29-7-2018 DOMINGO XVII
TIEMPO ORDINARIO (B)
Durante
todos estos domingos anteriores hemos estado leyendo el evangelio de San
Marcos; pues bien, durante los próximos cinco domingos interrumpimos su
lectura y pasamos al evangelio de San Juan. Más concretamente al capítulo 6, en
donde se nos habla del Pan de Vida, de Cristo Eucaristía.
Vamos
a titular esta homilía así: PROFETAS DE
DESGRACIAS. Para empezar con ella comenzaré con un cuento:
- “Ocurrió durante un verano muy
caluroso. Una bandada de miles y miles de flamencos, volaba en busca de agua.
Pero todos los ríos y lagunas estaban secos. Hacía tanto calor que se habían
secado. Llevaban semanas volando y las fuerzas comenzaban a fallar. Si no
encontraban pronto agua, todos morirían de sed.
Pero mientras atravesaban un desierto, sucedió la
tragedia. Se levantó un fortísimo viento que acabó con las pocas fuerzas de los
flamencos. Todos cayeron sobre las arenas del desierto y allí quedaron tirados
bajo el ardiente sol. Nadie tenía fuerzas para volar. Era casi imposible que
pudieran salvarse de aquella situación. Las gentes que vivían en el desierto,
al ver lo sucedido, vieron que era imposible ayudarles. Lo único que se podía
hacer, era esperar a que murieran bajo el sol. La noticia recorrió el mundo
entero. Vinieron las televisiones de
todos los países para retransmitir aquellas imágenes. Todos se lamentaban de lo
sucedido, pero nadie hacia nada para ayudarles.
Sólo un niño, que se llamaba Yumbé, hizo algo por
ellos. A tres kilómetros de donde se encontraban los flamencos, había un oasis
lleno de agua. Cogió a uno de ellos entre sus brazos y lo llevó andando hasta
el oasis. Luego, volvió a coger otro e hizo lo mismo. Y así una y otra vez.
Yumbé no dejaba de hacer viajes llevando flamencos al oasis. Un hombre, al ver lo que estaba haciendo,
se le acercó y le dijo: ‘Pero niño, ¿qué estás haciendo?’ ‘Pues salvando a
los flamencos’, respondió Yumbé. Y el
hombre con voz muy seria, dijo: ‘¿Pero no te das cuenta de que eso es
imposible? Son miles los que están agonizando en la arena. No conseguirás nada
salvando a unos pocos. No vale la pena. Anda, vete a tu casa y no gastes
fuerzas inútilmente’.
Pero el niño contestó: ‘Pregúntele a los siete flamencos
que están bebiendo en el oasis, si vale la pena que yo les haya salvado’. Y el
niño continuó su camino llevando el octavo flamenco entre sus brazos. El hombre
quedó muy sorprendido por esta respuesta y, después de pensarlo un poco, se
puso a hacer lo mismo que estaba haciendo Yumbé. Ya eran dos personas salvando
flamencos.
Esto empezó a llamar la atención a los que lo veían.
Pronto fueron tres, más tarde ocho, y al final, eran cientos y cientos de
personas, las que estaban haciendo lo mismo que Yumbé. En un día, todos los
flamencos fueron llevados al oasis. No hubo ninguno que muriera de sed. Gracias
a un niño que comenzó haciendo su parte, toda la bandada pudo salvarse”.
También
en el evangelio que acabamos de escuchar observamos que hay dos profetas de
desgracias entre los discípulos de Jesús: los apóstoles Felipe y Andrés; “Felipe contestó: ‘Doscientos denarios de
pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo’. Uno de sus discípulos,
Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: ‘Aquí hay un muchacho que tiene
cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?’”
-
¿Quiénes son los profetas de desgracias?
Los que ponen pegas a todo y a todos; los que se quejan de todo y de todos; los
que protestan de todo y de todos; los que
ven siempre la parte negativa; los que están derrotados antes de comenzar la
batalla; los que están muertos antes de tener la enfermedad; los que ‘en el
tren de la vida’ son vagones de lastre y no locomotoras; los que son como el
perro del hortelano, que ni comen ni dejan comer; los que consumen y gastan,
pero no producen; los que se justifican a sí mismos en todo, pero no justifican
a los demás; los que ven los toros desde la barrera; los que juegan todos los
partidos de fútbol desde el sofá de su casa, pero nunca en el campo… Éstas son
algunas de sus palabras: ‘Esto no se
puede hacer; esto no sirve para nada; ése no vale; ése no sabe; no merece la
pena; si tuviéramos más medios y más dinero; si fuese con otras personas; si no
fuese uno tan joven o tan viejo; si estuviéramos en otro tiempo o en otro
país…’
Y
estos profetas de desgracias están
paralizados (y no hacen nada), pero lo
peor es que entorpecen a los que quieren hacer algo. Estos profetas de
desgracias son contagiosos y, aquellos que son débiles de carácter, se dejan
contagiar por ellos.
En
el cuento de hoy y en el evangelio de hoy se nos da un antídoto perfecto contra estos profetas de desgracias: la seguridad en
uno mismo, la convicción en lo que uno piensa y hace, el ver la necesidad de
los otros sin pararse a escuchar a pájaros de mal agüero. Así en el cuento
Yumbé dice: “Pregúntele
a los siete flamencos que están bebiendo en el oasis, si vale la pena que yo
les haya salvado”.
Y a continuación “el niño continuó su camino llevando el octavo flamenco entre sus brazos”. Y en el evangelio
ante las ‘sabias palabras’ de los apóstoles Felipe y Andrés, Jesús también dijo
e hizo: “Jesús dijo: ‘Decid a la gente
que se siente en el suelo’. Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron;
sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de
gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que
quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: ‘Recoged los
pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie’. Los recogieron y llenaron
doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los
que habían comido”.
-
¡¡Ya está!! La homilía y las ideas de la homilía ya están dichas. Ahora sólo falta una cosa: que cada uno de
nosotros se revise a sí mismo y reconozca a su alrededor cuántos profetas de
desgracias hay.
También
que reconozcamos las muchas veces que
hemos sido y somos en la vida profetas de desgracias.
De
igual manera hemos de reconocer las
veces en nuestra vida en que íbamos a decir o a hacer algo bueno y/o en
favor de los demás, pero nos hemos
dejado arrastrar por los profetas de desgracias… por cobardía, para que no nos
señalasen con el dedo, por miedo al ridículo, por miedo al fracaso, por
comodidad…
Finalmente,
hemos de ver qué personas a nuestro
alrededor han actuado como Yumbé, como Cristo Jesús y, a pesar del vaticinio de
desgracias, han hecho algo por los demás o han seguido sus convicciones,
aunque en un primer momento o en un segundo momento aquello condujera al
fracaso o a un fracaso aparente.
Hemos
de tener claro que a muchos de los flamencos que llevamos al oasis para que
beban y sigan viviendo, no los veremos salvados. No, no veremos los resultados durante nuestra vida o veremos muy pocos
resultados. Hemos de tener claro que muchas de las personas que alimentamos,
como hizo Jesús, no serán agradecidas, como no lo fueron con Jesús cuando éste
estuvo clavado en la cruz. Pero nosotros, como Jesús, hemos de hacer y de decir
las cosas no buscando aplausos y reconocimiento y éxito, sino que hemos de
seguir los dictados de la conciencia, la cual nos indica dónde y cuándo es la
VOLUNTAD DE DIOS.
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