miércoles, 29 de enero de 2020

Domingo IV del Tiempo Ordinario (A)


2-2-19                            DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (A)
Sof. 2, 3; 3, 12-13; Slm. 145; 1 Cor. 1, 26-31; Mt. 5, 1-12a
            El domingo pasado nos decía el evangelio que Jesús era la luz y la esperanza para tantos hombres que viven en la oscuridad y en el sufrimiento. Pues bien, hoy el evangelio sigue profundizando en el mismo tema y nos propone las BIENAVENTURANZAS como el gran faro luminoso que nos ilumina en las oscuridades de la vida.
            Los hombres nos comunicamos a través del lenguaje. Pero el lenguaje no es sólo con la lengua, a través de las palabras, sino que también existe un lenguaje a través de los gestos y de los hechos. Jesús utilizó mucho este lenguaje de hechos: tocando a los leprosos, cuando la gente se apartaba de ellos para no contagiarse; tocando a los enfermos: sordos, mudos, ciegos, cojos, tiñosos, paralíticos…, cuando la gente se apartaba de ellos y solo los tocaban los familiares más cercanos; tocando a los muertos, como la niña de 12 años que hizo revivir; tocando y acariciando a los niños; dando de comer a los hambrientos; hablando con prostitutas como personas y no como mercancía de compraventa; padeciendo y muriendo en la cruz por todos nosotros… Con todos estos gestos Jesús nos estaba diciendo lo mucho que quería a la gente y lo mucho que Dios quería a esa gente, pues Jesús venía y actuaba en nombre de Dios Padre.
            También el Papa Francisco utiliza mucho este lenguaje de gestos y de hechos. Así, en noviembre de 2013 el Papa Francisco abrazó a Vinicio, un enfermo italiano de 53 años. Vinicio tiene la enfermedad de Recklinghausen o también conocida como neurofibromatosis de tipo 1. Es una enfermedad genética que produce bultos (tumores y quistes) por todo el cuerpo. No existe un tratamiento para curar esta enfermedad. Vinicio vive con su tía, que lo quiere, le lava y le cura todas las llagas de su cuerpo. Ella lo acompañó a la plaza de San Pedro a ver al Papa junto con una peregrinación de enfermos de Italia. Cuenta Vinicio que la gente, cuando lo ve, cruza la calle y que su aspecto provoca horror en los médicos.
 Estando en la plaza de San Pedro el Papa vio a Vinicio, se acercó a él, lo abrazó, lo acarició y Vinicio sintió que era como “estar en el paraíso”. Escuchemos algunas de las cosas que Vinicio dijo de ese momento: “El Papa no me ha tenido miedo y me ha abrazado. Mientras me acariciaba, no sentí más que amor. Me abrazó completamente en silencio. A veces el silencio dice más que las palabras. Primero me tomó la mano, mientras con la otra mano, me acarició la cabeza y las heridas. Y después me atrajo hacia él, en un fuerte abrazo y me beso mi cara. Me apretó fuerte, fuerte, como si me mimara, y ya no me soltó. Intenté hablar, decirle algo, pero no lo logré. La emoción era demasiado fuerte. Esto duró algo más de un minuto, pero me pareció una eternidad. Sentí que el corazón se me salía del cuerpo. Las manos del Papa son muy tiernas. Tiernas y bellas. Y su sonrisa clara y abierta. Pero lo que más me ha impresionado es que no lo pensó dos veces antes de abrazarme. Yo no soy contagioso, pero él no lo sabía”.


Otro gesto en el que me voy a fijar no es en el de otro Papa, sino en el de un niño. Hace un tiempo leí esta noticia en un periódico: Zac, el niño de la derecha, padece leucemia (cáncer en la sangre). Tuvo que ponerse quimioterapia y, a consecuencia de ello, le cayó todo el pelo. Quedó completamente calvo, pero Zac quiso seguir asistiendo cada día a la clase de su colegio. Su mejor amigo, Vicent, decidió apoyarle y se rapó la cabeza (es el niño de la izquierda). Decía Vicent: “Me lo corté para que Zac no sintiera que era el único que no tenía pelo”. Además, Vicent está vendiendo bufandas para ayudar a pagar el coste del tratamiento de Zac. 



             Cuando uno tiene estos gestos, entonces significa que está diciendo con sus hechos lo que Jesús dijo con sus palabras: “Bienaventurados, dichosos, felices…”.

Sí, Jesús dijo: “Bienaventurados (dichosos) los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Son limpios de corazón aquellos que ven detrás de los quistes de Vinicio, de los tumores de Vinicio, de los bultos de Vinicio, de las llagas de Vinicio, de un rostro deforme de Vinicio… El Papa vio detrás de todo eso a un hombre, a un hijo de Dios, a una persona necesitada de afecto y de cariño. Y como el Papa tuvo limpieza de corazón con Vinicio, fue capaz de ver a Dios en Vinicio. Sí, con este abrazo del Papa Francisco a Vinicio se cumplió en el Papa esta bienaventuranza de la limpieza de corazón, pero es que en Vinicio se cumplió otra bienaventuranza: “Bienaventurados (dichosos) los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Sí, Vinicio tenía hambre y sed de amor, hambre y sed de que no le rechazaran por su aspecto…, y, con este abrazo del Papa, Vinicio ha quedado saciado. Era como “estar en el paraíso”, dijo Vinicio después.
Con el gesto de Vicent se cumplen también, al menos, dos bienaventuranzas: “Bienaventurados (dichosos) los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” y “bienaventurados (dichosos) los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. En el corazón de Vicent hay misericordia hacia Zac, su amigo; por eso se rapó la cabeza, por eso vende bufandas…, porque lo quiere. Además, este comportamiento de Vicent hace que crezca la paz en el mundo, porque hace que afloren buenos sentimientos en todos los que conocemos estos hechos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario