jueves, 5 de noviembre de 2020

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (A)

8-11-20                       DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO (A)

Sb. 6, 12-16; Slm. 62; 1 Tes. 4,13-17; Mt. 25, 1-13

Homilía en vídeo.

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            En este domingo y en los dos siguientes se nos proclaman tres evangelios escatológicos, es decir, evangelios de los últimos días (se trata de la parábolas de las diez doncellas, de la parábola de los talentos y de la parábola del juicio final). Estos ‘últimos días’ pueden ser tomados por el fin del mundo y/o por el fin de nuestros días terrenos debido a la muerte física de cada uno de nosotros.

            * En la parábola de hoy se alude a un banquete de bodas en que diez doncellas acompañan a la novia esperando al esposo que venga al tálamo nupcial. La simbología de la parábola y su significado es el siguiente:

– El banquete de bodas es el Reino de Dios.

– El Esposo, cuya venida se espera, es Cristo.

– El retraso del esposo es la demora del fin de los tiempos y la demora que cada uno de nosotros y tanta gente experimenta ante tantas injusticias, dolores y enfermedades (‘¿Por qué, Señor, permites esto?’)

– Las diez doncellas del cortejo es la comunidad de fieles que aguarda la venida del único Esposo verdadero: Cristo Jesús.

– La llegada repentina a medianoche es la hora imprevisible del Señor.

– La admisión o el rechazo de las doncellas es la sentencia favorable o desfavorable del juicio final.

Las cinco doncellas sensatas y finalmente admitidas al banquete habían velado y, cansadas, se habían dormido al igual que las cinco doncellas necias y rechazadas; pero las primeras entraron a la sala del banquete, porque fueron previsoras y se equiparon de aceite suficiente para sus lámparas. Ésta es la diferencia entre las sensatas y las necias. Por tanto, la conclusión es que debemos estar preparados, bien equipados, pues no sabemos el día ni la hora en que vendrá el Esposo hasta nosotros.

* Hoy también tendríamos que decir que, en vez de diez doncellas, son quince: cinco sensatas y cinco necias, que tienen en común que esperan al esposo, pero hay otras cinco doncellas que no esperan para nada al esposo. Sí, en el día de hoy hay personas que no esperamos la venida del Esposo. Digo ‘que no esperamos’, porque entre estas últimas doncellas podemos estar gentes que no tienen fe, gentes que tienen fe, pero viven como si no la tuvieran, sacerdotes y religiosas que viven (o vivimos) totalmente mundanizados. Recuerdo que en cierta ocasión me dijo una chica que se había interesado por ser religiosa de vida activa en un Instituto de Vida Consagrada de la enseñanza. Pasó unos días de prueba en un colegio de religiosas y salió diciendo que ya no quería regresar, pues, para vivir lo que o como vivían ellas, que no le hacía falta entrar dentro.

* ¿De qué se compone ese ‘aceite’ de las lámparas de las doncellas? De la lectura sosegada y constante de la Palabra de Dios; de la meditación y oración persistente sobre la Palabra de Dios; de la práctica de las buenas obras; de la práctica de la misericordia; de la obediencia a la voluntad divina; de la petición invariable de perdón ante Dios por nuestros pecados; de la confianza absoluta en Dios, tanto ante lo bueno como ante lo malo[1]

* Hay en la parábola dos detalles sorprendentes:

1º. El aparente egoísmo y falta de solidaridad de las cinco doncellas que tienen provisión de aceite y no quieren compartirlo con las otras.

2º. El rechazo inflexible del novio que no abre la puerta a las necias.

* ¿Qué significan estos dos detalles? Sin olvidar que lo que importa es la enseñanza global, es evidente que la negativa a compartir el aceite es un artificio literario de la parábola al servicio del desenlace final. Ante la seriedad del momento, Jesús trata de destacar en esta parábola una responsabilidad personal que no es sustituible por nadie. ¿Qué difícil es educar en la responsabilidad en el día de hoy? Pero, cuando se hace bien, se puede hacer mucho bien. Escuchad este hecho sucedido ya hace unos años: “Yo tenía 18 años y vivía con mi familia en las afueras de la ciudad. No teníamos vecinos y a mis dos hermanas y a mí nos entusiasmaba el poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine. Un día mi padre me pidió que le acompañara a la ciudad, pues tenía que dar una conferencia. Mi madre me dio una lista de cosas para comprar en el supermercado. Además, al llegar mi padre me pidió que llevara el coche al taller para una revisión. Cuando me despedí de mi padre, me dijo que nos veríamos en un determinado sitio a las 17 horas para regresar a casa. Después de hacer las compras y llevar el coche al taller, me fui rápidamente al cine más cercano. Me concentré en la película de tal modo que me olvidé del tiempo. Eran las 17,30 horas cuando me di cuenta de la hora que era. Corrí al taller, cogí el coche y me apuré hasta donde mi padre me estaba esperando. Eran casi las 18 horas. Mi padre me preguntó con ansiedad: ‘¿Por qué llegas tarde?’ Me sentía mal y no le podía decir que había estado viendo una película. Por eso, le dije que el coche no estaba aún listo y tuve que esperar. Esto lo dije sin saber que mi padre ya había llamado al taller. Cuando se dio cuenta de que había mentido, me dijo: ‘Algo no anda bien en la manera en que te he educado: no te he dado confianza para decirme la verdad. Voy a reflexionar qué es lo que hice mal contigo. Voy a caminar los 27 kilómetros hasta casa y pensar sobre esto’. Así que vestido de traje y con sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta la casa por caminos de tierra, sin iluminación. No lo podía dejar solo…, así que conduje durante cinco horas y medio detrás de él. Veía a mi padre sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo había dicho. Decidí desde ese momento que nunca más iba a mentir.

Si el padre le hubiera abroncada y luego castigado por la mentira, no hubiera hecho tanto efecto como esas cinco horas y media caminando en la oscuridad y el hijo yendo detrás con el coche. Le dolió más al hijo su sentada en el coche que al padre su caminata de 27 kilómetros. El hijo fue consciente de su mentira y de la consecuencia de su mentira. Además, el padre no echó la culpa al hijo, sino que la derramó sobre sí. De esta manera, el hijo aprendió a derramar también sobre sí la culpabilidad de su mentira.


[1] Por eso el profeta Habacuc podía exclamar: “Aunque la higuera no eche sus brotes, ni den su fruto las viñas; aunque falle la cosecha del olivo, no produzcan nada los campos, desaparezcan las ovejas del aprisco y no haya ganado en los establos, yo me alegraré en el Señor, tendré mi gozo en Dios mi salvador. El Señor es mi señor y mi fuerza; él da a mis pies la ligereza de la cierva y me hace caminar por las alturas” (Hab. 3, 17-19).

2 comentarios:

  1. Hola Pater,
    Realmente los valores humanos, como la responsabilidad, son los Cimientos para una Vida de Fe. Cada vez lo tengo más claro. Gracias.
    Se me hizo corta la homilía...¡mas para reflexionar!

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  2. Esta homilía te hace reflexionar sobre esa responsabilidad personal que Dios nos pide a cada uno, ahora entiendo mejor la parábola, en la que siempre me habían parecido egoístas las doncellas prudentes. Quizás porque me reconozco entre las necias, sin dar verdadero valor a esa responsabilidad personal.
    Gracias, don Andrés, por esta homilía, que nos ayuda a comprender y reflexionar sobre la Palabra de Dios.

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