24-8-2019 Santos y Beatos Mártires de La Roda
- Para que se
considere el martirio por parte de la Iglesia se han de dan tres
circunstancias: 1) Que uno sea muerto por causa de la fe en Jesucristo. 2) Que
uno acepte esa muerte; no debe buscarla, ni provocarla, ni rechazarla. La
acepta. 3) Muere perdonando.
El perdón forma parte del martirio, pero
también de la vida de un cristiano. Esto lo extraemos de las misma palabras
de Jesús cuando, en el Sermón de la Montaña, explica el Padre nuestro: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a
los que nos han ofendido […] Si perdonáis las faltas a los demás, el Padre que
está en el cielo también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los
demás, tampoco el Padre os perdonará a vosotros” (Mt. 6, 12.14-15).
Practiquemos el perdón
en el matrimonio (charla de cursillo prematrimonial). Eso es martirio.
Practiquemos el
perdón cuando alguien ha herido nuestra fama y le perdonamos. Eso es martirio.
Practiquemos el perdón
cuando alguien no nos valora, nos deprecia y perdonamos. Eso es martirio.
- Algunas personas pueden pensar que el
perdón conlleva el ‘dejar pasar’ lo que otra persona nos ha hecho de malo y sin
que se lo tomemos en cuenta. Sería como poner el contador a cero, y vuelta a
empezar. De este modo la persona que nos ha herido podría volver a hacerlo
y nosotros, al volver a perdonar, tornaríamos a poner el contador a cero y así
hasta el infinito. Esto conseguiría un efecto frustrante en el que perdona,
porque se vería herido sin sentido una y otra vez y el otro, el que hiere, se podría ir
creciendo, pues no habría ninguna consecuencia negativa para su comportamiento
(tendría ‘barra libre’), que puede reiterar de modo continuado y sin que le
pase nada. Hay gente que practica esto de modo habitual. Yo lo he visto hacer
de modo reiterado en los padres sobre los hijos, también en las relaciones de
matrimonio o de parejas, e igualmente en las relaciones de amistad. De este
modo, uno se convierte en sufridor nato y el otro en un maltratador, inmaduro y
egoísta.
Todo
esto está fuera de lugar y, por supuesto, no se compadece con la idea del
perdón cristiano. El cristiano ha de copiar el perdón del modo de actuar de
Dios y de Jesús:
1) Perdonar en cristiano significa renunciar a
utilizar las mismas armas que la persona que hiere u ofende. No puedo
responder con insulto al insulto, con desprecio al desprecio, con golpe al
golpe, con asesinato al asesinato, con murmuración a la murmuración…
2) Perdonar significa que este perdón se
otorga (como Dios) cuando la otra persona se arrepiente. Ciertamente en tu
corazón no puede haber odio ni deseo de venganza, aunque el otro no se
arrepienta, pero ese perdón tuyo (que está en ti y obra en ti sanando tus
heridas) queda en ti si la otra persona lo rechaza y no se arrepiente.
3) Perdonar significa que ese perdón se otorga
(como Dios) cuando la otra persona tiene propósito de enmienda. En caso
contrario, como en el párrafo anterior, el perdón está en ti, pero queda en ti
si la otra persona lo rechaza y no tiene propósito de enmienda.
4) Perdonar significa que ese perdón se otorga
(como Dios) cuando la otra persona busca reparar de algún modo el mal causado.
En caso contrario, como en los dos párrafos anteriores, el perdón está en ti,
pero queda en ti si la otra persona lo rechaza y no actúa reparando el mal
causado.
Cuando uno practica
el perdón de este modo, al modo de Dios (yo lo he aprendido de la parábola del
hijo pródigo y de otros pasajes de la Biblia), entonces el que perdona crece
interiormente, se fortalece y sana. Y el que es perdonado madura como persona,
y crece en responsabilidad y en sensibilidad reconociendo la dignidad de todas
las personas, incluso de los que son sus enemigos y/o de los que no piensan
como él.
- Es muy duro y
novedoso practicar este perdón que el evangelio nos enseña, ya que lo que nos
sale a nosotros de modo espontáneo es “el
ojo por ojo y el diente por diente” (Mt. 5, 38). Vamos a practicar el martirio de este perdón evangélico con la ayuda de
Dios.
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