8-12-2021 INMACULADA CONCEPCION (B)
Gn. 3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1,3-6.11-12; Lc. 1, 26-38
Queridos hermanos:
Celebramos hoy la festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
Cuando preparaba la homilía que ahora estoy predicando, empecé primero a leer las lecturas del día y, al llegar al evangelio, en el que se narra el encuentro del ángel con la Virgen María, me di cuenta que en este texto se contiene perfectamente los pasos de toda vocación o llamada por parte de Dios. En este caso concreto se nos describe la vocación de la Virgen María, pero también es aplicable a cada uno de nosotros:
* Se dice en el texto que “el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen” llamada María. Es Dios siempre quien primero se acerca a nosotros, quien toma la iniciativa. No somos nosotros quienes queremos ser la Virgen María, o quienes queremos ser sacerdotes, monjas, casados, solteros, cristianos…, sino que es Él quien nos llama para sí como Virgen María, como sacerdotes, como monjas, como casados, como solteros, como cristianos…
Se dice que Dios envió a su ángel a Nazaret, “una ciudad de Galilea”; mas Nazaret debía de ser una aldea perdida, pues no aparecía en ningún mapa de la época. ¿Por qué digo esto? Porque Dios no viaja simplemente por lugares famosos y conocidos, sino que busca a personas concretas, estén donde estén. Nosotros no éramos los más listos, los más buenos, los más habilidosos de nuestras familias y de nuestros entornos, pero Dios nos eligió para sí. Dios nos elige porque sí, porque nos ama. Y es que el amor no tiene razones. Él se enamoró de nosotros y nos cortejó para sí y quiere desposarse con nosotros en matrimonio perpetuo.
* En el evangelio se nos narra el diálogo que hubo entre María y el ángel de Dios: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo […] Has encontrado gracia ante Dios […] El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. En toda vocación existe un diálogo entre Dios y la persona elegida. También hubo un diálogo entre Dios y la Virgen María, entre Dios y nosotros; nosotros hemos sido cortejados por Dios. Dios nos fue dando durante años luz y fuerza ante nuestras dudas e incertidumbres. Nosotros, en algún momento de nuestra vida, nos sentimos elegidos y queridos por Dios.
Él tenía y tiene una misión para María, para nosotros: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. Y esta misión concreta: de concebir en nuestro espíritu y de dar a luz a Jesús, se ha de hacer realidad sobre todo en este tiempo de Adviento. A esto se resume todo plan de Adviento, que año tras año os propongo: Hemos de quedar “embarazados”, no en nuestro vientre, sino en nuestro espíritu, en nuestro ser más íntimo… del Hijo de Dios, de Jesús.
Pero este diálogo entre Dios y la criatura, entre el Novio y la novia, entre el Esposo y la esposa no termina una vez que La Virgen María dio a luz en Belén, o cuando nosotros nos hacemos curas, o entramos en un convento, o nos casamos, o nos bautizamos, o decimos permanecemos en la soltería… Ese diálogo se sigue prolongando a lo largo de toda la vida terrena y a lo largo de toda la VIDA ETERNA. Cuando era joven, veía cómo amigos míos dejaban la pandilla para empezar a salir con una chica en una relación de noviazgo. Después se casaban y pasado un tiempo el amigo regresaba a la pandilla dejando a la mujer en casa. Recuerdo una imagen que se me quedó grabada teniendo yo unos 15 años: iba un matrimonio de paseo; él con el transistor pegado a la oreja para escuchar los partidos de fútbol y sin hacer caso de su mujer, y esta mirando para el paisaje sin nada que decirse. No sucede esto con Dios. Él siempre tiene cosas que decirnos y Él siempre nos escucha.
* Nos dice el evangelio de hoy que, una vez que María escuchó lo que el ángel le dijo, ella “contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’”. En toda vocación hay un acercamiento de Dios, hay un diálogo entre el Creador y la criatura, y ha de existir una respuesta clara por parte nuestra. Pero esta respuesta no se ha de dar una vez en la vida, sino que la hemos de ir dando cada día, cada minuto de nuestra existencia: “Hágase en mí según tu palabra”.
Voy a poneros un ejemplo concreto de ese diálogo permanente entre Dios y sus hijos queridos. Este caso me lo comentó una persona hace tiempo; le pedí permiso para compartirlo con más gente y me lo dio. Ahí va: “En una reunión con los carismáticos en Santiago de Compostela, había una señora de otra provincia que cantaba muy mal; era una mujer alta y grande y tenía un vozarrón imposible de aguantar, pero ella se llenaba de júbilo cantando al Señor y, aunque lo descomponía todo, no se reprimía y gritaba y gritaba ante el asombro de todos. Por un momento sentí que quería entrarme por aquí una fuerte tentación de juicio hacia ella por su protagonismo y su falta de prudencia; la cosa empeoró cuando durante la Misa se puso a mi lado y la tentación me rondaba acechándome más intensamente, queriendo inquietar mi alma a través de lo que oían mis oídos. Mas en aquel momento vino el Señor a comunicarle a mi alma que tenía que escuchar su canto como Él lo escuchaba, y si a Él le sonaba a canto de ángeles, así debería de sonarme a mí. Y así lo hice: cerré los ojos y me imaginé al coro de los ángeles dando gloria y alabanza Dios y, ante el cambio de actitud por mi parte, el canto de la señora dejó de molestarme para hacérseme pura armonía celestial, y es que para entonces ya no escucha sus gritos; entonces yo escuchaba el amor y la sinfonía que producía el sonido del amor al irse elevando como aromático incienso.
Cuando fuimos a comer, en la mesa, cerca de mí, algunas personas del grupo hacían un juicio sobre esta señora por su falta de prudencia y su querer sobresalir, (porque, de verdad, padre, que cantaba mal). Yo no estaba en aquella conversación y ni siquiera le prestaba atención, pero en un momento estas personas se dirigieron a mí comentándome lo mal que tuve que haberlo pasado teniendo aquel griterío a mi lado; pero, padre, les respondí lo que había vivido; les dije que no me molestó su canto, pues cerré los ojos, lo interioricé y lo escuché como Dios lo escuchaba, y como Dios lo escuchaba: como suave sonido de amor; a Él aquel canto de la señora le sonaba a ángeles y a mí también. Entonces estas personas me respondieron: ‘viéndolo así, cambia la cosa’”.
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