5-8-2018 DOMINGO XVIII
TIEMPO ORDINARIO (B)
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Ya sabéis que, con mucha frecuencia, en mis homilías os narro cuentos,
historias, anécdotas, sucesos…, que ilustran las ideas que quiero comunicaros.
Hoy, como no podía ser de otro modo y habiendo escuchado el evangelio, quiero
contaros esta historia. Se titula ‘el ladrillo’.
“Un joven paseaba a toda velocidad en su auto último
modelo, con precaución de no atropellar a un chico cruzando la calle sin mirar;
al bajar la velocidad sintió un estruendoso golpe en la puerta y al bajarse vio
que un ladrillo le había estropeado la pintura, la carrocería y el vidrio de la
puerta de su precioso auto. Dio un brusco giro de 180 grados y regresó a toda
velocidad a donde vio salir el ladrillo que acababa de desgraciar su hermoso y
exótico auto.
El joven salió del auto de un brinco y agarró por los
brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia un auto estacionado, le gritó:
- ‘¿Qué rayos fue eso? ¿Quién eres tú? ¿Qué crees que
haces con mi auto?’ Y enfurecido continuó gritándole al chiquillo: ‘¡Es un auto
nuevo y ese ladrillo que lanzaste va a costarte caro! ¿Por qué hiciste eso?’
- ‘¡Por favor, señor, por favor! ¡Lo siento mucho! No
sé qué hacer’, suplicó el chiquillo. ‘Le lancé el ladrillo porque nadie se
detenía’. Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras
señalaba hacia un lugar cercano. ‘Es mi hermano’, le dijo. ‘Se descarriló la
silla de ruedas y se cayó al suelo y no puedo levantarlo’. Sollozando, el
chiquillo le preguntó al ejecutivo: ‘¿Puede usted, por favor, ayudarme a
sentarlo en su silla? Está algo herido y pesa mucho para mí solito. Soy pequeño’.
Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo,
el joven ejecutivo tragó el grueso nudo que se le formó en su garganta. Emocionado
por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo y lo sentó en su
silla nuevamente, y sacó su pañuelo de seda para limpiar un poco las cortaduras
y las heridas del hermano de aquel chiquillo especial. Luego de verificar que
se encontraba bien, miró, y el chiquillo le dio las gracias con una sonrisa que
no tiene posibilidad de describir nadie.
- ‘Dios lo bendiga, señor... y muchas gracias’, le
dijo.
El hombre vio cómo se alejaba el chiquillo empujando
trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su
humilde casita. El ejecutivo no ha
reparado aún la puerta del auto, manteniendo la hendidura que le hizo el
ladrillazo, y que le recuerda que no se puede ir por la vida tan de prisa que
alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención.
Dios nos susurra en el alma y en el corazón. Hay veces que tiene que lanzarnos un ladrillo a ver si le prestamos
atención. Dios habla contigo”.
Voy
a contaros una cosa personal. Cuando tenía unos 19 años sentí por primera vez
en mi vida a Dios. Antes creía, porque creía. Era algo que me habían dicho y yo
lo aceptaba sin ningún tipo de oposición, pero mi fe era más teórica que
experiencial. Sin embargo, a partir de aquel día (todavía lo recuerdo hoy: la
hora, el lugar, el momento, las personas que me rodeaban…) siempre, de una
forma u otra, Dios se me ha ido manifestando. Puedes llamarlo ‘ladrillinos’ o
‘ladrillazos’, que de todo ha habido en mi vida. Así, lo primero que sucede en
mí al despertarme es que Dios se me hace presente en mi mente y en mi corazón
e, instintivamente, me hago la señal de la cruz a modo de saludo a ese Dios que
me ama y que amo. Cuando Dios se me hace presente cada mañana al despertarme
siempre me comunica algún mensaje: “te
quiero”, o me presenta a una persona que sufre o que se alegra con algo, o
me dice algo que hice bien, o me dice algo que hice mal. El sábado 28 de julio
me dijo o sentí en mi espíritu: “Andrés,
llevas una vida plana. Muchos hombres lleváis una vida plana. Sólo comer, sólo
dormir, sólo respirar, sólo trabajar… La vida es más, mucho más y en la vida
estoy Yo”. Y yo pensé: “Es cierto,
Señor. Contigo la vida nunca es plana, sino que es algo maravilloso y nuevo
cada día, y yo me lo pierdo por no vivir en Ti”. Ése fue uno de los
ladrillos que Dios tiró ese día a mi bello auto de soberbia, de
autosuficiencia, de egoísmo.
-
El segundo ‘ladrillazo’, que recibí también ese mismo 28 de julio al ir a
preparar esta homilía, fueron las últimas palabras de Jesús en el evangelio de
hoy: “Yo soy el pan que da vida. El que
viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed”.
Como
os decía el domingo pasado, durante varios domingos vamos a ir leyendo el
capítulo 6 del evangelio de san Juan, en donde se nos habla de Jesús como pan de vida. Para nosotros,
los cristianos, la Misa es el rito más importante que Jesús nos dejó. La noche
antes de morir hizo como su testamento y nos dejó lo más precioso que tenía: no
sus joyas, no sus cuentas bancarias, no sus pisos en pleno centro de Madrid, o
Nueva York, o París,… No nos dejó sus tierras o fábricas… Jesús nos dejó su Cuerpo y su Sangre, que nos van a alimentar durante
toda nuestra vida.
Necesitamos
alimento material para que nuestro cuerpo, nuestras articulaciones, nuestros
músculos… sigan viviendo y actuando. Si no comemos, nos morimos.
Necesitamos
aire para oxigenar nuestra sangre, nuestro cerebro… para vivir. Sin aire nos
morimos.
Necesitamos
amor, amistad, compañía de otras personas. Sin esto entraríamos en una
depresión horrible, o en una soledad espantosa.
Pues
bien, también los cristianos necesitamos
a Dios, que nos viene a través de la oración, de la escucha de la Palabra
de Dios, de su perdón…, pero igualmente a
través de comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús. No somos
conscientes, los que comulgamos, del don y regalo tan grande que Dios nos hace
en cada Misa. No son conscientes tantos cristianos, que pasan días, meses y
años sin comulgar, del don tan grande que pierden. Jesús nos dice que es pan,
pero sobre todo nos dice que es PAN DE VIDA. Nuestra vida sin Él no tiene
sentido. Es una vida plana. Como no tenemos otra perspectiva o experiencia, no
somos conscientes de esto que digo. Suenan como palabras de un cura, pero que
no dicen nada real.
Hace
pocos días el gobierno autonómico de las Islas Baleares acordó declarar ‘persona non grata’ a Matteo Silvano,
ministro de interior italiano y que pertenece a un partido de extrema derecha,
por su política de rechazo a la inmigración. Cuando él supo lo que había hecho
el gobierno balear, dijo: “Ah, ¿qué no
soy bienvenido en Mallorca? ¿Y a quién le importa?” Pues, parafraseando a
este político, muchos dicen: “Ah, que no
comulgo el Cuerpo de Cristo y no tengo la Vida que Él me da, ¿y a quién le
importa eso?” Y así razonamos en nuestro interior. Unos no comulgan y se
quedan tan panchos. Otros comulgamos y, en tantas ocasiones, no notamos la Vida
que Jesús nos transmite a través de la Comunión.
Y
Jesús nos sigue diciendo: “El que viene a
mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed”. Un día nos daremos cuenta de esta gran
verdad: estamos desasosegados, inquietos, somos infelices. Nos falta algo. El
único que nos puede dar todo y llenar del todo es Jesús. Que así nos lo conceda
y que Dios nos haga ser conscientes de ello.
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