14-4-2019 DOMINGO DE
RAMOS (C)
El
evangelio de S. Lucas que hemos leído y escuchado al principio de la
celebración, para la bendición de los ramos, nos mencionan tres tipos de personas
que están presentes en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: los
discípulos, los fariseos y el pueblo-la gente. Los discípulos “echando sus mantos sobre el pollino,
ayudaron a montar a Jesús. Mientras él avanzaba, extendían sus mantos por el camino.
Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, (1) toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron
a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto.
Decían: ‘¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y
gloria en las alturas’. Algunos de los (2) fariseos,
que estaban entre la (3) gente, le
dijeron: ‘Maestro, reprende a tus discípulos’. Respondió: ‘Os digo que si éstos
callan gritarán las piedras’”.
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A diferencia de los otros tres evangelistas (S. Mateo, S. Marcos y S. Juan), al
relatar la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, S. Lucas especifica que
solamente el grupo de los discípulos aclamaba a Jesús “por todos los milagros que habían visto”. En efecto, si leemos los
otros tres evangelios podemos sacar la idea de que TODO EL MUNDO ACLAMÓ A JESÚS
EN EL DOMINGO DE RAMOS. Pero no fue así. Lucas lo dice claramente: fueron
únicamente los discípulos quienes aclamaron, alabaron y movieron sus palmas en
honor de Jesús.
¿Quién
es discípulo? Discípulo es el que ha
visto a Jesús amar (a Lázaro y a sus hermanas), perdonar (a la adúltera),
acoger sin importarle la procedencia ni otras circunstancias de la persona (a
la samaritana), comprender, acariciar (a los niños, que eran rechazados por
todos), curar (al endemoniado de Genesaret, al ciego, al leproso y a tantos y
tantos hombres y mujeres y niños), aceptar a los demás como son (a Pedro, tan
bocazas y tan impulsivo y a la vez tan amante de Jesús y tan fiel), escuchar
con paciencia (a Nicodemo).
Discípulo
es el que ha compartido el pan, el frío,
el calor, los miedos, los ratos largos de oración, los gozos, los fracasos, los
triunfos, las soledades y las multitudes con Jesús.
Discípulo
es el que ha escuchado[1]
a Jesús las parábolas y tantas enseñanzas y se ha sentido encandilado (“Jamás nadie ha hablado como habla ese
hombre” [Jn. 7, 46] o aquello de S. Pedro “Señor, ¿a dónde vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna, y
nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” [Jn. 6, 68s]).
Sí, discípulo es el que cree en Jesús como Dios, como Señor, como Rey del Universo.
Porque el discípulo acompaña a Jesús en su entrada a Jerusalén, se quita los
mantos o los abrigos o todo aquello en que confiaba antes de tener fe
(riquezas, títulos, fama, poder, buena vida, rencores, murmuraciones, viajes…)
y con todo eso el discípulo alfombra el suelo para que Jesús lo pise subido en un pollino, en un borrico. Sí, un
borrico pisa todo aquello a lo que estamos atados, a lo que estábamos atados
antes de tener fe. Y todo esto provoca en el discípulo ENTUSIASMO, ALABANZAS A
DIOS, GRITOS DE JÚBILO sin importarle que los demás le tengan por un loco.
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Los fariseos son aquellos que no
consienten que otro, ni siquiera Jesús, esté por encima de ellos. Los fariseos
con sus palabras o con sus obras no reconocen a Jesús como Señor, como Rey,
como Dios. Le llaman simplemente “maestro”. Maestro: como si fuera únicamente
un título universitario, pero que no compromete a nada. Los fariseos quieren
meter cizaña entre Jesús y sus discípulos: “Maestro,
reprende a tus discípulos”. Los fariseos no aguantan el entusiasmo y la
alegría de los otros, sobre todo si no son ellos quienes provocan esta alegría
o si no son para beneficio suyo estas alabanzas. Los fariseos son como el perro
del hortelano, que ni comen ni dejan comer.
La
diferencia entre los discípulos y los fariseos es la diferencia entre la
incredulidad y la fe, el rechazo y la aceptación.
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Las gentes en este pasaje de la
entrada de Jesús en Jerusalén son aquellos que asisten como espectadores. No se
involucran ni se comprometen. Oyen, pero no quieren escuchar. Miran, pero no
quieren ver. Estas gentes son ni frío ni calor, ni arriba ni abajo, ni a la
derecha ni a la izquierda. Son mudos asistentes a un espectáculo y, además,
gratis. Jesús, para esta gente, es un hombre que pasea subido a un burro y los
discípulos no dejan de ser unos exaltados que gritan, y que son talibanes,
fundamentalistas, carcas o raros. Recuerdo que en la Semana Santa de 1985
estaba yo celebrando uno de los cultos del Triduo Pascual en la iglesia
parroquial de Taramundi y subió por el pueblo una profesora atea, compañera mía
del instituto de Vegadeo (en donde yo impartía clase de religión) y, al ver que
estábamos más de media hora en la iglesia, decía por el pueblo: ‘Pero, ¿qué
hacen tanto tiempo ahí dentro metidos?’ Sí, para la gente sin fe, lo nuestro es
un espectáculo decimonónico o medieval, para hacer una foto de turismo, pero
nada más.
Vamos a empezar el recorrido de la Semana
Santa con esta celebración del Domingo de Ramos. También hoy puede haber una
división en tres grupos de personas: los discípulos, los fariseos y la gente.
En nuestra mano está el pertenecer esta Semana Santa a uno u otro de estos
grupos.
[1] Ya
sabéis, hay que distinguir entre oír y escuchar. Escuchar implica reflexionar,
sopesar, interiorizar y, finalmente, acoger y aceptar lo que se nos dice.
Preciosa y buenísima Pater.
ResponderEliminarMe encantan esas definiciones sobre quién es Discípulo de Jesús, porque hemos recibido tanto los que vamos cerca de ti en el camino de la Fe, que tenemos una gran responsabilidad.. Tus palabras nos la recuerdan. Gracias.
Me gustaría alfombrar esa entrada de Jesús en Jerusalén con tantos "cacharitos" y cosas, situaciones o actitudes, que puedan impedirme seguirle muy muy de cerca. Esa será mi oración, mañana en la Procesión de Ramos. Feliz Domingo! Alabemos a nuestro Dios!!