miércoles, 26 de enero de 2022

Domingo IV del Tiempo Ordinario (C)

 30-1-2022                           DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (C)

Jer. 1,4-5.17-19; Slm. 70; 1ª Cor. 12, 31-13, 13; Lc. 4, 21-30

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Al finalizar la segunda lectura, que escribió san Pablo, leemos: “En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor”. Sí, san Pablo nos dice que el amor es más grande que la fe, y que el amor es más grande que la esperanza. Asimismo hemos de saber que, al final de los tiempos, desaparecerá la fe, pues veremos a Dios cara a cara y no nos hará falta tener fe en Dios. E igualmente desaparecerá la esperanza, pues ya habremos alcanzado lo que buscábamos, es decir, habremos alcanzado a Dios. Por lo tanto, lo único que nos quedará al final de los tiempos, y que es lo más importante y que es para siempre, es el amor. Esto es lo que quiere decir san Pablo con esta última frase de la lectura de hoy.

            Este trozo de la carta de san Pablo a los corintios es ‘superconocido’ y leído en casi todas las celebraciones del sacramento del matrimonio. En el día de hoy quisiera profundizar un poco más sobre este texto, sobre el amor. La homilía de hoy la voy a titular así: EL TEST DEL AMOR.

            Cuando una persona va a un psicólogo y este quiere conocer algo sobre su personalidad, ha de realizar algún test. Pues bien, en el día de hoy, aprovechando la descripción que san Pablo hace del amor, vamos a tratar de elaborar un test del amor.

            - Pensemos en la persona que más nos quiere en este mundo (o que más nos ha querido) y veamos hasta dónde puede llegar su amor por nosotros. Dice san Pablo: “El amor es paciente”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿tiene paciencia con nosotros cuando nos equivocamos, cuando no vamos a su ritmo, cuando fallamos una y otra vez, cuando no sabemos, cuando le hacemos esperar…?

            Dice san Pablo: “El amor es servicial”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿antepone nuestras necesidades a las suyas, nuestro tiempo al suyo, nuestro gusto al suyo, nuestra hambre a la suya, nuestro sueño al suyo, nuestras ilusiones a las suyas? ¿Hasta dónde está dispuesta esa persona a perder de lo suyo para que nosotros ganemos o crezcamos?

            Dice san Pablo: “El amor no es envidioso”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿se alegra con nuestros éxitos, llora y sufre con nuestros fracasos, se goza con el hecho de que nosotros estemos bien con otras personas, aunque no estemos con ella, o más bien es posesiva y no soporta que tengamos relación con otras personas?

            Dice san Pablo: “El amor no busca su interés”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿es capaz de perder o renunciar a sus bienes a favor nuestro, o sus razones a favor nuestro, o sus prioridades a favor nuestro?

            Dice san Pablo: “El amor no se irrita; no lleva en cuenta el mal”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿nos reprocha con frecuencia, o nos echa en cara nuestros fallos, nos lee la ‘lista’ de nuestros errores, nos grita, nos hace de menos, nos insulta, nos abochorna con nuestros errores…?

            Dice san Pablo: “El amor todo lo excusa”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿busca siempre ponerse en nuestro lugar, nos acepta tal y como somos, ve sus fallos antes que los nuestros, nos perdona siempre, nos justifica siempre…?

Dice san Pablo: “El amor todo lo cree”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿confía totalmente en nosotros, y por eso pone su vida y sus bienes a nuestra disposición, es capaz de ver y descubrir nuestras virtudes y valores…?

Dice san Pablo: “El amor todo lo espera”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿piensa que somos capaces de cambiar y de mejorar, y nos ayuda a cambiar y a mejorar?

Dice san Pablo: “El amor todo lo soporta”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿soporta y aguanta nuestros desplantes, nuestras mentiras, nuestras deslealtades, nuestras miserias, nuestro desamor por ella, nuestra cobardía, nuestros pecados, muestras traiciones, nuestros egoísmos…?

Dice san Pablo: “El amor no acaba nunca”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿sigue amándonos y confiando en nosotros, a pesar del paso del tiempo? ¿Notamos que con el paso del tiempo vamos envejeciendo y cambiando, pero que su amor permanece hacia nosotros o incluso que aumenta?

- Pensemos ahora en la persona que más amamos sobre la tierra o que más hemos amado. Vamos a hacer ahora el test del amor, pero al revés, es decir, no nos preguntamos si alguien nos ha amado como acabamos de describir, sino si nosotros hemos amado o amamos como nos dice san Pablo. O sea, ¿nuestro amor por esa persona es paciente? ¿Tenemos paciencia con ella cuando se equivoca, cuando no va a nuestro ritmo, cuando falla una y otra vez, cuando no sabe, cuando nos hace esperar…?

Nuestro amor por esa persona es servicial… (Háganse las preguntas del apartado anterior sobre todas las definiciones del amor, pero formuladas de tal manera que la acción de amar de ese modo recaiga sobre nosotros).

- Sinceramente yo he hecho los dos test anteriores y veo que fallo estrepitosamente en muchos de los apartados, por no decir en todos. Supongo que a vosotros os pasará lo mismo o parecido. Entonces, ¿de dónde sacó san Pablo esta definición del amor? ¿De lo que había visto en sí mismo, de lo que había visto en otras personas de su tiempo, de lo que había escuchado de alguien, de lo que había leído en libros muy antiguos? Pienso que no. Pienso que lo que sucedió en realidad es que san Pablo transcribió en esta carta a los corintios lo que él mismo había experimentado del amor de Dios sobre sí.

Así, en esta parte final de la homilía vamos a hacer por tercera y última vez el test del amor, pero no ya sobre lo que otras personas hacen con nosotros o lo que nosotros hacemos con otras personas, sino sobre lo que Dios hace con nosotros. Y entonces comprobaremos que efectivamente Dios tiene un pleno total de 10 al test del amor. Dios sí que es paciente siempre con nosotros; Dios sí que está siempre disponible para nosotros; Dios sí que no tiene envidia de nuestros logros y se entristece con nuestros dolores; Dios sí que no busca su propio interés, sino siempre busca el nuestro; Dios nunca se irrita con nosotros; Dios no nos toma en cuenta el mal y quiere perdonarnos una y mil veces, hasta setenta veces siete; Dios nos excusa siempre, nos cree siempre, nos espera siempre, nos soporta siempre, y su amor nunca falla ni fallará.

jueves, 20 de enero de 2022

Domingo III del Tiempo Ordinario (C)

23-1-2022                   DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO (C)

Nehm. 8,2-4a.5-6.8-10; Slm. 18; 1ª Cor. 12, 12-30; Lc. 1, 1-4; 4, 14-21

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            El 25 de enero, terminaremos la semana de oración por la unidad de todos los cristianos para unirnos bajo la única y misma Iglesia de Cristo Jesús. Voy a decir algunas ideas sobre ello, pero sobre todo de la Iglesia:

            - Hace un tiempo, estuve en cama de gripe durante una semana, y aproveché para leer un libro sobre la historia el siglo pasado, concretamente desde 1933 hasta 1949. En el libro se hacía un relato novelado del nazismo y de la 2ª Guerra Mundial. Se trata de una ficción en lo que fue realidad: con unos personajes de novela se muestran hechos reales de aquellos tiempos. En alguna de las páginas del libro se narra la decisión de Hitler de matar a todos los discapacitados físicos o psíquicos y cómo se empezó a realizar esto en hospitales alemanes. Algunos de los protagonistas acuden a un pastor protestante para que denuncie estos hechos. Así lo hace este pastor y escribe a uno de los ministros de Hitler pidiéndole cuentas y que pare esas acciones. Pero enseguida el pastor protestante recibe la visita de la Gestapo, que humilla y aterroriza a los cinco hijos del pastor y a su mujer. El pastor es obligado a escribir otra carta al ministro pidiendo disculpas. Los feligreses del pastor dicen que no volvió a ser el mismo: era un hombre derrotado, hundido y asustado. Poco tiempo después los protagonistas de la novela acuden con pruebas irrefutables del asesinato de los discapacitados a un sacerdote católico de 27 años y le vuelven a confirmar la historia. Este sacerdote inmediatamente predica en la Misa de su parroquia sobre el quinto mandamiento de la Ley de Dios: No matarás, y denuncia estos crímenes horrendos. Un obispo católico se hace eco de esta homilía y predica también sobre ello y se hacen copias de la predicación del obispo, la cual se reparte por toda Alemania. Al joven sacerdote católico lo detiene la Gestapo y le torturan para que delate a quienes le dieron las pruebas. Le ponen electrodos en las partes más sensibles de su cuerpo, pero él no delata a nadie. Finalmente, lo matan con las descargas eléctricas. Sin embargo, Hitler da orden de parar el programa de aniquilamiento de discapacitados.

            - ¿A qué viene este relato? ¿Para destacar la fuerza y la supremacía del sacerdote católico sobre el pastor protestante? NO. Ambos forman parte de la única Iglesia de Dios, del mismo Cuerpo de Cristo Jesús. En distinta medida, son de la misma Iglesia y del mismo Cuerpo. Uno queda amedrentado en el relato de la novela, y el otro toma el relevo. En otras ocasiones no podrá seguir el sacerdote católico y lo hará por él el pastor protestante. (Y lo que digo con este ejemplo novelesco, se puede afirmar en tantos casos reales a lo largo de la historia, de los tiempos y de los lugares). Sí, en aquellos clérigos alemanes se cumplió el maravilloso texto de San Pablo sobre la Iglesia de Dios, sobre el Cuerpo de Cristo, al que nosotros pertenecemos por especial regalo de Dios. “Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito»”. Y un poco más adelante dice: “Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. Los sacerdotes católicos necesitamos a los pastores protestantes, los pastores protestantes necesitan a los sacerdotes católicos. Si cada uno de nosotros buscamos que crezca nuestro ego o nuestro grupo (es lo mismo), entonces no nos entenderemos ni estaremos en línea con Cristo Jesús. Pero si cada uno de nosotros buscamos que crezca Dios y el hombre, entonces sí que nos entenderemos; entonces sí que nos alegraremos y entristeceremos con los demás, aunque no piensen como nosotros.

            - A modo de reflexiones finales:

            1) Dios nos ha elegido para formar parte de su maravilloso Cuerpo-Iglesia. Nos ha elegido Él, y no hemos sido nosotros los que simplemente hemos elegido ser parte del Cuerpo, de la Iglesia.

            2) En este Cuerpo y en esta Iglesia todos somos necesarios y todos tenemos una función. Nadie es más importante que nadie. No es más importante el párroco que el monaguillo o que la mujer del quinto banco. No es más importante el obispo que el párroco. No es más importante el catequista que el niño que acude al catecismo de 1ª Comunión. Todos nos necesitamos y todos debemos cuidarnos. Hay una imagen preciosa sobre las flores y los santos en la Iglesia que se me quedó grabada la primera vez que leí Historia de un alma, de Santa Teresita del Niño Jesús. Escribe ella: Comprendí que todas las flores que Él ha creado son hermosas y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume, ni a la margarita su encantadora sencillez; comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas la naturaleza perdería su gala primaveral, y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas”. Lo que quería decir Santa Teresita, como nos dice hoy San Pablo en la segunda lectura, es que Dios se complace en lo más grande y en lo más pequeño. Lo uno realza lo otro y no podemos ni debemos prescindir de nada ni de nadie en la Iglesia de Cristo.

            3) Finalizo hablando un poco más de la Iglesia[1], a la que amo y a la que necesito. En mi vida como cristiano y como católico he comprobado que las personas de fe tenemos nuestra propia trayectoria y que Dios nos va haciendo descubrir en distintos momentos y etapas lo que importa en la fe y lo que nos ayuda a llegar a Él. TODOS los componentes de lo que importa en la fe y lo que nos ayuda a llegar a Dios lo tienen los santos. Nosotros sólo tenemos, de momento, algunas de estas cosas y son regalos de Dios. Voy a ir diciendo algunos de estos componentes para que los podamos reconocer y agradecer (se pueden expresar de otros modos):

a) el amor a Dios Padre,

b) la cercanía a Jesús,

c) el descubrimiento del Espíritu Santo,

d) María nuestra Madre,

e) la Sagrada Escritura como Palabra de Dios y fuente de Vida,

f) el amor y el respeto al hombre concreto como criatura de Dios,

g) la necesidad de la oración y del silencio,

h) el sentimiento de nuestra propia miseria y, a pesar de ello, de que Dios nos tiene de su mano,

i) la certeza de la Vida Eterna,

j) la necesidad de la Iglesia como madre que nos acoge… Esta última es de las más difíciles de descubrir en estos tiempos que vivimos. Termino con la frase de un autor católico inglés, Chesterton: Quien no ama a la Iglesia, ve los defectos de sus hijos e hijas. Quien la ama, los ve mejor: pero no ve solamente los defectos, ve también sus virtudes”.


[1] La Iglesia son mis feligreses de la UP de san Lázaro del Camino, las personas que se acercan con problemas y con alegrías, las personas que no se acercan, los que han muerto y gozan ya de Dios, los que han muerto y no gozan aún de Dios y tantos más.

jueves, 13 de enero de 2022

Domingo II del Tiempo Ordinario

16-1-2022                   DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO (C)

Is. 62, 1-5; Slm.95; 1ª Cor. 12, 4-11; Jn. 2, 1-12

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            1) Hoy comenzaré la homilía con un cuento: “Hace muchos años un ateo caminaba por un lugar peligroso y, habiendo resbalado, cayó por un precipicio. Mientras caía, pudo agarrarse a una rama de un pequeño árbol y quedó suspendido a trescientos metros de las rocas del fondo. Aquel hombre sabía que no podría aguantar mucho tiempo en aquella situación. Entonces tuvo una idea: ‘¡Dios!’, gritó con todas sus fuerzas. Pero solo le respondió el silencio. ‘¡Dios!’, volvió a gritar. ‘¡Si existes, sálvame, y te prometo que creeré en ti y enseñaré a otros a creer!’ ¡Más silencio! Pero, de pronto, una poderosa voz, que hizo retumbar todo el cañón, casi le hace soltar la rama del susto: ‘Eso es lo dicen todos cuando están en apuros’”.

            Hay un refrán muy castellano que dice así: “De Santa Bárbara solo nos acordamos cuando truena”. El significado está bastante claro: en tantas ocasiones los hombres andamos muy despreocupados y a lo nuestro… hasta que un problema o un sufrimiento se nos viene encima, y entonces sí que diligentemente nos ponemos a rezar, o a quejarnos, o a echar la culpa a los otros, o a actuar, aunque a veces ya sea tarde para esto último.

            Sin embargo, este refrán tiene que ser matizado. En efecto, si truena para otros y no para nosotros o para los nuestros, entonces no nos acordamos de Santa Bárbara. Por ello, propiamente el refrán tendría que sonar algo así como “de Santa Bárbara solo nos acordamos cuando nos truena a nosotros o a los nuestros”.

            2) Dicho esto vamos ya con el evangelio de hoy. Es el archiconocido texto de las bodas de Caná y la conversión del agua en vino. En tiempos de Jesús, en los pueblos de Israel la gente era muy pobre, casi no tenía dinero y no podía encargar a un restaurante la comida de bodas. ¡No había dinero! Por ello, las familias iban guardando parte de la cosecha de vino para cuando llegasen las bodas de los hijos. También se hacía lo mismo con los animales que tenían, como ovejas, ca­bras, etc. Las bodas se cele­braban en las casas y duraban varios días, en los cuales los invitados comían y bebían allí. Para la mayoría de los invitados era la oca­sión de quitar el hambre o, al menos, de comer unos manjares que habitualmente no estaban en sus mesas. (En cierta ocasión me contaba un minero muy mayor que se había casado hacia el año 1930 y que ‘la boda se comió’ en casa. Me decía que, pasados dos o tres días de la ceremonia en la iglesia, la gente aún no se marchaba de la casa y les estaban acabando con todas las existencias, por lo que los novios se fueron unos días de luna de miel a León y fue la forma de ‘echar de casa’ a todos aquellos invitados).

En esta boda de Caná, que nos narra el evangelio, o los novios no calcularon bien la cantidad de vino que deberían tener a su disposición, o hubo más gente de la esperada; el caso es que el vino se acababa. Si esto sucedía, a los recién casados les iba a que­dar un estigma ante todo el pueblo y ante los conocidos que pasaría de padres a hijos y a nietos. Para la gente se­rían siempre los novios a los cuales se les acabó el vino. La Virgen María sabía lo que esos motes, esos sambenitos y esas palabras hirientes suponían en un pueblo. Por eso, María avisó a Jesús y Él se preocupó de ayudar a los recién casados. Se trataba de un problema poco importante, y que no tenía relevancia en la historia de la salvación de la humanidad. Pudiera parecer una broma de mal gusto que todo un Dios realizase este primer milagro: convertir agua en vino para que la gente beba y se embo­rra­che. ¡Fue un mal uso de un poder sagrado!

¿Por qué hizo Jesús este milagro concreto, si no era un problema importante para la salvación de la humanidad? Quizás otros tengan otras respuestas; la mía es la siguiente: Jesús no hace milagros para que la gente crea en Él o en Dios. Jesús solo vino a ayudar a que la gente se encuentre con Dios y con los demás hombres, y a mostrarles el amor de Dios. Por ello, Jesús se preocupa de sus cosas más sencillas. ¡Lo que es importante para los hombres, también es importante para Jesús, para Dios! En aquel mo­mento lo importante para los novios era que no tenían vino y que la gente se iba burlar de ellos durante toda su vida e incluso en vida de sus hijos y nietos. Jesús se preocupó de ellos.

Si examinamos otras partes de los evangelios veremos cómo Jesús estuvo siempre pendiente de los hombres y de sus circunstancias concretas: 1) estuvo pendiente de Zaqueo, de su soledad y de su deseo de cambio; 2) estuvo pendiente de María Magdalena, una mujer zarandeada por la vida y por los hombres, una mujer deseada, pero no amada; 3) estuvo pendiente de la muerte de Lázaro, y de cómo quedaban sus hermanas y lloró con ellas su ausencia; 4) estuvo pendiente de la viuda de Naín, que perdió a su hijo único; 5) estuvo pendiente de la adúltera pillada ‘in fraganti’ y la libró de morir lapidada; 6) estuvo pendiente de la samaritana y de una búsqueda de sentido de vida que le hacía ‘peregrinar’ de hombre en hombre sin encontrar más que vacío; 7) estuvo pendiente de abrazar y besar a los niños que los apóstoles querían alejar de Él… Por esos detalles de Jesús para con todos los hombres de todo lugar y condición se entienden perfectamente aquellas palabras de Jesús llenas de ternura para Dios y para sus hijos, los hombres: “hasta los pelos de la cabeza los tiene (Dios) contados” (Mt 10, 30). Si Dios se fija en un cabello que cae de nuestra cabeza, cómo no va a darle Jesús importancia a unos novios que iban a servir durante muchos años de mofa para toda la aldea y sus contornos, porque se les acababa el vino de su boda. Sinceramente, a mí me enternece y hace más bien a mi fe el detalle tierno de Jesús con estos recién casados para evitarles un ‘sambenito’ que el mismo milagro de convertir agua en vino.

3) Decía el refrán castellano: “De Santa Bárbara solo nos acordamos cuando truena”. Es cierto, cada uno se ocupa de sí cuando tiene algún problema, pero también es cierto que Dios se ocupa de todos. En efecto, a Jesús siempre ‘le truena’. A nosotros nos truena, si nos truena a nosotros o a los nuestros. Pero a Jesús –repito–, siempre que nos truene a nosotros, siempre… le tronará a Él. Pienso que esta es una de las muchas enseñanzas que se pueden sacar del evangelio de hoy.

¿Qué podemos hacer nosotros, los que creemos en Jesús y queremos seguir sus pasos? La inmensa mayoría de nosotros no podremos hacer milagros del estilo de convertir agua en vino, pero sí que podemos hacer otros milagros: los de estar pendiente de los demás (cómo Él nos enseñó) y que, cuando a los otros les truene, aunque no nos truene a nosotros ni a los nuestros, por nuestra fe en Cristo Jesús, también el rayo que cae sobre los otros nos queme como si cayera sobre nosotros mismos. Si hacemos esto, siempre ‘nos acordaremos de Santa Bárbara’, es decir, de Dios y de sus hijos.

¡QUE ASÍ SEA!

jueves, 6 de enero de 2022

Bautismo del Señor (C)

9-1-2022                                BAUTISMO DEL SEÑOR (C)

Is. 42, 1-4.6-7; Slm. 28; Hch.10, 34-38; Lc. 3, 15-16.21-22

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            El primer año que estuve en san Lázaro como párroco, en la celebración del Bautismo del Señor, os explicaba los ritos que se realizan en este sacramento y el significado de tales ritos. Este domingo quisiera explicaros las normas que el Derecho Canónico (que contiene las leyes de la Iglesia) tiene sobre este sacramento.

            - Generales del sacramento del bautismo.

            La Iglesia católica contempla la posibilidad de que sean bautizados dos tipos de personas, en cuanto a la edad: el adulto o el infante:

a) Se considera adulto en este sacramento del bautismo a aquella persona que ha llegado a los 7 años de edad (canon 852 del Código de Derecho Canónico [en adelante CDC]). Esta persona necesita realizar un camino catecumenal previamente a la admi­nistración del bautismo. La preparación debe ser la adecuada para su edad, ya que la preparación será distinta si tiene, por ejemplo, 9 años, o 16 años, o 24 años, o 50 años.

b) Se considera infante aquel que no ha alcanzado los 7 años de edad. 9amento del bautismo a aquella persona an bien o mal.  y plata"... me hace caminar por las alturas"aarEn el caso del bautismo del infante, han de ser prepa­rados convenientemente los padres y padrinos sobre la significación del sacramento (canon 851 del CDC).

            El bautismo puede ser celebrado en cualquier día de la semana, pero se recomienda que se celebre el domingo o en la Vigilia pascual (canon 856 del CDC), ya que este sacramento está muy conectado (como todos) a la muerte y resurrección de Cristo Jesús.

            El lugar propio de la celebración del bautismo es la iglesia parroquial o un oratorio (canon 857 del CDC). No se puede celebrar, por tanto, en casas privadas o en los hospitales, a no ser con permiso del ordinario del lugar (el obispo o uno de sus vicarios), fuera del caso de necesidad (canon 860 del CDC).

            - El ministro del sacramento del bautismo.

            El ministro ordinario y habitual de este sacramento es el obispo, el sacerdote, o un diácono. Pero, en caso de necesidad, puede bautizar cualquier hombre, incluso un no cristiano (canon 86 del CDC).

            Cuando un sacerdote o un diácono vayan a bautizar a un adulto de más de 14 años, se debe dejar al obispo para que lo haga este, si así lo juzga necesario. Habitualmente los obispos bautizan adultos el día de la Vigilia Pascual.

            - Los bautizandos.

            Para que sea bautizado un adulto (se debe de recordar que, referido a este sacramento, son aquellas personas que han alcanzado los 7 años de edad), dicho adulto debe cumplir las condiciones reseñadas en el canon 865 §1 del CDC:

a) Que haya manifestado personalmente su deseo de recibir este sacramento;

b) que esté suficientemente instruido en las verdades de fe y las obligaciones cristianas;

c) que haya sido probado en la vida cristiana mediante el catecumenado;

d) se le debe exhortar, además, a que tenga dolor de sus pecados, puesto que se le perdonará el pecado original y los pecados personales cometidos por él desde que tiene uso de razón hasta el momento que recibe el sacramento del bautismo.

Si el adulto es bautizado por un sacerdote, este está facultado para confirmarlo en la misma ceremonia y, además, el recién bautizado debe recibir el sacramento de la Eucaristía (canon 866 del CDC). Por otra parte, si los que se bautizan son matrimonio (que se han casado, por ejemplo, ‘por lo civil’ o por otro rito), en el mismo momento de bautizarse, reciben el sacramento del matrimonio sin falta de que tengan que renovar el consentimiento matrimonial.

            Los padres tienen la obligación de bautizar a sus hijos (infantes) en las primeras semanas del nacimiento (canon 867 del CDC).

            ¿Se puede bautizar a los hijos de padres casados civilmente, o de padres que simplemente conviven como parejas de hecho? Unos sacerdotes actúan de un modo y otros de otro. ¿Qué dicen las normas de la Iglesia? Las normas de la Iglesia dicen lo siguiente (y todos hemos de atenernos a ellas): Para que un niño (infante) sea bautizado debe existir la esperanza fundada de que será educado en la religión católica; si no es así, debe ser diferido la administración de este sacramento, pero advirtiendo a los padres las razones de no bautizarlo en ese momento (canon 868 del CDC).

El niño (infante) de los padres católicos, incluso de los no católicos, puede ser bauti­zado en grave peligro de muerte, aunque se opongan los padres (canon 868 del CDC).

- Los padrinos.

            Se define en el canon 872 del CDC quiénes son los padrinos y cuál es su cometido. Estos no son los que traen ‘el bollo por Pascua’ o los que traen los regalos el día de los Reyes Magos a sus ahijados… Los padrinos son aquellos cristianos que:

a) Asisten a los adultos que van a ser bautizados en su iniciación-preparación cristiana;

b) procuran que, después de recibido el sacramento, el bautizado lleve una vida cristiana congruente con el bautismo;

c) que el bautizado cumpla fielmente las obligaciones inherentes al sacramento.

Cuando se trata de bautizar a un niño (infante), entonces los padrinos tienen, además, otra misión: la de presentar ante la Iglesia y ante su ministro, junto con los padres, al niño que va a recibir el bautismo.

            Solo se puede tener un solo padrino, o una sola madrina, o un padrino y una madrina. No se puede tener, por tanto, dos padrinos o dos madrinas (canon 873 del CDC).

            ¿Quiénes pueden ser padrinos de una persona que va a ser bautizada? En el canon 874 del CDC se dicen las condi­ciones necesarias para serlo:

a) Que hayan sido elegidos por el adulto que va a ser bautizado o por sus padres, y que tengan capacidad para esta misión e intención de desempeñarla;

b) que hayan cumplido los 16 años, aunque esto puede ser dispensado por el ministro;

c) que sean católicos, que estén confirmados, que hayan hecho la primera Comuniónsmo.lmente las obligaciones arejas de hecho? stiana  y que lleven una vida congruente con la fe y la misión que van a asumir;

d) que no estén excomulgados;

e) que no sean el padre o la madre de quien va a ser bautizado.

Confío en que estas palabras nos aporten un poco más de formación a los cristianos y nos hagan ver más y mejor el sentido y la significación de este sacramento, y cómo la Iglesia aporta una serie de cauces para lograr unos cristianos más responsables y maduros.

martes, 4 de enero de 2022

Epifanía del Señor (C)

6-1-2022                                            EPIFANIA DEL SEÑOR (C)

Is. 60,1-6; Slm. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Celebramos hoy la fiesta de la Epifanía (que significa manifestación) del Señor, más conocida popularmente como la fiesta de los Reyes Magos. Unos Magos del Oriente, se cree que del actual Iraq o Irán, vinieron para adorar al Rey de los Judíos, a Jesús. Nos dice el evangelio que, cuando llegaron ante el portal de Belén, le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra. De este acontecimiento viene la costumbre en España de hacer o intercambiar regalos por esta fecha del 6 de enero.

            Hay distintas clases de regalos: regalos para los niños y para su diversión y ocio; regalos de compromiso y, a veces, ¡qué difícil es dar con el regalo adecuado para una persona y para una ocasión determinada!; regalos útiles para la persona que los recibe; regalos de mucho valor material; regalos de mucho valor sentimental… Esta homilía va de regalos.

            - Veamos ahora los regalos de los Magos al Niño Jesús:

            Oro. ¿Por qué oro? El oro fue siempre un metal precioso y de mucho valor para los hombres. Lo llevaba la gente rica y los reyes. Jesús no era rico, había nacido en un establo entre pajas, pero era rey, y como tal le regalaron oro. Muchos hombres siempre han querido ofrecer lo mejor que tenían para Dios. ¿No veis los edificios, como en la catedral de Oviedo y en otros templos majestuosos, que se han construido para Dios?

            Incienso. El incienso se utilizaba entonces en las ceremonias religiosas y pretende elevar el humo aromatizado ante Dios. Por eso, los Magos, aunque no lo supieran de un modo muy claro, estaban ofreciendo incienso al Niño Jesús…, como Dios que era. También ahora en las ceremonias más solemnes se quema incienso y se rocía del mismo al altar en donde se va a consagrar el pan y el vino, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Se rocía de incienso el mismo pan y vino. Se rocía de incienso el ambón y la Palabra de Dios que va a ser proclamada. Se rocía con incienso al sacerdote u obispo que presiden la Misa, a los sacerdotes que concelebran, a los fieles que celebran la Misa, y al cadáver de cristiano fallecido, pues ellos van a realizar funciones sagradas y en ellos está presente Dios por la creación (a su imagen y semejanza) y por el Bautismo (hijos adoptivos de Dios, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo). El incienso es para Dios y para elevarnos a Dios.

            Mirra. Cuando un hombre o una mujer mueren, rápidamente su cadáver se descompone y huele mal. ¿No habéis pasado alguna vez por el campo o en la ciudad al lado de un cadáver de un gato, de un perro o de otro animal? Salen de él las moscas y huele muy mal. Pues bien, eso también pasa en los hombres que mueren. A veces, como se tardaba un tiempo en enterrarlos, y por Israel y el Oriente hacía mucho calor, lo que se producía era una descomposición del cadáver más rápida, y por ello se utilizaba la técnica de embalsamamiento. Y uno de los instrumentos usados en ésta era la mirra. Cuando murió Lázaro, el amigo de Jesús, y éste quería verlo, le dijeron las hermanas: “Señor, tiene que oler muy mal, porque ya hace cuatro días que murió” (Jn 11, 39b). A Jesús, cuando murió, quisieron embalsamarlo (Lc. 23, 56 - 24, 1). Por lo tanto, ofrecer mirra a Jesús como regalo por parte de los Magos significaba que Él era hombre como nosotros, y, por lo tanto, iba a morir igual que mueren todos los hombres.

            - Hasta aquí hemos hablado de los regalos que los Magos ofrecieron a Jesús. Pero veamos también algunos de los regalos que Dios nos hizo a los hombres con el nacimiento de Jesús:

Luz. Isaías, en la primera lectura, profetiza en este sentido: “¡Levántate Jerusalén, que llega tu luz! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz”. Jesús viene presentado como Luz en medio de las tinieblas que rodean al mundo. Por ejemplo, los Magos fueron guiados hasta Belén por un estrella, que desapareció en cuanto se mostró el lugar donde yacía el niño Jesús. Desapareció porque todas las estrellas desaparecen cuando llega el sol y éste trae el día. Así, el Sol-Jesús hizo desaparecer la Estrella del Oriente. Por eso, vemos cómo Cristo Jesús es Luz para todos noso­tros. Para todo el que cree en Él, Jesús es Luz en medio de las oscuridades y dudas de esta vida. El que no cree en Jesús camina en la oscuridad; en la oscuridad, porque no ve más que lo que toca, que lo que palpa; en la oscuridad de su propio egoísmo y pecado. Hace unos días se quejaba una madre de familia de que no tenía trabajo fuera de casa. Yo le dije que, de parte de Dios, le daría un trabajo al lado de casa, con una paga 2.400 € mensuales, con 8 horas de trabajo por las mañanas, con fines de semana libres, con un mes de vacaciones, con 14 pagas anuales, pero… con dos condiciones: (1) le quitaría la fe que tenía en Dios, (2) le quitaría a su marido y a sus hijos. Me dijo que no, que se quedaba como estaba. No le quise decir que el trabajo fuera de casa que pretendía fuera malo, pero sí quise que se diera cuenta que tenía en su poder lo mejor de este mundo y su queja continua le impedía disfrutar de lo bueno que Dios le había dado. Dios le dio luz para ver esto.

Fe. Este es uno de los regalos de Dios que yo más aprecio. ¿Qué sería de mí sin fe? ¿Qué sería de mí sin la esperanza de verlo y de abrazarlo plenamente un día y para toda la eternidad? ¿Qué sería de mí sin la certeza de su inmenso amor? Tengo un amigo periodista y hace un tiempo me escribió a propósito de un funeral por un asesinado lo siguiente: “Te comento una experiencia intensa que tuve el pasado viernes, 18 de junio. Me tocó hacer la información del funeral de uno de los dos chicos que mataron a tiros en Avilés. Fue un funeral religioso, aunque su familia se encontraba más bien lejos de la Iglesia. De hecho, éramos una minoría los que sabíamos responder al sacerdote. Hubo dos cosas que me impresionaron en una Iglesia que estaba llena con gente que trabaja en puticlubs y esos ambientes. Por una parte, el respeto a la muerte y al propio lugar sagrado. Además, noté en ellos ese frío que en su momento yo noté en el funeral de mi tía N, el frío de las personas que se encuentran al margen de la Fe, el frío de la vida sin esperanza. Fue una impresión pero muy honda”. Solo hay una cosa en el mundo más grande –para mí- que la fe en Dios y es… Dios mismo.

            Alegría. Dice la primera lectura: “Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará”. También el evangelio nos dice que los Magos “se llenaron de inmensa alegría”. Recuerdo al padre de una señora de color de Cabo Verde (esta señora vive en Lugones) cuando vino a España a ver a su hija y después de unos días, al marchar, dijo: ‘Aquí en Europa, en España, tenéis de todo, pero no sois felices; no estáis alegres’. Si yo me lleno de cosas, entonces sale Dios de mí. Si yo me vacío de cosas en mi interior, entonces ese vacío lo puede ocupar Dios, el Dios de mi alegría.

            - Esta última parte de la homilía es para que la rellenemos nosotros: ¿Qué regalos estoy dispuesto a hacer a Dios y a los demás en este año que empieza? ¿Serán regalos de compromiso…; regalos útiles…; regalos de mucho valor material…; regalos de mucho valor sentimental…; regalos de mi tiempo…; regalos de lo que me sobra…?