4-8-2019 DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (C)
Seguimos
otro domingo más explicando el Símbolo de la Fe. Estamos aún con la primera verdad:
“Creo
en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”.
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El Catecismo de la Iglesia Católica dedica una serie de números a explicar el misterio de la creación:
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En efecto, Dios ha creado el mundo por
amor. El mundo no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino
ciego o del azar. “Creemos que procede de
la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su
ser, de su sabiduría y de su bondad” (n. 295).
*
Dios creó el mundo de la nada. “Creemos que Dios no necesita nada
preexistente ni ninguna ayuda para crear. La creación tampoco es una emanación
necesaria de la substancia divina. Dios crea libremente ‘de la nada’ (Concilio
de Letrán IV: DS 800; Concilio Vaticano I: ibíd., 3025): ‘¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera
sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le
da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se
muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere’
(San Teófilo de Antioquía)” (n. 296).
“La fe en la creación ‘de la nada’ está atestiguada en
la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de
los siete hijos macabeos los alienta al martirio: ‘Yo no sé cómo aparecisteis
en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco
organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que
modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os
devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por
vosotros mismos a causa de sus leyes [...] Te ruego, hijo, que mires al cielo y
a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada
lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia’ (2º M 7,22-23.28)” (n. 297).
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Dios crea un mundo bueno. “Salida de la bondad divina, la creación
participa en esa bondad (‘Y vio Dios que era bueno [...] muy bueno’: Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la
creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia
que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones,
defender la bondad de la creación[1],
comprendida la del mundo material” (n. 299).
*
Dios mantiene y conduce la creación.
“Realizada la creación, Dios no abandona
su criatura a ella misma. No solo le da el ser y el existir, sino que la
mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término.
Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de
sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza” (n. 301).
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El escándalo del mal en la creación.
Vemos cómo un poco más arriba se decía en el Génesis que Dios había hecho un
mundo bueno, ‘muy bueno’ (Gn
1,4.10.12.18.21.31).
“Si Dios Padre todopoderoso tiene cuidado de
todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal[2]?
A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no
se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la
respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el
amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la
Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación
de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida
bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la
cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar” (n. 309).
“Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan
perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito,
Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad
infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo ‘en estado de vía’ hacia su
perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con
la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más
perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza
también las destrucciones. Por tanto, con
el bien físico existe también el mal
físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección” (n. 310).
“Los ángeles y los
hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último
por elección libre y amor de preferencia.
Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo,
incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni
directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite,
respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el
bien”
(n. 311).
“Del mayor mal moral
que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado
por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia
(cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la
glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el
mal se convierte en un bien” (n. 312). Escribió santo Tomás Moro, poco antes de su
martirio, en la prisión en la que lo tenía el rey Enrique VIII a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y
todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”.
“Creemos
firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de
su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando
veamos a Dios ‘cara a cara’ (1 Co
13, 12), nos serán plenamente conocidos
los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del
pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la
tierra”
(n. 314).
[1] Caso del profesor de religión que
decía que había miembros puros e impuros en el hombre.
[2] El 26 de julio me llamó un amigo
de Oviedo, porque tenía el hombro mal y había ido al HUCA. Me decía que la
consulta estaba llena de gente joven esperando a entrar y a uno le faltaba una
pierna o dos, o… Y me decía este amigo: ‘Yo
que me quejaba de mi mala suerte, ¡qué bien estoy en comparación con aquellos otros
jóvenes que allí estaban!’
Estupenda homilía!!! Muchas gracias
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