jueves, 25 de febrero de 2021

Domingo II de Cuaresma (B)

28-2-2021                              DOMINGO II CUARESMA (B)

Gn. 22, 1-2.9-13.15-18; Sal. 115;Rm. 8, 31b-34; Mc. 9, 2-10

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En este segundo domingo de Cuaresma quiero, como otras Cuaresmas, exponer un EXAMEN DE CONCIENCIA.

            No quisiera que este examen de conciencia fuera una especie de losa sobre nosotros. No. La miseria humana, en cristiano, va siempre acompañada de la misericordia de Dios. Sólo a través de los ojos y del corazón de Dios el hombre puede y debe mirar sus propios pecados. El nos los descubre, y al mismo tiempo nos los perdona. Pero yo no puedo cambiar y caminar hacia Dios si no veo dónde estoy de verdad, y esto me lo hace ver Dios con su luz admirable y con la paz maravillosa que nos concede su perdón.

            ¿He sentido envidia hacia alguien por las cosas que tenía, por su carácter más simpático o por su saber más grande que el mío, por su físico; de tal manera que me alegraba de sus fallos o cuando las cosas le iban mal, y me entristecía cuando las cosas le salían bien? El sentimiento de la envidia en muchas ocasiones no es buscado por nosotros, pero es algo que surge en nuestro interior y nos da mucha vergüenza. En determinados momentos la envidia que sentimos es fruto de la tentación a fin de quitarnos la paz.

            ¿He sentido celos ante otras personas porque ellas son más valoradas que yo, más tenidas en cuenta que yo, más apreciadas que yo? ¿He sentido celos porque a los demás se les reconoce enseguida lo ‘poco’ que hacen, y a mí no se me reconoce todo lo que hago (al cuidar a unos padres, al hacer las tareas de casa, en el lugar de trabajo…)?

            ¿He hecho juicios en mi interior acerca de otras personas, desca­lificando las actuaciones de los otros, como si todo o casi todo lo de ellos fuese malo? El juicio interior supone ponerse en una posición de superioridad y desde ahí considerar como negativo lo que los demás dicen, hacen o dejan de decir y/o de hacer.

            ¿He murmurado contra alguien, bien iniciando yo la conver­sa­ción o siguiendo lo comenzado por otros? ¿He sacado los defec­tos de los demás a la luz pública? La murmuración presupone un juicio previo. El juicio queda en mi interior, mientras que la murmuración sale al exterior por la lengua. Lo malo o negativo que veo en los demás, ¿soy capaz de decírselo al interesado o interesada? La mayoría de las veces no, entonces ¿por qué lo digo?: ¿Porque me interesa de verdad esa persona y que mejore; por pasar el rato; por despecho; por quedar por listo o gracioso ante quien estoy murmurando? Si no soy capaz de decir lo negativo al interesado, entonces es mejor que me calle o en todo caso que se lo diga a Dios rezando por esa persona. Lo peor de la murmuración no es lo que decimos, que en muchas ocasiones es cierto, sino el ‘tonillo’ con el que decimos esas cosas, es decir, no hay caridad. Y la verdad que no va acompañada de la caridad-amor, no es la verdad de Cristo. Yo no he descubierto nunca a Dios diciéndome las cosas, ni a mí ni a nadie, restregándolas por las narices. Dios me muestra las cosas, mi verdad, mis defectos, pero lo hace con tanto amor, que veo lo que me dice, lo acepto y mi amor hacia Él crece más. Aprendamos a hacerlo así y, si no lo hacemos así, es que estamos murmurando.

            ¿He difamado, es decir, he dicho cosas negativas de los demás que son falsas, bien porque exagere lo que digo o porque no me cercioro y aseguro de la veracidad de lo que escucho sobre los otros y ‘alegremente’ lo suelto sin más? CUANTO DAÑO HACE LA LENGUA, NUESTRA LENGUA. Ya leemos en la epístola del apóstol Santiago que “la lengua ningún hombre es capaz de domarla: es dañina e inquieta, cargada de veneno mortal; con ella bendecimos al que es Señor y Padre; con ella maldecimos a los hombres creados a semejanza de Dios; de la misma boca salen bendiciones y maldiciones”. “Todos faltamos a menudo, y si hay alguno que no falte en el hablar, es un hombre perfecto, capaz de tener a raya a su persona entera”.

            ¿Soy una persona mal hablada con frecuentes tacos, con blasfemias, con palabras soeces o hirientes (‘cada día te pareces más a tu madre…’, ‘cállate, gorda…’); buscando siempre el insulto, el dejar mal a los otros, el decir la palabra graciosa, aunque sea a costa de los demás?

            ¿He mentido a alguna persona, a mi familia, en el trabajo para no quedar mal, por aprovecharme de otros, por venganza, etc.? ¿He dicho medias verdades por las mismas motivaciones? Cuando Jesús fue condenado a muerte por los judíos del Sanedrín, para ello utilizaron sus propias palabras. Le preguntaron si Él era el Hijo de Dios y Jesús contestó que sí, que lo era. Y esto le ocasionó su muerte. Podía haber dicho una mentira piadosa. Total esa mentira piadosa le hubiera permitido vivir más años, curar a muchos enfermos, hacer muchos milagros, enseñar mejor a los apóstoles, asentar mejor la Iglesia que quería fundar, anunciar mejor el mensaje de Dios Padre. Pero no, Él dijo siempre la verdad, aún a costa de ser muerto, aún a costa del fracaso de su misión entre nosotros. Y su verdad le llevó a la cruz, y esta cruz, fracaso entonces, es salvación para todos nosotros.

            ¿He sido impaciente con los demás y conmigo mismo? Él impaciente es aquél que no tiene paz en su corazón y por eso ‘salta’ con frecuencia. Estoy impaciente cuando no soy capaz de esperar con sosiego y tranquilidad que llegue el ascensor al que he llamado, a que el semáforo se ponga en verde, a que te atiendan en el médico, o que atienden en el supermercado a la persona que está por delante de mí. Estoy impaciente cuando no me pongo en el lugar de los otros y quiero que ellos hagan las cosas como yo las hago y en el tiempo en que yo las hago. No aguanto los fallos de los demás, pero los míos propios… tampoco.

            ¿He tenido ira, rabia, enfados hacia alguna persona (familiar, amigo, en el trabajo, etc.), y he manifestado esta ira externamente con expresiones hirientes o soeces, con voces, o incluso también en mi interior?

            ¿Tengo rencor hacia alguna persona, de tal modo que no hablo con esa persona, ni la perdono de ningún modo y, cuando la veo o surge una conversación sobre ella, siempre se nota mi inquina contra ella? ¿Llevo mi ‘agenda’ de los agravios que me han hecho los demás y las fechas en que me las han hecho y ante quien me las han hecho? ¿Hay alguien a quién no salude ni tenga intención de hacerlo? ¿Soy una persona vengativa; las cosas que me han hecho las tengo bien guardadas y presentes, y ante la más pequeña oportuni­dad se las ‘restriego’ en la cara o suelto mi ‘veneno’ ante otras personas?

            ¿He tenido pereza para levantarme, para acostarme, para hacer los estudios, el trabajo, mis oraciones, asistencia a la Misa, etc.? Perezoso es aquel que hace las cosas que le gustan, y las que no, las va dejando siempre de lado: el cesto de la plancha, los azulejos, tareas en el trabajo, escribir cartas, visitar a personas, enfermos. Con frecuencia la pereza va asociada al egoísmo, pues saco tiempo para las cosas que me gustan y me interesan, pero las otras cosas quedan las más de las veces sin hacer o a medio hacer.

            ¿He perdido el tiempo? Tenía diversas cosas que hacer y las he ido dejando de lado para hacer lo que me gusta: ver la Tv, hablar por teléfono, leer una novela, dar la lengua con alguien… y mientras tanto las cosas sin hacer.

            ¿He tenido gula, es decir, me dominan las apetencias y los gustos por encima de mi voluntad: domina el dulce sobre mi voluntad, domina el alcohol sobre mi voluntad, domina el café sobre mi voluntad, domina el tabaco sobre mi voluntad…? Seguramente que en muchas ocasiones pensamos como el gallego: ‘perdono o mal que me fai, por o ben que me sabe’. Tengo gula cuando como entre horas por el simple hecho de picar, o como nada más de lo que me gusta, o no como jamás lo que no me gusta, o protesto por la comida, o como o bebo con ansia, etc.

            ¿He sido egoísta en el trato con los demás preocupándome tan solo de lo que me venía bien a mí, pasando o dejando de lado las necesidades de los otros? ¿Soy de los que cojo el mando de la TV y no lo suelto en modo alguno, y todo el mundo tiene que ver el programa que a mí me gusta? ¿Al sentarme en el coche o en casa escojo el mejor puesto… sin pensar en los otros? ¿Pienso en los otros, en lo que les gusta a los otros, en lo que les viene bien a los otros, o nada más me veo a mí mismo y mis apetencias y mis necesidades?

            ¿He faltado a la pobreza cristiana con gastos superfluos en cosas que no son del todo necesarias (ropas, tabaco, cafés, revistas, consumiciones, CD, bisutería, viajes, etc.)? ¿Compro cosas baratas que no necesito o que ya poseo más que suficientemente? Al comprar pregunto a mi gusto, a los demás… ¿y a Dios? Porque El tendrá algo que decir, sobre todo si me confieso cristiano y deseo que su Voluntad se cumpla en mí. Un cristiano no puede caer en el consumismo igual que otra persona que le dé igual vivir en su Santa Voluntad o no. ¿Tengo codicia y ansío poseer cosas materiales? ¿Doy limos­nas a la Iglesia o a ONGs o a familias necesitadas (es bueno aquí comparar cuánto gasto para mí al mes y cuánto doy en limosnas para los demás al mes; se verá que la diferencia es mucha)? La limosna es lo que yo llamo el dinero de Dios. Es suyo y yo he de administrarlo según su Voluntad y no según mi capricho. El dinero de la limosna nunca puede quedarse en mi bolsillo. Si no lo doy yo directamente, entonces debo de buscar a organizaciones o personas que busquen donde entregarlo y que conocen mejor que yo diversas necesidades de otros hombres. ¿Tengo mi corazón pegado a cosas mías (coche, ropa, objetos), personas, opiniones, mi físico, etc.? Para entender la pobreza cristiana se ha de partir de que sólo Dios es nuestra riqueza, porque es lo totalmente Absoluto, lo demás es relativo (Mt. 10, 37). ¿He robado, es decir, me ha apropiado de cosas que no son mías? Me apropio de cosas que no son mías, robo, cuando en el hospital en el que trabajo cojo tiritas, esparadrapos, tijeras... y lo llevo para mi casa o para mis familiares. Robo cuando en el colegio donde trabajo cojo hojas, bolígrafos... y los llevo para mi casa. Robo en el trabajo llegando tarde y saliendo temprano. Robo en el trabajo al no pagar lo justo y debido a mis empleados y no reconocerles sus derechos. El hecho de que lo hagan los demás no quiere decir que está justificado que lo haga yo. También robo si no dedico el tiempo y las cualidades que Dios me da en el servicio de los demás; o cuando le robo su gloria y me apropio de lo que es de Él: “No se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el rico en su riqueza, ni el soldado en su fuerza. El que se gloríe que se gloríe en el Señor” (Jr. 9, 22-23).

            ¿He sido desobediente en mi casa, con mi familia, con Dios, con la Iglesia, con mi director espiritual, con las normas de tráfico, con las cosas que me piden muchas veces por favor; y soy más bien de los que siempre hace lo que les da "la realísima gana"? La obediencia no es simplemente hacer sin más lo que me digan o me pidan, también hay que mirar el modo y las maneras en que lo hago. Por ejemplo, si realizo las cosas que se me piden pero con protestas, interiores o exteriores, entonces no estoy obedeciendo. Yo nunca he visto ni he leído que, cuando Dios Padre indicó a su Hijo que fura a la Cruz, por el perdón de los pecados de los hombres, Jesús obedeciera pero diciendo: “¡Vaya, hombre! ¡Siempre me toca a mí!” ¿A quién tengo que obedecer yo? Pues en primer lugar a Dios, a mis padres, a mis hijos, a mi marido, a mi mujer...

            ¿He faltado a la castidad con pensamientos, deseos, miradas, actos impuros (solo o acompañado); he respetado mi cuerpo y el de los demás por ser Templo del Espíritu de Dios, me he mantenido alejado de aquello que me tentara en este punto como TV, revis­tas, conversaciones, etc.?

¿He tenido el pecado de la vanidad de tal manera que estoy demasiado pendiente de mi aspecto físico, de la moda, y al final soy un esclavo de ello? Hay personas que son incapaces de salir desconjuntadas de casa o de no salir a la calle con prendas que no son de marca. Hay personas que visten o se acicalan de una determinada manera, pero no por convencimiento o gusto propio, sino por obtener el parabién de la gente con la que están.

            ¿He tenido soberbia al considerarme superior a otros, al considerarme inferior y esto me hacía sufrir, puesto que no me acepto tal y como soy? ¿Me ando siempre quejando de la sociedad, de los demás, de mí mismo? ¿"Engordo" cuando los demás hablan bien de mí, y me entretengo después pensando y "repensando" lo que se dijo bueno de mí? ¿Me enfada el que los demás hablen mal de mí, sea mentira o verdad, y "despo­trico" contra ellos y busco rápidamente el justificarme? ¿Me cuesta admitir mis errores? ¿Me cuesta pedir perdón? ¿Hablo de mí mismo (mal o bien) con frecuencia, me pregunten o no? ¿Hago o dejo de hacer cosas, digo o dejo de decir cosas por el qué dirá la gente, de tal manera que soy un esclavo de lo que piensen los demás? Veamos algunos de los frutos de la soberbia: En las relaciones con el prójimo, el amor propio y la soberbia nos hace susceptibles, inflexibles, impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los propios derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en nuestras palabras. Nos deleita en hablar de las propias acciones, de las luces y experiencias interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin necesidad de hacerlo. En las prácticas de piedad nos complace en mirar a los demás, observarlos y juzgarlos; nos inclinamos a compararnos y a creernos mejor que ellos, a verles defectos solamente y negarles las buenas cualidades, a atribuirles deseos e intenciones poco nobles, llegando incluso a desearles el mal. El amor propio y la soberbia hacen que nos sintamos ofendidos cuando somos humillados, insultados o postergados, o no nos vemos considerados, estimados y obsequiados como esperábamos.

            ¿He faltado en el amor al prójimo hacia los enfermos, ancia­nos, familiares, marginados, etc.? ¿Tengo verdadera preocupación por las necesidades materiales, morales y espirituales de las personas que me rodean, de la gente que vive en Asturias, en España, en Europa, en el mundo? ¿Considero a las demás personas como hermanos míos al ser hijos todos del mismo Padre?

            ¿He tenido falta de confianza en Dios buscando yo siempre el encontrar solución a todo y rápida; y cuando no salía tal y como era mi deseo me enfadaba con Dios o me descorazonaba con Él? No tengo confianza en Dios cuando las cosas positivas o negativas que me suceden me afectan sobremanera. No quiere decir con esto que tengamos que ser insensibles a las circunstancias que acontecen a nuestro alrededor, pero sí es cierto que nuestra seguridad total está en Dios y no tanto en que las cosas me salgan bien o mal.

            ¿He dejado mis oraciones de lado, o las he hecho con rutina y sequedad? ¿He sido fiel a lo que el Señor me iba mostrando o pidiendo en ellas?

            ¿He faltado a la Misa de los domingos, o he asistido a ella con rutina, falta de fervor, de mala gana y distracciones?

            ¿He realizado alguna lectura espiritual para alimentar mi ser y abrirme a otras experiencias y a otros horizontes que puedan acercarme más a Dios?

            Se podían sacar muchas más cosas, pero de momento yo creo que con esto vale para tener una guía más o menos exhaustiva.

jueves, 18 de febrero de 2021

Domingo I de Cuaresma (B)

21-2-2021                              DOMINGO I CUARESMA (B)

Gn. 9, 8-15; Sal. 24; 1 Pe. 3,18-22; Mc. 1, 12-15

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            * Estamos en los inicios de la Cuaresma del año 2021. ¿Cuál es el origen de la Cuaresma?

- Cuarenta años estuvo el pueblo de Israel por el desierto del Sinaí purificándose y preparándose para entrar en la tierra prometida.

            - Cuarenta días estuvo Jesús retirado en el desierto preparán­dose para anunciar el evangelio de Dios. En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás, nos dice san Marcos en el evangelio de hoy. Durante cuarenta días, el desierto fue para Jesús lugar de oración y de encuentro con el Padre, pero también fue lugar de tentación: Jesús fue tentado para que no predicase el mensaje de Dios; Jesús fue tentado para que llevase una vida cómoda; Jesús fue tentado para que utilizase el mensaje y el poder de Dios en provecho propio.

            - Cuarenta días vamos a estar nosotros preparándonos para el misterio más grande de nuestra fe: la muerte y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios.

* Ciertamente, al iniciar esta Cuaresma podemos sentir la tentación de pensar: ‘¡Todos los años lo mismo! ¡Con una Cuaresma ya es bastante!’ Sin embargo, esta Cuaresma no es la misma que la del año pasa­do, ni tampoco es igual que la de hace dos años. Siempre es distinta, porque nosotros somos distintos y cada año cambiamos un poco o un mucho: somos un año más viejos, hemos tenido dolorosas experiencias como enfermedades, muerte de un ser querido, hemos tenido alegrías, nuevos amigos, algunos se han casado, el nacimiento de algún hijo, sobrino o nieto. En definitiva, nuestra situación no es la misma que la del año pasado. Por todo esto, esta Cuaresma no es la misma que otras. En esta situación nueva en que estamos respecto al año pasado o a otros años, ¿qué quiere el Señor de nosotros en este tiempo cuaresmal?

            Otra tentación que podemos tener es la de limitarnos a asistir a los actos de culto, cumplir la abstinencia de los viernes, confesarnos en algún momento… y ya está. Enton­ces sí es cuando esta Cuaresma será una Cuaresma más: unos días de febrero y los de marzo.

            * ¿Qué quiere Dios de nosotros en esta Cuaresma? Ante todo hemos de tener en cuenta que la Cuaresma es un tiempo de paso. Podemos venir de una situación de apatía, de desidia, de pecado, de tibieza, de desilusión, de rutina en nuestra vida de fe, y en nuestra vida humana y familiar. Necesitamos un revulsivo para salir de esta parálisis y de este conformismo en el que podemos estar instalados. El revulsivo que Jesús nos da en este tiempo se llama la Cuaresma. Así podremos pasar de la apatía al anhelo, de la desidia a la laboriosidad, del pecado a la vida de santidad, de la tibieza al fervor, de la desilusión a la ilusión, de la rutina a la novedad de vida al lado de Dios.

Pero para que esto sea posible hemos de convertir la Cuaresma de 2021 en un tiempo de penitencia, en un tiempo de conversión y en un tiempo de avanzar en el conocimiento de Cristo.

            Tiempo de penitencia, porque la Iglesia nos pide sacrificios, cosas que nos cuestan para ofrecérselas a Dios por amor. Se trata de que dominemos nuestro cuerpo para que sea dócil a la voluntad de Dios, no de que nos domine nuestro cuerpo con sus pasiones, vicios (por ejemplo, el tabaco), y perezas.

            Tiempo de conversión, donde pensamos lo que estamos haciendo mal a los ojos de Dios y nos arrepentimos. Es un buen momento de hacer una buena confesión, pero no por la obligación, sino queriendo cambiar de verdad en aquello que nos acusamos. Mas la conversión no es solo darse cuenta de lo que hacemos mal; es también, y sobre todo, caminar hacia Dios.

            Tiempo de avanzar en el conocimiento de Cristo. Me da ver­güenza que nosotros católicos de toda la vida, yendo a Misa casi todos los domingos y sin embargo no conozcamos casi la Biblia, no sepamos en qué consiste la enseñanza de Cristo en el Evangelio. Estoy seguro de que muchos no tenéis la Biblia en casa, ni siquiera el Nuevo Testamento. Y los que lo tenéis, estoy seguro que muchos casi no miráis para él. Por eso, un buen propósito de esta Cuaresma puede ser hacerse con un Nuevo Testamento o una Biblia y leerlos un poco. No se trata solo de saber más cosas de Jesús, se trata de que la Palabra de Dios entre en nuestros corazones. Hace un tiempo me escribía un amigo al que animé a leer la Biblia todos los días: me decía que, a pesar de haber estudiado en colegio de religiosos, de haber oído la Palabra de Dios en tantas Misas, no le estaba calando tanto como ahora que la leía a solas en su habitación y que descubría cosas de las que nunca se había dado cuenta.


 

jueves, 11 de febrero de 2021

Domingo VI del Tiempo Ordinario (B)

14-2-2021                   DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO (B)

Lv. 13, 1-2.44-46; Sal. 31; 1 Co.10, 31 - 11, 1; Mc. 1, 40-45

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

3.- Liturgia de la Eucaristía

            - Ofertorio: Se presentan pan, vino, nuestras propias vidas y personas. Nos ofrecemos nosotros y nuestras obras de la semana (mechero). El agua en el vino no es para rebajar el vino (recuerda el agua que salió del costado de Cristo junto con la sangre, y signo de participación divina).

            - Colecta, signo de comunión y de amor mutuo. Para atender las necesidades de la propia comunidad. Es ya una tradición muy antigua. La gente compartía lo que tenía para hacer visible la comunicación de bienes. ¿Cuánto dinero del que gano destino para los demás? Es el dinero de Dios.

            - Prefacio, es alabanza al Señor y acción de gracias. Es nuestro deber y salvación darte gracias y glorificarte. Habla de las maravillas del Señor. Y termina con el Santo, canto de alabanza recogido de los labios entusias­tas de los israelitas en Jerusalén. Hay varias formas de oración: petición, de acción de gracias (yo, para mí, conmigo), y la alabanza, que es la más sublime: el santo. Los santos hacían sobre todo oración de alabanza y cada vez más.

            - Plegaria eucarística. El sacerdote debe leer despacio las oraciones, y no a las carreras. No ruti­nariamente. Hay varias plegarias eucarísticas. La más antigua es la 2ª. ¿Cuántas misas habéis escu­chado? ¿Cuántas misas he celebrado? Una. Solo hay una Misa, la que Jesús hizo con los apóstoles el Jueves Santo, antes de sufrir la pasión. Solo que Cristo nos hace presentes en aquel momento, o se hace el presente junto con los apóstoles en nosotros. Cristo solo entregó su vida, su carne, su sangre una vez. No es teatro lo que hacemos nosotros de una cosa que sucedió hace casi 2000 años. Verdaderamente somos transporta­dos a aquel momento de un modo misterioso. Vamos a seguir el modelo de la 2ª plegaria para explicar su contenido:

                        * Él es fuente de santidad, no nuestro esfuerzo.

                        * El Espíritu Santo por las manos del sacerdote viene para la consagra­ción.

                        * El sacerdote le presta los labios, la lengua, la garganta para las palabras de la consagración. El sacerdote presta su voz y deja de ser él para ser Cristo Jesús, que es el único que puede consagrar y convertir pan en Cuerpo de Dios, y vino en Sangre de Dios.

                        * "Tomad y comed", y no "Tomad y ved como come el cura".

                        * Cuerpo entregado, despedazado por nosotros. Sangre derramada por nosotros para el perdón de los pecados. Mel Gibson à María con el manto recogiendo sangre.

                        * Haced esto en memoria mía. Ir a Misa es mandato del Señor. Por eso quien no quiere ir a Misa o la "pira", entonces reniega de este deseo de Cristo, pasa de su Palabra, pasa de su Cuerpo que nos alimenta y nos da vida, pasa de los cristianos.

                        * Este es el Sacramento de nuestra fe, algo incomprensible. El resumen de nuestra fe es este: ‘Anunciamos tu muerte’, porque realmente has muerto. ‘Proclamamos tu resurrección’, pues la muerte no puede contigo. Tú eres Dios de vivos y no Dios muerto y Dios de muertos. ‘Ven, Señor Jesús’, respuesta del cristiano.

                        * Después se hacen algunas súplicas que el Espíritu Santo una a los fieles, porque muchas veces gente que comulga al mismo Cristo, y no se acepta entre sí. Eso es un sacrilegio.

                        * Se pide por toda la Iglesia, por los difuntos, por todos los difuntos, por los nuestros y por los que nadie se acuerda, se pide la intercesión de María, de los apóstoles, de los santos.

* Y se da la gran aclamación (doxología) final con estructura trinitaria (Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos). Todo honor es para Dios, no podemos robarle nada de honor al Señor, y se termina con el Amén.

4.- Ritos de la Comunión

            Para comulgar se preparan los fieles con varios ritos.

            - Padre nuestro, la oración de Jesús.

            - La paz que nos es ofertada por Cristo y nosotros la com­partimos. Caso de Adolfo Suárez, que se le negó la paz. ¿Qué clase de fe y de cristianismo es el nuestro? Esto está recogido en el mandato de Jesús: “Si al presentar tu ofrenda sobre el altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante el altar y vete a reconciliarte con tu hermano y después vuelve a presentar tu ofrenda” (cfr. Mt 5, 23-24). Si rechazas la paz de Dios a través de otros, rechazas entonces la paz de Dios, y en vez de comulgar, tragas hostias.

            - Fracción del pan. Así se llamaba antes la Misa (Hch. 2, 42). Reproduce el gesto de Jesús al partir el pan y repartirlo entre sus discípulos (Lc. 22, 19). Partir el pan y repartirlo, signo de amor y comunión. Como una madre trocea los alimentos y los reparte entre sus hijos (ejemplo del pelícano). Cristo despedazado y roto. Aunque sea un trozo pequeño, comulgamos a Cristo entero.

            - Invitación a la comunión. Este es el Cordero de Dios, y contestación del centurión romano: ‘Yo no soy digno...’. Él nos hace dignos.

            - Comunión. Se comulga a Cristo entero, no un trozo, aunque solo sea el cuerpo y no la sangre.

                        * 1 hora de ayuno. No la rompen ni el agua ni las medicinas. No están obligados a guardarla ni los enfermos ni quienes los atienden.

                        * Comulgar con mano o en la boca. Explicar el modo. Y decisión de los fieles, no del cura.

                        * ¿Cuántas veces se puede comulgar al día?

                        * Comulgar en gracia de Dios.

Ritos finales

            Oración de postcomunión.