19-7-20 DOMINGO
XVI TIEMPO ORDINARIO (A)
Queridos
hermanos:
Tenemos
que acostumbrarnos a escuchar, y no simplemente a oír, la Palabra de Dios. Escuchar
supone un plus: supone acoger en mi interior lo que se me dice o lo que leo y,
además, supone profundizar en el sentido de las palabras. Así, hemos de
preguntarnos qué nos quiere decir Dios, aquí y ahora, con su Palabra y de qué
modo hemos de aplicar dicha Palabra a nuestra vida concreta. Yo voy a tratar de
ayudaros un poco a esto sabiendo que lo que vale para mí, vale igualmente para
los demás, pues no somos tan diferentes unos de otros, ni tenemos necesidades
tan diversas unos de otros. Voy a exponer varias ideas de la mano de las
lecturas de Dios, que acabamos de escuchar:
1)
Alguno puede pensar que varias frases de este evangelio no son para el mundo
moderno de hoy; por ejemplo, cuando Jesús explica la primera parábola y dice: “la cizaña son los partidarios del Maligno;
el enemigo que la siembra es el diablo”. ¿Son modernas estas palabras de
Jesús, o son ya antiguas? Más aún, ¿son reales las palabras de Jesús en estos
tiempos? Yo personalmente creo que son totalmente reales y actuales, y, por
tanto, son totalmente modernas. Fijaros de qué modo tan sutil puede Satanás
actuar: Hace unos años venía yo de Alemania en el autobús desde Madrid a
Oviedo. En la radio pusieron una canción de Amaral. La canción es pegadiza y el
estribillo dice así: ‘Te necesito, como a la luz del sol, en este invierno frío
para darme tu calor’ (https://www.youtube.com/watch?v=qEcAj62VVec). Pero al
escucharla más veces me di cuenta de que la letra de esta canción no es tan
inocente. Leo: ‘Como quieres que me aclare si aún soy demasiado joven para
entender lo que siento, pero no para jurarle al mismísimo Ángel Negro que, si
rompe la distancia que ahora mismo nos separa, volveré para adorarle. Le daría
hasta mi alma, si trajera tu presencia a esta noche que no acaba…’ Ese ‘Ángel Negro’ es Satanás, al cual la
solista de Amaral está dispuesta a adorarle e incluso está dispuesta a
entregarle su alma, si actúa para que ella pueda unirse con el hombre amado.
Esta canción con música pegadiza va calando entre nosotros, y con ella cala esa
letra. Este es uno de los modos de siembra del diablo entre nosotros. Este es
uno de los modos de que aparezca la cizaña y crezca en medio del campo de trigo
sembrado por Dios.
2)
Creo que alguno de vosotros ya ha escuchado alguna vez esta anécdota: “Una chica estaba esperando su vuelo en una
sala de un aeropuerto. Como debía esperar un largo rato, decidió comprar un
libro y también un paquete de galletas. Se sentó para poder descansar y leer en
paz. En un asiento de por medio, se sentó un hombre que abrió una revista y
empezó a leer. Entre ellos quedaron las galletas. Cuando ella cogió la primera,
el hombre también tomó una. Ella se
sintió indignada, pero no dijo nada. Solo pensó: ‘¡Qué descarado; si yo fuera
más valiente, hasta le daría una bofetada para que nunca lo olvide!’ Cada vez
que ella cogía una galleta, el hombre también tomaba una. Aquello le indignaba
tanto que no conseguía concentrarse ni reaccionar. Cuando quedaba solo una
galleta, pensó: ‘¿Qué hará ahora este aprovechado?’ Entonces, el hombre partió
la última galleta y dejó media para ella. ¡Ah! ¡No! ¡Aquello le pareció
demasiado! ¡Se puso a resoplar de rabia! Cerró su libro, cogió sus cosas y se
dirigió al sector del embarque. Cuando se sentó en el interior del avión, miró
dentro del bolso, y para su sorpresa, allí estaba su paquete de galletas
intacto y cerrado. ¡Sintió tanta vergüenza! Solo entonces se dio cuenta de lo
equivocada que estaba. ¡Había olvidado que sus galletas estaban guardadas
dentro de su bolso! El hombre había compartido las suyas sin sentirse
indignado, nervioso, consternado o alterado”.
Una de las moralejas de esta
historia es esta: ¿Cuántas veces en
nuestra vida sacamos conclusiones cuando debiéramos observar mejor? ¿Cuántas
cosas no son exactamente como pensamos acerca de las personas?
3)
Esta historia encaja muy bien en las lecturas que acabamos de escuchar.
Encontramos palabras preciosas en la primera lectura: “Tu soberanía universal te hace perdonar a todos […] Enseñaste a tu
pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de
que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. Dios perdona a todos, no solo a unos pocos: no solo a los ricos, no
solo a los pobres, no solo a los católicos, no solo a los de arriba o a los de
abajo…
Cuando el hombre
peca, esa acción procede del hombre, que voluntariamente se aparta de Dios.
Pero, en medio de ese pecado, Dios se muestra al hombre y le concede una “dulce
esperanza”: el arrepentimiento, que es el preludio del perdón. El pecado procede del hombre; el
arrepentimiento y el perdón proceden de Dios. Y Dios pide al hombre, a todo
hombre, pero sobre todo al justo que sea humano, es decir, compasivo y
misericordioso, como Dios lo es. El justo, al modo del mundo, hace las cosas
bien, pero eso no basta. El justo, al
modo de Dios, hace las cosas bien, es humano, y perdona, porque es perdonado
por Dios. Así le ha enseñado Dios a actuar.
¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué
Dios permite la existencia de los malos en este mundo? ¿Por qué Dios no les
saca de este mundo o les deja morir antes para que hagan menos daño? A esta
pregunta contesta Jesús con la parábola del trigo y de la cizaña, que acabamos
de escuchar: Dios no quiere que se arranque la cizaña (los malos) antes de
tiempo, porque “podríais arrancar también
el trigo”. Nosotros sí que hubiéramos llamado la atención al hombre que en
el aeropuerto “nos comía” las galletas, sin darnos cuenta que, en muchas
ocasiones, somos nosotros quienes comemos las galletas a los demás. En efecto,
¿quiénes de nosotros somos el trigo? ¿Quiénes de nosotros somos la cizaña?
Nosotros somos en tantas ocasiones los malos, la cizaña, pero también, en
tantas ocasiones somos el trigo.
-
En definitiva, esta Palabra de Dios nos habla de su PACIENCIA. Él espera en
nosotros, Él espera de nosotros que cambiemos, pues nadie es blanco o negro,
sino que somos grises, con partes buenas y partes menos buenos. Dios tiene
paciencia con nosotros, pues espera que nos vayamos acercando a Él a través del
arrepentimiento y del perdón, que es la “dulce esperanza” que da a TODOS LOS
HOMBRES. Y así la paciencia de Dios ha de ser el modelo de nuestra paciencia.
Paciencia para con Él (si no va todo tan deprisa como queremos); paciencia para
con nosotros mismos (si fallamos una y mil veces); paciencia para con los demás
(si no son como nosotros querríamos y cuando nosotros querríamos; quizás, al
fin y al cabo, sean ellos los que tengan más razón que nosotros).
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