1-11-2018 TODOS LOS
SANTOS (B)
Hace
unos años, al poco tiempo de llegar a estas parroquias, asistí en los últimos
momentos de su vida a un hombre, que sabiendo que se moría, me pidió varias
cosas. Una de ellas es que el coro pudiera cantar en su funeral ‘al atardecer
de la vida te examinarán del amor’. Es una canción muy bonita y cuya letra está
tomada de San Juan de la Cruz. Sí, al atardecer de nuestra vida, una vez
fallecidos, Dios nos examinará a todos y cada uno de nosotros de amor: del amor
que hemos tenido hacia los hermanos y del amor que hemos tenido hacia Dios.
Todos seremos
examinados de amor, pero este amor no se improvisa al final de nuestra vida,
sino que ese amor hay que irlo construyendo día a día, hora a hora. Fijaros en
las cinco doncellas necias del evangelio. Éstas no cuidaron el aceite de sus
lámparas durante su vida[1]. Sí, las doncellas
necias quisieron a última hora aprovecharse del aceite que tenían las doncellas
prudentes. En el evangelio se nos dice claramente que Jesús no aceptó esta
intención de las necias. ¿Por qué? Pues
porque este evangelio nos llama a todos a las responsabilidad personal. Sí,
cada uno de nosotros somos responsables de nuestros propios actos. El
evangelio termina así: “Más tarde
llegaron también las otras doncellas, diciendo: ‘Señor, señor, ábrenos.’ Pero
él respondió: ‘Os lo aseguro: no os conozco’”. No podemos decir: ‘¡Qué malo
es el esposo que no abrió a las necias!’ Hay que madurar y asumir las
consecuencias de las propias decisiones. Basta de echar la culpa al otro, al
gobierno, al vecino, a los padres, a Dios… Seamos maduros y responsables de
nuestros propios actos. Fueron las doncellas necias quienes no se cuidaron de
llevar reserva de aceite; fueron las necias quienes quisieron que las otras les
dejaran aceite y así no habría aceite ni para unas ni para otras, es decir,
pidieron que las demás taparan su desidia y su pereza.
Voy a contaros un
cuento que va en esta línea de asumir responsabilidades: “Llegado el momento de poner un nombre a su primogénito, un hombre y su
mujer empezaron a discutir. Ella quería que el niño se llamase igual que el
abuelo materno, y él quería ponerle el nombre del abuelo paterno. Finalmente,
acudieron al párroco para que solventara la cuestión.
‘¿Cuál
era el nombre de tu padre?’, preguntó el párroco al marido. ‘José’, dijo el
marido.
‘¿Y
cómo se llamaba el tuyo?’, preguntó a la mujer. ‘José’, dijo la mujer.
‘Entonces,
¿cuál es el problema?’, preguntó perplejo el párroco.
‘Verá,
Vd., señor cura’, dijo la mujer. ‘Mi padre era un sabio, y el suyo era un
ladrón de caballos. ¿Cómo voy a permitir que mi hijo se llame igual que un
hombre como ése?’
El
párroco se puso a pensar en el asunto muy seriamente, porque se trataba de un
problema verdaderamente delicado. No quería que una de las partes se sintiera
vencedora y la otra perdedora. Al fin, dijo: ‘Os sugiero lo siguiente: llamad
al niño José; luego esperad a ver si llega a ser un sabio o un ladrón de
caballos, y entonces sabréis si le habéis puesto el nombre de uno o de otro
abuelo’”.
Si al final de nuestra vida somos un hombre
sabio o un ladrón de caballos, será responsabilidad nuestra. Si al final de
nuestra vida somos una doncella necia o una doncella prudente, será
responsabilidad nuestra. Si al final de la vida somos una cigarra o una
hormiga, será responsabilidad nuestra. Si al final de nuestra vida somos
invitados a entrar en el banquete del Reino de Dios o somos rechazados, será
responsabilidad nuestra. Y esto lo comprendió perfectamente aquel feligrés
mío que atendí al poco de llegar a estas parroquias de Tapia. Por eso, me pidió
que en su funeral se cantara esta canción de ‘al atardecer de la vida te
examinarán del amor’.
Pero alguien puede
preguntar, ¿de qué se compone ese “aceite” de las doncellas o ese amor a Dios y
a los hombres, a que hace referencia San Juan de la Cruz y que hay que
practicar cada día de nuestra vida? Pues se compone de la lectura sosegada y
constante de la Palabra de Dios; de la meditación y oración persistente sobre
la Palabra de Dios; de la práctica de las buenas obras, en primer lugar, en mi
propia casa, con mi propia familia, pero también con los vecinos y con los
extraños; de la práctica de la misericordia; de la práctica de la voluntad
divina; de la petición invariable de perdón ante Dios por nuestros pecados y
ante los hombres por el daño que les causamos; de la confianza absoluta en
Dios, tanto ante lo bueno como ante lo malo que nos suceda…
Sí
muriéramos ahora mismo y ahora mismo fuésemos examinados de amor. ¿Estaríamos
aprobados o suspensos? Pues estamos a tiempo de seguir construyendo ese amor en
nosotros y de aumentar y guardar el aceite para nuestras lámparas.
¡Que así sea!
[1] Estas doncellas vivieron la fábula
de la cigarra y la hormiga. ¿Recordáis la historia?: ‘La cigarra era feliz disfrutando del verano: El sol brillaba, las
flores desprendían su aroma...y la cigarra cantaba y cantaba. Mientras tanto su
amiga y vecina, una pequeña hormiga, pasaba el día entero trabajando,
recogiendo alimentos.
- ¡Amiga
hormiga! ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo mientras
canto algo para ti, le decía la cigarra a la hormiga.
- Mejor
harías en recoger provisiones para el invierno y dejarte de tanta holgazanería,
le respondía la hormiga, mientras
transportaba el grano, atareada.
La
cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga. Hasta que un
día, al despertarse, sintió el frío intenso del invierno. Los
árboles se habían quedado sin hojas y del cielo caían copos de nieve, mientras
la cigarra vagaba por campo, helada y hambrienta. Vio a lo lejos la casa de su
vecina la hormiga, y se acercó a pedirle ayuda.
- Amiga
hormiga, tengo frío y hambre, ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha
comida y una casa caliente, mientras que yo no tengo nada.
La
hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra. - Dime amiga
cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué hacías
mientras yo cargaba con granos de trigo de acá para allá?
-
Cantaba y cantaba bajo el sol- contestó la cigarra.
- ¿Eso
hacías? Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno.
Y le
cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, que había aprendido la lección’.
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