25-11-18 JESUCRISTO,
REY DEL UNIVERSO (B)
Vamos
a celebrar hoy esta hermosa fiesta que cierra este año litúrgico. El próximo
domingo estaremos en otro nuevo año litúrgico y celebraremos el primer domingo
de Adviento.
-
Vamos a tratar de entender y de vivir un poco esta fiesta de Jesucristo, Rey
del Universo. Empezamos, como muchas veces, con un hermoso cuento, que quizás
ya conozcáis:
La Tienda de
Dios
“A Dios se
le ocurrió instalar una tienda en el principal centro comercial de la ciudad.
En esta tienda se podía adquirir lo que se necesitara en la vida. Era una
tienda elegante, con personal celestial atento a las necesidades de los
clientes. Sí, en ese lugar la gente podría comprar todo lo que necesitaba: ser
amado, felicidad, alegría, riqueza material y todo lo que el hombre pudiera
imaginar. Y llegó un cliente ambicioso que solicitó le dieran su pedido:
– ¿Qué
desea, señor?
- Felicidad
y amor.
– ¿Algo más?
-le preguntó el vendedor.
-
¿Se puede pedir aún más? -respondió
el cliente.
– Todo lo
que usted necesite.
- Pues mire,
necesito además: paz espiritual, prosperidad, alegría y sabiduría para
comprender a los demás.
- ¿Eso es
todo? -replicó el vendedor.
Sorprendido
el comprador agregó: - Si además de todo lo que he pedido, se lo pudieran
entregar también a mis amigos, a todo el personal de mi empresa y de ser
factible a mi ciudad, a mi país y todo el mundo…
El vendedor
cerró el pedido y le entregó al cliente su mercancía en un pequeño sobre. El
cliente escéptico, recibió el pequeño sobre y exclamó:
– ¿Es todo
lo que va a entregarme?
Y el
vendedor le respondió: - Usted no ha entendido la filosofía de nuestra tienda: aquí vendemos semillas y no frutos. A
usted le corresponde pagar el precio de su pedido, es decir, deberá sembrarlas
en tierra fértil, cuidarlas, podarlas y vigilar cuidadosamente su crecimiento
y, si usted tiene la paciencia, el cariño y la pasión que requieren estas
semillas, darán el fruto que usted desea para toda la humanidad”.
En efecto, el Reino de Dios, que ya está presente en nuestra tierra de
algún modo, y la Iglesia no son frutos acabados. Son semillas, que nosotros
hemos de plantar (junto con Dios), regar, escardar, abonar, cosechar…Vamos a plantar unas cuantas semillas:
Que Dios acabe con las guerras de este mundo.
Que Dios acabe con las injusticias de este mundo.
Que Dios acabe con las enfermedades, con los sufrimientos de este mundo.
Que Dios acabe con el hambre de este mundo.
Que Dios nos dé la paz a este mundo.
Que Dios nos traiga justicia para este mundo…
“Cuenta una leyenda árabe que un hombre paseaba en
cierta ocasión por una ciudad y, de repente, se encontró con una niña que
lloraba por el hambre. El hombre aquel levantó su vista al cielo y gritó: ¿Por
qué dejas que esta niña tenga hambre y no haces nada por ella? Y desde el cielo
bajó una voz que decía: Te he creado a ti”.
- En
el prefacio de la Misa de hoy, de Cristo Rey, se dice que el Reino de Dios es “el Reino de la verdad y la vida, el Reino de la
santidad y la gracia. El Reino de la justicia, el amor y la paz”. Todo esto es cierto. Allá arriba la verdad, la vida, la santidad, la gracia, la justicia, el amor, la paz… son
frutos, pero aquí, en la tierra, todo esto son semillas que Jesús nos ha
entregado a cada uno de nosotros con una misión muy concreta. La misión está
contenida en el cuento de la Tienda de Dios: “A usted le
corresponde pagar el precio de su pedido, es decir, deberá sembrarlas en tierra
fértil, cuidarlas, podarlas y vigilar cuidadosamente su crecimiento y, si usted
tiene la paciencia, el cariño y la pasión que requieren estas semillas, darán
el fruto que usted desea para toda la humanidad”.
Cuando decimos y gritamos a Dios que acabe con la guerra en el mundo, ¿qué
cosas concretas estamos haciendo nosotros en nuestra casa, en nuestra familia,
en nuestro trabajo, en nuestra parroquia, en nuestro pueblo… por la paz?
Cuando decimos y gritamos a Dios que acabe con las injusticias en el mundo,
¿qué cosas concretas estamos haciendo nosotros en nuestra casa, en nuestra
familia, en nuestro trabajo, en nuestra parroquia, en nuestro pueblo… por la
justicia y por ser justos?
Cuando decimos y gritamos a Dios que acabe con las enfermedades y
sufrimientos en el mundo, ¿qué cosas concretas estamos haciendo nosotros en
nuestra casa, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestra parroquia, en
nuestro pueblo… por la atención a los enfermos, a los ancianos, y para que no
seamos fuente de dolor para otros con nuestras palabras y comportamientos?
Cuando decimos y gritamos a Dios que acabe con el hambre en el mundo, ¿qué
cosas concretas estamos haciendo nosotros en nuestra casa, en nuestra familia,
en nuestro trabajo, en nuestra parroquia, en nuestro pueblo… por compartir los
bienes que están a nuestro alcance?
Como nos dice muy bien Jesús, “es más
fácil ver la paja en el ojo ajeno, que la viga en el propio” (Mt. 7, 3-5).
Es más fácil echar la culpa a Dios de la guerra que hay en el mundo, que
comprometerse y trabajar por la paz a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Es más fácil
echar la culpa a Dios del sufrimiento que hay en el mundo, que comprometerse y
trabajar por los que sufren, por quitar dolores, por acompañar a los que están
solos, y que no ser uno mismo causa de sufrimientos para los otros. Es más
fácil echar la culpa a Dios del hambre que hay en el mundo, que darse cuenta de
las cosas innecesarias que tenemos, de los gastos inútiles que hacemos, del
consumismo que realizamos, de la codicia que nos esclaviza, del egoísmo tan
atroz que nos devora para no compartir con los otros y acaparar más y más. Es
más fácil echar la culpa a Dios y a los otros, que ser conscientes de nuestros
propios pecados, errores y de cómo somos causantes de algunos de los males que
padece este mundo.
Por lo tanto, en la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, se nos llama a
todos los hombres, pero sobre todo a los creyentes, a comprar semillas en la
Tienda de Dios; semillas de paz, de amor, de justicia, de compartir, de
perdonar, de acompañar…, y a plantarlas, cuidarlas, regarlas, vigilarlas hasta
que crezcan y den fruto para nosotros y para los demás. Si lo hacemos así,
entonces estaremos celebrando esta fiesta tal y como Dios quiere.
¡Que así sea!
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