24-2-2019 DOMINGO VII
TIEMPO ORDINARIO (C)
¡Menudo
evangelio que acabamos de escuchar! Parece esto el ‘más difícil todavía’. Sin
embargo, aquí Jesús establece una limitación, pues este evangelio no es para
todos, sólo para los que lo escuchan. Dice Jesús: “A los que me escucháis os
digo...” Jesús se dirige… no a los que oyen y no retienen, no a los que
oyen, comprenden y rechazan por ser imposible de cumplir o por no estar de
acuerdo con esto. Este evangelio es para
los que escuchan, aceptan, se fían de la persona que se lo dice (Jesús), porque
saben que no les va a engañar.
- En el evangelio de hoy Jesús habla
de enemigos. Pero, ¿qué enemigos tenemos nosotros? Y ¿qué tenemos que hacer con
nuestros enemigos? Hace un tiempo los árabes mataron a tres soldados israelíes;
éstos lanzaron un ataque y mataron a algunas personas, entre ellas a un jefe
espiritual de un grupo radical; a su vez los árabes en represalia volvieron a
lanzar bombas y mataron a una niña judía de 5 años; a su vez los judíos
lanzaron bombas a los campos de refugiados palestinos; a su vez... Como dice el
refrán: “Al enemigo ni agua y en el
desierto bacalao”.
Lisias,
un ateniense del siglo V antes de Cristo, decía: “Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño
a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos”. Pero ya Shakespeare
dijo: “Cuidado con la hoguera que
enciendes contra tu enemigo, no sea que te chamusques a ti mismo”.
-
Preguntamos: “Señor, pero ¿quién puede
amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos
maldicen, rezar por los que nos injurian, hacer el bien sin esperar nada a
cambio, ser bueno con los malvados y desagradecidos? ¿Quién?” Respuesta: “Nadie”. Hemos de ser así de sinceros.
De otro modo, la Iglesia, yo… os estaríamos engañando. Este evangelio nunca podrá ser cumplido... desde uno mismo, SOLO
PODREMOS CUMPLIRLO DESDE DIOS:
En efecto, nadie podrá
amar a los enemigos, si antes no se ha visto como enemigo de Dios y, A PESAR DE
ELLO, amado por Dios.
Nadie podrá hacer el
bien al que lo odia, si antes no se ha visto odiando y rechazando a Dios con su
vida y sus obras, y, A PESAR DE ELLO, uno percibe claramente por toda respuesta
que Dios le sigue haciendo el bien.
Nadie podrá bendecir a
los que le maldicen, si antes no se ha visto bendecido por Dios, cuando ha
maldecido él mismo a ese mismo Dios directamente o a través de sus amados
hijos.
Nadie puede hacer el
bien sin esperar nada a cambio, si antes no ha tenido la experiencia en su vida
de que Dios le ha hecho (y sigue haciendo) el bien una y otra vez, a pesar de su
miserable respuesta.
¿Cuántas veces nos
hemos confesado y hemos sigo acogidos por Dios con cariño y paciencia, y no
hemos sentido sus gritos y sus recriminaciones diciéndonos que ya estaba bien,
que a ver cuándo espabilábamos o nos reformábamos de una vez?
POR
ESO, TODO ESTO SOLO LO PUEDE HACER CON LOS DEMÁS QUIEN HA TENIDO EXPERIENCIA DE
QUE DIOS LO HA HECHO PRIMERO CON ÉL MISMO. Así es como han funcionado los
santos.
-
Sí, el creyente en Cristo no puede hacer de la venganza parte de su equipaje de
vida; su respuesta a las acciones de los otros, aunque sean dolorosas y
malignas, han de proceder desde la bendición, desde el amor, desde la oración,
al igual que Jesús. Si no, como nos dice el evangelio de hoy: ¿qué mérito
tendríamos?
“Ocurrió durante la última guerra mundial. En el campo
de batalla, un joven soldado encontró a un enemigo que estaba herido en el suelo.
Por un momento dudó en acercarse a él. No se fiaba. Apuntándole con su fusil,
fue acercándose poco a poco. El enemigo le pidió ayuda. Después de ver que no
estaba armado, le ayudó. Lo cargó a sus espaldas y lo sacó de aquel lugar. Le
llevó a un bosque cercano. Allí intentó ayudarle como pudo. Le hizo un vendaje
y le dijo: ‘Creo que con esto podrás aguantar. Cuando recuperes las fuerzas,
podrás volver con los tuyos. Espero no luchar nunca contra ti’.
El enemigo no le dijo nada. Se llevó la mano a un
bolsillo, sacó una cadenita de oro y se la dio en agradecimiento. Y el joven
soldado se marchó.
Pero a la mañana siguiente, se produjo una fuerte
batalla y el joven soldado quedó herido gravemente en una pierna. Fue tomado
prisionero por el enemigo. Lo llevaron a un campo de concentración. Y allí fue
atendido por una enfermera enemiga, que hizo todo lo posible por curarlo. Le
atendió con mucho cariño, porque en él veía reflejado a su hijo que también
estaba luchando en la guerra.
El joven soldado no sabía cómo darle las gracias. Ni
su propia madre le hubiera cuidado tan bien. Buscó en uno de sus bolsillos y
sacó aquella cadenita de oro para dársela en agradecimiento. Cuando la
enfermera vio aquello, con voz temblorosa le preguntó: ‘¿Cómo has conseguido
esto?’
El joven se lo explicó todo, y al instante, la
enfermera comenzó a llorar de alegría, porque aquella cadenita de oro que le
entregaba, pertenecía a su querido hijo”.
- Vamos a escuchar de nuevo las
palabras del evangelio de hoy: “En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘A los que me escucháis os digo:
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que
os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla,
preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien
te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás
como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué
mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien
sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo
hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También
los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad
a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran
premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y
desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y
no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada,
remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros’”.
Resumiendo:
Los principios del evangelio que acabamos de escuchar se basan en dos grandes
pilares: 1) Ya lo dicen muchas religiones, hay
que tratar a los demás como queremos que ellos nos traten a nosotros. 2) El
segundo pilar va mucho más allá. Al ser
hijos de Dios tenemos que actuar con la misma generosidad de Dios, es decir,
Jesús nos pide que seamos tan santos como Dios, que es la fuente de toda
santidad.
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