26-1-2020 DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía en vídeo.
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
Hace
unos años el Papa Juan Pablo II quiso instituir el segundo domingo de Pascua
como el domingo de la Misericordia (de Dios). Y así se viene haciendo todos los
años desde entonces. Pues bien, ahora el Papa Francisco quiere dar una mayor
relevancia a la Palabra de Dios y por eso desea dedicar un domingo al año a
esta. Así, este tercer domingo del
Tiempo Ordinario estará dedicado a partir de ahora a la Palabra de Dios.
En
efecto, en la constitución dogmática Dei
Verbum del Concilio Vaticano II se dice: “es necesario que toda la predicación eclesiástica, como la misma
religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella.
Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con
amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la
Palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de
la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida
espiritual” (DV 21).
-
Para los católicos siempre ha sido muy importante la Misa, y esta Dios y la
Iglesia la han protegido y exaltado de mil maneras: con el tercer mandamiento
de la Ley de Dios, con el mandato de Jesús de “haced esto en conmemoración mía” (Lc. 22, 19), con el precepto
dominical, es decir, la obligatoriedad de acudir a la Misa los domingos y días
festivos, con la fiesta de las primeras comuniones de los niños y los años
previos de preparación para ellas, con la fiesta del Corpus Christi, con
exposiciones del Santísimo, con la práctica de la visita al sagrario, con la
Adoración del Señor, con las comuniones espirituales… Sin embargo, no ha
ocurrido lo mismo y con tanta fuerza con la Palabra de Dios, aunque desde el
Concilio Vaticano II (año 1965) para acá se ha hecho mucho en este sentido.
En
efecto, un cristiano tiene que alimentarse fundamentalmente en las dos Mesas: en
la Mesa de la Eucaristía y en la Mesa de la Palabra de Dios. Si no fuera de
este modo, la Eucaristía sin la Palabra de Dios se iría
reduciendo a ritos vacíos y a pura magia, pero la Palabra de Dios sin la Eucaristía quedaría en
pura teoría y palabrería. De hecho, como se nos dice en los evangelios, la
institución de la Eucaristía
realizada por Jesucristo está acompañada de la Palabra de Dios (Mt. 26,
30; Mc. 18, 26).
-
Al inicio del libro del profeta Ezequiel se dice así: “Me dijo (Dios): -Hijo de
hombre, come este libro (se refiere a Palabras de Dios) y ve luego a hablar al pueblo de Israel. Yo
abrí la boca, y él me hizo comer el libro, diciéndome: -Hijo de hombre,
alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo
comí y me supo dulce como la miel” (Ez. 3, 1-3).
Me
voy a detener ahora en la Palabra
de Dios, pues un auténtico católico ha
de nutrirse de las dos mesas. Ciertamente para acercarse a la Biblia es mejor hacerlo de
la mano de alguien que conozca la Sagrada Escritura y nos indique trozos de ella y
cuáles son los mejores momentos para hacerlo, según nuestras circunstancias
personales, y asimismo nos ayude en la interpretación de la Biblia. Todos los
que estamos aquí hemos escuchado la
Palabra de Dios, por ejemplo, cuando acudimos a los cultos
que se dan en los templos, pero ¿cuántos de nosotros hemos cogido entre
nuestras manos la Biblia
y de un modo sistemático y constante la hemos leído? ¿Hemos leído el Nuevo
Testamento entero alguna vez? ¿Hemos leído el Antiguo Testamento entero alguna
vez?
De
seminarista yo me acostumbré a leer todas las noches antes de acostarme dos
capítulos del Antiguo Testamento y uno del Nuevo, y así pude leer la Biblia entera y varias
veces y pude descubrir pasajes nuevos y aspectos en los que no había caído. Hoy
día puedo decir que la Biblia
para mí es como un álbum de fotos, en donde reconozco textos que el Señor me ha
regalado y han tocado mi corazón a lo largo de mi vida.
-
Como os acabo de decir, para acercarse a la Biblia es mejor hacerlo de la mano
de alguien que te pueda ir orientando y aclarando las dudas que te vayan
surgiendo. Pero además, existen algunos métodos para acercarse a esta Palabra
de Dios. Uno de estos métodos se llama la ‘lectio divina’. Voy a deciros (por
alto) en qué consiste y así para que podáis llevarlo a la práctica:
Primero,
hago la oración preparatoria. En ella recuerdo que Dios está conmigo. Caigo en
la cuenta de que no estoy solo. Aunque pueda tal vez sentirme así, no estoy
solo. Dios y el Espíritu Santo están conmigo. Recuerdo también que Dios me
habla por medio de su Palabra. Ya en mi vida voy apreciando y respetando cada
vez más esa Palabra de Dios. Sé que, si me preparo, si me siento necesitado de
su Palabra, Él me va a hablar por medio de Ella.
Segundo, leo muy despacio el pasaje o el
trozo de la Biblia ,
que me propongo orar. Lo leo primero
todo de una vez. Luego sigo con los
siguientes pasos:
Tercero, me fijo en qué dice el texto. Si me ayuda, subrayo con un lápiz.
Cuarto, me fijo en qué ME dice el texto.
Sin prisas recorro el texto y profundizo en él y me dejo interpelar por él… y
lo procuro trasladar a mi vida concreta.
Quinto, ¿qué le digo? Tengo una conversación con Jesús. Puedo
escribirla, si quiero. Le digo lo que me salga del corazón en ese momento.
Sexto, nos miramos Jesús y yo.
Abandonada toda palabra, saboreo la escena que he leído y meditado. La saboreo
y revivo como si estuviera presenta. Veo a Jesús, oigo a Jesús. Contemplo
saliendo de mí mismo, de mis problemas, de mis preocupaciones, de mis
egoísmos... Ahora solo importa Él.
Séptimo, nos despedimos. Hago una
oración de agradecimiento. Con mis propias palabras, con mucha sencillez, le
doy las gracias por todo el bien que Él me va concediendo.
Que Dios nos conceda leer la Palabra, conocer la Palabra y amar la Palabra.
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