19-8-2018 DOMINGO XX TIEMPO
ORDINARIO (B)
Muchas
veces pienso que los niños nos
pueden enseñar muchas cosas y, por eso, debemos estar atentos a sus palabras y
a sus acciones. Ellos saben mucho menos que nosotros, pero… tienen una visión
tan distinta de la vida y de los acontecimientos que nos rodean, que muchas
veces nos dan auténticas lecciones a
nosotros, que somos especialistas, licenciados, doctorados y llenos de
experiencias de la vida.
-
Vamos con una primera enseñanza de un niño de 6 años. Es un cuento, pero es una
realidad a la vez. Es una realidad, pero vamos a narrarlo a modo de cuento. Lo
vamos a titular ‘Helado para el alma’. Dice así:
“La
semana pasada llevé a mis niños a un restaurante. Mi hijo, de 6 años de edad,
preguntó si podía bendecir la mesa antes de comer. Cuando inclinamos nuestras
cabezas, él dijo: ‘Dios es bueno, Dios es grande. Gracias por los alimentos; yo
estaría aún más agradecido si mamá nos diese helado para el postre. Libertad y
Justicia para todos. Amén’. Junto con las risas de los clientes que estaban
cerca, escuché a una señora comentar: ‘Eso es lo que está mal en este país: los
niños de hoy en día no saben cómo orar; ¡pedir a Dios helado...! ¡Nunca había
escuchado esto antes!’ Al oír esto, mi hijo empezó a llorar y me preguntó: ‘¿Lo
hice mal? ¿Está enfadado Dios conmigo?’ Sostuve a mi hijo y le dije que había
hecho una oración preciosa y que Dios seguramente no estaría enfadado con él.
Un señor de edad se aproximó a la mesa. Guiñó su ojo a mi hijo y le dijo:
‘Llegué a saber que Dios pensó que aquella fue una excelente oración’. ‘¿En
serio?’, preguntó mi hijo. ‘¡Por supuesto!’ Luego en un susurro dramático
añadió, indicando a la mujer cuyo comentario había iniciado aquel asunto: ‘Muy
mal; ella nunca pidió helado a Dios. Un poco de helado, a veces, es muy bueno
para el alma’. Como era de esperar, compré helado a mis hijos al final de la
comida. Mi hijo de 6 años se quedó mirando fijamente el suyo por un momento y
luego hizo algo que nunca olvidaré por el resto de mi vida. Tomó su helado y
sin decir una sola palabra avanzó hasta ponerlo frente a la señora. Con una gran sonrisa le dijo: ‘Tómelo, es
para usted. El helado es bueno para el alma y mi alma ya está bien’”.
Es
un cuento muy tierno y en donde se percibe una relación de cariño y de
confianza de este niño con Dios:
1) El niño tiene tanta
confianza con Dios, que le pide un
helado. Porque sabe que Dios está hasta
en esas pequeñas cosas.
2) El niño tiene tanto
cariño a Dios que se pone triste y queda
muy preocupado al pensar que ha podido disgustar a Dios con sus palabras de
la bendición de la mesa.
3) El niño tiene tanta
confianza y cariño a Dios, que descubre
las necesidades de los otros. Por eso, se olvida de lo mucho que le gusta
el helado y se lo regala, renunciando a él, a la señora que le hizo un
comentario desagradable. El niño no le guarda ningún rencor y quiere que aquel
helado, que le han dicho que es bueno para el alma que Dios nos ha dado a cada
persona que venimos a este mundo, le sirva para el alma de la señora, en la que
descubrió que algo no iba bien por el comentario duro y desagradable y por su
dureza de corazón.
4) El niño supo que su
alma estaba bien. No era prepotencia, no era soberbia por parte del niño. Éste tenía un sentimiento de paz interior y de
saber, de un modo misterioso, pero cierto, que Dios estaba muy contento con él.
- La segunda enseñanza
nos puede venir a través de un niño de Pravia, que hace pocos días vino a
confesar con sus padres a Tapia. Antes de la confesión me quiso hacer algunas
preguntas. La primera fue ésta: ‘¿Por qué hay que comulgar? Yo me levanté de la
silla, me acerqué a él y le tapé las narices. Entonces él abrió la boca para
respirar por ella. Y le pregunté: ‘¿Por qué abres la boca?’ Me contestó: ‘Para
respirar’. Y a partir de aquí se desarrolló una conversación en la que hablamos
de que, si no comemos, nos morimos de hambre; si no bebemos, nos morimos de
sed; y si no respiramos, nos morimos por falta de oxígeno. De la misma manera que el cuerpo necesita su alimento para vivir:
comida, bebida y oxígeno, también nosotros, que somos creyentes y sabemos que
tenemos un alma, necesitamos alimento, bebida y aire espirituales: la Palabra
de Dios, la oración, la lectura espiritual, las buenas acciones y comulgar el
Cuerpo de Jesucristo.
Como
veis, la pregunta inocente de este niño nos obliga a pensar y reflexionar sobre
lo que hacemos de un modo mecánico y rutinario: ¿Por qué hay que comulgar?
¿Para qué hay que comulgar?
- Y aquí entro ya de
lleno en lo que Jesús nos transmite hoy a través del evangelio. Jesús nos dice
que hemos de comer su Carne y que hemos de beber su Sangre. Si lo hacemos,
Jesús nos relata una serie de beneficios que este alimento produce en nosotros:
1) “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día […] El que come este pan
vivirá para siempre”. Comulgar a
Jesucristo y hacerlo bien, es decir, estando en Gracia de Dios, nos da VIDA.
VIDA, porque impide que nos muramos, espiritualmente, pero también físicamente
para siempre. Es decir, después de nuestra muerte física, resucitaremos y
viviremos para siempre; VIDA, porque nos alimenta; VIDA, porque nos rejuvenece;
VIDA, porque da sentido a nuestras existencias y dificulta que entremos en las
depresiones o en los suicidios.
2) “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre
es verdadera bebida”. Hay comidas basura, que producen colesterol y dañan
nuestros órganos: páncreas, hígado, cerebro, riñones… La comida y la bebida de
Cristo son puras, sin conservantes, sin colorantes, sin restos de herbicidas,
sin química alguna. La ‘comida’ y la ‘bebida’ de Jesús tiene todos los
registros sanitarios (del Cielo) en regla.
Cuando la comemos bien y la bebemos bien, se fortalece la fe, crece el amor,
nos da alegría, nos acerca a Dios y a los hombres, nos da sabiduría verdadera,
nos hace mejores personas y mejores cristianos… Esta comida y esta bebida
tienen un sinfín de bondades y beneficios para nosotros.
3) “El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él”. Finalmente, por si fuera poco todo lo bueno que
se acaba de decir hasta ahora, la Carne y la Sangre, que comemos y bebemos en
la Misa, hace que Jesús se meta en
nosotros, esté en nosotros y forme parte de nosotros de un modo estable. De
esta forma, quienes comulgamos nos vamos haciendo mejores hombres, mejores
cristianos, y nos vamos transformando en
los dioses con minúscula del Dios con mayúscula. Así se nos dice en la
primera carta de san Juan: “ ” (1ª
Jn. 3, 1-2).
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