20-12-2020 DOMINGO IV DE ADVIENTO (B)
2 Sam. 7,1-5.8b-12.14a-16; Sal. 88; Rm. 16, 25-27; Lc. 1, 26-38
Queridos hermanos:
En cierta ocasión un hombre paseaba por el campo. Sin darse cuenta cayó en una zanja bastante profunda. Al caer se lastimó en una pierna, se rozó la espalda y la cara, pero no se rompió ningún hueso. Se levantó e intentó salir de la zanja, mas era demasiado profunda para él y no tenía dónde agarrarse e ir subiendo. Después de muchos intentos fallidos, se dio cuenta de que no era capaz de salir de allí por sí mismo. Empezó a gritar para que alguien lo sacara de la zanja. Al cabo de unas horas y cuando ya había perdido la esperanza de ser rescatado, se asomó una persona al borde de la zanja y vio al hombre caído. Esta persona quiso sacarlo del hoyo en que estaba. Fue a buscar una cuerda para echársela, para que se agarrara a ella y entonces el que estaba fuera de la zanja tiraría con fuerza hasta sacarlo fuera. Cuando estaban en esta operación, se acercó otra persona, se asomó y vio lo que estaba pasando. Esta tercera persona, en vez de tirar otra cuerda para que la agarrara el hombre caído, saltó él mismo dentro de la zanja y puso al que había caído sobre sus hombros y así lo pudo sacar de la zanja.
Este ejemplo nos hace ver gráficamente las distintas maneras que tenemos de ayudar a los demás: 1) Podemos hacerlo desde arriba, sin mancharnos, sin exponernos al peligro; es cuando echamos la cuerda a los que están hundidos. 2) Podemos ayudar a los demás participando de la suerte del otro, sentir lo que él siente, pasar por lo que él pasa, elegir salir de nuestra comodidad y seguridad, quedarnos en su lugar para que el otro salga; es el que se tira a la zanja y lo pone sobres sus hombros para que suba.
Alguien podrá preguntar, pero ¿qué pasa con el hombre que se tiró en la zanja para sacar al otro? ¿Se quedó él allí? ¿Cómo salió? Pues bien, en esa zanja se quedó ese hombre para siempre y así, cuando alguien más cae en la zanja, él está para subirlo sobre sus hombros y sacarlo de allí. Ese hombre que está tirando en la zanja es Jesús. Él nos saca a todos los que vamos cayendo a lo largo de los siglos y a lo largo de nuestra vida.
Recuerdo que en 1989 estaba en clase de Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana de Roma. Nos impartía la clase un jesuita español y, no sé cómo vino a cuento, pero nos narró la siguiente experiencia: unos años atrás unos jesuitas jóvenes se habían marchado del convento en Barcelona y habían ido a vivir a uno de los barrios más marginales y pobres de la ciudad. Desde ahí, en una vivienda como la de la gente que habitaba allí, ayudaban a todos y compartían la suerte de todos ellos: en la comida, en el frío, en la inseguridad ciudadana, en las calles sin asfaltar, etc. En cierta ocasión, los jesuitas jóvenes acudieron a una reunión de jesuitas en el centro de Barcelona y criticaron abiertamente la comodidad de los mayores y el no vivir el evangelio con radicalidad. Ellos sí que lo estaban haciendo. En aquellos momentos este sacerdote jesuita que nos daba la clase en Roma les dijo: ‘No, vosotros no sois iguales ni vivís igualmente que los del barrio marginal de Barcelona’. Ellos dijeron que sí y contestaron de un modo muy alterado. Entonces este jesuita mayor les replicó: ‘No, porque si os ponéis enfermos, nosotros os vamos a recoger y os vamos a traer a un hospital del centro de Barcelona y vosotros vais a aceptar. Si ya no queréis estar más en ese barrio y queréis otro destino de jesuita, el superior nuestro os dará ese nuevo destino... Sin embargo, esas personas y esos niños de ese barrio, si se ponen enfermos, no tienen opción de ir a buenos hospitales o de comprar mejores medicinas. Si quieren salir de ese barrio para otro ‘destino’, no van a poder hacerlo y van a tener que quedarse en su barrio. Por lo tanto no sois iguales que ellos ni compartís por entero su destino’.
Lo que les estaba diciendo el jesuita mayor es que, aunque pareciera otra cosa, ellos, los jóvenes jesuitas, estaban ayudando a los que estaban caídos en la zanja… desde arriba, echándoles una cuerda, y no tanto desde el fondo de la zanja.
- Una vez hecha esta introducción con estos dos ejemplos, voy a entrar en la homilía de hoy.
Dios pudo habernos salvado a base de varita mágica, a base de milagros, a base de ‘perdones’ desde arriba, desde su cielo, pero sin mancharse ni arrugarse. A Dios no le hacía falta compartir nuestra suerte para salvarnos, para sacarnos de la zanja, para llevarnos a su cielo. Sin embargo, Dios eligió participar de nuestra suerte, de nuestra caída en la zanja, de nuestra naturaleza humana. Esto último es lo que se llama ENCARNACION. Es decir, Dios se hizo hombre como nosotros. En las fiestas de Navidad celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, nace entre nosotros, pero también celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre como nosotros.
El evangelio de hoy nos muestra a Jesús como hombre: María, “concebirás en tu vientre y darás a luz a un hijo le pondrás por nombre Jesús”. Y cuando María pregunta que cómo será eso, pues no conoce a ningún varón, se le responde de tal manera que se nos muestra a Jesús como Dios: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”.
En efecto, Encarnación significa que Jesucristo tiene una naturaleza humana y otra Divina, y que su Persona, la Persona de Jesús es Divina. Por ello, cuando nace Jesús, nace en cuanto Dios y en cuanto hombre. Nace Jesús, nace la Persona Divina de Jesús. Esto es imposible de comprender para la mente humana: ¡Dios no puede nacer!
Encarnación significa que Él, que es rico y fuente de todos los bienes y de todas las riquezas, se hace pobre y miserable por nosotros; Encarnación significa que Él, que está arriba, se abaja por nosotros; Encarnación significa que Él, que está en los Cielos, viene a la tierra; Encarnación significa que Él, que es santo, se deja tocar por nuestra suciedad, por nuestro egoísmo, por nuestra soberbia y por nuestro pecado.
Encarnación significa que María es la Madre de Dios, porque es la Madre de Jesús, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. No solo es Madre de la naturaleza humana, sino también de la Persona Divina.
Encarnación significa que en la cruz muere, no solo la naturaleza humana de Jesús, sino también la Persona Divina de Jesús. Por ello decimos que en la cruz muere Dios. Si no fuera así, entonces su Encarnación no sería auténtica, sino más bien un añadido a la Persona Divina, que se quita cuando se quiere. Para Jesús su naturaleza humana no es simplemente una especie de traje de actor que se puso para venir a representar una obra de teatro aquí a la tierra durante 33 años.
Esta Encarnación se ve reflejada en los textos del evangelio donde si dice: “El niño crecía y se fortalecía; estaba lleno de sabiduría, y gozaba del favor de Dios” (Lc. 2, 40). “Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante Dios y los hombres” (Lc. 2, 52). O los pasajes en los que se ve a Jesús con miedos, lágrimas, angustias, dolido, con furor, comiendo, bebiendo, alegre, etc. Jesús tuvo que aprender todo como nosotros: a leer, escribir, hablar, comer, trabajar, andar, etc. Él no nació aprendido. Él fue aprendiendo, descubriendo en sí su Naturaleza Divina, su misión. Como nosotros que nos vamos haciendo a medida que transcurre la vida.
Pues bien, si Cristo nació y vivió en línea encarnacional, así tenemos nosotros que hacerlo. Habitualmente no tenemos hilo directo con Dios, con mensajes en sueños o apariciones milagrosas. Dios nos habla por medios terrenales y sensibles: por otros hombres, por la Biblia, por la Iglesia, por los sacramentos. Dios se nos comunica en nuestro dolor, alegría, enfermedad, estado (casado, viudo, soltero, monja, etc.), en las circunstancias de paro o trabajo. Y nosotros hemos de usar habitualmente esos medios terrenales y sensibles para comunicarnos con Él.
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