jueves, 26 de noviembre de 2020

Domingo I de Adviento (B)

29-11-2020                            DOMINGO I DE ADVIENTO (B)

Is. 63,16b-17; 64, 1.3b-8; Slm. 79; 1ª Co. 1, 3-9; Mc. 13, 33-37

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            - Comenzamos hoy el año litúrgico. Y empezamos con el tiempo de Adviento. En este año litúrgico nuevo y en este tiempo de Adviento ha cambiado alguna cosa, por ejemplo, durante este año y hasta finales de noviembre de 2021 vamos a leer el leccionario del ciclo B, siguiendo el evangelio de San Marcos. Además, los sacerdotes en este tiempo de Adviento vestiremos la casulla morada y no verde como estos domingos de atrás. El color morado en Adviento quiere expresar una preparación espiritual; también el color morado es signo de vigilancia y de deseos de conversión.

            - Con el Adviento nos preparamos para celebrar y vivir algunos de los ejes fundamentales de la fe cristiana:

·       la Encarnación del Hijo de Dios en un ser humano;

·       el nacimiento de Jesús, el Dios Niño;

·       Jesús viene a este mundo como Dios y como hombre;

·       Por eso, hemos de prepararnos: ¡Cristo va a venir a nosotros!

Lo principal del Adviento no es la preparación de la Navidad, en cuanto fiestas de familia o fiestas de recordatorio del nacimiento de Jesús. Lo principal del Adviento es hacernos caer en la cuenta que Cristo va a volver, y esta vez, para siempre. Y esta venida hemos de pedirla, de ansiarla, de prepararla…

            - Si va a venir alguien importante a nuestra casa, la prepara­mos bien: hacemos limpieza general, vamos a la tienda a comprar alimentos o bebidas con que agasajar a la persona que va a venir. Nos ponemos ropa de fiesta. Advertimos a los niños que no digan impertinencias y que no molesten demasiado. Los pasamos por la ducha. Recuerdo que hace unos 20 años el rey Juan Carlos I visitó un poblado gitano y todos los gitanos se vistieron sus mejores galas, pero lo que más me llamó la atención fue ver la imagen en televisión de un niño de año y medio de edad y vestido con un traje hecho a la medida; tenía chaleco y todo. Entonces ya pensé que había sido una tontería hacer un traje para ese niño, y que solo vestiría en ese día, pues rápidamente le iba a quedar pequeño. Fijaros también la que se arma todos los años en el pueblo asturiano que es designado como pueblo ejemplar para los premios de Princesa de Asturias y ser visitado por los reyes de España. Pues bien, si para recibir a altas personalidades humanas hacemos estas cosas, ¡cuánto más tendríamos que prepararnos para recibir a Jesús!

            Todo esto es lo que nos pide Dios a nosotros para recibirlo. Que ‘aseemos’ nuestro espíritu y que toda la parroquia se prepare para recibirlo. Supongo que algunos de vosotros ya conocéis una antigua historia de los indios americanos que nos puede ilustrar en esta idea:

LOS DOS LOBOS

“Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla que ocurre en el interior de las personas. El dijo: ‘Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro de todos nosotros. Uno es Malvado; es el lobo de la ira, de la envidia, de los celos, de la tristeza, del pesar, de la avaricia, de la arrogancia, de la autocompasión, de la culpa, del resentimiento, de la inferioridad, de las mentiras, del falso orgullo, de la superioridad y del ego. El otro es Bueno; es el lobo de la alegría, de la paz, del amor, de la esperanza, de la serenidad, de la humildad, de la bondad, de la benevolencia, de la empatía, de la generosidad, de la verdad, de la compasión y de la fe’.

El nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo: ‘¿Qué lobo gana?’

El viejo Cherokee respondió: ‘Aquél al que tú alimentes’”.

Es decir, el tiempo de Adviento ha de ser para nosotros una espera activa, y no una espera pasiva de estación de tren o de autobús o de avión. No podemos permanecer allí sentados, sin hacer nada para adelantar o preparar la llegada de Jesús.

Cuando Jesús nos dice en el evangelio que vigilemos, lo que nos está diciendo es que alimentemos ese Lobo Bueno que hay en cada uno de nosotros. Por eso, como siempre, es conveniente que hagamos un plan para el Adviento que empezamos en el día de hoy: alimentamos al Lobo Bueno cuando perdonamos, cuando ‘no sacamos la lengua a pacer’, cuando reaccionamos con humildad y amabilidad ante los demás (sobre todo en casa), cuando frecuentamos las visitas al Santísimo en el sagrario, cuando vemos menos tele y leemos más la Biblia u otros libros religiosos, cuando nos privamos de comidas superfluas y compartimos nuestros bienes con otras personas necesitadas, cuando nos preocupamos por los enfermos, los ancianos o las personas en soledad, cuando ponemos a producir nuestros talentos, cuando hacemos nuestro el evangelio del domingo anterior: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo…

            La espera del Señor no nos quita la incertidumbre de cuándo vendrá, pero sí que tenemos la certeza de que vendrá (“¡ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia”). Por eso, nuestro esperar no es angustioso, sino confiado, pues esperamos lo que ya poseemos de alguna manera por la fe.

jueves, 19 de noviembre de 2020

Jesucristo, Rey del Universo (A)

 22-11-20                     JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (A)

Ez. 34,11-12.15-17; Slm. 22; 1 Co. 15, 20-26a.28; Mt. 25, 31-46

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            Quisiera fijarme en dos ideas extraídas del evangelio de hoy:

            - Jesús pone en el evangelio dos grupos de personas: las ovejas y las cabras, los buenos y los malos, pero ambos grupos de personas le hacen a Jesús la misma pregunta: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”, o “¿Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Y la respuesta de Jesús es la misma a ambas preguntas, bien en positivo (“Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”), bien en negativo (“Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo).

            Y es que Jesús se identifica totalmente con los hombres: quien a otro le hace el bien, a mí me hace el bien; quien a otro le deja de hacer el bien, a mí deja de hacerme el bien. Pero esta realidad, esta idea no la expuso Jesús solamente en este trozo del evangelio. También en otros lugares de la Palabra de Dios Jesús insistió en la misma idea: “El que recibe a uno de estos niños en mi Nombre, me recibe a mí mismo” (Mt. 18, 4-5). “El que os escucha a vosotros, me escucha a mí; el que os rechaza a vosotros, me rechaza a mí” (Lc. 10, 16).  Pablo “preguntó: ‘¿Quién eres tú Señor?’ ‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues’” (Hch. 9, 5).

            No pensemos que estas ideas y estas realidades que Jesús nos expone son extrañas y raras al mundo que nos rodea o a nuestra vida ordinaria. ¿Cuántas veces he visto matrimonios que se llevaban muy bien entre sí, e incluso existía una relación excelente con las familias de cada uno de los cónyuges y, tras una pelea entre los esposos que acababa en ruptura conyugal, las familias de ambos dejaban de hablarse y de tratarse? Recuerdo en cierta ocasión haber conocido el siguiente caso: un matrimonio tenían una vida normal. En un determinado momento la esposa le fue infiel al esposo y lo dejó plantado yéndose con el ‘nuevo amor’. Los padres de la chica quedaron muy avergonzados y, en un primer momento, dijeron a su yerno que su hija se había vuelto loca, y que él sería siempre para ellos como un hijo, pero al cabo de dos semanas, sin que este chico hiciera nada en contra de la ex ni de sus suegros, estos dejaron de saludarlo y comenzaron a hablar por el barrio de que el chico era ‘esto’ y ‘lo otro’. ¿Qué había pasado? Pues que los padres se posicionaron con la hija, aunque hubiese hecho algo reprensible, pero… era su hija y el otro, el inocente, era ‘de fuera’. Otro casos: cualquier cosa buena que se haga a favor de un hijo o en contra, bien sea en el trabajo, en la calle, en la amistad…, es algo que se les hace a los mismos padres. En estas circunstancias los padres pueden decir: lo bueno que se hace a nuestro hijo, nos lo hacen a nosotros; lo malo que se hace a nuestro hijo, nos lo hacen a nosotros.

            Pues esta misma realidad que acabo de exponer es lo que Jesús nos predica por activa y por pasiva. No se trata de que Jesús se ponga de nuestra parte. NO. Se trata de que Jesús está en nosotros y se identifica totalmente con nosotros (aunque no quiere decir esto que Jesús sea responsable de nuestras malas acciones). Esto fue experimentado por San Pablo, el cual escribió así: “ya no vivo yo, sino que es Cristo vive en mí” (Gal. 2, 20). Por lo tanto, cualquier cosa buena que se haga a otra persona, se está haciendo eso mismo a Jesús, y cualquier acción mala que se haga a otra persona, se está haciendo eso mismo a Jesús. Hay cristianos que tienen esto meridianamente claro: (ya lo he contado más veces) cuando en la ‘Iglesiona’ de Gijón estaban los jesuitas, había entre ellos un hermano lego con fama de santidad y era el que atendía la portería. En cierta ocasión picó al timbre un transeúnte muy mal encarado. De muy malos modos exigió al hermano lego un bocadillo y, cuando este se lo dio, se lo arrancó de las manos y lo insultó con palabras muy gruesas. El hermano lego no contestó nada y aguantó el chaparrón. Cuando el transeúnte se marchó, el hermano lego dijo en voz alta pensando que estaba solo: ‘¡Ay, Señor! Hoy viniste tan disfrazado, que casi no te reconocí’. Se refería que aquel transeúnte venía ‘muy disfrazado’… por los malos modos. Puede alguien preguntar cómo se supo este episodio. Pues estaba dentro del edificio, pero en una sala aparte un seglar, que estaba escuchando todo lo que se decía. El hermano lego jesuita no sabía que este hombre estuviese por allí. Y fue este hombre quien contó este suceso.

            UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS DEL CRISTIANO no ha de ser simplemente hacer el bien, sino EL PODER RECONOCER LA PRESENCIA DE JESÚS EN TODAS LAS PERSONAS: blancos y negros, altos y bajos, ricos y pobres, sanos y enfermos, jóvenes y ancianos, simpáticos y antipáticos, santos y pecadores… Mientras tengamos esta incapacidad para ver y reconocer, no podremos dar el culto verdadero a Cristo Rey del Universo. Y es que Cristo no reina ni quiere reinar principalmente en tierras, castillos, mares, cielos, estrellas, peces, caballos… Cristo quiere reinar principalmente en nuestros corazones, es decir, en nosotros mismos.

            - La última idea que quiero predicaros hoy la aprendí en Italia, cuando estudiaba allí derecho canónico. Conocí la historia de San Camilo de Lelis, un italiano de los siglos XVI y XVII que se hizo santo con una sola frase: “estuve enfermo y me visitasteis”. Camilo de Lellis nació en el pueblo de Bucchianico (Chieti, Italia), en 1550. Su nacimiento tuvo lugar en un establo, ya que a pesar de ser de familia noble, su madre quiso imitar el nacimiento de Jesús. Quedó huérfano de madre cuando era muy niño, vivió con su padre, que era mercenario militar, hasta que quedó huérfano de padre, en su adolescencia. Durante su adolescencia tomó como vicio el juego de las cartas, lo cual le acarreó graves contratiempos. Hijo de un militar, elige esa misma profesión a los diecinueve años y participa en numerosas acciones de guerra por todo el Mediterráneo, donde tras ser herido trabajaría como enfermero. Nueve meses después fue despedido a causa de su temperamento revoltoso y por su adicción al juego. En 1574 apostó en las calles de Nápoles sus ahorros, sus armas, todo lo que poseía y perdió hasta la camisa que llevaba puesta. Solo y en la miseria medita entre mendigar o robar para vivir. Finalmente, gracias a las enseñanzas maternas, decide pedir limosna. En 1575 tiene lugar su conversión y decidió dedicar su vida a Dios, ingresando en los Capuchinos como fray Cristóbal; pero en 1582 un accidente en el empeine del pie derecho, hizo que abandonara el convento, rumbo al Hospital de Morcone. Cuando procedía a embarcar a Roma, miró por la calle a un enfermo abandonado en el muelle, eso inspiró a Camilo a dedicar su vida al servicio de los enfermos. Viendo el trato negligente que se daba a los enfermos, piensa en una asociación que les dé una atención humana y cristiana. Además, él, junto con sus compañeros, 250 años antes de la fundación de la Cruz Roja, ya iba a los campos de batalla para atender a los heridos. Camilo trataba a cada enfermo como si estuviera ante el mismo Jesús.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (A)

15-11-20                     DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (A)

Prov. 31, 10-13.19-20; Slm. 127;1 Tes. 5, 1-6; Mt. 25, 14-30

Homilía en vídeo.

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            Hoy hemos escuchado la parábola de los talentos. Vamos a fijarnos en algunas claves que nos ayuden a interpretar este evangelio.

- Primera clave: ¿Qué es o qué significa el talento? El talento se refiere a las aptitudes y capacidades que tiene el ser humano para relacionarse con los demás, para realizar tareas en su vida ordinaria, para enfrentarse a los problemas y a las alegrías de la vida. Veamos algunos de los talentos que podemos tener:

* Cómo situarse ante la vida y ante nuestra existencia. (Dos casos: a) Hace un tiempo murió una amiga mía; se suicidó. Tenía marido, hijos, salud física, dos piernas para moverse, era alegre, solidaria, abierta, pero tenía un gran sufrimiento y, no pudiendo soportarlo, se suicidó. b) Hace muchos años, cuando yo tenía unos 13 años jugaba con un chico de mi edad. Éramos del mismo barrio. Un día no pudo sostenerse con sus piernas. Después de muchos meses de hospital volvió para su casa…, pero una silla de ruedas. Siempre estuvo en la silla de ruedas, hasta que murió hace pocos años. Él no perdió su alegría, su fe, su entrega a su familia y en la parroquia. Siempre estaba dispuesto para todo…); * tener cuidado de la creación; * las ganas y la pasión para construir en la sociedad la fraternidad y la justicia; * la inteligencia; * luchar por adquirir la educación y la cultura, y comunicarla a los demás; * el cuidado del ambiente familiar; * el cuidado de la salud psíquica y física de los demás con el cariño, la ternura, la comprensión, la escucha…; * las ganas y la pasión para construir el Reino de Dios; * la sensibilidad para las cosas de Dios; * las capacidades para relacionarse con distintos grupos de personas: niños, ancianos, enfermos, transeúntes, gentes necesitadas de las mínimas cosas materiales; * etc.

Todos estos dones y talentos no son para nuestro uso privado y exclusivo, sino para ponerlos al servicio de los demás; más que propietarios, somos administradores de los mismos. Por lo tanto, hemos de usarlos y disfrutarlos como Dios quiere. Vamos a ver un ejemplo concreto: En 2014 dos chicas en Oviedo, al ver las necesidades de tantas familias y las estrecheces por las que está pasando tanta gente, se han dicho que tienen que hacer algo. Y se les ocurrió lo siguiente: van a dar desayunos a los niños antes de que entren al colegio. Así esos niños estarán en clase con el estómago lleno y con algo caliente en el cuerpo. ¿Qué dones y talentos tienen estas dos chicas? 1) Ternura y compasión hacia los niños. 2) Empatía y solidaridad con esos padres que no pueden dar el desayuno a sus hijos. 3) Una capacidad para ver realidades y necesidades concretas a su alrededor, y no sólo en África. 4) No encerrarse en su egoísmo, en su comodidad, en 'eso no es mi problema'. 5) Poner sus bienes materiales al servicio de otros. 6) Poner su tiempo al servicio de otros. 7) No buscar agradecimientos ni medallas. Dan gratis sin buscar reconocimientos.

            - Segunda clave: ¿Quién es el dador de los talentos? “Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes […] Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos”. En la mente de Jesús, Dios es el dueño de los bienes (talentos) y quien los distribuye entre los hombres. Los distribuye como quiere y a quien quiere, pero todos los hombres tenemos esos talentos.

“Cuentan que, a media noche, hubo en la carpintería una extraña asamblea. Las herramientas se habían reunido para arreglar las diferencias que no las dejaban trabajar. El Martillo pretendió ejercer la presidencia de la reunión, pero enseguida la asamblea le notificó que tenía que renunciar: -No puedes presidir, Martillo –le dijo el portavoz de la asamblea-. Haces demasiado ruido y te pasas todo el tiempo golpeando. El Martillo aceptó su culpa, pero propuso: -Si yo no presido, pido también que sea expulsado el Tornillo, puesto que siempre hay que darle muchas vueltas para que sirva para algo. El Tornillo dijo que aceptaba su expulsión, pero propuso una condición: -Si yo me voy, expulsad también a la Lija, puesto que es muy áspera en su trato y siempre tiene fricciones con los demás. La Lija dijo que no se iría, a no ser que fuera expulsado el Metro. Afirmó: -El Metro se pasa todo el tiempo midiendo a los demás según su propia medida, como si él fuera el único perfecto. Estando la reunión en tan delicado momento, apareció inesperadamente el Carpintero, que se puso su delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Trabajó la madera hasta acabar un mueble. Al terminar su trabajo, se fue. Cuando la carpintería volvió a quedar a solas, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando el Serrucho, que aún no había tomado la palabra, habló: -Señores, ha quedado demostrado que todos tenemos defectos, pero el Carpintero trabaja con nuestras cualidades; son ellas las que nos hacen valiosos. Así que propongo que no nos centremos tanto en nuestros puntos débiles, sino en la utilidad de nuestros puntos fuertes. La asamblea valoró entonces que el Martillo era fuerte; el Tornillo unía y daba fuerza; la Lija era especial para afinar y limar asperezas; y observaron que el Metro era preciso y exacto. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos”.

No importa si otros tienen más talentos que nosotros o si los talentos de los otros son mejores que los nuestros. Quien ama de verdad y quien se fía de verdad de Dios, no siente envidia por los talentos de los otros. Lo que importa es que todos esos bienes Dios nos los ha entregado para bien de toda la Iglesia y de toda la humanidad.

- Finalmente, la tercera clave de esta parábola es que Dios nos pide que nos examinemos para descubrir los talentos que Él nos ha dado y nos pide que no los enterremos, sino que los pongamos a disposición de los demás. Si todos hacemos lo mismo y unimos nuestras cualidades, podremos hacer una parroquia mejor, un pueblo mejor, una familia mejor, un vecindario mejor, una Iglesia mejor y un mundo mejor.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (A)

8-11-20                       DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO (A)

Sb. 6, 12-16; Slm. 62; 1 Tes. 4,13-17; Mt. 25, 1-13

Homilía en vídeo.

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            En este domingo y en los dos siguientes se nos proclaman tres evangelios escatológicos, es decir, evangelios de los últimos días (se trata de la parábolas de las diez doncellas, de la parábola de los talentos y de la parábola del juicio final). Estos ‘últimos días’ pueden ser tomados por el fin del mundo y/o por el fin de nuestros días terrenos debido a la muerte física de cada uno de nosotros.

            * En la parábola de hoy se alude a un banquete de bodas en que diez doncellas acompañan a la novia esperando al esposo que venga al tálamo nupcial. La simbología de la parábola y su significado es el siguiente:

– El banquete de bodas es el Reino de Dios.

– El Esposo, cuya venida se espera, es Cristo.

– El retraso del esposo es la demora del fin de los tiempos y la demora que cada uno de nosotros y tanta gente experimenta ante tantas injusticias, dolores y enfermedades (‘¿Por qué, Señor, permites esto?’)

– Las diez doncellas del cortejo es la comunidad de fieles que aguarda la venida del único Esposo verdadero: Cristo Jesús.

– La llegada repentina a medianoche es la hora imprevisible del Señor.

– La admisión o el rechazo de las doncellas es la sentencia favorable o desfavorable del juicio final.

Las cinco doncellas sensatas y finalmente admitidas al banquete habían velado y, cansadas, se habían dormido al igual que las cinco doncellas necias y rechazadas; pero las primeras entraron a la sala del banquete, porque fueron previsoras y se equiparon de aceite suficiente para sus lámparas. Ésta es la diferencia entre las sensatas y las necias. Por tanto, la conclusión es que debemos estar preparados, bien equipados, pues no sabemos el día ni la hora en que vendrá el Esposo hasta nosotros.

* Hoy también tendríamos que decir que, en vez de diez doncellas, son quince: cinco sensatas y cinco necias, que tienen en común que esperan al esposo, pero hay otras cinco doncellas que no esperan para nada al esposo. Sí, en el día de hoy hay personas que no esperamos la venida del Esposo. Digo ‘que no esperamos’, porque entre estas últimas doncellas podemos estar gentes que no tienen fe, gentes que tienen fe, pero viven como si no la tuvieran, sacerdotes y religiosas que viven (o vivimos) totalmente mundanizados. Recuerdo que en cierta ocasión me dijo una chica que se había interesado por ser religiosa de vida activa en un Instituto de Vida Consagrada de la enseñanza. Pasó unos días de prueba en un colegio de religiosas y salió diciendo que ya no quería regresar, pues, para vivir lo que o como vivían ellas, que no le hacía falta entrar dentro.

* ¿De qué se compone ese ‘aceite’ de las lámparas de las doncellas? De la lectura sosegada y constante de la Palabra de Dios; de la meditación y oración persistente sobre la Palabra de Dios; de la práctica de las buenas obras; de la práctica de la misericordia; de la obediencia a la voluntad divina; de la petición invariable de perdón ante Dios por nuestros pecados; de la confianza absoluta en Dios, tanto ante lo bueno como ante lo malo[1]

* Hay en la parábola dos detalles sorprendentes:

1º. El aparente egoísmo y falta de solidaridad de las cinco doncellas que tienen provisión de aceite y no quieren compartirlo con las otras.

2º. El rechazo inflexible del novio que no abre la puerta a las necias.

* ¿Qué significan estos dos detalles? Sin olvidar que lo que importa es la enseñanza global, es evidente que la negativa a compartir el aceite es un artificio literario de la parábola al servicio del desenlace final. Ante la seriedad del momento, Jesús trata de destacar en esta parábola una responsabilidad personal que no es sustituible por nadie. ¿Qué difícil es educar en la responsabilidad en el día de hoy? Pero, cuando se hace bien, se puede hacer mucho bien. Escuchad este hecho sucedido ya hace unos años: “Yo tenía 18 años y vivía con mi familia en las afueras de la ciudad. No teníamos vecinos y a mis dos hermanas y a mí nos entusiasmaba el poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine. Un día mi padre me pidió que le acompañara a la ciudad, pues tenía que dar una conferencia. Mi madre me dio una lista de cosas para comprar en el supermercado. Además, al llegar mi padre me pidió que llevara el coche al taller para una revisión. Cuando me despedí de mi padre, me dijo que nos veríamos en un determinado sitio a las 17 horas para regresar a casa. Después de hacer las compras y llevar el coche al taller, me fui rápidamente al cine más cercano. Me concentré en la película de tal modo que me olvidé del tiempo. Eran las 17,30 horas cuando me di cuenta de la hora que era. Corrí al taller, cogí el coche y me apuré hasta donde mi padre me estaba esperando. Eran casi las 18 horas. Mi padre me preguntó con ansiedad: ‘¿Por qué llegas tarde?’ Me sentía mal y no le podía decir que había estado viendo una película. Por eso, le dije que el coche no estaba aún listo y tuve que esperar. Esto lo dije sin saber que mi padre ya había llamado al taller. Cuando se dio cuenta de que había mentido, me dijo: ‘Algo no anda bien en la manera en que te he educado: no te he dado confianza para decirme la verdad. Voy a reflexionar qué es lo que hice mal contigo. Voy a caminar los 27 kilómetros hasta casa y pensar sobre esto’. Así que vestido de traje y con sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta la casa por caminos de tierra, sin iluminación. No lo podía dejar solo…, así que conduje durante cinco horas y medio detrás de él. Veía a mi padre sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo había dicho. Decidí desde ese momento que nunca más iba a mentir.

Si el padre le hubiera abroncada y luego castigado por la mentira, no hubiera hecho tanto efecto como esas cinco horas y media caminando en la oscuridad y el hijo yendo detrás con el coche. Le dolió más al hijo su sentada en el coche que al padre su caminata de 27 kilómetros. El hijo fue consciente de su mentira y de la consecuencia de su mentira. Además, el padre no echó la culpa al hijo, sino que la derramó sobre sí. De esta manera, el hijo aprendió a derramar también sobre sí la culpabilidad de su mentira.


[1] Por eso el profeta Habacuc podía exclamar: “Aunque la higuera no eche sus brotes, ni den su fruto las viñas; aunque falle la cosecha del olivo, no produzcan nada los campos, desaparezcan las ovejas del aprisco y no haya ganado en los establos, yo me alegraré en el Señor, tendré mi gozo en Dios mi salvador. El Señor es mi señor y mi fuerza; él da a mis pies la ligereza de la cierva y me hace caminar por las alturas” (Hab. 3, 17-19).