1-9-2019 DOMINGO XXII TIEMPO
ORDINARIO (C)
Seguimos
otro día más hablando sobre el Símbolo de la Fe, y hoy hablaremos un poco de
Jesús y de su Madre, María.
Párrafo
2º: …concebido por obra y gracia del
Espíritu Santo y nació de santa María Virgen.
- Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Han pasado muchos
años desde el primer pecado de los hombres, desde que los hombres perdieran la
amistad con Dios propia del paraíso, desde la promesa de salvación de Dios al
género humano (Gn. 3, 15). Con la Anunciación del ángel Gabriel a la Virgen
María se inaugura el cumplimiento de las promesas divinas de salvación de los
hombres.
“María
es invitada a concebir a aquel en quien habitará ‘corporalmente la plenitud de
la divinidad’ (Col 2, 9). La
respuesta divina a su ‘¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?’ (Lc 1, 34) se dio mediante el poder
del Espíritu: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti’ (Lc 1, 35)”
(n. 484).
- Jesús nació de la Virgen María.
* María estaba predestinada por Dios para ser la Madre de
su Hijo. “Desde toda la eternidad,
Dios escogió para ser la Madre de su Hijo a una hija de Israel, una joven judía
de Nazaret en Galilea, a ‘una virgen desposada con un hombre llamado José, de
la casa de David; el nombre de la virgen era María’ (Lc 1, 26-27)” (n. 488).
“A
lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la
misión de algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su
desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del
Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de
ser la madre de todos los vivientes (cf. Gn
3, 20). En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad
avanzada (cf. Gn 18, 10-14;
21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por
impotente y débil (cf. 1 Co 1,
27) para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester,
y muchas otras mujeres”
(n. 489).
* Inmaculada Concepción. “A lo
largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María ‘llena de
gracia’ por Dios (Lc 1, 28)
había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la
Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX: «... la
bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado
original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio
de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del
género humano» (Pío IX, Bula Ineffabilis
Deus: DS, 2803)” (n. 491).
“Los
Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios ‘la Toda Santa’ (Panaghia). Por la gracia de Dios,
María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida” (n. 493).
* “Hágase en mí según tu palabra...”
“Al
anuncio de que ella dará a luz al ‘Hijo del Altísimo’ sin conocer varón, por la
virtud del Espíritu Santo (cf. Lc
1, 28-37), María respondió por ‘la obediencia de la fe’ (Rm 1, 5), segura de que ‘nada hay
imposible para Dios’: ‘He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu
palabra’ (Lc 1, 37-38). Así,
dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús
y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún
pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la
obra de su Hijo. Ella, como dice san Ireneo, ‘por su obediencia fue causa de la
salvación propia y de la de todo el género humano’. Lo que ató Eva por su falta
de fe lo desató la Virgen María por su fe” (n. 494).
* La maternidad divina de María.
“Llamada
en los Evangelios ‘la Madre de Jesús’ (Jn
2, 1; 19, 25), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como ‘la madre de
mi Señor’ desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquel que ella concibió como hombre, por
obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la
carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la
Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos] (cf. Concilio de Éfeso,
año 649: DS, 251)”
(n. 495).
* La virginidad de María.
“Desde
las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que
Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del
Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue
concebido sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo” (n. 496).
“Los
relatos evangélicos (cf. Mt 1,
18-25; Lc 1, 26-38) presentan
la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y
toda posibilidad humanas. La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa
divina hecha por el profeta Isaías: ‘He aquí que la virgen concebirá y dará a
luz un hijo’ (Is 7, 14)” (n. 497).
* María, la ‘siempre Virgen’.
“La
profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a
confesar la virginidad real y perpetua de María (cf. Concilio de Constantinopla
II: DS, 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. La liturgia de
la Iglesia celebra a María como la Aeiparthénon,
la ‘siempre-virgen’”
(n. 499).
“A
esto se objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de
Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no
referidos a otros hijos de otra María; en efecto, Santiago y José ‘hermanos de
Jesús’ (Mt 13, 55) son los
hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de manera significativa como ‘la otra
María’ (Mt 28, 1). Se trata de
parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo
Testamento (cf. Gn 13, 8; 14,
16;29, 15; etc.)”
(n. 500).
* La maternidad virginal de María en el designio de Dios.
“La
virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la
Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49)” (n. 503).
“Jesús
fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque
él es el Nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva
creación […] Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo
nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe. La
participación en la vida divina no nace ‘de la sangre, ni de deseo de carne, ni
de deseo de hombre, sino de Dios’ (Jn
1, 13)”
(nn. 504s).
“María
es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta
realización de la Iglesia: La Iglesia [...] se convierte en Madre por la
palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo,
engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu
Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la
fidelidad prometida al Esposo” (n. 507).
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