12-8-2015 DOMINGO XIX
TIEMPO ORDINARIO (B)
Vamos
a procurar profundizar un poco en la Palabra de Dios que se nos ha regalado
hoy. Voy a comentar tres ideas:
-
En el evangelio de hoy Jesús nos dice: “No critiquéis”. ¿Por qué dice esto?
¿Qué significa criticar? La crítica nace
del juicio: pensamos-juzgamos que los otros están equivocados en sus
palabras o acciones, y lo proclamamos a los cuatro vientos o en un ambiente
cercano a nosotros. La crítica nace de
la ira: nos sentimos heridos o contrariados con las palabras o actuaciones
de los otros, y lo proclamamos a los cuatro vientos o en un ambiente cercano a
nosotros. La crítica nace de la
superficialidad: fruto de una sensación primera (muchas veces equivocada) o
de un no pensar demasiado las cosas hablamos en contra de los otros, y lo
proclamamos a los cuatro vientos o en un ambiente cercano a nosotros. La crítica nace de la envidia: nos
gustaría tener lo que los otros tienen o ser como los otros son o estar en la
situación en la que los otros están y, como no podemos, entonces decimos lo
negativo (o lo que pensamos que es negativo) de esas personas, y lo
proclamamos a los cuatro vientos o en un ambiente cercano a nosotros.
En
el evangelio de hoy Jesús anuncia a la gente que Él es el pan que ha bajado del
cielo. Inmediatamente mucha de esa gente empieza a criticar las palabras de
Jesús: “¿No es éste Jesús, el hijo de
José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del
cielo?” En el siglo XIX Mark Twain escribió una novela
titulada ‘El príncipe y el mendigo’. Si recordáis el argumento del libro, el
príncipe Eduardo Tudor quiso experimentar la vida que había detrás de los muros
del palacio de Westminster, y el niño pobre, Tom Canty, quería
experimentar cómo vivía un príncipe. Una vez que intercambian sus vidas, cuando
Eduardo quiere volver a entrar en el palacio y recuperar su papel de heredero
del trono, recibe rechazo y no le creen cuando Eduardo dice que él es el
verdadero príncipe de Gales. Pues algo parecido sucedió con Jesús. Él dijo de
sí mismo que era el pan bajado del cielo (LO ERA Y LO ES), pero mucha gente no
le creyó y empezó a criticarlo, unos por unos motivos y otros por otros
motivos: ‘es un aldeano como nosotros y se quiere dar aires de grandeza’ (juicio); ‘porque tiene buena palabrería
y embauca a cuatro incultos e ingenuos, se cree ya descendiente de los ángeles
del cielo y está jugando con cosas sagradas para medrar Él a costa de la gente
simple y de las cosas de Dios’ (ira);
la gente acaba de presenciar el milagro de la multiplicación de los panes y de
los peces, ve que Jesús tiene un poder que no es normal, y que sus palabras de
vida y de gracia lo acompañan, pero ni por esas estas gentes son capaces de dar
crédito a este Jesús que alimenta cuerpos y almas (superficialidad); Jesús reúne multitudes, atrae los corazones de
las gentes, hace que pensemos y reflexionemos más profundamente y como otros
nos son capaces de hacer eso en la gente, sienten que la envidia los corroe interiormente y murmuran contra Jesús.
- A continuación de
decir Jesús que no critiquemos, añade unas palabras muy importantes. Dice así
Jesús: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”.
Parecen unas palabras muy sencillas de entender, pero lo cierto es que nosotros
las vivimos… justamente al revés. En efecto, tengo fe en Jesús, porque YO
decido optar por Él y acercarme a Él; tengo oración, porque YO decido pasar un
rato en una iglesia o en una sala hablando con Dios o recitando oraciones a
Dios; doy limosna, porque YO decido meter mano a la cartera y dar algo de
dinero; sé de la Palabra de Dios, porque YO he decidido abrir la Biblia y
leerla o escucharla en la Misa… Sin embargo, como vivimos así la fe, es decir,
desde nosotros, desde el YO y no desde Dios, en realidad lo que sucede es que
vamos a bandazos en nuestra vida de fe: unas veces lo hacemos y otras no, o, si
hacemos estas cosas de modo habitual, con frecuencia se da en nosotros una
vivencia rutinaria, mediocre de la fe y ésta nos da muy poca alegría vital.
Lo
que nos está diciendo aquí Jesús es que no tenemos que poner el centro de la
vida de fe en mí, en el ‘EGO’, sino en Dios. Es Dios mismo quien nos tiene que
atraer y meter en su Palabra, en la oración, en la compasión por los demás, en
la fe, en Jesús.
Así, de este modo la meta es Dios y no el hacer oración, o el leer la Biblia, o
el intentar llegar a Dios, o el dar limosna… Estas acciones (oración, leer la
Biblia, dar limosna…) son medios, instrumentos, pero no fines. Pongo un ejemplo
mío, para tratar de explicar este pequeño galimatías: en la homilía del domingo
anterior os hablaba de mi primera experiencia de contacto directo con Dios.
Pues bien, ahora quiero comentaros el antes de esa experiencia y la causa de
esa experiencia. Dos años antes de haber experimentado a Dios de un modo tan
patente, yo había leído el libro del Hermano de Asís, de Ignacio Larrañaga. Era
una biografía sobre san Francisco de Asís. Aquello cambió totalmente mi relación
con Dios. Pero mi error inicial fue que
yo pensé que si hacía todo lo que hacía Francisco, yo iba a tener experiencia
INMEDIATA de Dios. Por lo tanto, yo oré, yo leí la Biblia, yo di limosna,
yo procuré ser paciente, yo procuré evitar los pecados… Pero Dios ‘no vino’ a
mí. 1) Yo me desilusioné. 2) Pensé que aquello no funcionaba. 3) Pensé que algo
estaba haciendo mal. 4) Pensé que aquello no valía para nada. 5) Pensé que sólo
valía para algunas personas: los santos. 6) Pensé en abandonar, pero no lo hice.
Continué con todos esos medios y esperando pacientemente y confiando
pacientemente y fiándome pacientemente, hasta que después de dos años, el Señor
se me presentó. Y ese momento me di cuenta de la verdad de estas palabras de
Jesús: “Nadie puede venir a mí, si no lo
atrae el Padre que me ha enviado”. Dios viene cuando quiere, como quiere,
donde quiere. Nosotros hemos de procurar no estorbar esta venida, estar
atentos, preparados, y confiar, pero la decisión está en Él y no en nosotros.
- Finalmente, voy a
fijarme en las últimas palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo;
el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo”.
Cuando
uno toma leche, café, una tostada…; cuando uno come garbanzos, macarrones,
carne, pescado, verdura…; cuando uno come cualquier comida, en casa o en un
restaurante, esa comida es triturada por nuestros dientes, pasa al estómago y
la vamos digiriendo hasta que la convertimos en nutrientes que pasan a nuestra
sangre y se distribuyen por todo nuestro cuerpo. Al cabo de unas horas, en
nosotros ya no hay café, ni garbanzos, ni carne, ni pescado… Sólo estamos
nosotros. Nuestro cuerpo es mucho más fuerte que esos alimentos y los hemos
asimilado a nosotros. Sin embargo, cuando
comemos el Cuerpo de Cristo, Él es más fuerte que nosotros y nos va dando vida,
aumento de fe y crecimiento en virtudes evangélicas. A esta afirmación hay
que hacerle dos matizaciones: 1) Si fuéramos dóciles al Señor en todo momento,
veríamos muy claramente que esto se sucede de verdad en nosotros, como sucede
en todos los santos, los cuáles sí que son en verdad dóciles a Dios. 2) Una
prueba para demostrar esto sería el dejar de comulgar durante un año entero y
comparar ‘el ahora’ y ‘el dentro de un año’ en nuestro ser interior. Entonces
sí que nos daríamos cuenta de esta gran verdad del evangelio de hoy: “el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
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