miércoles, 15 de agosto de 2018

Domingo XX Tiempo Ordinario (B)


19-8-2018                   DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            Muchas veces pienso que los niños nos pueden enseñar muchas cosas y, por eso, debemos estar atentos a sus palabras y a sus acciones. Ellos saben mucho menos que nosotros, pero… tienen una visión tan distinta de la vida y de los acontecimientos que nos rodean, que muchas veces nos dan auténticas lecciones a nosotros, que somos especialistas, licenciados, doctorados y llenos de experiencias de la vida.
            - Vamos con una primera enseñanza de un niño de 6 años. Es un cuento, pero es una realidad a la vez. Es una realidad, pero vamos a narrarlo a modo de cuento. Lo vamos a titular ‘Helado para el alma’. Dice así:
“La semana pasada llevé a mis niños a un restaurante. Mi hijo, de 6 años de edad, preguntó si podía bendecir la mesa antes de comer. Cuando inclinamos nuestras cabezas, él dijo: ‘Dios es bueno, Dios es grande. Gracias por los alimentos; yo estaría aún más agradecido si mamá nos diese helado para el postre. Libertad y Justicia para todos. Amén’. Junto con las risas de los clientes que estaban cerca, escuché a una señora comentar: ‘Eso es lo que está mal en este país: los niños de hoy en día no saben cómo orar; ¡pedir a Dios helado...! ¡Nunca había escuchado esto antes!’ Al oír esto, mi hijo empezó a llorar y me preguntó: ‘¿Lo hice mal? ¿Está enfadado Dios conmigo?’ Sostuve a mi hijo y le dije que había hecho una oración preciosa y que Dios seguramente no estaría enfadado con él. Un señor de edad se aproximó a la mesa. Guiñó su ojo a mi hijo y le dijo: ‘Llegué a saber que Dios pensó que aquella fue una excelente oración’. ‘¿En serio?’, preguntó mi hijo. ‘¡Por supuesto!’ Luego en un susurro dramático añadió, indicando a la mujer cuyo comentario había iniciado aquel asunto: ‘Muy mal; ella nunca pidió helado a Dios. Un poco de helado, a veces, es muy bueno para el alma’. Como era de esperar, compré helado a mis hijos al final de la comida. Mi hijo de 6 años se quedó mirando fijamente el suyo por un momento y luego hizo algo que nunca olvidaré por el resto de mi vida. Tomó su helado y sin decir una sola palabra avanzó hasta ponerlo frente a la señora. Con una gran sonrisa le dijo: ‘Tómelo, es para usted. El helado es bueno para el alma y mi alma ya está bien’.
            Es un cuento muy tierno y en donde se percibe una relación de cariño y de confianza de este niño con Dios:
1) El niño tiene tanta confianza con Dios, que le pide un helado. Porque sabe que Dios está hasta en esas pequeñas cosas.
2) El niño tiene tanto cariño a Dios que se pone triste y queda muy preocupado al pensar que ha podido disgustar a Dios con sus palabras de la bendición de la mesa.
3) El niño tiene tanta confianza y cariño a Dios, que descubre las necesidades de los otros. Por eso, se olvida de lo mucho que le gusta el helado y se lo regala, renunciando a él, a la señora que le hizo un comentario desagradable. El niño no le guarda ningún rencor y quiere que aquel helado, que le han dicho que es bueno para el alma que Dios nos ha dado a cada persona que venimos a este mundo, le sirva para el alma de la señora, en la que descubrió que algo no iba bien por el comentario duro y desagradable y por su dureza de corazón.
4) El niño supo que su alma estaba bien. No era prepotencia, no era soberbia por parte del niño. Éste tenía un sentimiento de paz interior y de saber, de un modo misterioso, pero cierto, que Dios estaba muy contento con él.
- La segunda enseñanza nos puede venir a través de un niño de Pravia, que hace pocos días vino a confesar con sus padres a Tapia. Antes de la confesión me quiso hacer algunas preguntas. La primera fue ésta: ‘¿Por qué hay que comulgar? Yo me levanté de la silla, me acerqué a él y le tapé las narices. Entonces él abrió la boca para respirar por ella. Y le pregunté: ‘¿Por qué abres la boca?’ Me contestó: ‘Para respirar’. Y a partir de aquí se desarrolló una conversación en la que hablamos de que, si no comemos, nos morimos de hambre; si no bebemos, nos morimos de sed; y si no respiramos, nos morimos por falta de oxígeno. De la misma manera que el cuerpo necesita su alimento para vivir: comida, bebida y oxígeno, también nosotros, que somos creyentes y sabemos que tenemos un alma, necesitamos alimento, bebida y aire espirituales: la Palabra de Dios, la oración, la lectura espiritual, las buenas acciones y comulgar el Cuerpo de Jesucristo.
Como veis, la pregunta inocente de este niño nos obliga a pensar y reflexionar sobre lo que hacemos de un modo mecánico y rutinario: ¿Por qué hay que comulgar? ¿Para qué hay que comulgar?
- Y aquí entro ya de lleno en lo que Jesús nos transmite hoy a través del evangelio. Jesús nos dice que hemos de comer su Carne y que hemos de beber su Sangre. Si lo hacemos, Jesús nos relata una serie de beneficios que este alimento produce en nosotros:
1) “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día […] El que come este pan vivirá para siempre”. Comulgar a Jesucristo y hacerlo bien, es decir, estando en Gracia de Dios, nos da VIDA. VIDA, porque impide que nos muramos, espiritualmente, pero también físicamente para siempre. Es decir, después de nuestra muerte física, resucitaremos y viviremos para siempre; VIDA, porque nos alimenta; VIDA, porque nos rejuvenece; VIDA, porque da sentido a nuestras existencias y dificulta que entremos en las depresiones o en los suicidios.
2) “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Hay comidas basura, que producen colesterol y dañan nuestros órganos: páncreas, hígado, cerebro, riñones… La comida y la bebida de Cristo son puras, sin conservantes, sin colorantes, sin restos de herbicidas, sin química alguna. La ‘comida’ y la ‘bebida’ de Jesús tiene todos los registros sanitarios (del Cielo) en regla. Cuando la comemos bien y la bebemos bien, se fortalece la fe, crece el amor, nos da alegría, nos acerca a Dios y a los hombres, nos da sabiduría verdadera, nos hace mejores personas y mejores cristianos… Esta comida y esta bebida tienen un sinfín de bondades y beneficios para nosotros.
3) “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Finalmente, por si fuera poco todo lo bueno que se acaba de decir hasta ahora, la Carne y la Sangre, que comemos y bebemos en la Misa, hace que Jesús se meta en nosotros, esté en nosotros y forme parte de nosotros de un modo estable. De esta forma, quienes comulgamos nos vamos haciendo mejores hombres, mejores cristianos, y nos vamos transformando en los dioses con minúscula del Dios con mayúscula. Así se nos dice en la primera carta de san Juan: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! […] Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él (1ª Jn. 3, 1-2).

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