25-8-2019 DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (C)
Seguimos
otro día más hablando sobre el Símbolo de la Fe, y continuamos con Jesús. Dios
visita la tierra y se uno, como nosotros.
Artículo
3. “Jesucristo fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de
santa María Virgen”.
Párrafo
1º: El Hijo de Dios se hizo hombre.
-
¿Por qué el Hijo de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo
hombre?
1) Nos dice san Juan
en una de sus cartas: “El Padre envió a su Hijo para ser salvador
del mundo” (1 Jn. 4, 14). “Nuestra
naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser
resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos
devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz;
estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos,
un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían
conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana
para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y
tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, Oratio
catechetica, 15: PG 45, 48B)” (n. 457).
2)
“El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: ‘Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna’ (Jn 3, 16)” (n. 458).
3)
“El
Verbo se encarnó para ser nuestro
modelo de santidad: ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va
al Padre sino por mí’ (Jn 14,
6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: ‘Escuchadle’ (Mc 9, 7)” (n. 459).
4)
“El
Verbo se encarnó para hacernos
‘partícipes de la naturaleza divina’ (2 P 1, 4): ‘El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos
partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose
hecho hombre, hiciera dioses a los hombres’ (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus)”
(n. 460).
-
La Encarnación. La fe en la
verdadera Encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe
cristiana. Pero, ¿qué significa ‘Encarnación’ o que Jesús Dios se haya hecho
hombre o haya tomado nuestra carne? Vamos a profundizar sobre esto. Creo que
reflexionamos muy poco sobre el significado de esta gran verdad:
En cierta ocasión un
hombre paseaba por el campo. Sin darse cuenta cayó en una zanja bastante
profunda. Al caer se lastimó en una pierna, se rozó la espalda y la cara, pero
no se rompió ningún hueso. Se levantó e intentó salir de la zanja, mas era
demasiado profunda para él y no tenía dónde agarrarse e ir subiendo. Después de
muchos intentos fallidos, se dio cuenta de que no era capaz de salir de allí
por sí mismo. Empezó a gritar para que alguien lo sacara de la zanja. Al cabo
de unas horas y cuando ya había perdido la esperanza de ser rescatado, se asomó
una persona al borde de la zanja y vio al hombre caído. Esta persona quiso
sacarlo del hoyo en que estaba. Fue a buscar una cuerda para echársela, para
que se agarrara a ella y entonces el que estaba fuera de la zanja tiraría con
fuerza hasta sacarlo fuera. Cuando estaban en esta operación, se acercó otra
persona, se asomó y vio lo que estaba pasando. Esta tercera persona, en vez de
tirar otra cuerda para que la agarrara el hombre caído, saltó él mismo dentro
de la zanja y puso al que había caído sobre sus hombros y así lo pudo sacar de
la zanja.
Este
ejemplo nos hace ver gráficamente las distintas maneras que tenemos de ayudar a
los demás: 1) Podemos hacerlo desde arriba, sin mancharnos, sin exponernos al
peligro; es cuando echamos la cuerda a los que están hundidos. 2) Podemos
ayudar a los demás participando de la suerte del otro, sentir lo que él siente,
pasar por lo que él pasa, elegir salir de nuestra comodidad y seguridad,
quedarnos en su lugar para que el otro salga; este el que se tira a la zanja y
lo pone sobres sus hombros para que suba.
Alguien
podrá preguntar, pero ¿qué pasa con el hombre que se tiró en la zanja para
sacar al otro? ¿Se quedó él allí? ¿Cómo salió? Pues bien, en esa zanja se quedó
ese hombre para siempre y así, cuando alguien más cae en la zanja, él está para
subirlo sobre sus hombros y sacarlo de allí. Ese hombre que está tirando en la
zanja es Jesús. Él nos saca a todos los que vamos cayendo a lo largo de los
siglos y a lo largo de nuestra vida.
Recuerdo que en 1989
estaba en clase de Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana de Roma. Nos
impartía la clase un jesuita español y, no sé cómo vino a cuento, pero nos
narró la siguiente experiencia: hacía unos años unos jesuitas jóvenes se habían
marchado del convento en Barcelona y habían ido a vivir a uno de los barrios
más marginales y pobres de la ciudad. Desde allí, en una vivienda como la de la
gente que habitaba allí, ayudaban a todos y compartían la suerte de todos
ellos: en la comida, en el frío, en la inseguridad ciudadana, en las calles sin
asfaltar, etc. En cierta ocasión, los jesuitas jóvenes acudieron a una reunión
de jesuitas en el centro de Barcelona y criticaron abiertamente la comodidad de
los mayores y el no vivir el evangelio con radicalidad. Ellos sí que lo estaban
haciendo. En aquellos momentos este sacerdote jesuita que nos daba la clase en
Roma les dijo: ‘No, vosotros no sois iguales ni vivís igualmente que los del
barrio marginal de Barcelona’. Ellos dijeron que sí y contestaron de un modo
muy alterado. Entonces este jesuita les replicó: ‘No, porque si os ponéis
enfermos, nosotros os vamos a recoger y os vamos a traer a un hospital del
centro de Barcelona y vosotros vais a aceptar. Si ya no queréis estar más en
ese barrio y queréis otro destino de jesuita, el superior nuestro os dará ese
nuevo destino... Sin embargo, esas personas y esos niños de ese barrio, si se
ponen enfermos, no tienen opción de ir a buenos hospitales o de comprar mejores
medicinas. Si quieren salir de ese barrio para otro ‘destino’, no van a poder
hacerlo y van a tener que quedarse en su barrio. Por lo tanto no sois iguales
que ellos ni compartís por entero su destino’.
Lo
que les estaba diciendo el jesuita mayor es que, aunque pareciera otra cosa,
ellos, los jóvenes jesuitas, estaban ayudando a los que estaban caídos en la
zanja… desde arriba, echándoles una cuerda, y no tanto desde el fondo de la
zanja.
Una
vez hecha esta introducción con estos dos ejemplos, voy a entrar ya en el tema
de la Encarnación. Dios pudo habernos salvado a base de varita mágica, a base
de milagros, a base de ‘perdones’ desde arriba, desde su cielo, pero sin
mancharse ni arrugarse. A Dios no le
hacía falta compartir nuestra suerte para salvarnos, para sacarnos de la zanja,
para llevarnos a su cielo. Sin embargo, Dios eligió participar de nuestra
suerte, de nuestra caída en la zanja, de nuestra naturaleza humana. Esto último
es lo que se llama ENCARNACION. Es decir, Dios se hizo hombre como nosotros. En
las fiestas de Navidad celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, nace entre
nosotros, pero también celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre
como nosotros.
En efecto, Encarnación significa que Jesucristo tiene una naturaleza humana y
otra Divina, y que su Persona, la Persona de Jesús es Divina. Por ello, cuando nace Jesús, nace en cuanto Dios y en
cuanto hombre. Nace Jesús, nace la Persona Divina de Jesús. Esto es
imposible de comprender para la mente humana: ¡Dios no puede nacer!, PERO NACE.
Encarnación
significa que Él, que es rico y fuente de todos los bienes y de todas las
riquezas, se hace pobre y miserable por nosotros; Encarnación significa que Él, que está arriba, se abaja por
nosotros; Encarnación significa que
Él, que está en los Cielos, viene a la tierra; Encarnación significa que Él, que es santo, se deja tocar por
nuestra suciedad, por nuestro egoísmo, por nuestra soberbia…, por nuestro
pecado.
Encarnación
significa que María es la Madre de Dios, porque es la Madre de Jesús, de la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad. No sólo es Madre de la naturaleza
humana, sino también de la Persona Divina.
Encarnación
significa que en la cruz muere, no sólo la naturaleza humana de Jesús, sino
también la Persona Divina de Jesús. Por ello decimos que en la cruz muere Dios.
Si no fuera así, entonces su Encarnación no sería auténtica, sino más bien un
añadido a la Persona Divina, que se quita cuando se quiere. Para Jesús su
naturaleza humana no es simplemente una especie de traje de actor que se puso
para venir a representar una obra de teatro aquí a la tierra durante 33 años.
Esta Encarnación se ve reflejada en
los textos del evangelio donde si dice: “El niño crecía y se fortalecía;
estaba lleno de sabiduría, y gozaba del favor de Dios” (Lc. 2, 40). “Y
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante Dios y los
hombres” (Lc. 2, 52). O los pasajes en los que se ve a Jesús con miedos,
lágrimas, angustias, dolido, con furor, comiendo, bebiendo, alegre, etc. Jesús
tuvo que aprender todo como nosotros: a leer, escribir, hablar, comer,
trabajar, andar, etc. Él no nació aprendido. Él fue aprendiendo, descubriendo
en sí su Naturaleza Divina, su misión. Como nosotros que nos vamos haciendo a
medida que transcurre la vida.
Pues bien, si Cristo nació y vivió
en línea encarnacional, así tenemos nosotros que hacerlo. Habitualmente no
tenemos hilo directo con Dios, con mensajes en sueños o apariciones milagrosas.
Dios nos habla por medios terrenales y sensibles: por otros hombres, por la
Biblia, por la Iglesia, por los sacramentos. Dios se nos comunica en nuestro
dolor, alegría, enfermedad, estado (casado, viudo, soltero, monja, etc.), en
las circunstancias de paro o de trabajo. Y nosotros hemos de usar habitualmente
esos medios terrenales y sensibles para comunicarnos con Él.
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