23-5-2021 PENTECOSTES (B)
Hch. 2, 1-11; Slm. 103; 1 Co. 12,3b-7.12-13; Jn. 20, 19-23
Homilía en vídeo.
Homilía en audio.
Queridos hermanos:
En el día de hoy celebramos la
festividad de Pentecostés: 50 días después de haber resucitado Jesús, 10 días
después de haber ascendido al cielo Jesús es cuando sucede el hecho
extraordinario de Pentecostés: el Espíritu Santo en forma de lenguas de
fuego desciende sobre los apóstoles y sobre la Virgen María, y les cambia
totalmente: de timoratos los convierte en valientes, de tristes en alegres, de
gente con dudas los convierte en gente entregada y confiada totalmente en Dios
y en su Hijo Jesucristo, de gente sin instrucción los convierte en gente con
una sabiduría y con unas palabras que no son de este mundo…
Por cierto, ¿vosotros oráis al
Espíritu Santo? ¿Tenéis fe y devoción en el Espíritu Santo? Se cuenta que hace
ya unos cuantos años una señora se acercó al cura de su parroquia y le
preguntó: “Señor cura, ¿me puede
conseguir una novena al Espíritu Santo? Es que le tengo mucha devoción”. A
lo que el cura contestó: “¡Señora, déjese
de devociones raras y rece a San Antonio como todo el mundo!” A lo que yo
replico: si el cura está así, ¿cómo estarán los feligreses…? Y es que el
Espíritu Santo es el gran desconocido entre muchos cristianos, curas incluidos,
o al menos, entre los católicos en muchas partes de España.
- Por eso hoy quisiera hablaros un
poco del Espíritu Santo y lo haré de la mano de la Secuencia que hemos
escuchado antes del evangelio. La Secuencia es una bellísima y antigua oración en
donde los cristianos pedimos que el Espíritu de Dios nos asista. Voy a releer
trozos de esta oración y vamos a tratar de profundizar un poco en ella.
Ven,
Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo…
Ven, dulce huésped
del alma.
Sí,
el Espíritu Santo entra en nuestra alma solo si es invitado. Cuando Dios nos
creó puso en nuestro corazón y en nuestra alma una puerta. En dicha puerta puso
también una cerradura. Se trata de una cerradura extraña, porque está por el
interior y solo se abre desde el interior. Esta cerradura tiene una sola llave,
y esa llave nos la ha entregado Dios a cada uno de nosotros. Somos nosotros
quienes abrimos o cerramos esa cerradura y esa puerta para que entren unos u
otros, o para que no entre nadie. Hace un tiempo me vinieron a ver dos personas
distintas para contarme dos casos muy similares: resulta que sus jóvenes hijos,
por decisión propia, están encerrados en casa y no quieren salir ni tener
contacto con nadie. Sus padres son los “suministradores” de la comida y de la
ropa, pero estos hijos no quieren nada más de sus padres ni con sus padres. Si
sus padres hacen algún esfuerzo para que sus hijos vean especialistas en
psicología o para que salgan o tengan contacto con alguien, entonces estos
jóvenes reaccionan con ira y/o encerrándose más todavía en su mundo. Y estos,
por desgracia, no son casos aislados. Se están dando con relativa frecuencia.
Aunque no sean casos
tan extremos, igualmente me he encontrado con mucha frecuencia en mi tarea
sacerdotal con personas que tienen reacciones de ira o de hosquedad, y en
realidad no es más que una especie de cercado con púas que ponen a su alrededor
a modo de defensa. Se saben frágiles y débiles. Estas personas han comunicado
sus secretos e ilusiones a los demás en varias ocasiones y se han sentido
traicionadas o no comprendidas. Por eso, pueden ser personas que hablan y
hablan, pero de cosas externas a ellas (el Barça va a ganar la liga, qué frío
hace, te sienta bien esa ropa, qué mal está el mundo…), pero todo eso no son
más que cortinas de humo para que nadie entre en su interior y les haga daño
una vez más. Pues bien, esto mismo, que sucede a nivel humano o de relaciones
humanas, también sucede en nuestras relaciones espirituales, con Dios. Dios nos
ha entregado, al crearnos, una llave de nuestro interior y, si nosotros
queremos, ahí no entra nadie; ¡ni Dios tampoco!
En efecto, Dios
respeta tanto nuestra libertad que, si nosotros se lo impedimos, Él no puede
entrar. Ciertamente Dios es todopoderoso, pero su límite es nuestra libertad. Somos
nosotros quienes ponemos a Dios el límite a la hora de entrar y quienes podemos
echar a Dios de nuestro interior. Por todas estas razones, esta oración de hoy (Ven, dulce
huésped del alma) quiere ser una invitación al Espíritu Santo para que
ablande nuestro corazón y nos haga salir de nuestro castillo, de nuestro
aislamiento y para que permitamos al Espíritu de Dios entrar en nuestro ser más
profundo.
- Sigue la oración:
Ven,
dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Cuando el Espíritu
Santo es invitado y está ya dentro de nuestra alma, no hay nada comparable a
Él. Todo se vuelve dulce como la miel; las lágrimas de dolor y sufrimiento, que
caen por nuestras mejillas en tantas ocasiones, se transforman por la acción
maravillosa del Espíritu en lágrimas de consuelo, de sabernos acompañados, de
alegría. Son lágrimas de sentirnos comprendidos, amados y consolados. ¡Cuántas
personas han narrado tener problemas muy graves y volverse a Dios y, sin haber
cambiado nada y seguir todo igual, cómo la paz y la fortaleza los inundaba para
seguir en la vida! Recuerdo el caso de una señora que fue abandonada por su
marido. La dejó a ella y a tres hijos pequeños. Esta mujer se vio sola y
perdida, y fue ante una imagen de la Virgen y lloró allí desconsoladamente. Me
contó que en un determinado momento sintió cómo si la Virgen la arropara a ella
y a sus hijos con su manto. Salió de allí con el mismo problema con el que
había entrado, pero con serenidad, paz y fuerza para luchar por sus hijos. En verdad, no hay nada creado en este mundo
comparable a la dulzura, al descanso, a la brisa, al gozo, a la felicidad que
nos proporciona el Espíritu Santo. Es mejor que cualquier lotería, trabajo,
crucero de placer, coche, salud, tierras, dineros, amigos que hayamos tenido,
que tengamos o que podamos imaginar. Quien
lo haya probado, aunque solo sea una sola vez en su vida, sabe de qué estoy
hablando y sabe que es cierto lo que digo. De hecho, quien escribió está
oración (Secuencia) hablaba desde su experiencia.
-
Termino leyendo lo que queda de la Secuencia del Espíritu Santo, aunque no
explique más por hoy:
Entra
hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira
el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega
la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte
tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
AMEN