26-8-2018 DOMINGO XXI TIEMPO
ORDINARIO (B)
Uno
de los criterios básicos que aplico a la hora de preparar una homilía es el de
enseñar. Los cristianos que venimos a la Misa tenemos que:
1) compartir la fe con otros creyentes;
2) que percibir la presencia de Dios; y
3) que aprender algo nuevo o, si no
aprendemos nada nuevo, al menos, que
salgamos de la Misa con ganas e ilusión renovadas para toda la semana.
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El evangelio de hoy nos habla del
FRACASO de Jesús. El éxito y el fracaso forman parte de la vida humana: se
aprueban oposiciones, se suspenden oposiciones; se acierta en una relación
amorosa, se fracasa en una relación amorosa; pierde nuestro equipo o nuestro
partido político, gana nuestro equipo o nuestro partido político; conseguimos
nuestros ideales, no los conseguimos; tenemos bastantes bienes materiales,
tenemos pocos bienes materiales; tenemos salud, estamos enfermos; acertamos en
la educación de los hijos, fracasamos en la educación de los hijos… Es importante enseñar a los hijos (y
aprender nosotros mismos) a gestionar, tanto los éxitos como los fracasos a lo
largo de la vida. Si no lo hacemos bien, vendrán amarguras, frustraciones,
victimismos, suicidios, rencores…
Bien.
Tenemos que reconocerlo, en términos humanos y al momento de su muerte, Jesús
había fracasado.
Nos dice el evangelio de san Juan, en su capítulo sexto, que hemos estado
leyendo en estos últimos domingos, que Jesús multiplicó unos panes y unos peces
y dio de comer con ellos a más de 10.000 personas. La gente, al darse cuenta
del milagro tan maravilloso que Jesús había hecho, trató de hacerlo rey. ¿Por
qué? Porque había hecho un milagro, porque les había dado de comer, pero sobre
todo porque querían que Jesús les siguiera dando de comer sin trabajar ni
esforzarse en procurarse el alimento. Así se nos dice en los versículos 14 y 15
de este capítulo sexto del evangelio de san Juan.
Jesús
huye, porque no quiere esto. No quiere ser el ‘supermercados’ ALIMERKA o
MERCADONA de aquel tiempo y, además, todo gratis. Él quiere darles otro
alimento: su Cuerpo y su Sangre. Ya lo hemos estado viendo estos domingos de
atrás. Pero… los judíos rechazaron aquello. El evangelio nos dice: “Desde entonces, muchos discípulos suyos se
echaron atrás y no volvieron a ir con él”. En efecto, cuando Jesús hizo el
milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, tenía a su alrededor
a unas 10.000 personas, y eso que entonces, para convocar a la gente, no había
como hoy ni televisores, ni móviles, ni ‘Facebook’, ni ‘wasaps’…, pero el día
de su muerte sólo quedaron a su vera dos discípulos (María Magdalena y Juan),
además de su madre. Todos los demás discípulos habían huido, escapado o se
habían ido alejando poco a poco de Jesús.
Cuando
Jesús vio que se marchaban muchísimos de sus discípulos y que había un serio
peligro de que su predicación y obra fracasara, se dirigió a los pocos
discípulos que le quedaban y les dijo: “¿También
vosotros queréis marcharos?” Jesús no hizo componendas, no trato de
suavizar su mensaje (el mensaje de Dios) para evitar una desbandada. Él estaba
dispuesto a quedarse solo, porque estaba convencido de su mensaje y porque
sabía que este mensaje era la voluntad de Dios.
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Sin embargo, aquí no podemos hablar
simplemente del ÉXITO o del FRACASO desde un punto de vista puramente humano.
Lo hemos de tener en cuenta, pero nosotros somos creyentes y, por lo tanto,
hemos de ver estas dos realidades desde el punto de vista de Dios.
En estos días estoy
preparando la formación que imparto todos los jueves durante el curso y estoy
resumiendo la vida de san Francisco de Asís. Se narra en el libro que leo que,
en las primeras ocasiones en que el mismo Francisco y sus compañeros iban a
predicar por el centro de Italia, el fracaso fue total: nadie les hizo caso,
muchos se burlaron de ellos e incluso les agredieron físicamente. ¿Cuál fue la
respuesta de ellos? En el libro que leo dice así: “En términos de eficacia apostólica, aquellas primeras expediciones
apostólicas no aportaron nada; más todavía, fueron un completo fracaso. Pero
Francisco, en el nombre del Evangelio, se colocó siempre por encima de los
conceptos de utilidad y eficacia. Para
él, el gran servicio apostólico era vivir simple y totalmente el Evangelio.
Vivir el Evangelio significaba cumplir las palabras del Maestro y repetir sus
ejemplos. Para Francisco excelsos apostolados eran perdonar las ofensas,
alegrarse en las tribulaciones, rezar por los perseguidores, tener paciencia en
los vejámenes, devolver bien por mal, no perturbarse por las calumnias, no
maldecir a los que maldicen”.
Por lo tanto, para el
mundo que no cree en Dios o no vive a Dios, 1) recibir ofensas es un FRACASO.
Para el santo o para el creyente que vive a Dios, perdonar ofensas es un ÉXITO.
2) Para el mundo tener tribulaciones es un FRACASO. Para el creyente alegrarse
en las tribulaciones es un ÉXITO. 3) Para el mundo sufrir persecuciones es un
FRACASO. Para el creyente rezar por los perseguidores es un ÉXITO. 4) Para el
mundo sufrir vejámenes es un FRACASO. Para el creyente tener paciencia en los
vejámenes es un ÉXITO. 5) Para el mundo recibir el mal es un FRACASO. Para el
creyente devolver bien por mal es un ÉXITO. 6) Para el mundo ser calumniado es
un FRACASO. Para el creyente no perturbarse por las calumnias es un ÉXITO. 7)
Para el mundo ser maldecidos es un FRACASO. Para el creyente no maldecir a los
que maldicen es un ÉXITO.
Sigue diciendo el
libro sobre este particular de los fracasos de Francisco y sus primeros
compañeros: “Los hermanos que fueron
vilmente tratados se alegraban en sus tribulaciones, se dedicaban asiduamente a
la oración y al trabajo manual, sin recibir nunca dinero, y entre ellos reinaba
una profunda cordialidad. Cuando las gentes comprobaban eso, se convencían de
que esos penitentes de Asís no eran herejes ni bribones y, arrepentidos,
regresaban a ellos y les pedían disculpas. Los hermanos les decían: ‘Todo está
perdonado’. La razón principal por la que las gentes se convencían de que eran
varones evangélicos era que se servían mutuamente con gran cariño, y se
atendían unos a otros en todas sus necesidades, como una madre lo hace con su
único hijo queridísimo. Un día, dos hermanos que iban de camino se encontraron
con un demente que empezó a tirarles guijarros. Uno de ellos, el que estaba en
el lado opuesto, al ver que su compañero recibía las pedradas, se pasó al otro
lado, interponiéndose para que las piedras dieran en él y no en su compañero”.
Todo esto que percibió
Francisco en Jesús y en su santo Evangelio fue lo que vivió y lo que enseñó a
vivir a sus compañeros. Todo esto que percibió Pedro y el resto de discípulos,
que no se marcharon como aquellos otros de los que habla el evangelio de hoy,
fue lo que hizo que Pedro, ante la invitación de Jesús a que también se fueran
ellos, exclamara: “Señor, ¿a quién vamos
a acudir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”.
Hoy Jesús nos invita a
seguirle. Seguimos a un fracasado, según los parámetros del mundo, pero no
según los parámetros de Dios.
Yo
me pregunto: ¿Qué fue de aquellos discípulos que se apartaron de Jesús? ¿Dónde
están? ¿Acertaron o erraron? Y a la vez me pregunto: ¿Qué fue de aquellos
discípulos que siguieron con Jesús? ¿Dónde están? ¿Acertaron o erraron?
Ahora
veamos nosotros qué queremos hacer con nuestra vida y con Jesús…
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