miércoles, 25 de julio de 2018

Domingo XVII Tiempo Ordinario


29-7-2018                              DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            Durante todos estos domingos anteriores hemos estado leyendo el evangelio de San Marcos; pues bien, durante los próximos cinco domingos interrumpi­mos su lectura y pasamos al evangelio de San Juan. Más concretamente al capítulo 6, en donde se nos habla del Pan de Vida, de Cristo Eucaristía.
            Vamos a titular esta homilía así: PROFETAS DE DESGRACIAS. Para empezar con ella comenzaré con un cuento:
- “Ocurrió durante un verano muy caluroso. Una bandada de miles y miles de flamencos, volaba en busca de agua. Pero todos los ríos y lagunas estaban secos. Hacía tanto calor que se habían secado. Llevaban semanas volando y las fuerzas comenzaban a fallar. Si no encontraban pronto agua, todos morirían de sed.
Pero mientras atravesaban un desierto, sucedió la tragedia. Se levantó un fortísimo viento que acabó con las pocas fuerzas de los flamencos. Todos cayeron sobre las arenas del desierto y allí quedaron tirados bajo el ardiente sol. Nadie tenía fuerzas para volar. Era casi imposible que pudieran salvarse de aquella situación. Las gentes que vivían en el desierto, al ver lo sucedido, vieron que era imposible ayudarles. Lo único que se podía hacer, era esperar a que murieran bajo el sol. La noticia recorrió el mundo entero. Vinieron las televisiones de todos los países para retransmitir aquellas imágenes. Todos se lamentaban de lo sucedido, pero nadie hacia nada para ayudarles.
Sólo un niño, que se llamaba Yumbé, hizo algo por ellos. A tres kilómetros de donde se encontraban los flamencos, había un oasis lleno de agua. Cogió a uno de ellos entre sus brazos y lo llevó andando hasta el oasis. Luego, volvió a coger otro e hizo lo mismo. Y así una y otra vez. Yumbé no dejaba de hacer viajes llevando flamencos al oasis. Un hombre, al ver lo que estaba haciendo, se le acercó y le dijo: ‘Pero niño, ¿qué estás haciendo?’ ‘Pues salvando a los flamencos’, respondió Yumbé. Y el hombre con voz muy seria, dijo: ‘¿Pero no te das cuenta de que eso es imposible? Son miles los que están agonizando en la arena. No conseguirás nada salvando a unos pocos. No vale la pena. Anda, vete a tu casa y no gastes fuerzas inútilmente’.
Pero el niño contestó: ‘Pregúntele a los siete flamencos que están bebiendo en el oasis, si vale la pena que yo les haya salvado’. Y el niño continuó su camino llevando el octavo flamenco entre sus brazos. El hombre quedó muy sorprendido por esta respuesta y, después de pensarlo un poco, se puso a hacer lo mismo que estaba haciendo Yumbé. Ya eran dos personas salvando flamencos.
Esto empezó a llamar la atención a los que lo veían. Pronto fueron tres, más tarde ocho, y al final, eran cientos y cientos de personas, las que estaban haciendo lo mismo que Yumbé. En un día, todos los flamencos fueron llevados al oasis. No hubo ninguno que muriera de sed. Gracias a un niño que comenzó haciendo su parte, toda la bandada pudo salvarse”.
            También en el evangelio que acabamos de escuchar observamos que hay dos profetas de desgracias entre los discípulos de Jesús: los apóstoles Felipe y Andrés; “Felipe contestó: ‘Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo’. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: ‘Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?’”
            - ¿Quiénes son los profetas de desgracias? Los que ponen pegas a todo y a todos; los que se quejan de todo y de todos; los que protestan  de todo y de todos; los que ven siempre la parte negativa; los que están derrotados antes de comenzar la batalla; los que están muertos antes de tener la enfermedad; los que ‘en el tren de la vida’ son vagones de lastre y no locomotoras; los que son como el perro del hortelano, que ni comen ni dejan comer; los que consumen y gastan, pero no producen; los que se justifican a sí mismos en todo, pero no justifican a los demás; los que ven los toros desde la barrera; los que juegan todos los partidos de fútbol desde el sofá de su casa, pero nunca en el campo… Éstas son algunas de sus palabras: ‘Esto no se puede hacer; esto no sirve para nada; ése no vale; ése no sabe; no merece la pena; si tuviéramos más medios y más dinero; si fuese con otras personas; si no fuese uno tan joven o tan viejo; si estuviéramos en otro tiempo o en otro país…’
            Y estos profetas de desgracias están paralizados (y no hacen nada), pero lo peor es que entorpecen a los que quieren hacer algo. Estos profetas de desgracias son contagiosos y, aquellos que son débiles de carácter, se dejan contagiar por ellos.
            En el cuento de hoy y en el evangelio de hoy se nos da un antídoto perfecto contra estos profetas de desgracias: la seguridad en uno mismo, la convicción en lo que uno piensa y hace, el ver la necesidad de los otros sin pararse a escuchar a pájaros de mal agüero. Así en el cuento Yumbé dice: “Pregúntele a los siete flamencos que están bebiendo en el oasis, si vale la pena que yo les haya salvado”. Y a continuación “el niño continuó su camino llevando el octavo flamenco entre sus brazos”. Y en el evangelio ante las ‘sabias palabras’ de los apóstoles Felipe y Andrés, Jesús también dijo e hizo: “Jesús dijo: ‘Decid a la gente que se siente en el suelo’. Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: ‘Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie’. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido”.
            - ¡¡Ya está!! La homilía y las ideas de la homilía ya están dichas. Ahora sólo falta una cosa: que cada uno de nosotros se revise a sí mismo y reconozca a su alrededor cuántos profetas de desgracias hay.
            También que reconozcamos las muchas veces que hemos sido y somos en la vida profetas de desgracias.
            De igual manera hemos de reconocer las veces en nuestra vida en que íbamos a decir o a hacer algo bueno y/o en favor de los demás, pero nos hemos dejado arrastrar por los profetas de desgracias… por cobardía, para que no nos señalasen con el dedo, por miedo al ridículo, por miedo al fracaso, por comodidad…
            Finalmente, hemos de ver qué personas a nuestro alrededor han actuado como Yumbé, como Cristo Jesús y, a pesar del vaticinio de desgracias, han hecho algo por los demás o han seguido sus convicciones, aunque en un primer momento o en un segundo momento aquello condujera al fracaso o a un fracaso aparente.
            Hemos de tener claro que a muchos de los flamencos que llevamos al oasis para que beban y sigan viviendo, no los veremos salvados. No, no veremos los resultados durante nuestra vida o veremos muy pocos resultados. Hemos de tener claro que muchas de las personas que alimentamos, como hizo Jesús, no serán agradecidas, como no lo fueron con Jesús cuando éste estuvo clavado en la cruz. Pero nosotros, como Jesús, hemos de hacer y de decir las cosas no buscando aplausos y reconocimiento y éxito, sino que hemos de seguir los dictados de la conciencia, la cual nos indica dónde y cuándo es la VOLUNTAD DE DIOS.

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