sábado, 29 de abril de 2023

Domingo IV de Pascua (A)

30-4-23                                   DOMINGO IV DE PASCUA (A)

Hch. 2,14a.36-41; Slm. 23; 1 Pe. 2, 20b-25; Jn. 10, 1-10

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

            Celebramos hoy el domingo del buen Pastor. En otros años os he dicho que Jesús es el buen Pastor y el verdadero modelo de todos los pastores en la Iglesia. Comúnmente se entiende por pastores a los obispos, sacerdotes y diáconos. En esta ocasión, sin embargo, quisiera hablaros, no de los pastores, sino de los fieles. Me vino la idea de predicar sobre los fieles en un día como hoy, porque he sabido de diversos casos en que algunos pastores no hemos defendido o cuidado convenientemente a los fieles a nosotros encomendados. Dice Jesús en el evangelio de hoy “que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. En ocasiones, los que hemos sido puestos por Dios como pastores para cuidar y defender los fieles nos hemos comportado con ellos como “ladrones y bandidos”. Por eso, los fieles han huido y huyen de nosotros, porque no conocen nuestra voz, que no se parece demasiado a la voz de Jesús, el buen Pastor.

            La Iglesia reconoce en documentos doctrinales y conciliares, y en verdaderas normas jurídico-canónicas que todos los fieles, por el hecho de recibir el sacramento del Bautismo, poseemos el sacerdocio real y común (LG[1]. 10-11). Dentro de los fieles existe un grupo de ellos que han sido consagrados con el sacerdocio ministerial (LG. 10). La palabra ‘ministerial’ viene del término latino ‘minister’, que quiere decir el servidor o criado. Procede de la raíz ‘minus’ (menor, menos, miniatura). Es el opuesto a ‘magister’, término del que derivan magistrado y maestro. O sea, que los sacerdotes ministeriales estamos para servir, según las palabras del mismo Señor: “el que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mt. 20, 26-28).

Los fieles son sujetos de derechos y de deberes dentro de la Iglesia. No son derechos ni deberes que pueden serles reconocidos o no, exigidos o no, dependiendo de un cura u otro, de un obispo u otro. Los fieles, por el mero hecho de haber recibido el Bautismo, tienen tales derechos y obligaciones. Vamos a ver detalladamente algunos de estos a continuación:

- Existe una verdadera igualdad en la Iglesia en razón del Bautismo que todos hemos recibido (LG. 32). Por ello, nadie es más que nadie, ni nadie es menos que nadie en la Iglesia. Cuando en una parroquia hay un problema o discusión y el cura lo zanja con un “aquí mando yo”, estas palabras están totalmente fuera de lugar y el sacerdote está conculcando el derecho de igualdad entre todos los fieles.

- Todos y cada uno de nosotros, desde los dones y carismas que Dios nos ha dado, tenemos el derecho y el deber de esforzarnos en expandir y propagar el evangelio de salvación para todos los hombres (LG. 17.30.33). No es tarea sólo de los obispos o de los sacerdotes.

- Todos los fieles tienen el derecho y el deber de exponer, dentro de su conocimiento y competencia, su parecer y opinión sobre los asuntos de la Iglesia (LG. 37). ¿Y esto por qué? Pues 1) porque la Iglesia es responsabilidad tanto de ‘los unos’ (pastores) como de ‘los otros’ (seglares), es responsabilidad de todos los bautizados, y 2) porque Dios da su Sabiduría a los sacerdotes, pero también a los seglares. ¿No recordáis a santa Catalina de Siena? Ella, una mujer y, además, seglar, recibió de Dios unas gracias extraordinarias, y Papas, Cardenales, obispos, sacerdotes, seglares, reyes, duques y la gente más humilde le pedían consejo. Si podéis leer algo de esta santa, hacedlo.

- Todos los fieles tienen el derecho de vivir su fe desde la espiritualidad propia que les ha sido regalada por Dios, siempre que sea conforme con la doctrina de la Iglesia. Dentro de ésta existen muchas clases de espiritualidades y todas válidas: la espiritualidad de la Acción Católica, de la Renovación Carismática, de san Ignacio de Loyola, de los carmelitas (santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, santa Teresita del Niño Jesús), de san Francisco de Asís, de santo Domingo, del Hno. Rafael, del Opus Dei, del Camino Neocatecumenal… Nadie puede imponer una espiritualidad a otro, o impedir que cada uno viva según la espiritualidad que Dios mismo le ha regalado. Si Dios regaló a un fiel la espiritualidad del Opus Dei (o de los Kikos, o de los franciscanos, o…), ¿quién es el cura para impedirlo? Otra cosa es que el párroco coordine en su parroquia las distintas sensibilidades espirituales que existan. Os cuento un chiste sobre el Espíritu Santo, que ilumina esto: una vez hubo una señora que fue al párroco y le pidió una novena sobre el Espíritu Santo, pues le tenía mucha devoción. Y el cura le contestó: “¡Señora, rece a S. Antonio como todo el mundo y déjese de devociones raras!” Es un chiste, pero en ocasiones se acerca a la realidad de un querer dominar la fe de la gente y las manifestaciones de esta fe. Para ir hacia Dios hay muchos caminos, y no sólo los que al cura se le ocurren o los que al sacerdote le valen. Dios es mucho más grande que cada uno de nosotros.


[1] Lumen Gentium es un documento del Concilio Vaticano II y que trata sobre la Iglesia.

Homilías semanales EN AUDIO: semana III de Pascua

Hechos 6, 8-15; Salmo 118; Juan 6, 22-29

Homilía lunes III de Pascua



Hechos 8, 26-40; Salmo 65; Juan 6, 44-51

Homilía jueves III de Pascua

jueves, 20 de abril de 2023

Domingo III de Pascua (A)

23-5-23                                   DOMINGO III DE PASCUA (A)

Hch. 2, 14.22-33; Slm. 15; 1 Pe. 1, 17-21; Lc.24, 13-35

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En este domingo III de Pascua se nos presenta el relato tan conocido de los discípulos de Emaús. Vamos a ver qué podemos extraer de aquí a fin de que nos sirva para nuestra vida personal.

* Nos dice el evangelio que dos discípulos se habían marchado de Jerusalén y que regresaban a sus casas. Iban “con el rabo entre las piernas”. Habían dejado su familia, sus trabajos, sus casas para seguir a un hombre, Jesús, que hablaba de parte de Dios y hacía milagros de parte de Dios. El viernes, hacia las tres de la tarde, murió Jesús y estos dos estuvieron escondidos el viernes por la tarde y el sábado todo el día por miedo a que también a ellos les pasara lo mismo. El domingo por la mañana ya regresaban a sus casas. En el camino, “mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo”. ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos reconocido a Jesús a nuestra vera y en nosotros mismos? ¿O quizás nunca lo hemos percibido o reconocido? Sería muy triste que Dios fuera para nosotros alguien muy lejano. Para los cristianos Jesús no debe de ser el hombre muerto hace 2000 años, no debe de ser el gran desconocido, o el conocido simplemente de oídas. El pasa a nuestra lado a cada instante..., sólo que, como los discípulos de Emaús, quizás en tantas ocasiones tampoco nuestros ojos son capaces de reconocerlo. Recuerdo un caso en que yo reconocí la presencia de Jesús (no hay que buscar apariciones ni grandes milagros, El suele ser más sencillo que todo eso); me refiero al caso de unos padres que se besaron en los labios a través de la mano de su hijo de 5 años. Esto sucedía en un coche. Yo estaba en el coche inmediatamente anterior, mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde.

            ¿Qué podemos hacer para que nuestros ojos sean capaces de reconocer a Jesús? El evangelio de hoy nos da dos pistas:

            - Jesús “les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”. Ante todo tenemos que leer-meditar-orar la Santa Biblia. Nadie que no lea-medite-ore este libro podrá encontrarse con el Cristo auténtico. Conozco personas que a través de la ayuda solidaria a los hombres encuentran a Jesús, pero luego han de profundizar en la Biblia. Antes o después se ha de pasar por ella. ¿Por qué? Porque ella es la Palabra de Dios en la que encontramos los dichos, hechos, enseñanzas de Jesús, y encontramos al mismo Jesús. Si no leemos la Biblia, inventamos otro dios distinto del Dios de Jesús. Cuenta S. Agustín que, cuando empezó a leer la Sagrada Escritura, notaba el bien que le hacía y cómo las lágrimas llenaban sus ojos e iban haciendo un bien inmenso a su espíritu. En la Misa Crismal de la Semana Santa de 2008, don Carlos, el entonces Arzobispo nos escribió una carta a los sacerdotes y nos puso el ejemplo de S. Antonio María de Claret, el cual decía: “Lo que más encendía mi entusiasmo por la salvación de los hombres era la lectura de la santa Biblia, a la que siempre he sido muy aficionado. Había pasajes que me hacían tan fuerte impresión, que me parecía que oía una voz que me decía a mí lo mismo que leía.” Fijaros lo que dicen los discípulos de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” ¿Alguna vez os ha ardido el corazón al leer vosotros la Biblia o al escucharla en la Misa?

            - “Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.” Partir el pan ha sido siempre sinónimo de la celebración de la Eucaristía. Es en la Misa donde llegamos al rostro genuino de Jesús, pues en ningún sitio está más fuertemente presente que en la celebración de la Misa. Pero claro una Misa en la que vengamos por Él, para escuchar su Palabra, para alimentarnos de su Cuerpo y Sangre, para estar con nuestros hermanos, para dejar que Él tome posesión de nosotros y haga en nosotros su santa voluntad. Si no es así, no podremos encontrarnos con Jesús, aunque vengamos todos los días a Misa[1].

            Por otra parte, la Misa verdadera no empieza “en nombre del Padre...” y termina cuando el sacerdote dice: “Podéis ir en paz.” La Misa verdadera empieza con el bautismo de un cristiano y nunca termina, pues sigue en el cielo eternamente. ¿Y cómo es esa Misa de cada minuto, de cada segundo? Es como nos dice el profeta Isaías: no oprimir a los que están a tu lado, desterrar de ti las ironías, las malas palabras, las críticas, el juzgar a los demás, el señalar con el dedo a los demás. Sacia el estómago del hambriento, viste al que está desnudo, entonces “surgirá tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía” (Is. 58, 6-10).

            * Si me permitís voy a aludir ahora a una carta que ha sido publicada hace un tiempo y es de un periodista egipcio que se convirtió del Islam al catolicismo. Es una carta fuerte y dura. La traigo aquí porque Magdi Cristiano Allam ha reconocido a Cristo resucitado caminando a su lado. Transcribo algunos trozos de la carta:

            - “Desde hace cinco años estoy obligado a llevar una vida blindada, con vigilancia fija de mi casa y escolta de policías permanente, a causa de las amenazas y de las condenas a muerte de los extremistas y de los terroristas islámicos, tanto de los que residen en Italia como de otros del exterior […] Me he preguntado cómo es posible que alguien como yo, que ha luchado con convicción y hasta el cansancio por un ‘Islam moderado’, asumiendo la responsabilidad de exponerse en primera persona a las denuncias del extremismo y del terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en nombre del Islam, basándose en una legitimación del Corán. Por esto he llegado a comprender que, más allá de la contingencia de los fenómenos extremistas y del terrorismo islámico a nivel mundial, la raíz del mal está inscrita en un Islam que es fisiológicamente violento e históricamente conflictivo. Paralelamente, la Providencia me ha hecho encontrar personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y de su amistad, han llegado a ser un punto de referencia en el plano de la certeza de la verdad y de la solidez de los valores.”

            - “Me has preguntado si no temo por mi vida, sabiendo que la conversión al cristianismo me acarreará una enésima y muy grave condena a muerte por apostasía. Tienes toda la razón. Sé bien a lo que me expongo, pero me enfrento a ello con la cabeza alta, con la espalda derecha y con la solidez interior del que tiene la certeza de la propia fe […] Ya es hora de poner fin a la arbitrariedad y a la violencia de los musulmanes que no respetan la libertad de elección religiosa. En Italia hay millares de convertidos al Islam que viven serenamente su nueva fe. Pero también hay millares de musulmanes convertidos al cristianismo, que son constreñidos a silenciar su nueva fe por miedo de ser asesinados por los extremistas islámicos que están entre nosotros.”

            - “Me he convertido a la religión cristiana católica, renunciando a mi anterior fe islámica. De esta manera, finalmente ha visto la luz, por gracia divina, el fruto sano y maduro de una larga gestación vivida en el sufrimiento y en la alegría, entre la profunda e íntima reflexión, y su consciente y manifiesta exteriorización. Estoy especialmente agradecido a Su Santidad el Papa Benedicto XVI, que me ha conferido los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la Basílica de San Pedro, en el transcurso de la solemne celebración de la Vigilia Pascual. Y he asumido el nombre cristiano más sencillo y explícito: ‘Cristiano’. Desde ayer me llamo ‘Magdi Cristiano Allam’. Para mí ha sido el día más hermoso de mi vida. Conseguir el don de la fe cristiana el día de la Resurrección de Cristo, de manos del Santo Padre es, para un creyente, un privilegio inigualable y un bien inestimable. Teniendo casi 56 años, es un hecho histórico, excepcional e inolvidable, que señala un cambio radical y definitivo respecto al pasado. El milagro de la resurrección de Cristo ha reverberado en mi alma, librándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la intolerancia con los ‘diferentes’, condenados acríticamente como ‘enemigos’, prevalecen sobre el amor y el respeto del ‘prójimo’ que es siempre y en todas partes ‘persona’. Mi mente se ha liberado del oscurantismo de una ideología que legitima la mentira y la disimulación, la muerte violenta que induce al homicidio y al suicidio, la ciega sumisión y la tiranía, y he podido adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida y de la Libertad. En mi primera Pascua como cristiano, no sólo he descubierto a Jesús, sino que he descubierto por primera vez el verdadero y único Dios, que es Dios de la Fe y de la Razón”.


[1] Es importante la asistencia a la Misa de cada día. Práxedes asistía a tres Misas al día. La primera para prepararse, la segunda para comulgar y la tercera para dar gracias. Práxedes es una mujer asturiana que murió en olor de santidad durante la guerra civil española (1936), pero por enfermedad.

 

miércoles, 12 de abril de 2023

Domingo II de Pascua o domingo de la Misericordia (A)

16-4-23           DOMINGO II DE PASCUA (domingo de la Misericordia) (A)

Hch. 2, 42-47; Slm. 117; 1 Pe. 1, 3-9; Jn. 20,19-31

Homilía en vídeo

Homilía de audio

 Queridos hermanos:

            El domingo de Pascua veíamos cómo aquellas mujeres que fueron al sepulcro, tuvieron un encuentro personal con Jesús, una experiencia personal de Cristo resucitado y vivo en sus vidas. En la homilía de hoy apuntaré algunas claves sacadas de la Palabra de Dios y de la experiencia de otras personas de fe que sí han tenido un encuentro personal con El[1].

¿Cómo hemos de hacer para tener esa experiencia personal de Cristo resucitado y vivo en nuestras vidas? Lo que diré a continuación va encaminado para los cristianos creyentes y practicantes. Para otras personas (ateos, agnósticos, creyentes no practicantes, etc.) daría otras claves, aunque muchas de éstas también les son perfectamente válidas.

- Primera clave: Lo primero que hemos de saber es que el encuentro con Cristo resucitado es un don y un regalo de Dios, y que Él nos lo concede cuando quiere, donde quiere y como quiere, pero…. ¡tranquilos! que Dios lo quiere conceder a todos, sea de un modo o de otro. Por lo tanto, hemos de saber que esta experiencia no depende principalmente de nosotros, sino que depende de Él. Cuando dicho encuentro sucede, entonces el fiel entiende las palabras del salmo 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. El Señor me ayudó; el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.”

- Segunda clave: En la Vigilia Pascual el profeta Isaías nos decía: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en algo que no alimenta y vuestras ganancias, en algo que no sacia? Hacedme caso [...] prestad atención y venid a mí, escuchad bien y viviréis” (Is. 55, 1-3). Tengamos total confianza en Dios, por favor. En esto consiste esta segunda clave: en tener confianza absoluta en Dios. Hace un tiempo estuve en Madrid con un amigo. Un día pensamos en ir a comer el plato del día a un restaurante. Nos paramos ante la puerta de uno para leer el menú, y mi amigo me decía que el local era nuevo, que no sabía cómo sería la comida… Un chico que entraba nos dijo que la comida era buena, que entráramos. Yo intuí que él trabajaba en el restaurante y que en su voz había cierta ansia. Ansia porque funcione el negocio, ansia para saldar las deudas del crédito que pidieron al banco para pagar alquileres, arreglo del local, compra de mesas, platos, cubertería, vinos, Seguridad Social… ¿Qué quiero decir con este episodio? Pues que las necesidades materiales nos agobian y sí que hemos de esforzarnos en cubrirlas, pero no podemos dejar por ello al Señor de lado. Temo que estemos tan preocupados por lo material, por las deudas e hipotecas, por lo perecedero…, que dejemos pasar a nuestro lado lo que importa de veras, lo que vale para siempre: Dios, nuestro Señor.

- Tercera clave: La encontramos en una lectura que escuchamos también en la Vigilia Pascual: “Buscad al Señor mientras se le encuentra […] que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad […] mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”  (Is. 55, 6-8). Mientras hay un hálito de vida, siempre se puede encontrar al Señor (o permitir que Él nos encuentre), pero es necesario que dejemos el mal fuera de nosotros. Debemos intentarlo. No me refiero ahora al mal que nos hacen o que hay a nuestro alrededor; me refiero sobre todo al mal que hay en nosotros mismos y que sale a la superficie a lo largo del día. Si estamos atentos, lo notaremos: este mal nuestro sale en la ira, en la lengua de víbora, en la envidia, en la falta de perdón y de comprensión, en la dureza de nuestro corazón… Recordemos las palabras del libro de la Sabiduría: Porque Dios se deja encontrar por los que no lo tientan, y se manifiesta a los que no desconfían de Él. Los pensamientos tortuosos apartan de Dios […] la Sabiduría no entra en un alma que hace el mal ni habita en un cuerpo sometido al pecado (Sb. 1, 2-4). O también lo que nos dice S. Pedro: “Los ojos del Señor se fijan en los justos y sus oídos atienden a sus ruegos; pero el Señor hace frente a los que practican el mal” (1 Pe. 3, 12).

- Cuarta clave: También la primera lectura de hoy nos da pistas para prepararnos a tener este encuentro con Cristo resucitado. Se nos presenta una imagen de los primeros cristianos que ya quisiéramos hoy para nosotros en toda la Iglesia. Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones [...] Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común […] a diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón.” Por tanto, 1) ser constantes en la lectura de la Palabra y en la escucha de la enseñanza de nuestros pastores; 2) ser constantes en la oración, personal y comunitaria; 3) ser constantes en vivir unidos, que nos significa ser fotocopias o clones unos de otros. Cada uno de nosotros tenemos unos carismas que Dios nos ha dado, pero no para nuestro provecho personal, sino para el servicio de la comunidad y del resto de los hombres; 4) ser constantes en compartir nuestros bienes con los demás, ya que no son nuestros, sino que son de Dios y nosotros sólo somos meros administradores de ellos y hemos de administrarlos según el pensamiento y la voluntad de su auténtico y eterno dueño: Dios.

Estoy completamente seguro que, si tenemos en cuenta estas claves y las procuramos poner en práctica, el encuentro personal y vivificante con Cristo resucitado se producirá. SI VIVIMOS ASÍ, SERÍA UN MILAGRO QUE NO TUVIÉRAMOS EL ENCUENTRO. SI NO VIVIMOS ASÍ, EL MILAGRO SERÍA QUE TUVIÉRAMOS DICHO ENCUENTRO.


[1] He de añadir, por otra parte, que esta experiencia personal es necesaria para poder ser testigos de la fe. Testigo es el que ha visto y ha oído. ¿De qué o de quién vamos a hablar a los otros, si nosotros mismos no sabemos de ello más que a través de libros o por terceras personas?

sábado, 8 de abril de 2023

Domingo de Pascua (A)

9-4-23                                      DOMINGO I DE PASCUA (A)

Hch. 10, 34a.37-43; Slm. 117; Col. 3, 1-4; Mt. 28, 1-10

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            El evangelio que acabamos de escuchar comienza con un acto normal en la vida de los hombres, pero a continuación, todo lo que sigue, es un relato de hechos extraordinarios. Vamos a ver si aprendemos algo y si sacamos algunas conclusiones que nos sirvan para nuestra vida de fe:

            a) En un primer momento se nos dice que algunas mujeres habían madrugado para ir a la tumba de Jesús. Esto es algo normal en la vida humana. Después del entierro, los familiares y amigos más cercanos pueden ir a donde está sepultado su ser querido para adecentar un poco la tumba y estar un rato allí y rezar. En el caso de Jesús era más que necesario, puesto que el viernes había sido hecho todo (bajarlo de la cruz y enterrarlo) a las carreras y el domingo, en que para los judíos ya se podían hacer los trabajos normales, pues iban a dejar todo bien adecentado. En el evangelio de Lucas se dice que Jesús fue simplemente envuelto en una sábana, pero no pudo ser lavado de la sangre, ni del barro, ni de toda la suciedad que había acumulado en los dos días de maltratos. Por eso, las mujeres “prepararon los bálsamos y perfumes” (Lc. 23, 56) para lavar y cuidar el cadáver de Jesús. Así, “el primer día de la semana (el domingo), al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado” (Lc. 24, 1).

            Hasta aquí era todo normal y así se hacía con los cadáveres de los judíos. Pero, a partir de aquí, todo lo que sucedió y nos narra el evangelio de Mateo son hechos extraordinarios.

            b) De repente, un ser divino (un ángel) se hace presente en el mundo natural y suceden una serie de consecuencias extraordinarias: 1) la tierra tiembla fuertemente. 2) Se corre la piedra del sepulcro; para mover la piedra hicieron falta varios hombres. Ahora, sin embargo, un solo ser sobrenatural la puede correr sin esfuerzo alguno. 3) Finalmente, los soldados temblaron de miedo y se quedaron como muertos del terror. Estos hechos nos enseñan que no existe simplemente lo que vemos y tocamos, lo que nuestros sentidos nos muestran[1]. También existen otras cosas más allá de lo material.

            c) A continuación el evangelio dice que el ángel se dirigió a las mujeres diciéndoles: “Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado”. Recuerdo que las últimas palabras del relato de la Pasión, leído en el Domingo de Ramos, se decía: Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: ‘Realmente éste era Hijo de Dios’. En efecto, aquellos que no creen, ante sucesos que escapan a su comprensión natural y racional (terremotos, muertos que reviven, apariciones de muertos, ángeles que se aparecen…), se quedan como aterrorizados. Todas sus armas no sirven para nada, toda su experiencia en el combate no sirve para nada, toda su razón y sus convicciones no sirven para nada. Se quedan como indefensos y sin argumentos. La única respuesta que tienen es el terror y la parálisis. El hombre que sólo vive de lo material y para lo material, ante lo sobrenatural no tiene ni armas, ni argumentos, ni fuerzas, ni capacidad de reacción. Sin embargo, para las personas de fe la situación es distinta. En el evangelio de hoy vemos cómo estas personas pueden dialogar con los seres divinos. El ángel se dirige a las mujeres. El ángel les dice que no teman. El miedo no entra ni debe de entrar en los creyentes. A ellas les va a ser explicado todo.

            d)  El ángel sigue hablando con estas mujeres y les dice que Jesús ha resucitado. Si Jesús ha resucitado, esto significa que no hay más cadáver, que el muerto está vivo, que la cruz no pudo con Jesús, que Dios le ha dado la razón, que las palabras de Jesús eran ciertas, que los judíos mataron al Hijo de Dios, a Dios mismo…

Un Domingo de Ramos en Egipto, hace seis años, los radicales islamistas mataron con bombas a 45 cristianos que había ido a la iglesia a rezar y a celebrar la entrada de Jesús en Jerusalén y el comienzo de la Semana Santa. Los terroristas pensaron que había quitado de en medio a 45 infieles y, sin embargo, en realidad lo que han hecho es que los han resucitado, pues tenemos 45 nuevos mártires y 45 nuevos santos en el Reino de Dios, y que interceden por sus asesinos y por todos nosotros. La muerte de Jesús no es el final. La muerte natural o de accidente de tantas personas no es el final. La muerte violenta no es el final. Hay vida después de la muerte. Cristo resucitó. Nosotros estamos llamados a resucitar y a vivir para siempre.

            e) Las mujeres creyeron lo que les decía el ángel. ¿Por qué sabemos esto? Pues 1) porque se marcharon enseguida del sepulcro, ya que allí no estaba el amor de su alma. 2) Porque estaban llenas de alegría. Fijaros: en el evangelio no dice ‘alegres’, sino ‘llenas de alegría’. 3) Y porque fueron corriendo a donde estaban los otros discípulos para anunciárselo. Y es en este momento, y fruto de su fe, en que es el mismo Jesús el que se les aparece.

            Sí, la fe nos quita el miedo. La fe nos hace alejarnos sin reparo de lo que antes considerábamos importante (como el sepulcro de Jesús). La fe nos llena de alegría. La fe nos empuja a compartir con los demás lo que hemos descubierto y lo que vivimos y experimentamos. La fe hace posible que Jesús se pueda hacer presente en nuestras vidas.

¡¡FELIZ PASCUA  DE RESURRECCION!!


[1] En el primer vuelo espacial que hizo un cosmonauta ruso, Yuri Gagarin, mirando detenidamente a través de la ventana de su nave espacial, hizo este comentario: “No veo a ningún Dios allá”. Sin embargo, el coronel Valentin Petrov, colega y buen amigo de Yuri, luego insistió que Yuri nunca hizo tal comentario, aunque se le atribuyó a él, sino que fue el presidente de la URRS, Nikita Khrushchev quien en un discurso delante del Comité Central del Partido Comunista Soviético dijo: “¿Por qué deberíamos asirnos a Dios? Miren, Gagarin voló en el espacio y no vio a Dios”.