jueves, 2 de agosto de 2018

Domingo XVIII Tiempo Ordinario (B)


5-8-2018                                DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de vídeo.
Homilía en audio
Queridos hermanos:
            - Ya sabéis que, con mucha frecuencia, en mis homilías os narro cuentos, historias, anécdotas, sucesos…, que ilustran las ideas que quiero comunicaros. Hoy, como no podía ser de otro modo y habiendo escuchado el evangelio, quiero contaros esta historia. Se titula ‘el ladrillo’.
“Un joven paseaba a toda velocidad en su auto último modelo, con precaución de no atropellar a un chico cruzando la calle sin mirar; al bajar la velocidad sintió un estruendoso golpe en la puerta y al bajarse vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, la carrocería y el vidrio de la puerta de su precioso auto. Dio un brusco giro de 180 grados y regresó a toda velocidad a donde vio salir el ladrillo que acababa de desgraciar su hermoso y exótico auto.
El joven salió del auto de un brinco y agarró por los brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia un auto estacionado, le gritó:
- ‘¿Qué rayos fue eso? ¿Quién eres tú? ¿Qué crees que haces con mi auto?’ Y enfurecido continuó gritándole al chiquillo: ‘¡Es un auto nuevo y ese ladrillo que lanzaste va a costarte caro! ¿Por qué hiciste eso?’
- ‘¡Por favor, señor, por favor! ¡Lo siento mucho! No sé qué hacer’, suplicó el chiquillo. ‘Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía’. Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba hacia un lugar cercano. ‘Es mi hermano’, le dijo. ‘Se descarriló la silla de ruedas y se cayó al suelo y no puedo levantarlo’. Sollozando, el chiquillo le preguntó al ejecutivo: ‘¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Está algo herido y pesa mucho para mí solito. Soy pequeño’.
Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, el joven ejecutivo tragó el grueso nudo que se le formó en su garganta. Emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo y lo sentó en su silla nuevamente, y sacó su pañuelo de seda para limpiar un poco las cortaduras y las heridas del hermano de aquel chiquillo especial. Luego de verificar que se encontraba bien, miró, y el chiquillo le dio las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de describir nadie.
- ‘Dios lo bendiga, señor... y muchas gracias’, le dijo.
El hombre vio cómo se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su humilde casita. El ejecutivo no ha reparado aún la puerta del auto, manteniendo la hendidura que le hizo el ladrillazo, y que le recuerda que no se puede ir por la vida tan de prisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención.
Dios nos susurra en el alma y en el corazón. Hay veces que tiene que lanzarnos un ladrillo a ver si le prestamos atención. Dios habla contigo”.
            Voy a contaros una cosa personal. Cuando tenía unos 19 años sentí por primera vez en mi vida a Dios. Antes creía, porque creía. Era algo que me habían dicho y yo lo aceptaba sin ningún tipo de oposición, pero mi fe era más teórica que experiencial. Sin embargo, a partir de aquel día (todavía lo recuerdo hoy: la hora, el lugar, el momento, las personas que me rodeaban…) siempre, de una forma u otra, Dios se me ha ido manifestando. Puedes llamarlo ‘ladrillinos’ o ‘ladrillazos’, que de todo ha habido en mi vida. Así, lo primero que sucede en mí al despertarme es que Dios se me hace presente en mi mente y en mi corazón e, instintivamente, me hago la señal de la cruz a modo de saludo a ese Dios que me ama y que amo. Cuando Dios se me hace presente cada mañana al despertarme siempre me comunica algún mensaje: “te quiero”, o me presenta a una persona que sufre o que se alegra con algo, o me dice algo que hice bien, o me dice algo que hice mal. El sábado 28 de julio me dijo o sentí en mi espíritu: “Andrés, llevas una vida plana. Muchos hombres lleváis una vida plana. Sólo comer, sólo dormir, sólo respirar, sólo trabajar… La vida es más, mucho más y en la vida estoy Yo”. Y yo pensé: “Es cierto, Señor. Contigo la vida nunca es plana, sino que es algo maravilloso y nuevo cada día, y yo me lo pierdo por no vivir en Ti”. Ése fue uno de los ladrillos que Dios tiró ese día a mi bello auto de soberbia, de autosuficiencia, de egoísmo.
            - El segundo ‘ladrillazo’, que recibí también ese mismo 28 de julio al ir a preparar esta homilía, fueron las últimas palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed”.
            Como os decía el domingo pasado, durante varios domingos vamos a ir leyendo el capítulo 6 del evangelio de san Juan, en donde se nos habla de Jesús como pan de vida. Para nosotros, los cristianos, la Misa es el rito más importante que Jesús nos dejó. La noche antes de morir hizo como su testamento y nos dejó lo más precioso que tenía: no sus joyas, no sus cuentas bancarias, no sus pisos en pleno centro de Madrid, o Nueva York, o París,… No nos dejó sus tierras o fábricas… Jesús nos dejó su Cuerpo y su Sangre, que nos van a alimentar durante toda nuestra vida.
            Necesitamos alimento material para que nuestro cuerpo, nuestras articulaciones, nuestros músculos… sigan viviendo y actuando. Si no comemos, nos morimos.
            Necesitamos aire para oxigenar nuestra sangre, nuestro cerebro… para vivir. Sin aire nos morimos.
            Necesitamos amor, amistad, compañía de otras personas. Sin esto entraríamos en una depresión horrible, o en una soledad espantosa.
            Pues bien, también los cristianos necesitamos a Dios, que nos viene a través de la oración, de la escucha de la Palabra de Dios, de su perdón…, pero igualmente a través de comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús. No somos conscientes, los que comulgamos, del don y regalo tan grande que Dios nos hace en cada Misa. No son conscientes tantos cristianos, que pasan días, meses y años sin comulgar, del don tan grande que pierden. Jesús nos dice que es pan, pero sobre todo nos dice que es PAN DE VIDA. Nuestra vida sin Él no tiene sentido. Es una vida plana. Como no tenemos otra perspectiva o experiencia, no somos conscientes de esto que digo. Suenan como palabras de un cura, pero que no dicen nada real.
            Hace pocos días el gobierno autonómico de las Islas Baleares acordó declarar ‘persona non grata’ a Matteo Silvano, ministro de interior italiano y que pertenece a un partido de extrema derecha, por su política de rechazo a la inmigración. Cuando él supo lo que había hecho el gobierno balear, dijo: “Ah, ¿qué no soy bienvenido en Mallorca? ¿Y a quién le importa?” Pues, parafraseando a este político, muchos dicen: “Ah, que no comulgo el Cuerpo de Cristo y no tengo la Vida que Él me da, ¿y a quién le importa eso?” Y así razonamos en nuestro interior. Unos no comulgan y se quedan tan panchos. Otros comulgamos y, en tantas ocasiones, no notamos la Vida que Jesús nos transmite a través de la Comunión.
            Y Jesús nos sigue diciendo: “El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed”. Un día nos daremos cuenta de esta gran verdad: estamos desasosegados, inquietos, somos infelices. Nos falta algo. El único que nos puede dar todo y llenar del todo es Jesús. Que así nos lo conceda y que Dios nos haga ser conscientes de ello.

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