1-1-2021 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (B)
Num. 6, 22-27; Sal. 66; Gal. 4,4-7; Lc. 2, 16-21
Queridos hermanos:
En el día de hoy celebramos la Jornada mundial de la paz. Debemos rezar por la paz entre todos los países, en las ciudades y pueblos, y en todas las familias y personas. Hemos de orar y trabajar por la paz.
En estos días de atrás escuchábamos en las lecturas de la Misa de Navidad que el Niño que nacía sería conocido como Príncipe de la Paz, y es que los discípulos de Jesús debemos de ser portadores de paz. Por eso Jesús llamará bienaventurados a quienes son portadores de la paz o a los que trabajan por la paz, “porque ellos se llamarán hijos de Dios” (Mt. 5, 9).
Veamos a continuación un ejemplo concreto de un hombre que siempre ha trabajado por la paz: San Francisco de Asís. Entre los hechos que le sucedieron hay uno que a mí siempre me llamó la atención: un soldado, Ángel Tarlati, dejó su oficio y se hizo franciscano. Él, con otros frailes, estaban en un monte llevando una vida de oración y de penitencia. Merodeaban por aquellos parajes tres bandoleros, que se dedicaban a asaltar a los transeúntes. No teniendo nadie a quien asaltar y, muertos de hambre, se presentaron con no muy buenas intenciones en la choza de los franciscanos. Al verlos Ángel Tarlati se encendió en ira y los increpó: “Asesinos y holgazanes; no contentos con robar a la gente honrada, ¿ahora queréis engullir las pocas aceitunas que nos quedan? Tenéis edad para trabajar. ¿Por qué no os contratáis como jornaleros?” Ante estas palabras los bandoleros no se inmutaron y persistían en sus intenciones. Entonces Ángel les dijo de nuevo: “Es bueno que sepáis que soy un viejo soldado y que más de una vez he partido de un tajo a canallas como vosotros. Y lo haré ahora con este garrote”. Y agarrándolo comenzó a golpearles, por lo que los forajidos escaparon precipitadamente. Los frailes se divirtieron y se rieron de buena gana con el episodio. Esta es la actuación normal de los hombres normales. Si el hermano Ángel no hubiera sido un antiguo soldado, los frailes habrían sido despojados de lo poco que tenían, pero, como él era fuerte y diestro con las armas, consiguió ahuyentarlos. Es la ley del más fuerte: es lo que imperaba en la sociedad de entonces… y de ahora.
Veamos ahora qué pasa cuando interviene un santo en este hecho. Sigo con el relato y lo tomo literalmente de un libro sobre San Francisco: “Al caer la tarde, regresó Francisco de pedir limosna, y los hermanos le contaron regocijadamente y entre risas lo ocurrido. Mientras se lo contaban, Francisco no esbozó ni la más leve sonrisa. Ellos percibieron que el chascarrillo no le hacía ninguna gracia. Entonces ellos también dejaron de reírse. Acabada la narración, Francisco no dijo ni una palabra. Se retiró en silencio y salió al bosque. Estaba agitado e intentaba calmarse. ‘¡Un soldado! –comenzó pensando-. Todos llevamos un soldado dentro; y el soldado es siempre para poner en fuga, para herir o matar. ¡Victoria militar! ¿Cuándo una victoria militar ha edificado un hogar o un poblado? La espada nunca sembró un metro cuadrado de trigo o de esperanza’. Francisco estaba profundamente turbado. Evitaba, sin embargo, que la turbación derivara mentalmente en contra de Ángel Tarlati, porque eso sería igual o peor que descargar golpes sobre los bandidos. ‘Sácame, Dios mío, la espada de la ira y calma mi tempestad’ –dijo Francisco en voz alta. Cuando estuvo completamente calmado y decidió conversar con los hermanos, se dijo a sí mismo: ‘Francisco, recuerda: si ahora tú reprendes a los hermanos con ira y turbación, eso es peor que dar garrotazos a los asaltantes’. Convocó a los hermanos y comenzó a hablarles con gran calma. Ellos, al principio, estaban asustados. Pero, al verlo tan sereno, se les pasó el susto. ‘Siempre pienso –comenzó diciendo- que si el ladrón del Calvario hubiese tenido un pedazo de pan cuando sintió hambre por primera vez, una túnica de lana cuando sintió frío, o un amigo cordial cuando por primera vez sintió la tentación, nunca hubiese hecho aquello por lo que le crucificaron’. Francisco hablaba bajo, sin acusar a nadie, con la mirada en el suelo, como si se hablara a sí mismo. ‘A todos los ajusticiados –continuó- les faltó en su vida una madre. Nadie es malo. A lo sumo frágil. Lo correcto sería decir, enfermo. Hemos prometido guardar el santo Evangelio. Y el Evangelio nos dice que hemos sido enviados para los enfermos, no para los sanos. ¿Enfermos de qué? De amor. He aquí el secreto: el bandolero es un enfermo de amor. Repartid un poco de pan y un poco de cariño por el mundo, y ya podéis clausurar todas las cárceles. ¡Oh, el amor, fuego invencible, chispa divina, hijo inmortal del Dios inmortal! ¿Quién hay que resista al amor? ¿Cuáles son las vallas que no pueda saltar el amor y los males que no los pueda remediar? Y ahora –añadió despacio y bajando mucho la voz-, yo mismo iré por las montañas buscando a los bandoleros para pedirles perdón y llevarles pan y cariño’. Al oír estas palabras, se sobresaltó el hermano Ángel y dijo: ‘Yo soy el culpable, hermano Francisco; yo soy quien debe ir’. ‘Todos somos culpables, querido Ángel –respondió Francisco-. Pecamos en común, nos santificamos en común, nos salvamos en común’. Ángel se puso de rodillas y dijo: ‘Por el amor de Dios permíteme esta penitencia’. Al oír estas palabras, Francisco se conmovió, y le dijo: ‘Está bien, querido hermano, pero harás tal y como te voy a indicar. Subirás y bajarás las cumbres hasta encontrar a los bandoleros. Cuando les divises, les dirás: «Venid, hermanos, venid a comer la comida que el hermano Francisco os preparó con tanto cariño». Si ellos distinguen paz en tus ojos, enseguida se te aproximarán. Tú les suplicarás que se sienten en el suelo. Ellos te obedecerán, sin duda. Entonces, extenderás un mantel blanco sobre la tierra. Colocarás en el suelo este pan y este vino, estos huevos y este queso. Les servirás con sumo cariño y alta cortesía. Cuando ya estén hartos, les suplicarás de rodillas que no asalten a nadie. Y lo restante lo hará la infinita misericordia de Dios’. Y así sucedió. Diariamente subían los ex bandoleros al eremitorio cargando leña a hombros. Francisco les lavaba frecuentemente los pies y conversaba largamente con ellos. Una lenta y completa transformación se operó en ellos” (I. Larrañaga, El hermano de Asís, Ed. Paulinas, Madrid 198014, 234-237).
La paz de corazón está muy unida al amor, como nos enseña San Francisco de Asís, y la paz y el amor solo pueden poseerlos quien los recibe de Dios, el cual es origen de toda paz y de todo amor. San Francisco de Asís sabía esto y por eso él procuraba estar muy unido a Dios. En Dios lo tenía todo y era un perfecto transmisor de de todo lo que Dios le daba.
Para empezar este año 2021, un año que se anuncia muy duro en el ámbito sanitario, económico y social, quiero, de la mano de María y de su Hijo Jesucristo, invocar sobre todos nosotros la bendición de la primera lectura y que San Francisco tanto usaba:
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti y te conceda la paz.”
AMEN (Así sea)
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