18-11-2018 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (B)
En la homilía
de hoy quisiera comentar estas palabras de Jesús en el evangelio: “El cielo
y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Es decir, hay cosas que pasan y cosas que no pasan. Las cosas que pasan y
no permanecen para siempre son cosas relativas y así hay que tomarlas y
vivirlas, pero hay otras cosas que permanecen siempre y han de ser consideradas
como absolutas. Básicamente esto es lo
que quiere decir Jesús con esta frase: el cielo, la tierra, todo lo creado o
fabricado… es pasajero y, por lo tanto, es relativo. Sin embargo, Dios y sus
palabras son eternos y, por lo tanto, absolutos. Es decir, estamos entrando de lleno en el problema
del relativismo y de lo absoluto o eterno. No pretendo abarcar todos los
aspectos de este tema, del que se han escrito multitud de libros. Solamente
pretendo hacer algunos apuntes a modo de explicación y de aplicación de las
palabras de Jesús y que valgan un poco para nosotros.
- El relativismo es el
concepto que sostiene que todos los puntos de vista son
igualmente válidos, por lo tanto, toda verdad es relativa a
cada individuo. No hay una verdad válida para todos, sino que cada uno tiene y
vive ‘su verdad’. En general, las discusiones sobre el relativismo se centran
en cuestiones concretas; así, el relativismo gnoseológico (o del conocimiento) considera
que no hay verdad objetiva, dependiendo siempre la validez de un juicio de las condiciones en que este se enuncia; o
el relativismo moral, que sostiene que no hay bien o mal absolutos, sino
dependientes de las circunstancias concretas: lo que es bueno para ti, es malo
para mí; lo que es bueno hoy, puede ser malo mañana; lo que es bueno en España,
puede ser malo en Australia.
Voy a seguir
explicando un poco más el tema del relativismo utilizando una parábola budista. “Un rey del norte de la India reunió un día
a un buen número de ciegos que no sabían qué es un elefante. A unos ciegos les
hicieron tocar la cabeza, y les dijeron: ‘esto es un elefante’. Lo mismo
dijeron a los otros, mientras les hacían tocar la trompa, o las orejas, o las
patas, o los pelos del final de la cola del elefante. Luego el rey preguntó a
los ciegos: ‘¿Qué es un elefante?’ Y cada uno dio explicaciones diversas, según
la parte del elefante que le habían permitido tocar. Los ciegos comenzaron a
discutir, y la discusión se fue haciendo violenta, hasta terminar en una pelea
a puñetazos entre los ciegos, que constituyó el entretenimiento que el rey
deseaba”.
Este
cuento es particularmente útil para ilustrar la idea relativista del hombre.
Los hombres corremos el peligro de absolutizar un conocimiento parcial e
inadecuado, inconscientes de nuestra intrínseca limitación. Cuando caemos en esta
tentación de considerar como absoluta una verdad, que solamente es parcial, entonces
podemos adoptar un comportamiento sectario, violento e irrespetuoso en nuestras
palabras y obras. Lo lógico sería que aceptásemos la parcialidad y la relatividad
de nuestras ideas, no sólo porque eso corresponde a la índole de nuestro pobre
conocimiento, sino también en virtud del imperativo ético de la tolerancia, del
diálogo y del respeto recíproco.
- Esto último
que acabo de decir entra de lleno en las palabras de Jesús: “El cielo
y la tierra pasarán”.
Pasan las cosas materiales que construimos los hombres: los coches nuevos, se
hacen seminuevos, luego viejos y luego van al desguace. La ropa nueva y de moda
que compramos, se gasta, se rompe, se pasa de moda, ya no se adapta a nuestro
cuerpo cambiante y lo que nos gustaba deja de gustarnos, y queda en el fondo de
armario o lo llevamos para Caritas. El dinero se gana y se gasta, y, si se
amontona, cuando uno muere, ha de dejarlo aquí todo. En el dinero pongo todos
los bienes materiales, los cuales están a nuestra disposición, pero con
frecuencia son nuestros amos y nosotros sus esclavos.
Pasan las fiestas, las
alegrías, las ilusiones. Llegan los sufrimientos y también pasan con el tiempo.
Pasan las modas y las costumbres. Pasan los personajes históricos y famosos,
llegan nuevos personajes históricos y famosos que, al cabo de un tiempo,
también pasan.
Pasan las ideas sobre
política, sobre la sociedad, sobre el arte, sobre el cine, sobre la música, y
llegan nuevas ideas…, que también pasan.
Pasan los días, las
semanas, los meses, los años, la niñez, la juventud, la salud, las personas que
amamos, que nos amaron y que nos cuidaron.
Pasan las propias
convicciones: lo que hoy vemos claro, a lo mejor mañana lo vemos de otro modo,
puesto que lo que veíamos de una determinada manera hace tiempo, ahora ya
tenemos otra opinión de ello. Todo pasa.
- Todo esto
que he dicho nos invita al relativismo, a pensar que no hay verdades eternas.
Todo dependerá según el color con el que lo mires, o lo que más te convenga en
ese momento… Sin embargo, Jesús lo dice muy claramente: “Mis palabras no pasarán”. Y más adelante, en la carta a los Hebreos se dice: “Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre” (Hb. 13, 8).
Dios es el
único que no pasa, es el único que ama siempre y para siempre, que perdona
siempre y para siempre, que es fiel en todo momento, que su sí es un 'sí' y no un
'depende'. Dios mantiene su palabra, sus sentimientos y su voluntad en todo
momento: desde que nacemos hasta que morimos, y mientras vivimos cada día de
nuestra existencia, pero también antes de nuestro nacimiento (pues nos escogió
para la vida desde antes de la creación) y para toda la eternidad.
Dios no puede
fiarse de mí, porque le fallo y cambio constantemente, pero yo sí que me puedo
fiar de Él en todo momento.
En Dios no hay
relativismo alguno. Su voluntad de salvación es firme y estable. Su amor por
nosotros es firme y estable. Existe siempre, desde siempre y para siempre, y
nosotros, en Él, existiremos para siempre.
Carlos de
Foucauld consciente de esto compuso la siguiente oración al Dios absoluto,
verdadero y fiel:
“Padre
mío,
me
abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre”.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre”.
Desde estas
palabras ahora podemos entender un poco más lo que Jesús nos dice en el
evangelio de hoy: “El
cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”.
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