2-VIII-2020 XVIII
DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)
Queridos
hermanos:
El
evangelio de hoy nos presenta a un Jesús muy preocupado por las diversas
necesidades de los hombres: 1) Las
enfermedades. “Al desembarcar vio
Jesús al gentío, le dio lástima y curó a los enfermos”. 2) El hambre. Los discípulos se dieron
cuenta que la gente tenía hambre y Jesús hizo el milagro de multiplicar cinco
panes y dos peces, y con ello dio de comer a cinco mil hombres, sin contar
mujeres y niños. “Comieron todos hasta
quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras”.
Jesús ve y sabe que hoy día hay hombres,
mujeres y niños que tienen necesidades, toda clase de necesidades, y nos dice a
nosotros, sus discípulos: “Dadles
vosotros de comer”. Sí, vosotros que comisteis, “dadles vosotros de comer”. Sí, vosotros que tenéis, “dadles vosotros de comer”.
Pero,
¿hay hoy día necesidades? Hace unos
años, durante la crisis económica de 2008 a 2012 se hacían diversas entrevistas
en los medios de comunicación social. Yo fui testigo de que se preguntaba a la
gente cómo iba llevando la crisis económica entonces. Unos contaba una cosa y
otros otra, pero un día me sorprendió una persona que contestó: ‘¿Crisis, qué
crisis?’ Aquí se hace realidad aquel refrán que dice: Cada uno cuenta la feria,
según le va en ella.
En
este año 2020 en que nos encontramos pienso que, quien niegue la crisis
sanitaria y económica por la que estamos pasando, o está muy ciego o es un gran
egoísta e insolidario.
Ya
lo sabemos. Yo solo recuerdo algunos datos: mucha gente está consumiendo sus
ahorros en estos meses; mucha gente no trabaja y cobra del paro o de los ERTEs;
mucha gente ha solicitado el Ingreso Mínimo Vital recientemente aprobado;
varias empresas están cerrando en España. Alcoa, Nissan…; en cuanto se
suspendan los ERTEs, muchas empresas cerrarán y sus trabajadores engrosarán las
cifras del paro; hay más gente pidiendo por las calles y viniendo a Caritas y
otras ONGs a pedir ayudas[1]… Y esto solamente en
España. En otros sitios está la situación mucho peor, como en Latinoamérica.
Ciertamente,
Jesús nos dice que no solo de pan vive el hombre (Mt. 4, 4), pero es claro que
el evangelio de hoy se refiere a necesidades materiales y vemos cómo Jesús las
satisface.
Por todo esto y por muchos más casos a lo largo de todo el mundo, incluso a
la vuelta de la esquina de nuestras casas, Jesús nos dice hoy y siempre: Sí,
vosotros que comisteis, “dadles vosotros
de comer”. Sí, vosotros que tenéis, “dadles
vosotros de comer”.
Es imperioso que demos de lo que tenemos, que nos desprendamos de lo que
tenemos. Lo que tenemos no es nuestro. Es de Dios. Dios es el auténtico
propietario de lo que tenemos: de nuestras casas, de nuestro coches, de nuestra
ropa, de nuestros dineros, de nuestros ordenadores… Nosotros somos solo
administradores de lo que tenemos. El propietario es Dios.
Tengo
miedo
que, nosotros que comemos todos los días y que tenemos lo suficiente para
subsistir, estemos llenos de egoísmo, de soberbia, de dureza de corazón. Tengo miedo que, nosotros que comemos
todos los días y que tenemos lo suficiente para subsistir, estemos ciegos e
insensibles ante las necesidades de los demás, sean estos de lejos o de cerca. Tengo miedo que en nosotros se cumpla
el evangelio de Cristo Jesús: “Apartaos
de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y su ángeles.
Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de
beber…” (Mt. 25, 41-42). Tengo miedo
que, pudiendo vivir en el Cielo de Dios, vivamos en el Infierno de nuestro
egoísmo.
Ilustro esta última
idea narrando un cuento precioso:
“En aquel tiempo, un discípulo preguntó a su
maestro. –Maestro, ¡cuál es la
diferencia entre el cielo y el infierno? Y el maestro respondió: -Es muy pequeña,
y sin embargo de grandes consecuencias. Vi un gran monte de arroz cocido,
listo para comer. A su alrededor había muchos hombres casi a punto de morir de
hambre. No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en las manos unos
palillos de dos o tres metros de longitud. Es verdad que podían coger el arroz,
pero no conseguían llevárselo a la boca, porque los palillos eran demasiado
largos. De este modo, hambrientos y moribundos, juntos pero solitarios,
permanecían padeciendo un hambre eterna delante de una abundancia inagotable. Y eso era el Infierno.
Vi
otro gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. Alrededor había
muchos hombres, hambrientos pero llenos de vitalidad. No podían aproximarse al
monte de arroz, pero tenían en las manos unos palillos de dos o tres metros de
longitud. Llegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevárselo a la boca,
porque los palillos eran demasiado largos. Pero, en vez de utilizar los largos
palillos para llevarse el arroz a su propia boca, los usaban para servirse unos
a otros. Y así aplacaban su hambre insaciable en una gran comunión fraterna,
cercana y solidaria, gozando a manos llenas de los hombres y de las cosas, en
casa. Y eso era el Cielo”.
Cristo nos dice una
vez más: “Dadles vosotros de comer”. Solo así podremos estar en el
Cielo.
[1] Esta
semana vi un artículo de una persona que fue voluntaria en Caritas y desde mayo
acude allí para poder comer:
https://www.elconfidencial.com/espana/2020-07-27/nueva-pobreza-covid-caritas_2694284/
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