30-3-2018 VIERNES
SANTO (B)
La muerte no se
produce sólo cuando uno deja de respirar. Existen distintos actos o hechos que
suceden en el ser humano y que culminan con el dejar de respirar. Uno de los primeros actos de la muerte de
Jesús sucedió en el HUERTO DE LOS OLIVOS. Allí experimentó Jesús algunos
síntomas de muerte: soledad, terror, angustia… Vamos a verlo con más detalle:
-
Cuando Jesús y sus discípulos (menos uno) salieron del local en donde habían
celebrado la fiesta judía, se dirigieron al huerto de los olivos, a Getsemaní.
Y aquí tuvo lugar un hecho sorprendente: se
nos relata un diálogo de la oración de Jesús con su Padre Dios. En otros
momentos del evangelio se nos ha dicho que Jesús oró, o que Jesús dijo esta
frase u otra en un momento de oración[1],
pero en ningún otro lugar se nos detalla con tanto lujo de detalles una oración
de Jesús[2]: “Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad
llamada Getsemaní, les dijo: ‘Quedaos aquí, mientras yo voy allí a orar’. Y
llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y
a angustiarse. Entonces les dijo: ‘Mi alma siente una tristeza de muerte. Quedaos
aquí, velando conmigo’. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra,
orando así: ‘Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no
se haga mi voluntad, sino la tuya’. Después volvió junto a sus discípulos y los
encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: ‘¿Es posible que no hayáis podido
quedaros despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Velad y orad para no caer en
tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil’. Se alejó
por segunda vez y suplicó: ‘Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo
lo beba, que se haga tu voluntad’. Al regresar los encontró otra vez durmiendo,
porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por
tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus
discípulos y les dijo: ‘Ya podéis dormir y descansar: ha llegado la hora en que
el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos!
¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar’” (Mt. 26,
36-46; Mc. 14, 32-42; Lc. 22, 39-46).
Jesús tuvo una oración
de angustia, de terror, de miedo, de inquietud, de un ir y un venir (hasta tres
veces se alejó un poco para suplicar al Padre). Esta oración de Jesús quiso ser
acompañada, que no en comunidad, sino acompañada de sus tres amigos-discípulos
preferidos, pero ellos no estuvieron a la altura y Jesús tuvo que hacer esta
oración en la más terrible de las soledades: Parecía que Dios Padre no le escuchaba ni le respondía; sus tres amigos
estaban dormidos y tampoco tenían palabras de consuelo, de ánimo o de simple
compañía. Jesús estuvo completamente solo[3].
Pero Jesús no se echó atrás en ningún momento. Sabía bien lo que le esperaba;
ya se lo habían anunciado antes (Lc. 9, 31).
- Conviene fijarse en
algunos detalles distintos que nos
dan los evangelistas: por ejemplo, Marcos
es el único que pone en labios de Jesús la palabra
“Abba” (Mc. 14, 36) al dirigirse
a Dios, mientras que Lucas y Mateo le ponen la palabra “Padre”. La palabra “Abba”
indicaba una confianza absoluta, pues Dios, para Jesús, no sólo era el Padre,
sino y sobre todo era ‘su papaíto’. Ya sabemos que este término era el usado
por los niños judíos para dirigirse a sus padres y que escandalizó a los
fariseos y sumos sacerdotes, pues Jesús la usó para dirigirse a Dios.
De igual modo nos
hemos de fijar en el evangelio de Lucas,
que nos aporta dos novedades: 1) se
nos dice que, durante la oración, un
ángel confortaba a Jesús[4]
(Lc. 22, 43), y 2) que, era tal la angustia y el miedo que Jesús tenía por lo
que se le venía encima, y la intensidad con la que oraba, que “le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre[5]”
(Lc. 22, 44).
[1] “En
aquel momento Jesús dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por
haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a
los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido’” (Mt. 11, 25-26).
[2] Sí que existe otro momento en los
evangelios en los que se narra con muchos detalles el diálogo que Jesús mantuvo
con una realidad espiritual, con el Maligno en persona. Se trata del episodio
de las tentaciones al inicio de su vida pública: Mt. 4, 1-11; Lc. 4, 1-13.
[3] Episodio de la niña que ayudó al
anciano viudo a llorar.
[4] Aunque Jesús no lo viese ni lo
sintiese, pero estaba animándolo a cumplir la voluntad de Dios. También
nosotros en nuestros momentos de sufrimiento tenemos a un ángel que nos
conforta, aunque no lo percibamos sensiblemente.
[5] Ante la muerte, un hombre puede
quedar cano en una sola noche, o ‘sudar sangre’. En una revista médica he
encontrado esta aportación que nos explica el episodio que tuvo Jesús en el
huerto de los olivos: “La pasión física
de Jesús comienza en Getsemaní. Todos hemos leído que Jesús sudó sangre y
muchos nos hemos preguntado por la veracidad de este hecho. Aunque es muy raro,
el fenómeno del sudor de sangre es bien conocido por la ciencia médica. Es interesante que el médico del grupo,
Lucas, sea el único que menciona este fenómeno. El sudar sangre,
hematidrosis o hemohidrosis, se produce en condiciones excepcionales: para
provocarlo se necesita un debilitamiento físico, y se atribuye a estados muy
altos de estrés; esto provoca una presión muy alta y congestión de los vasos
sanguíneos de la cara; la presión alta y la congestión provoca pequeñas
hemorragias en los capilares de la membrana basal de la piel y algunos de estos
vasos sanguíneos se encuentran adyacentes a las glándulas sudoríparas. La
sangre se mezcla con el sudor y brota por la piel. Esta es la primera perdida
de líquidos corporales que experimentó Jesús (aproximadamente de 150 a 200
ml.). Todo lo anterior, estrés, perdida sanguínea por la hematohidrosis,
provoca en el cuerpo humano un aumento del metabolismo en su fase catabólica
(consumo); este mismo se refleja directamente en el consumo principal de
carbohidratos (glucógeno), esta reserva es muy pobre y se acaba pronto, por lo
que se inicia un estado en el cual se consumen las proteínas del cuerpo y el
catabolismo. En condiciones normales este mismo, puede estimular la
redistribución de líquido del espacio intracelular al extracelular. Es decir,
que el paciente comienza a hincharse. La piel se hace más frágil y vulnerable a
cualquier trauma”. Pienso ahora en los golpes que recibió Jesús de los
criados y soldados judíos, y en la flagelación a manos de los soldados romanos.
La piel de Jesús debió de quedar rota y en mil pedazos ya antes de su muerte.
El sufrimiento más grande de Jesus, fue la soledad que tuvo de parte de los suyos, y de todos nosotros. El que fue el más grande de los grandes, lo golpeamos, lo crucificados y lo abandonamos. Su muerte se parece a los de tantos hermanos, que mueren de hambre y sed de justicia. Bendito seas por siempre Señor.
ResponderEliminar