15-8-2023 ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (A)
Ap. 11, 19a;12, 1.3-6a.10ab; Sal. 44; 1ª Co.15, 20-27a; Lc. 1, 39-56
Homilía en vídeo.
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
Yo
siempre digo que la Palabra de Dios nos enseña, a pesar de haber sido escrita
hace miles de años. Siempre digo que la Palabra de Dios nos enseña a cada uno de
los que estamos aquí, a pesar de que estamos en circunstancias tan diversas y
tenemos pensamientos tan distintos. Vamos a dar un ejemplo en la homilía de hoy
de esta enseñanza.
Para ello voy a partir de la
narración de un cuento. A mí los cuentos me gustan, porque tienen muchos
significados y pueden ser válidos para momentos y personas muy distintos. Dice
así:
“Hace muchísimos años existía un
pueblo, en el que las gentes se dedicaban básicamente a la agricultura. Había
en dicho pueblo una familia compuesta por un padre, una madre y tenían un hijo
de unos veinte o veintidós años. Tenían tierras de labranza. En aquellos
tiempos no existían los tractores. Tenían un caballo que les ayudaba en las
tareas de la labranza.
Un día, el caballo se escapó a
las montañas. Al enterarse los vecinos acudieron a consolar al granjero por su
pérdida. ‘Qué mala suerte’, le
decían. El granjero les respondía: ‘Mala
suerte, buena suerte, quién sabe’.
Este granjero envió a su hijo a
buscar al caballo. Recorrió valles, subió a montañas… hasta que el joven lo
encontró. El caballo estaba en medio de una manada de caballos. El joven cogió
a su caballo para traérselo para casa, pero, para su sorpresa, varios de
aquellos caballos de la manada lo siguieron hasta el pueblo. Los vecinos fueron
a casa del granjero, esta vez a felicitarle por su buena suerte. ‘Buena suerte, mala suerte, quién sabe’,
contestó el granjero.
Al día siguiente de haber
regresado con todos aquellos caballos, el hijo del granjero intentó domar a uno
de los caballos salvajes, pero se cayó y se rompió una pierna. Otra vez, los
vecinos se lamentaban de la mala suerte del granjero y otra vez el anciano
granjero les contestó: ‘Mala suerte,
buena suerte, quién sabe’.
Días más tarde aparecieron en el
pueblo los oficiales de reclutamiento para llevarse a los jóvenes al ejército
para una guerra en la que se iba a luchar y muchos de aquellos jóvenes morirían.
El hijo del granjero fue rechazado por tener la pierna rota. Los aldeanos,
¡cómo no!, comentaban la buena suerte del granjero y cómo no, el granjero les
dijo: ‘Buena suerte, mala suerte, ¿quién
sabe?’” Bien, pues COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO.
Bien, pues ahora voy a contaros otro
episodio. Pero este es un episodio real y que sucedió hace bastantes años. En
una familia había tres hijas; eran tres hermanas y se llevaban poco tiempo
entre sí. Cuando eran muy niñas, una de ellas tuvo una enfermedad y se quedó
paralítica a consecuencia de ella. Siempre tuvo que estar atada a una silla de
ruedas. Fueron creciendo las tres
hermanas, y cuando llegaron a la edad aproximada de los 17 años, las dos
hermanas sanas empezaron a salir de fiesta. La enferma no podía. Las dos
hermanas conocieron chicos, de los cuales se enamoraron e iniciaron sus
noviazgos, que acabaron en sendos matrimonios. Marcharon de sus casas, formaron
sus familias, tuvieron hijos, los cuales crecieron. Más adelante, estos hijos a
su vez formaron sus propias familias. Con el tiempo, las dos hermanas se
quedaron viudas. En cierta ocasión en que las hermanas ya contaban con unos 80
u 85 años decidieron pasar un fin de semana largo en la casa paterna, en donde
seguía residiendo la hermana enferma. Hacía muchos años que no estaban juntas,
pero sobre todo que no estaban solas. Allí estuvieron juntas y hablaron… de sus
familias, de su pasado y, sobre todo de sí mismas. A una de ellas se le ocurrió
preguntar y preguntarse: ‘¿Cuál de nosotras tres ha sido la más feliz en la
vida?’ Hablaron a corazón abierto, sin ocultar nada. Contaron su vida, son sus
alegría y con sus sinsabores. Al terminar de hablar y de escucharse entre sí,
todas llegaron a la conclusión que la más feliz había sido la hermana enferma.
Vamos ya ahora a fijarnos en el
último episodio. Vamos a fijarnos en la Virgen María. Si cuando se le mostró el
arcángel Gabriel y le preguntó si permitía quedarse encinta, María hubiera
respondido: ‘¡No, no!’ Hoy no estaríamos aquí celebrando la fiesta de la
Asunción de María a los cielos. Pero ella dijo que sí, y a partir de ahí
empezaron a venirle problemas. Si José se hubiera chivado que el hijo que María
esperaba no era suyo, a María la hubieran matado a pedradas. Después, cuando
nace el hijo en Belén, Herodes casi le corta la cabeza. Además, tienen que
marcharse para Egipto durante unos siete años como emigrantes. Cuando volvieron a Israel y teniendo Jesús
doce años, llevaron un susto de muerte al quedarse Jesús en Jerusalén sin que
lo supieran sus padres. Más adelante murió José
y María quedó viuda. Con dieciocho o veinte años, Jesús no quería
casarse y todo el mundo le señalaba en el pueblo con el dedo: ‘Este qué se
creerá que las mozas de Nazaret no son bastante para él’. Posteriormente, Jesús
deja a su madre completamente sola en el pueblo y encima poco después muere en
la cruz. A los pies de la cruz, María pudo preguntarse si había tomado la
decisión correcta habiendo aceptado quedarse encinta ante el anuncio del ángel.
‘¿Tuve una buena vida? Porque ahora estoy completamente sola: sin hijo, sin
nietos. Estoy completamente abandonada. ¿Por qué tuve que decir que sí al
ángel?
Efectivamente. Y esta es la
enseñanza en que quiero que hoy nos detengamos todos nosotros. Cuando vayáis
algún día al museo del Prado, no miréis el cuadro de Goya como yo voy a mirar
ahora mismo esta imagen (pego mi rostro totalmente a una imagen, de tal manera
que no sepa distinguir absolutamente nada de tal imagen). ¿A que hice el
ridículo mirando así esta imagen? Este mismo ridículo hacemos nosotros en
nuestra vida, porque en tantas ocasiones, ante cualquier episodio o
acontecimiento que nos sucede a nosotros o a los que están a nuestro alrededor,
enseguida enjuiciamos con los criterios del mundo, si eso es bueno o si es
malo. Los cristianos no podemos ni debemos enjuiciar lo que nos pasa en la vida
con los criterios del mundo. Un día del Carmen, cuando estaba en Tapia (el día
del Carmen es el día grande en aquella villa). Pues bien, ese día me encontré a
un lado de la iglesia a una moza de unos 17 años llorando desconsoladamente.
¿Sabéis lo que le pasaba? Mal de amores. El día 15, por la tarde-noche había
salido toda arreglada para la fiesta con su noviete. Algo debió de pasar entre
ellos. Lo que sí pasó el día del Carmen, muy de mañana, es que ella lloraba
desconsoladamente y pensaba que más le hubiera valido morirse. Si tú, chica,
ves tu vida únicamente en ese momento, pensarás que eres la más desgraciada.
Pero si miras tu vida con cierta perspectiva, al cabo de un tiempo pensarás que
de menudo sinvergüenza te libraste. Por eso, las cosas no son lo que parecen en
ese momento. Tenemos que ver la vida y los acontecimientos con una perspectiva
y con una distancia como para ver un cuadro. Y el criterio nos lo da nuestro
Señor Jesucristo. Mirad vuestra vida, miradla. Yo miro la mía. Cuando yo tenía
15 años y quería entrar en el Seminario, me decían algunos en la familia: ‘No
vayas, Andrés, no vayas’. Han pasado los años: mis tíos, mis primos… hemos
hecho nuestra vida. El más feliz es el menda lerenda, o al menos, yo me
considero muy feliz. ¿Quién acertó? No lo sé. Yo sí que yo sí he acertado por
mi parte.
Esta es la enseñanza: nunca juzguemos
con los criterios del mundo lo que nos pasa. Esperemos. Hemos de darle tiempo
al tiempo. Y miremos sobre todo con los ojos de Dios. El día que muramos, ya
podremos mirar totalmente con los ojos de Dios y aquellos que habíamos
entendido que no era bueno para nosotros, quizás no llevaremos grande
sorpresas. María, al ascender al cielo y
mirar todo con los ojos de Dios, ya se
dio cuenta que su decisión fue la correcta y que ha sido, es y será la mujer
más feliz de este mundo.