así, es que estamos murmurando.

            ¿He difamado, es decir, he dicho cosas negativas de los demás que son falsas, bien porque exagere lo que digo o porque no me cercioro y aseguro de la veracidad de lo que escucho sobre los otros y “alegremente” lo suelto sin más? CUANTO DAÑO HACE LA LENGUA, NUESTRA LENGUA. Ya leemos en la epístola del apóstol Santiago que “la lengua ningún hombre es capaz de domarla: es dañina e inquieta, cargada de veneno mortal; con ella bendecimos al que es Señor y Padre; con ella maldecimos a los hombres creados a semejanza de Dios; de la misma boca salen bendiciones y maldiciones”. “Todos faltamos a menudo, y si hay alguno que no falte en el hablar, es un hombre perfecto, capaz de tener a raya a su persona entera”.

            ¿Soy una persona mal hablada con frecuentes tacos, con blasfemias, con palabras soeces o hirientes (“cada día te pareces más a tu madre…”, “cállate, gorda…”); buscando siempre el insulto, el dejar mal a los otros, el decir la palabra graciosa, aunque sea a costa de los demás?

            ¿He mentido a alguna persona, a mi familia, en el trabajo para no quedar mal, por aprovecharme de otros, por venganza, etc.? ¿He dicho medias verdades por las mismas motivaciones? Mentimos por queda bien, por escaquearnos, para evitar un mal, por presumir… También mentimos por miedo y no nos atrevemos a decir lo que pensamos o sentimos ante los demás (marido, mujer, amigos, vecinos…). Decimos que para evitar un mal, decimos una mentira piadosa, pero en realidad es por miedo y por no atrevernos a vivir en verdad, a decir la verdad. No quiero un matrimonio en que no se me acepte ni se me respete, en el que tema y en el que, para ir sobreviviendo día a día, vaya mintiendo a cada paso. No quiero una amistad en la que tenga que mentir o ocultar mis pensamientos y acciones. Si no se me respeta ni acepta en esa relación, no la quiero. No más vivir con engaños, con ocultaciones, con maquillajes…

Cuando Jesús fue condenado a muerte por los judíos del Sanedrín, para ello utilizaron sus propias palabras. Le preguntaron si Él era el Hijo de Dios y Jesús contestó que sí, que lo era. Y esto le ocasionó su muerte. Podía haber dicho una mentira piadosa. Total esa mentira piadosa le hubiera permitido vivir más años, curar a muchos enfermos, hacer muchos milagros, enseñar mejor a los apóstoles, asentar mejor la Iglesia que quería fundar, anunciar mejor el mensaje de Dios Padre. Pero no, Él dijo siempre la verdad, aún a costa de ser muerto, aún a costa del fracaso de su misión entre nosotros. Y su verdad le llevó a la cruz, y esta cruz, fracaso entonces, es salvación para todos nosotros.

            ¿He sido impaciente con los demás y conmigo mismo? El impaciente es aquél que no tiene paz en su corazón y por eso “salta” con frecuencia. Estoy impaciente cuando no soy capaz de esperar con sosiego y tranquilidad que llegue el ascensor al que he llamado, a que el semáforo se ponga en verde, a que te atiendan en el médico, o que atienden en el supermercado a la persona que está por delante de mí. Estoy impaciente cuando no me pongo en el lugar de los otros y quiero que ellos hagan las cosas como yo las hago y en el tiempo en que yo las hago. No aguanto los fallos de los demás, pero los míos propios… tampoco.

            ¿He tenido ira, rabia, enfados hacia alguna persona (familiar, amigo, en el trabajo, etc.), y he manifestado esta ira externamente con expresiones hirientes o soeces, con voces, o incluso también en mi interior?

            ¿Tengo rencor hacia alguna persona, de tal modo que no hablo con esa persona, ni la perdono de ningún modo y, cuando la veo o surge una conversación sobre ella, siempre se nota mi inquina contra ella? ¿Llevo mi “agenda” de los agravios que me han hecho los demás y las fechas en que me las han hecho y ante quien me las han hecho? ¿Hay alguien a quién no salude ni tenga intención de hacerlo? Me dice una persona: mi suegra me ha hecho la vida imposible al casarme. Y yo le pregunto si sigue haciéndole daño y me contesta que ella ya ha muerto hace 20 años, a lo que yo respondo que tiene que dejar eso ya, pues la está aplastando en vida ese rencor. Me dice otra persona que no va a Misa porque hace 20 años un cura le hizo una faena en el funeral de su abuela, a lo que yo le respondo que no puede seguir ese hecho aplastándolo aún. El rencor nos destroza. Hemos de salir de su pozo, de su esclavitud. ¿Soy una persona vengativa; las cosas que me han hecho las tengo bien guardadas y presentes, y ante la más pequeña oportuni­dad se las "restriego" en la cara o suelto mi "veneno" ante otras personas?

            ¿He tenido pereza para levantarme, para acostarme, para hacer los estudios, el trabajo, mis oraciones, asistencia a la Misa, etc.? Perezoso es aquel que hace las cosas que le gustan, y las que no, las va dejando siempre de lado: el cesto de la plancha, los azulejos, tareas en el trabajo, escribir cartas, visitar a personas, enfermos. Con frecuencia la pereza va asociada al egoísmo, pues saco tiempo para las cosas que me gustan y me interesan, pero las otras cosas quedan las más de las veces sin hacer o a medio hacer.

            ¿He perdido el tiempo? Tenía diversas cosas que hacer y las he ido dejando de lado para hacer lo que me gusta: ver la Tv, hablar por teléfono, leer una novela, dar la lengua con alguien… y mientras tanto las cosas sin hacer.

            ¿He tenido gula, es decir, me dominan las apetencias y los gustos por encima de mi voluntad: domina el dulce sobre mi voluntad, domina el alcohol sobre mi voluntad, domina el café sobre mi voluntad, domina el tabaco sobre mi voluntad…? Seguramente que en muchas ocasiones pensamos como el gallego: ‘perdono o mal que me fai, por o ben que me sabe’. Tengo gula cuando como entre horas por el simple hecho de picar, o como nada más de lo que me gusta, o no como jamás lo que no me gusta, o protesto por la comida, o como o bebo con ansia, etc.

            ¿He sido egoísta en el trato con los demás preocupándome tan solo de lo que me venía bien a mí, pasando o dejando de lado las necesidades de los otros? ¿Soy de los que cojo el mando de la TV y no lo suelto en modo alguno, y todo el mundo tiene que ver el programa que a mí me gusta? ¿Al sentarme en el coche o en casa escojo el mejor puesto… sin pensar en los otros? ¿Pienso en los otros, en lo que les gusta a los otros, en lo que les viene bien a los otros, o nada más me veo a mí mismo y mis apetencias y mis necesidades?

            ¿He faltado a la pobreza cristiana con gastos superfluos en cosas que no son del todo necesarias (ropas, tabaco, cafés, revistas, consumiciones, CD, bisutería, viajes, etc.)? ¿Compro cosas baratas que no necesito o que ya poseo más que suficientemente? Al comprar pregunto a mi gusto, a los demás… ¿y a Dios? Porque Él tendrá algo que decir, sobre todo si me confieso cristiano y deseo que su Voluntad se cumpla en mí. Un cristiano no puede caer en el consumismo igual que otra persona que le dé igual vivir en su Santa Voluntad o no. ¿Tengo codicia y ansío poseer cosas materiales? ¿Doy limos­nas a la Iglesia o a ONGs o a familias necesitadas (es bueno aquí comparar cuánto gasto para mí al mes y cuánto doy en limosnas para los demás al mes; se verá que la diferencia es mucha)? La limosna es lo que yo llamo el dinero de Dios. Es suyo y yo he de administrarlo según su Voluntad y no según mi capricho. El dinero de la limosna nunca puede quedarse en mi bolsillo. Si no lo doy yo directamente, entonces debo de buscar a organizaciones o personas que busquen donde entregarlo y que conocen mejor que yo diversas necesidades de otros hombres. ¿Tengo mi corazón pegado a cosas mías (coche, ropa, objetos), personas, opiniones, mi físico, etc.? Para entender la pobreza cristiana se ha de partir de que sólo Dios es nuestra riqueza, porque es lo totalmente Absoluto, lo demás es relativo (Mt. 10, 37). ¿He robado, es decir, me ha apropiado de cosas que no son mías? Me apropio de cosas que no son mías, robo, cuando en el hospital en el que trabajo cojo tiritas, esparadrapos, tijeras... y lo llevo para mi casa o para mis familiares. Robo cuando en el colegio donde trabajo cojo hojas, bolígrafos... y los llevo para mi casa. Robo en el trabajo llegando tarde y saliendo temprano. Robo en el trabajo al no pagar lo justo y debido a mis empleados y no reconocerles sus derechos. El hecho de que lo hagan los demás no quiere decir que está justificado que lo haga yo. También robo si no dedico el tiempo y las cualidades que Dios me da en el servicio de los demás; o cuando le robo su gloria y me apropio de lo que es de Él: “No se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el rico en su riqueza, ni el soldado en su fuerza. El que se gloríe que se gloríe en el Señor” (Jr. 9, 22-23).

            ¿He sido desobediente en mi casa, con mi familia, con Dios, con la Iglesia, con mi director espiritual, con las normas de tráfico, con las cosas que me piden muchas veces por favor; y soy más bien de los que siempre hace lo que les da "la realísima gana"? La obediencia no es simplemente hacer sin más lo que me digan o me pidan, también hay que mirar el modo y las maneras en que lo hago. Por ejemplo, si realizo las cosas que se me piden pero con protestas, interiores o exteriores, entonces no estoy obedeciendo. Yo nunca he visto ni he leído que, cuando Dios Padre indicó a su Hijo que fura a la Cruz, por el perdón de los pecados de los hombres, Jesús obedeciera pero diciendo: “¡Vaya, hombre! ¡Siempre me toca a mí!” ¿A quién tengo que obedecer yo? Pues en primer lugar a Dios, a mis padres, a mis hijos, a mi marido, a mi mujer...

            ¿He faltado a la castidad con pensamientos, deseos, miradas, actos impuros (solo o acompañado); he respetado mi cuerpo y el de los demás por ser Templo del Espíritu de Dios, me he mantenido alejado de aquello que me tentara en este punto como TV, revis­tas, conversaciones, etc.?

¿He tenido el pecado de la vanidad de tal manera que estoy demasiado pendiente de mi aspecto físico, de la moda, y al final soy un esclavo de ello? Hay personas que son incapaces de salir desconjuntadas de casa o de no salir a la calle con prendas que no son de marca. Hay personas que visten o se acicalan de una determinada manera, pero no por convencimiento o gusto propio, sino por obtener el parabién de la gente con la que están.

            ¿He tenido soberbia al considerarme superior a otros, al considerarme inferior y esto me hacía sufrir, puesto que no me acepto tal y como soy? ¿Me ando siempre quejando de la sociedad, de los demás, de mí mismo? ¿"Engordo" cuando los demás hablan bien de mí, y me entretengo después pensando y "repensando" lo que se dijo bueno de mí? ¿Me enfada el que los demás hablen mal de mí, sea mentira o verdad, y "despo­trico" contra ellos y busco rápidamente el justificarme? ¿Me cuesta admitir mis errores? ¿Me cuesta pedir perdón? ¿Hablo de mí mismo (mal o bien) con frecuencia, me pregunten o no? ¿Hago o dejo de hacer cosas, digo o dejo de decir cosas por el qué dirá la gente, de tal manera que soy un esclavo de lo que piensen los demás?          

Veamos algunos de los frutos de la soberbia: En las relaciones con el prójimo, el amor propio y la soberbia nos hace susceptibles, inflexibles, impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los propios derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en nuestras palabras. Nos deleita en hablar de las propias acciones, de las luces y experiencias interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin necesidad de hacerlo. En las prácticas de piedad nos complace en mirar a los demás, observarlos y juzgarlos; nos inclinamos a compararnos y a creernos mejor que ellos, a verles defectos solamente y negarles las buenas cualidades, a atribuirles deseos e intenciones poco nobles, llegando incluso a desearles el mal. El amor propio y la soberbia hacen que nos sintamos ofendidos cuando somos humillados, insultados o postergados, o no nos vemos considerados, estimados y obsequiados como esperábamos.

            ¿He faltado en el amor al prójimo hacia los enfermos, ancia­nos, familiares, marginados, etc.? ¿Tengo verdadera preocupación por las necesidades materiales, morales y espirituales de las personas que me rodean, de la gente que vive en Asturias, en España, en Europa, en el mundo? ¿Considero a las demás personas como hermanos míos al ser hijos todos del mismo Padre?

            ¿He tenido falta de confianza en Dios buscando yo siempre el encontrar solución a todo y rápida; y cuando no salía tal y como era mi deseo me enfadaba con Dios o me descorazonaba con Él? No tengo confianza en Dios cuando las cosas positivas o negativas que me suceden me afectan sobremanera. No quiere decir con esto que tengamos que ser insensibles a las circunstancias que acontecen a nuestro alrededor, pero sí es cierto que nuestra seguridad total está en Dios y no tanto en que las cosas me salgan bien o mal.

            ¿He dejado mis oraciones de lado, o las he hecho con rutina y sequedad? ¿He sido fiel a lo que el Señor me iba mostrando o pidiendo en ellas?

            ¿He faltado a la Misa de los domingos, o he asistido a ella con rutina, falta de fervor, de mala gana y distracciones?

            ¿He realizado alguna lectura espiritual para alimentar mi ser y abrirme a otras experiencias y a otros horizontes que puedan acercarme más a Dios?

            Se podían sacar muchas más cosas, pero de momento yo creo que con esto vale para tener una guía más o menos exhaustiva.