17-2-2019 DOMINGO VI
TIEMPO ORDINARIO (C)
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El sábado 9 de marzo, en la Catedral de Oviedo, van a ser beatificados 9
seminaristas, que murieron mártires entre 1934 y 1937, en la Revolución del 34
y en la Guerra Civil Española.
Uno
de estos seminaristas (Jesús Prieto López) es de una de nuestras parroquias: de
santa María de La Roda. Vamos a tener un beato en los altares (hay muchos más
de estas parroquias, aunque no hayan sido canonizados y/o beatificados), pero
Jesús Prieto va a ser el primero de modo oficial. Quisiera en esta homilía
contaros algunas cosas de estos seminaristas.
Seis
murieron en la Revolución de 1934. Fueron Jesús Prieto López[1] con 22 años. Ángel Cuartas
Cristóbal, de Lastres y con 24 años. Mariano Suárez Fernández, de El Entrego y
con 23 años. César Gonzalo Zurro Fanjul, de Avilés y con 21 años. José María
Fernández Martínez, de Pola de Lena y con 19 años. Juan José Castañón
Fernández, de Moreda y con 18 años.
Tres
murieron durante la Guerra Civil: Luis Prado García, de san Martín de Laspra;
murió el 4 de septiembre de 1936 y con 21 años. Manuel Olay Colunga, de Noreña;
murió con 25 años el 22 de septiembre de 1936. Sixto Alonso Hevia, de Luanco;
murió el 27 de mayo de 1937 con 21 años.
- Apenas había
comenzado el curso, se iniciaron revueltas en las cuencas de Mieres, Langreo...
Exactamente, en la madrugada del día cinco. Toda esta fecha transcurrió en el
Seminario sin otra novedad que la inquietud y zozobra producidas por las
noticias que iban llegando, de cuanto sucedía.
Durante
la noche, se oía el tiroteo y éste se fue intensificando en la mañana del
sábado, día seis. A medida que las horas pasaban, la intranquilidad iba
apoderándose de los seminaristas los cuales, con la consiguiente cautela iban
observando el curso de los acontecimientos, especialmente el proceso del
combate que se libraba hacia San Lázaro,
entre los que venían en dirección a la ciudad y la fuerza pública que
trataba de contenerlos. Al fin, cesó el tiroteo a poco más de las dos de la
tarde, tomándose este fenómeno como indicio del final de la lucha. Enseguida atacaron
al Seminario por todas partes, principalmente por el lado de la plaza de Santo
Domingo.
Precipitadamente,
como se pueda, hay que abandonar el Seminario; provéense los que hallan medios
para ello de traje de seglar y se lanzan hacia el campo por las ventanas y
galerías sobre el prado que se halla al lado atrás del edificio. De allí, en
distintas direcciones. El grupo más numeroso se introduce primeramente en un
casa desalquilada y este grupo, junto con algunos más que recogerán los
revoltosos en puntos muy variados, serán hechos prisioneros y conducidos a
Mieres hasta el momento de ser liberados por las fuerzas del Gobierno que
entrarán en Mieres poco después de mediodía del viernes, día 19.
Hubo
varios que, al salir del Seminario, atravesaron la carretera del Monte de Santo
Domingo y lograron refugiarse en uno de los sótanos de las casas adyacentes al
lado Sur de la misma carretera. Techo bajo, humedad en el suelo, frío en el
ambiente.
Nos
hallamos al atardecer del mencionado día seis. Los que allí estaban, eran los
siguientes: Angel Cuartas Cristóbal, de quinto año de Sagrada Teología;
Mariano Suárez, de cuarto; Jesús Prieto, de tercero; Gonzalo Zurro Fanjul, de
segundo; José María Fernández Martínez, de primero; Juan Castañón, de tercero
de Filosofía. Estos eran los que habían de sufrir la muerte y es curioso notar
cómo cada uno de ellos pertenecía a un curso diferente y todos los cursos
tenían su representación. Además de los citados, se hallaban allí el P. Esteban
Sánchez, O.P. y otros dos seminaristas Juan Alonso Pérez, de primero de
Teología y José González García, de tercero de Filosofía.
Allí
pasaron toda la noche del seis al siete y la mañana del día siete. Es admirable
leer el relato del sobreviviente José González y los diálogos que sostenían,
fiel reflejo de su disposición de ánimo. Tuvieron, naturalmente, sus tiempos
de silencio; pero aparte de eso, rezaron el Santo Rosario más de una vez,
recibieron bendiciones del P. Dominico y el que lo estimó conveniente se
confesó con él, hicieron una oferta común de ir todos a Covadonga si salían
ilesos y otras ofertas particulares. Hasta llegan a tratar sobre sí, en caso de
que los fusilasen, merecerían el glorioso título de mártires... Proponen dar un
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!, en caso de fusilamiento.
Entre
doce de la mañana y una de la tarde, después de haber pasado veinticuatro horas
sin comer ni beber, pareciéndoles que no había gente por los alrededores, se
dispuso a salir uno de ellos, Gonzalo Zurro. Saltó una tapia, atravesó una
callejuela y un patio y al salir a la calle fue descubierto: "Ya caíste,
pájaro". Dijéronle que no les pasaría nada; y, dando orden a los demás de
que salieran, fiados en que nada les harían sino presentarlos al Comité, salieron
todos, a excepción del P. Dominico y el seminarista Juan Alonso.
Los
otros siete, con toda diligencia custodiados, subieron por la travesía del
Monte de Santo Domingo hasta dar vuelta a la esquina, en dirección hacia San
Lázaro. La gente que por allí se había congregado no cesaba de gritar,
insultándolos y apostrofándolos. Doblada la esquina, habían andado unos pasos
por la carretera, camino de San Lázaro, cuando les ordenaron hacer alto junto
a un portón. Pasaron muy breves minutos y entonces uno de los que allí mandaban
se puso en frente de Zurro, a unos cinco metros a lo sumo. Zurro, al ver que la
actitud que adoptaba era de disparar, gritó: "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva
España Católica!" Comienzan los disparos. Caen mortalmente heridos los
tres primeros: Gonzalo Zurro, Ángel Cuartas y Mariano Suárez. Caídos los tres,
el asesino disparó sobre el cuarto, José González García, los tres últimos
cartuchos del cargador, errando los tres. Entonces otro revolucionario hizo
sobre el mismo José por la espalda un disparo de pistola, hiriéndole en el
muslo de poca gravedad y cayó éste junto a los compañeros. Los asesinos
siguieron disparando, hasta que cayeron los otros tres seminaristas: Jesús
Prieto, José María Fernández y Juan Castañón. Finalmente, fueron rematando a
tiros y golpes a los que aún tenían algo de vida.
Hubo,
sin embargo, una excepción: José González. Al intentar disparar nuevamente contra
él, salió al paso una mujer diciendo: "Este no es de los curas",
[pues no le veía corona]. Le interrogaron y contestó que, en efecto, no era
cura sino estudiante. Uno de los que allí estaban que parecía tener algo de
mando, dio orden de llevarlo a Mieres como prisionero...
Los
seis seminaristas fueron más tarde trasladados al cementerio y enterrados en
montón con otros cadáveres. El día 28 siguiente, a las tres semanas del
fusilamiento, también domingo, obtenido el correspondiente permiso de la Autoridad
Militar, fueron desenterrados por la Cruz Roja, convenientemente identificados
y sepultados de nuevo.
-
Manuel Olay Colunga estuvo oculto
durante la Guerra Civil hasta que el 18 de Junio de 1937 fue descubierto y
detenido. Estuvo preso en la ‘Iglesiona’ de Gijón cinco días, después de los
cuales fue destinado a fortificar en San Esteban de las Cruces, junto a Oviedo.
Su hermana Faustina contó: “Según dijeron los compañeros, a Manuel lo
mandaron ir por un ladrillo y le tiraron un tiro por detrás y lo mataron. A
Manuel lo persiguieron porque estaba en el Seminario, porque iba para
sacerdote”.
Sixto
Alonso Hevia
estaba pasando las vacaciones de verano en su casa, cuando estalla la guerra. A
él, junto con su padre, los encierran en la iglesia, que hacía de cárcel.
Motivo: ser católico el padre, y ser seminarista el hijo. En plena guerra fue
llamada su quinta al frente. Fue llevado a la parte de Cangas de Onís, aunque
estuvo poco tiempo. En seguida murió: El
día 27 de Mayo de 1937, estando en el puerto de Ventanielles, concejo de
Ponga, cuando se hallaba haciendo un poco de chocolate en un montículo, le
sorprendieron unos desalmados, le desnudaron de medio cuerpo arriba y le
apuñalaron, mientras clamaba a Dios y les suplicaba le dejasen morir.
Covadonga nos narra
este precioso detalle de su hermano Sixto: “También una cosa que me tiene
dicho mucho mi madre, después de que pasó todo, es que mi hermano Sixto les
decía: ‘-Si a mí me pasa algo. Vds. tienen que perdonar’. Mi padre le
contestaba que si alguna vez le pasaba algo que nunca les perdonaría. Mi
hermano decía que sí porque a él que no le importaba”.
Luis
Prado García
estaba escondido desde el inicio de la Guerra Civil, pero fue descubierto y fue
llevado a Salinas. Una noche lo sacaron y lo llevaron a Gijón para matarlo. Un
médico que certificaba el fallecimiento de los fusilados había recogido sus
pertenencias personales y dio detalles de su muerte. Por ejemplo, de Luis decía que tenía 11
tiros y decía dónde: en el vientre, en una mano, en la cabeza. Le mandaron
levantar la mano y decir algo, y Luis dijo: “-¡Viva Cristo!” Y en la
mano le pegaron un tiro. Le volvieron a decir: “-Levanta la mano y di: ¡Viva
la República!” Volvió a levantar la mano y dijo: “-¡Viva Cristo!” Y
entonces le pegaron cinco tiros en el vientre. Y todavía dijo: “-¡Viva
Cristo!”, con las balas en el vientre y luego le dieron un tiro en la
cabeza.
[1] Sus padres se llamaban José María
Prieto y su madre Marcelina López Acebedo. Tuvieron once hijos. Jesús fue el
séptimo. Influyó mucho en su vocación D. Jesús, párroco del Monte. Era un santo
sacerdote que, lo mismo que a Jesús, había enviado a otros chicos al Seminario,
muchos de los cuales han sido y son sacerdotes. Según nos dice Francisco,
hermano de Jesús: “Los gastos del Seminario los pagaba D. Jesús (el párroco)
prácticamente casi todo, algo lo pagábamos nosotros, pero casi todo él. Era
bueno porque para él todo estaba bien, no discutía con los hermanos. Todo
estaba bien para él. Mi hermano era trabajador, mucho. Claro que no trabajaba
con nosotros porque tenía que estudiar. Cuando había vacaciones, pues estudiaba
igual con D. Jesús. Iba a la escuela de D. Jesús, a la parroquia del Monte.
Jesús no era de hablar mucho, pero lo que decía lo hablaba en su sitio.
Charlatán no era. Jugaba con los hermanos, pero sin noción ni intención de
maldad”.
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