jueves, 25 de abril de 2024

Domingo V de Pascua (B)

28-4-2024                              DOMINGO V DE PASCUA (B)

                                                             Hch. 9, 26-31; Sal. 21; 1 Jn. 3, 18-24; Jn. 15, 1-8

 

Queridos hermanos:

            Dice el evangelio de hoy: “A todo sarmiento mío que no da fruto (mi Padre Dios) lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto”. En esta frase Jesús utiliza principalmente dos verbos: arrancar y podar.

- Hace un tiempo estuve en una tanda de ejercicios espirituales. Y procuré sacar todos los días unos 40 minutos después de comer para dar dos vueltas alrededor del pueblo y mover así algo las piernas. Iba por aquellos caminos y veía casas de campo, sobre todo, y alguna urbanización. En las casas de campo veía árboles frutales y en varias ocasiones los vi con demasiadas ramas. Yo no entiendo demasiado de ello, pero creo que los árboles deben de ser podados si queremos que den fruto más abundante. En una casa de campo que mis padres tenían cerca de la Virgen del Camino (León) había varios árboles y a mí me tocaba habitualmente podar los avellanos. Mi padre me había dado instrucciones para ello:

1) Arrancar. Tenía que quitar las ramas que salían en la base del tronco, pues ellas quitaban savia a otras ramas que sí producían fruto y que se deseaba que siguieran produciéndolo. Las ramas que no servían o chupaban savia al árbol las cortaba de raíz, y luego las amontonaba en un lugar de la finca para quemarlas en la chimenea, cuando llegara el frío. Además, se quería que el árbol tuviera el tronco limpio y tirara para arriba. Por otra parte, el corte también servía para airear la copa del árbol, de manera que los rayos del sol accedieran a su interior y dieran vida a las ramas y hojas de esta zona. El sol ayudaba a eliminar ciertos insectos y otras plagas que se afincaban en lugares oscuros y húmedos.

2) Podar. Aquellas otras ramas que estaban mejor situadas y que interesaban que diesen fruto se cortaban un poco, es decir, se podaban y así dieran fruto abundante y mejor. Al podar, el ‘instinto de supervivencia’ del árbol hacía que cuando éste se sintiera atacado (esto ocurría cuando se podaba) ‘tema’ por su vida y floreciera antes y en gran cantidad.

            Esta comparación tan sencilla de entender para la gente del campo también hoy es perfectamente comprensible para nosotros.

            ¿Qué tipo de rama o de sarmiento somos nosotros en nuestra familia, en la sociedad, en el lugar de trabajo, de estudio, en la Iglesia, en la fe? ¿Somos de las ramas o sarmientos que no dan frutos, que roban la savia al tronco, es decir, a la familia, a la sociedad, a la Iglesia, en el trabajo, en la relación con Dios? ¿Somos de las ramas o sarmientos que aprovechan la savia del tronco (de la familia, de la sociedad, del trabajo, de la Iglesia, de Dios) para crecer y dar fruto, según nuestras capacidades y fuerzas?

            - La acción de podar es dolorosa para el sarmiento:

1) Podar significar ‘cortar’. A quien le podan le cortan un trozo de sí; a veces el corte es casi total y le deja sin una parte muy importante de su ser y de lo que fue su vida. (En la homilía conté una vez más el cuento de la vaca y también cómo un hombre decía que, de joven, andaba en malas compañías hasta que sus padres le obligaron a cortar con ellos, que le costó mucho, pero que ahora daba gracias a Dios y a sus padres, porque eso, que le dolió mucho entonces, le salvó la vida). Dios ‘podó’ al misionero italiano de la historia que conté el domingo pasado. Le cortó la relación con su familia, con su cultura, con su salud, con su comodidad, con sus seguridades…, pero ese misionero se dejó podar por Dios y dio fruto abundante… antes de morir y al morir. Cuando Dios le ‘cortaba’, seguramente no le gustaría, pero sirvió para que diera fruto.

2) Podar significa corregir. Dios poda y corrige a quienes ama. Así nos lo dice el libro del Apocalipsis: “A los que yo amo los reprendo y los corrijo; sé ferviente y enmiéndate” (Ap. 3, 19). O también en aquel otro texto precioso de la carta a los Hebreos: “Por lo demás, si a nuestros padres de la tierra los respetábamos cuando nos corregían, ¡cuánto más hemos de someternos al Padre del cielo para tener vida! Nuestros padres nos educaban para esta vida, que es breve, según sus criterios; Dios, en cambio, nos educa para algo mejor, para que participemos de su santidad. Es cierto que la corrección, en el momento en que se recibe, es más un motivo de pena que de alegría; pero después aporta a los que la han sufrido frutos de paz y salvación” (Hb. 12, 9-11). Hace un tiempo vi un programa de televisión en que un padre en Florida enseñaba a su hijo como ganarse la vida cazando caimanes. El padre le aconsejaba que les disparara con una escopeta, pero el hijo decía que no, que era mejor con su pistola. El padre decía a la cámara: ‘Estos chicos de ahora quieren aprender, pero no se dejan enseñar por quien tiene más experiencia’. Se vio enseguida cómo un caimán había caído en una trampa (una cuerda con un cebo) y había que subirlo a la barca tirando de la cuerda con una mano mientras  con la otra se le disparaba. Así lo hizo el hijo, pero el disparo de pistola no fue lo suficientemente fuerte, pues no mató al caimán y éste casi cercenó un brazo del chico. Menos mal que el padre estaba atento y mató al reptil con un disparo de escopeta. A partir de aquí se vio al chico con una escopeta en la mano cada vez que iba a subir a la barca a otro caimán.

3) La poda-corrección, si es bien recibida, produce entre otros estos frutos: -capacidad de escucha; -capacidad de introspección o de examinarse uno ante lo que se le dice;  -humildad para aceptar lo que a uno se le dice, aunque no guste al principio; -una gran ganancia en las virtudes y una disminución de los vicios, errores y pecados; -un gran amor hacia quien poda-corrige, pues se ve que lo hace por amor y se reconoce en él la valentía de corregir y educar.

 

Oración

            ¡Señor, corta en nosotros lo que está podrido o lleno de pecados!

            ¡Señor, corta en nosotros lo que nos impide ver la luz de tu Hijo, Jesucristo!

            ¡Señor, corta en nosotros, aunque nos duela, pues es necesario para dar frutos de santidad y de bondad!

 

            ¡Señor, corrígenos siempre, aunque creamos saberlo todo y conocerlo todo! ¡Corrígenos una y otra vez, aunque no te hagamos caso por nuestra terquedad y por nuestra soberbia! Sí, ¡corrígenos y no nos dejes de tu mano!

 

            ¡Señor, pódanos, aunque ahora estemos dando muy pocos frutos! Queremos dar más frutos para ti y para tus hijos, los hombres,… ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

domingo, 21 de abril de 2024

Domingo IV de Pascua (B)

21-4-2024                              DOMINGO IV DE PASCUA (B)

                                                     Hch. 4, 8-12; Sal. 117; 1 Jn. 3, 1-2; Jn. 10, 11-18

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Celebramos hoy el domingo IV de Pascua y también el domingo del Buen Pastor, es decir, de Jesucristo.

            - Hace unos años leí la historia de las últimas horas de vida de un misionero en África. Creo que era un misionero italiano. Él tenía unos 40 años y atendía desde hacía 10 años un territorio bastante grande. Tenía su casa en el poblado principal y desde allí se trasladaba a otros poblados más pequeños para celebrarles los sacramentos, para reunir y hablar con los catequistas, para anunciar la Palabra de Dios, para llevar consuelo, para llevar medicinas o alimentos, para conseguir materiales y que se pudieran hacer pozos de agua y así la gente no tuviera que desplazarse kilómetros y kilómetros hasta el río o hasta un pequeño lago en búsqueda de agua. Normalmente este misionero se desplazaba en una moto. Era más cómodo para él y, además, le gustaban mucho las motos. Se la habían comprado en Italia para poder anunciar a Jesucristo.

            Un día este misionero se trasladaba de un poblado a otro para celebrar la Eucaristía. Al pasar al lado de un bosque oyó unos gritos de mujer y pensó que una fiera pudiera estar atacando a esa mujer. Paró la moto, se bajó de ella y se acercó hasta el lugar de donde salían los gritos. Se encontró con una mujer que estaba efectivamente en peligro, pero no porque la estuviera atacando una fiera, sino porque la atacaban varias ‘fieras’. Eran ‘fieras de dos patas’. Eran hombres, eran bandidos. Estaban armados y robaban donde podían. Se habían encontrado con aquella mujer en el lindero del bosque a donde ella había ido a recoger leña, la había cogido a la fuerza, la habían llevado al interior del bosque, la estaban desnudando e iban a violarla. El misionero, al ver la escena, les recriminó su mala acción. Entonces los bandidos dejaron a la mujer, la cual escapó medio desnuda, y fueron hacia el misionero. Lo cogieron y le acercaron a un árbol; con un machete le hicieron unas incisiones en los brazos y en las piernas y, a través de aquellas incisiones, le metieron unas lianas, a modo de cuerdas, y lo ataron al árbol. El sufrimiento era horrible y el misionero se estaba desangrando. Luego los bandidos con los machetes le hicieron cortes por todo el cuerpo hasta que lo mataron. Después se marcharon. Al poco tiempo llegaron hombres del poblado más cercano, a donde había ido la mujer, pero ya era demasiado tarde. El misionero estaba muerto y los bandidos habían huido.

            En ese misionero italiano se cumplió el evangelio que acabamos de escuchar hace un momento: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado […] ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas”. Jesús dijo: “Yo doy mi vida por las ovejas”.

            Sin embargo, no podemos decir que este misionero dio la vida por las ovejas solamente en aquel bosque y al querer salvar a aquella mujer. NO. 1) Él dio la vida ya al dejar Italia y una vida más cómoda. 2) Dio ya la vida en los caminos que recorría llenos de fieras salvajes, con peligro de que se le estropeara la moto quedando en medio de la sabana africana y que no pudiera escapar de las fieras. 3) Dio ya la vida al renunciar a su cultura, a los alimentos habituales de su infancia y tener que comer cucarachas fritas, hormigas fritas, serpientes cocinadas, comidas en las que no se cuidaba la higiene, beber aguas sacadas de donde bebían los animales y las revolvían con sus pezuñas, o beber de donde defecaban hombres y animales, o beber de donde había animales muertos. 4) Dio ya la vida al tener que dormir en el suelo de cabañas de paja con las familias que le acogían y en donde dormían a la vez los padres, los abuelos, los hijos, los animales, y todo esto sin higiene. 5) Sí, este misionero italiano dio ya la vida por Jesucristo y por aquellos hermanos de Jesucristo mucho antes de morir en aquel árbol.

            - El evangelio de hoy nos habla del Buen Pastor y de los asalariados; nos habla de los buenos pastores y de los malos pastores o asalariados. El evangelio nos da una serie de características para saber reconocer a unos y a otros. Vamos a mirar en nuestra realidad para descubrir a unos y a otros:

1) El buen pastor pasa horas en oración ante el sagrario por la noche o recién amanecido a fin de imbuirse de Dios y de hacerse uno con Cristo. El asalariado pasa horas ante el ordenador con Internet para satisfacer sus aficiones y gustos, para sí, y ese tiempo se lo quita a Dios y a sus feligreses. “Y es que al asalariado no le importan las ovejas”.

2) El buen pastor lee, estudia y se prepara para alimentar y orientar a los fieles que Dios le encomendó. El asalariado se pasa gran parte de la noche con películas o Internet y se levanta a media mañana o para comer, y quizás su primer trabajo en el día sea la Misa de 7 de la tarde. “Y es que al asalariado no le importan las ovejas”.

3) El buen pastor está cerca de sus feligreses, los visita, los acoge y les escucha. Recuerdo que en los años que estuve en Alemania con emigrantes españoles conocí la historia de algunos sacerdotes, que eran párrocos de algún pueblo en España en la década de 1960. Por aquel tiempo, ante las graves dificultades económicas y laborales por las que pasaba España hubo pueblos enteros que emigraron a Alemania, o a Francia, o a Suiza para trabajar, y aquellos sacerdotes, en vez de pedir traslado a su obispo para irse a otra parroquia de la diócesis, se fueron para Alemania, para Francia, para Suiza junto con sus feligreses. El asalariado celebra la última Misa a mediodía del domingo en las parroquias de montaña que tiene encomendadas y luego se escapa para casa de sus padres, o para Gijón, o para Avilés, o para Oviedo. Y allí estará hasta la tarde del viernes en que regresará a sus parroquias para “decir” las Misas del fin de semana. El asalariado “dirá” las Misas de Navidad el 23 de diciembre en sus parroquias para luego poder irse para casa de sus familiares y celebrar las Navidades con ellos, pues “siempre celebró estas fiestas en familia”. “Y es que al asalariado no le importan las ovejas”.

4) El buen pastor conoce las circunstancias, los problemas y las alegrías de sus feligreses, pues se interesa por ellos, y sufre con ellos y se alegra con ellos. Los feligreses saben que pueden acudir a su pastor, pues encontrarán acogida, cariño, comprensión, ternura, ayuda… Y es que el buen pastor conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen a él, y confían en él. El asalariado está con los que le caen bien, con los que no le dan problemas, con los que le halagan la oreja… “Y es que al asalariado no le importan las ovejas”.

Pidamos al Señor por todos los pastores de su Santa Iglesia. Pidamos que nos convierta a todos los pastores que somos asalariados en buenos pastores siguiendo el ejemplo de Jesús, el Buen Pastor por excelencia.

jueves, 11 de abril de 2024

Domingo III de Pascua (B)

14-4-2024                              DOMINGO III DE PASCUA (B)

Hch. 3, 13-15.17-19; Sal. 4; 1 Jn. 2, 1-5; Lc. 24, 35-48

TESTIGOS DE CRISTO

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

Termina el evangelio de hoy diciendo: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Sí, Jesús nos llama a ser testigos de su pasión, de su resurrección, de la súplica que hace a todos los hombres para la conversión de un hombre viejo a un hombre nuevo, de un pecador a un santo. Jesús también nos llama a anunciar el perdón de los pecados a todos los hombres de todos los pueblos. Nadie está excluido de esta llamada universal a la salvación. Jesús nos llama a ser sus TESTIGOS DE TODO ESTO Y POR TODO EL MUNDO Y EN TODOS LOS TIEMPOS. Este testimonio se puede dar de muchos modos.

Hace poco os hablaba en una homilía de diario del testimonio que ha dado un policía francés, al dar su vida por otra persona. Los hechos ocurrieron en 2018. Hoy quiero poner a este policía para que nos sirva de ejemplo y para que anime también nuestro testimonio.

Aunque parezca contradictorio, la muerte de este policía es una llamada a la vida. Dios a través de este policía nos llama a la VIDA con mayúsculas, y a dar sentido a nuestra vida de cada día. Este policía francés se llamaba Arnaud Beltrame y tenía 45 años. En la madrugada de un sábado de marzo de 2018 moría el teniente coronel Arnaud Beltrame, conocido ya como el héroe de Trèbes. El gendarme fue asesinado tras intercambiarse con un rehén durante el asalto terrorista perpetrado en un supermercado en Trèbes.

Arnaud nació en una familia poco practicante, pero se convirtió a la fe en Jesucristo, al catolicismo a los 33 años. Así lo cuenta en un testimonio publicado tras su muerte el padre Jean-Baptiste, sacerdote de la abadía de Lagrasse que le acompañó en su camino de fe y en su preparación al matrimonio en estos últimos años:

Conocí por casualidad, durante una visita a nuestra abadía, monumento histórico, al teniente coronel Arnaud Beltrame y a Marielle, con quien acababa de casarse civilmente el 27 de agosto de 2016. Simpatizamos enseguida y ambos me pidieron que preparase su matrimonio religioso, que yo debía celebrar cerca de Vannes el 9 de junio próximo (de 2018). Así pues, pasamos muchas horas trabajando los fundamentos de la vida conyugal durante dos años. Yo acababa de bendecir su hogar el 16 de diciembre (de 2017) y habíamos concluido su expediente canónico para el matrimonio. Esta joven pareja venía habitualmente a la abadía a participar en las misas, oficios y enseñanzas, y en particular a un grupo de acogida, Nuestra Señora de Caná. Aún vinieron el pasado domingo (18-III-2018).

Inteligente, deportivo, hablador y carismático, a Arnaud le gustaba hablar de su conversión. Nacido en una familia poco practicante, vivió una auténtica conversión en torno a 2008, a los 33 años. Recibió la primera comunión y la confirmación tras dos años de catecumenado, en 2010.

Tras una peregrinación a Sainte-Anne-d’Auray en 2015, donde pidió a la Virgen María encontrar a la mujer de su vida, empezó a salir con Marielle, cuya fe es profunda y discreta. La petición de mano se celebró en la abadía bretona de Timadeuc en la Pascua de 2016.

Apasionado por la Gendarmería, alimentaba desde siempre gran pasión por Francia, por su grandeza, por su historia, por sus raíces cristianas, que había descubierto con su conversión.

Al ofrecerse en lugar de los rehenes, probablemente estuvo animado con pasión por su heroísmo de oficial, porque para él ser policía quería decir proteger. Pero él sabía el riesgo extraordinario que asumía.

Él era consciente también de la promesa de matrimonio religiosa que había hecho a Marielle, con quien ya estaba civilmente casado y a quien amaba tiernamente. De eso soy testigo.

¿Entonces? ¿Tenía derecho a asumir tal riesgo? Creo que sólo su fe puede explicar la locura de ese sacrificio que hizo hoy para admiración de todos. Él sabía que, como nos dijo Jesús, ‘no hay mayor amor que el de quien da la vida por sus amigos’ (Jn 15, 13). Él sabía que, si su vida comenzaba a pertenecer a Marielle, también era de Dios, de Francia, de sus hermanos en peligro de muerte. Creo que sólo una fe cristiana animada por la caridad podía pedirle ese sacrificio sobrehumano.
Pude verle en el hospital de Carcassone hacia las nueve de la noche del viernes. Los policías y los médicos o enfermeras me llevaron hasta él con una gran delicadeza. Él estaba vivo, pero inconsciente. Pude darle la extremaunción y la bendición apostólica ‘in articulo mortis’. Marielle respondía a esas bellas fórmulas litúrgicas.
Era Viernes de Dolores, justo antes de comenzar la Semana Santa. Acababa de rezar el oficio de nona y el viacrucis por su intención. Pedí al personal que cuidaba de él si podría tener una medalla de la Virgen, la de la Rue du Bac, de París [Medalla Milagrosa], junto a él. Comprensiva y profesional, una enfermera la sujetó a su hombro.

No pude casarle, como se ha dicho equivocadamente en un artículo, porque estaba inconsciente.

Arnaud no tendrá jamás hijos carnales. Pero su heroísmo impactante va a suscitar, creo, numerosos emuladores, dispuestos al don de sí mismos por Francia y su alegría cristiana”.

            Arnaud es testigo de Cristo Jesús. Arnaud es un espejo en el que podemos mirarnos nosotros y puede hacernos ver lo que nos falta para llegar a ser verdaderos y buenos seguidores de Jesús resucitado:

            * Arnaud encontró la alegría de la fe.

* Arnaud descubrió y amó a Jesús vivo.

* Arnaud, a través de Jesús, descubrió y amó a Marielle; con ella compartió el amor y la  fe. ¡Qué grande es poder compartir con otros el amor, la fe, la vida…!

* Arnaud y Marielle tomaban parte activa en la Iglesia con diversas actividades: celebraban su fe en la liturgia y en la oración, formaban y nutrían su fe con la enseñanza, profundizaban en su fe.

* Por todo lo anterior, sucedió como consecuencia lógica y natural que Arnaud, por su deber como policía, y por su deber como cristiano, entregó su vida por otros, pues “no hay mayor amor que el de quien da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

Todo esto es ser testigo. No simplemente cumplir unos ritos o aceptar unas creencias, sino vivir en esa intimidad con Dios y con su santa Iglesia. SÓLO DESPUÉS DE ESTO SE PUEDE SER TESTIGO DE JESÚS.

¡Hagamos nosotros lo mismo en nuestra vida ordinaria!