15-8-2018 ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA (B)
Hace
un tiempo hablaba con una persona de 38 años. Es una persona licenciada, con un
puesto importante en una empresa privada, de reconocido prestigio dentro de su
ámbito laboral. Esta persona había estudiado hasta el COU en colegios
religiosos. Esta persona tiene fe en Dios, aunque habitualmente no practica,
por lo que ni reza a diario, ni acude a la Eucaristía
semanalmente, ni se confiesa. No practica, pero no se trata de un rechazo, sino
más bien de una cierta desidia. En medio de la conversación le pregunté: “¿Cómo
va tu relación con Dios?” Esta persona se quedó muy extrañada de la pregunta y
me dijo que no la entendía. Me preguntó si quería decir que si iba a Misa o que
si rezaba o que si creía en Dios, y yo le insistía que no le preguntaba eso, ni
me interesaba eso, sólo le preguntaba ‘¿cómo
era su relación con Dios?’: si lo amaba, si se sentía amado por Él, si le
hablaba y sentía su respuesta, si percibía la compañía de Él en su vida de cada
día. Finalmente, me contestó que no, y que era la primera que vez que escuchaba
eso, y que desconocía que eso se pudiera dar o existir. También me preguntó
si esa relación con Dios podía acontecer en todas las personas.
¿A
qué viene esta anécdota? Pues viene a enlazar con unas palabras de san Pablo: “El
hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para
él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser
discernidas. Por el contrario, quien posee el Espíritu (de Dios) lo discierne
todo”. Estas palabras de san Pablo tienen
hoy, por desgracia, plena actualidad, incluso entre los cristianos
bautizados. Hemos recibido la gracia
bautismal, la 1ª Comunión, quizás el sacramento de la Confirmación, el
sacramento del matrimonio y/o el del orden, pero... somos hombres y mujeres
mundanos, que al no tratar de Dios y con Dios, que al dejarnos imbuir por los
valores del mundo frente a los valores del evangelio, entonces... las palabras
de Jesús carecen de sentido y no podemos entenderlas. Por desgracia, hoy
existen cristianos para los que es más importante lo que se dice en ‘Sálvame Deluxe’
o lo que dice la famosa o el famoso de turno, que lo que dice el Evangelio o la
Iglesia; hay cristianos para los que es más importante lo que dice su ideología
política o de partido, que lo que dice el Evangelio o la Iglesia. De esta
manera, nos convertimos en seres mundanos que no captamos el lenguaje del
Espíritu de Dios. Hace unos años pasaba por la calle Campomanes de Oviedo y vi
colgada en la fachada de una casa un letrero que decía: “Fernando, gracias por hacernos felices”. (Fernando Alonso acababa
de ganar la Fórmula 1). Fernando Alonso ganó dos Fórmulas 1. Después nada. A mí
personalmente me parece muy bien que Fernando gane premios y cuantos más mejor,
pero... sería triste que nuestra felicidad proviniera únicamente de las cosas
externas y luego, ante Dios y sus “cosas”, permaneciéramos indiferentes o
pasivos. ¿Por qué todo el país vibró hace años con el triunfo de Fernando y no
vibra con “las cosas de Dios”? Nos sucede lo que decía san Pablo: “El hombre
mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y
no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser
discernidas.”
¿Quién
puede comprender a Dios y las cosas de Dios? ¿Quién puede comprender las
palabras de Dios y su voluntad? Sólo aquellos que tienen el Espíritu de Dios.
¿Cómo se consigue este Espíritu? ¿Cómo pueden los fieles, cómo podemos nosotros
tener ese Espíritu para que, cuando Dios pase a nuestro lado, lo reconozcamos? Para
comprender a Dios, es decir, para COMPRENDER A CRISTO hemos de seguir las huellas
y el ejemplo de su Madre, María. Ella fue una mujer que estaba metida de
llena en el mundo, en la sociedad de su época, en sus preocupaciones y
problemas más sencillos (pensemos en cómo se puso de camino inmediatamente en
cuanto supo que su prima Isabel estaba encinta, o cómo se dio cuenta y preocupó
de los novios a los que les faltaba el vino en sus bodas y no quería que
quedaran en ridículo), pero también fue un mujer totalmente abierta a Dios y,
por tanto, contemplativa[1].
Su vida de coherencia, de honradez, de humildad, de generosidad, de
laboriosidad, de silencio, de oración, de fe hizo posible que la visita del
Arcángel Gabriel fuese comprendida por María y no se quedara en el aspecto
puramente externo: “¡¡He tenido una
aparición de ángeles!!” María, abriéndose a la gracia de Dios, pudo
escuchar las cosas de Dios, comprender las cosas de Dios y, a través de ello,
pudo acoger a Cristo en su seno y en su corazón. Como nos dice el Santo Padre
Juan Pablo II en su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, María
llegó a comprender las cosas que Jesús enseñó, pero sobre todo comprendió a su
Hijo, “pues entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie
como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio”
(Rosarium Virginis Mariae, n. 14). En definitiva, Juan Pablo II nos
propone a María como modelo a seguir en nuestra vida ordinaria para poder
llegar a Cristo, para que, por el Espíritu de Dios, lleguemos a comprender a
Cristo mismo y así lleguemos al Padre.
En
definitiva, María es tipo para la Iglesia, y para los fieles del camino de
conversión permanente.
Pidamos
que Dios Padre nos regale su Espíritu para que comprendamos a su Hijo
Jesucristo.
Pidamos
a Dios que nos otorgue la humildad de María, la cual abierta al Espíritu divino
por la contemplación permanente, vivió inmersa en el mundo y con igual fuerza
supo discernir las cosas de Dios, acoger en su seno al Hijo de Dios,
comprenderlo y ser su mejor discípula.
[1] ¿Qué es la contemplación?
De modo sencillo, se puede decir que ésta es la apertura total a Dios, centrar
la atención, la mirada solamente en El. En esta situación Dios toma posesión
del contemplativo y lo transforma en El.
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