23-2-20 DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (A)
En este domingo sigue Jesús con el
sermón de la montaña y nos continúa dando indicaciones a los cristianos para
que llevemos una vida intachable.
En el evangelio de hoy se nos habla
del “ojo por ojo y del diente por diente”:
la ley del talión. Esta norma procede del Antiguo Testamento: Éxodo 21, 23-25: “Pero si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por
vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por
quemadura, herida por herida, contusión por contusión”.
Hoy
nos puede parecer esto una barbaridad, pero históricamente constituye el
primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño recibido en un
crimen y el daño producido en el castigo, siendo así el primer límite a la
venganza.
Sin
embargo, Jesús quiere que sus discípulos vayan más allá. No podemos
conformarnos con no buscar la venganza, o con no hacer más daño del que nos han
causado. Jesús nos pide más, mucho más[1]: “Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al
que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha,
preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale
también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a
quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”. Este texto
siempre me ha desestabilizado, pues supone pasar de la mera justicia humana a
una exigencia mucho más profunda.
- A la hora de
enfrentarse a estas palabras de Jesús podemos
mirarlas desde el punto de vista (como quiere Jesús) de aquel que no hace frente al que le hiere, del que presenta la otra
mejilla, del que tiene que dar también la capa, del que acompaña dos millas, es
decir, el doble de lo que se le pide, del que da siempre y del que no rehúye
prestar. Para hacer esto se requiere una preparación y unas actitudes
interiores, pues de suyo el hombre es egoísta y tiende a hacer menos de lo que
se le pide. Desde mi punto de vista, esto que pide Jesús es sobrehumano, es
decir, el hombre por sí mismo no puede hacerlo. Pienso que la única manera de
llevar esto a cabo es haciendo lo siguiente:
1) Pidiendo la ayuda a Dios; que Él nos
transforme en hombres santos, que nos dé su fuerza, como se la dio a los
santos. Solo un santo puede presentar la mejilla a quien le pega. Solo un santo
puede dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Solo un
santo puede caminar dos millas a quien le pide que camine una milla junto a él.
Solo un santo puede prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o sí…
2) Amando. Quien ama (pienso en una madre)
es capaz de presentar la mejilla a quien le pega[2]. Quien ama es capaz
de dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Quien ama es
capaz de caminar dos millas a quien le pide que camine una milla. Quien ama es
capaz de dar y de prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o puede
que no se lo devuelva.
3) Siendo menos egoísta. Como bien dice
San Pablo, “Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos,
nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el abrigo” (1 Tim. 6, 7-8). Si
aplicáramos esta máxima, no nos aferraríamos tanto a las cosas materiales:
capas, túnicas, dineros…, pero tampoco a razones, orgullos y soberbias. Una vez
escuché decir a uno: ‘las cosas tienen la importancia que tienen, pero sobre
todo la importancia que se le quieran dar’. Es cierto, cuántas veces he oído
decir que, después de una enfermedad grave o de una accidente del que se salió
con vida, uno fue consciente de las tonterías a las que uno estaba aferrado: en
cosas o en opiniones, y que nada de ello merecía la pena.
4) Teniendo paz. Cuando se tiene paz
interior, uno es capaz de ver las necesidades de los demás y se presta a cubrirlas.
Cuando se tiene paz interior, uno es capaz de comprender y de perdonar a los
demás.
- También es cierto que podemos mirar las palabras de Jesús desde
el punto de vista de aquel que hiere, de aquel que abofetea, del que demanda injustamente
ante el juez exigiendo la túnica, del que pide caminar una milla, del que pide
y del que pide prestado. Quien hace estas cosas es una persona herida por
la violencia interior, o por la codicia, o por el egoísmo, o por la necesidad.
Recuerdo que en una ocasión me contaron el caso de una chica que toda su vida
había vivido del dinero de su padre. Nunca había trabajado y siempre había
pedido y obtenido todo de su padre: éste le había puesto dos o tres negocios,
que ella había ido arruinando uno tras otro; además, el padre le daba unos
3.000 ó 4.000 € mensuales, que ella malgastaba de modo regular… En estos casos yo siempre digo que la mejor
manera de ayudar a una persona es no ayudarla, es decir, no dar ese dinero,
u obligar a que la persona asuma las consecuencias de sus propios actos, o
enseñarle a vivir con responsabilidades. De
esta manera la intención del que ayuda (no ayudando-no dando) no es simplemente
no cubrir las necesidades materiales del que pide o exige, ni satisfacer sus
caprichos o sus egoísmos, sino AYUDARLE A CRECER COMO PERSONA y con todas las
virtudes.
En definitiva, cuando leo este evangelio: “Yo,
en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te
abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte
pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para
caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide
prestado, no lo rehúyas”,
siempre me pregunto si lo se tiene que
primar es el bien (el bien auténtico, el bien visto desde Dios) del que pone la
mejilla, del que da capa y túnica…, o si se tiene que mirar más el bien (el
bien auténtico, el bien visto desde Dios) de que abofetea, del que reclama
injustamente, del que pide…, porque, de posicionarse en uno u otro lado, las
acciones pueden ser distintas.
En
todo caso, siempre que se actúe habrá de existir recta intención de querer
cumplir el evangelio de Jesucristo y no una autojustificación para hacer
finalmente lo que más le conviene a uno, egoístamente hablando.
[2] Supongo que ya conocéis aquella leyenda
de la Bretaña en que una madre tenía un hijo único. Ambos se amaban
entrañablemente. Sucedió que el hijo se enamoró de una chica, la cual,
conociendo el cariño que había entre madre e hijo, quiso poner a prueba a su
novio y, por eso, le pidió que, como prueba de su amor hacia ella, le trajera
en una bandeja el corazón de su madre. El chico se sorprendió y horrorizó, pero
tanto le insistía su novia que él se llegó hasta donde estaba su madre, la
mató, le abrió el pecho con un cuchillo y le sacó el corazón. Lo puso en una
bandeja y se lo llevaba corriendo a su novia. En esto tropezó el chico y cayó
por tierra juntamente con la bandeja y con el corazón de su madre. De éste
surgió una voz que preguntó: ‘¿Te has hecho daño, hijo mío?’
Buenos dias --- es increible pero hoy creo poder dar un comentario pero ante todo decirte Gracias Andres siempre te leo y tu palabra ilumina mi dia ...
ResponderEliminarEsto que has escrito me ha encantado .. sabes soy una persona que desde niña ame la paz y nada nada de rencor en mi corazon .. soy como dicen mis amigas de perdon facil ... pero yo me pregunto .. quien soy yo para no perdonar .... porque guardar dentro mio rencor ... ya bastante debe sufrir el que daño me ha echo ... mi abuela decia no te olvides que Jesús siempre te esta observando y el ve dentro de tu alma ..
Un abrazo muy grande con la ilusión que este saludo y comentario te llegue