8-7-2018 DOMINGO XIV TIEMPO
ORDINARIO (B)
En
este domingo quisiera profundizar un poco en la segunda lectura que acabamos de
escuchar. Habitualmente los escritos de san Pablo resultan un tanto oscuros
para nuestra comprensión y para nuestra mentalidad. Sin embargo, son escritos
con una gran riqueza interior. En el día de hoy me gustaría desentrañar un poco
de esta segunda lectura y dárosla a conocer para que la gustéis, y os ayude en vuestra
vida de fe.
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Nos cuenta hoy san Pablo algunas cosas muy personales e íntimas. Nos dice que
tiene un gran sufrimiento: 1) Tiene una espina clavada en la carne y, además,
2) que el diablo lo apalea constantemente. No sabemos muy bien a qué puede referirse
todo esto: Puede tratarse de una enfermedad, de problemas de conciencia por
cosas de pasado y que no le dejan en paz, de graves tentaciones contra la fe,
contra la castidad, de rencor u odio contra alguien… Lo cierto es que no
sabemos de qué se trata. Sólo sabemos que aquello le hacía sufrir tanto… que,
en tres ocasiones, y no pudiendo aguantar la tensión y el sufrimiento, le pidió
a Dios que se lo quitara. En efecto, san
Pablo hizo una cosa muy humana: pedir a Dios que le quitase el mal para no
sufrir más. Así lo hacemos nosotros habitualmente: si tenemos enfermedad,
pedimos salud; si tenemos problemas en las relaciones con otras personas,
pedimos soluciones; si tenemos falta de cosas materiales, pedimos que sean
cubiertas nuestras necesidades…
Y
ahora vamos al segundo punto. Cuando pedimos a Dios que nos quite el mal, es
para estar mejor, para estar más fuertes, más sanos, con lo suficiente para
vivir en paz y sin estrecheces. Así, podremos estar más contentos, hacer mejor
las cosas de casa y/o en el trabajo y/o en nuestra vida ordinaria. Con la debilidad no podemos hacer nada o
casi nada. Con la plenitud de fuerzas podemos hacer muchas más cosas por
nosotros mismos y por los demás.
Todo
esto que acabo de decir es la manera normal de vivir los hombres en el mundo: 1) no queremos dolores ni sufrimientos y 2)
deseamos tener la fuerza suficiente para vivir de modo autónomo e independiente,
y hacer las cosas normalmente.
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Sin embargo, san Pablo en la lectura de hoy, aparte de contarnos sus problemas
y dolores; además de contarnos su debilidad y su petición a Dios de más fuerza,
nos narra las respuestas de Dios. Y de estas respuestas san Pablo aprendió. De
estas respuestas nosotros podemos y debemos aprender, si queremos ser
cristianos al modo de Jesús.
Primera respuesta de Dios: San Pablo pide a
Dios que le quite la espina, que le aparte a Satanás que lo está moliendo a
palos. Dios no le concede nada de lo solicitado y le contesta con lo que parece
una burla: “Te basta con mi gracia”.
En efecto, la acción de Dios en nosotros no es como un quitamanchas, no es como
una acción mágica que hace desparecer inmediatamente todos nuestros problemas y
sufrimientos. Habitualmente Dios no nos quita las causas de nuestros males,
sino que nos ayuda a sobrellevar esos males. La muerte de Jesús en la cruz fue
un ejemplo de esto que estoy diciendo. ¿Dios pudo haber librado a su Hijo de la
muerte en la cruz? SÍ. Pero no lo hizo, sino que acompañó a su Hijo durante
todo esa agonía. Del mismo modo hemos de aprender los cristianos que, cuando
nos llegue la vejez, la enfermedad, las difamaciones, las estrecheces
económicas, los problemas en las relaciones humanas…, no habrá recetas mágicas,
no habrá soluciones inmediatas, no habrá cambios espectaculares. Simple y
llanamente Dios estará a nuestro lado: “Te
basta con mi gracia”. Así fue con Jesús, así fue con los santos, así es y
será con todos y cada uno de nosotros. Quien sea capaz de descubrir a Dios y su
gracia a su lado en los momentos de dolor y de soledad, entonces habrá llegado
a descubrir el secreto de Dios, y eso sólo bastará. No busquemos otro camino,
no procuremos esas soluciones fáciles y rápidas. No las hay. Dios no las da. Es
mejor para nosotros que Dios esté siempre a nuestro lado con su gracia y su
amor…, a que se solucionen todos nuestros problemas. Ahora no lo entendemos del
todo. Ya lo comprenderemos un día. Hemos de confiar en Dios.
Segunda respuesta de Dios: Dios le dice a
san Pablo la razón del porqué no le concede lo solicitado, del porqué no le
quita esa espina y del porqué no le quita de encima a Satanás que lo está
moliendo a palos. No le quita nada de esto, porque “la fuerza se realiza en la debilidad”. Si nosotros estamos
sanos, fuertes, con la mente despejada, con ánimo y ganas, y con estas premisas
hacemos cosas por Dios, entonces tendremos la tentación de pensar y de creer
que SOMOS NOSOTROS quienes hemos hecho todo eso. Así, de este modo nos
pondremos en la solapa las medallas del mérito y robaremos la gloria que
pertenece únicamente a Dios. Sin embargo, si, por el contrario, nosotros
estamos débiles, acosados de dudas, de dolores, de debilidad, de golpes, de
pobreza y, no obstante, sale adelante el plan y la voluntad de Dios, entonces
es que el éxito se debe por entero a Dios y nadie se lo podrá robar. Hasta nosotros
mismos tendremos que reconocer que Dios es todopoderoso y que ha hecho obras
grandes a través de instrumentos pobres, débiles, miserables, pequeños y
pecadores. Ahora sí que podemos entender mucho mejor las palabras de san Pablo:
“Por eso, muy
a gusto presumo de mis debilidades, porque
así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en medio de
mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las
dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando
soy débil, entonces soy fuerte”.
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