27-5-2018 SANTISIMA
TRINIDAD (B)
Queridos hermanos:
Hace
unos años conté la primera parte de la historia de Michela, la que dije el
domingo anterior y, desde Alemania, me escribió una persona para decirme que le
había encantado la historia de Michela, pero que seguro que había más… Le
contesté que tenía toda la razón y le remití el resto de la historia por correo
electrónico. Hoy os contaré el resto de la historia de Michela que yo conozco, y
así la podemos compartir todos y aprovecharnos, espiritualmente hablando, de
las maravillas que Dios hizo y hace en ella. Recordad el final del relato anterior, cuando Michela llegó a la casa de
Chiara para matarla por orden de la secta satánica y allí se quedó. Escuchemos
cómo sigue el relato:
“Ahí comenzó mi camino. Mi camino
de sanación, un camino en el que nunca nadie antes pudo sanar mis heridas, y
donde sí que las pudo sanar Jesús. Pero pasado un tiempo, hubo una herida
que no había podido sanar. Esa herida era la falta de una madre, porque a mí me
faltaba una madre. Me faltaba en Navidad, cuando todas las madres telefoneaban
a las demás y yo no recibía una llamada. Me faltaba el día que celebraba mi
cumpleaños... Esa ausencia de mi madre, cada vez que pasaba esto, reabría las
viejas heridas y había que empezar de nuevo. Un buen día, a Chiara se le
ocurrió enviarme a un centro de ayuda para la vida. Se me había encargado abrir
una casa de acogida para madres solteras y jóvenes embarazadas con riesgo de someterse
a un aborto por miedo o por dificultad. Allí las podríamos acoger. Pero al poco
tiempo empecé a recoger un grito de dolor. Era el grito de dolor de aquellas
mujeres que habían abortado y que me decían: ‘¿Sabes? Hoy tendría un hijo de
ocho años, pero lo llevé a matar’. Por las noches llegaba a casa y me ponía
delante de Jesús, en el sagrario, y le entregaba todo ese dolor que llevaba de
las mujeres. Una de esas noches, empecé a escuchar en mi corazón: ‘Michela, si
hoy existes tú, es porque tu madre dijo sí a la vida’. Os tengo que decir que, cuando se experimenta la misericordia de
Dios, la primera cosa que se aprende es a no juzgar. Y yo no tenía ningún
derecho de juzgar a mi madre. Porque, si una madre llega a abandonar a un hijo,
es porque hay un gran dolor.
En
ese momento comenzó a despertar en mi interior la necesidad de buscar a mi
madre, no para juzgarla ni regañarla, sino para darle las gracias por mi vida.
Después de las investigaciones pertinentes localicé a mi madre. Comenzamos a
telefonearnos, y un día me sugirió conocernos personalmente. La fecha
concertada fue el 2 de Junio de 2004. Esa misma mañana partí hacia la ciudad
donde ella vivía para encontrarme con ella. Pocos minutos después de
encontrarnos, con una mirada que yo no le deseo ni a mi peor enemigo, mi madre
me dijo: ‘Tú para mí no has existido nunca, no has existido hasta ahora, no
existes hoy. Sal de mi vida’. Yo no sé
qué siente una madre cuando un hijo dice NO a su amor, pero sí les puedo decir
lo que siente un hijo cuando una madre le dice NO a su amor… Fue un gran
dolor. Regresé a Roma, cogí a Chiara y sujetándola contra un muro le dije:
‘¿Pero yo qué le hecho de malo a Jesús? Trabajo para Él, ¿por qué no me puede
ayudar?’
Era
una situación dolorosa, de la que era difícil salir, por lo que entonces Chiara
me propuso unos días de vacaciones. Yo pensé: ‘Estupendo, me iré a la playa y
tomaré el sol’, pero Chiara ya había pensado en todo: ‘Hay un lugar al que
puedes ir. Es un pueblo en Bosnia que se llama Medjugorje. Cógete unas vacaciones
y vete allí’. Yo le dije a Chiara: ‘A Medjugorje yo no voy, Chiara. Mejor me
pagas las vacaciones en Croacia, que está muy cerca y tiene un mar estupendo.
Ya cuando esté allí, un día me acerco a Medjugorje. Pero yo no me voy a meter
entre las colinas, las piedras y el calor. Eso no son vacaciones’. Chiara me
respondió: ‘Te recuerdo que hiciste un voto de pobreza y otro de obediencia.
Elige por cuál de los dos quieres ir a Medjugorje’. Así que elegí el de la
obediencia, y voluntariamente vine a Medjugorje.
Llegué
a Medjugorje ¡Me daban una pena los peregrinos! Porque yo pensaba que yo estaba
allí porque me habían obligado, pero no entendía por qué ellos no iban al mar,
pudiendo hacerlo. En fin, los primeros diez días fueron un desastre. Yo no
quise saber nada de peregrinos, ni del fenómeno de Medjugorje, ni de nada. El
día decimoprimero, estaba tras la explanada. Estaba tumbada en mi toalla,
tomando el sol. Y ahí tirada me vio Marija, una de las videntes. Se acercó a mí
y me dijo: ‘Hola, ¿qué haces?’ ‘Estoy esperando a que comience la Misa’.
Entonces Marija, sin más, con toda la naturalidad, me dijo: ‘Vente mañana
conmigo a una aparición’. En Medjugorje, si no vives el fenómeno, tampoco es
que haya mucho que hacer. Mis primeros diez días allí fueron tan aburridos, que
por muy absurdo que pareciese, asistir a una aparición suponía algo distinto en
medio de aquel aburrimiento, así que el día siguiente aparecí a la hora que me
había dicho Marija. Al llegar allí, aquello estaba lleno de gente. Al cabo de unos
minutos llegó Marija. Me vio en el jardín, me cogió de la mano y me llevó
dentro de la capilla con ella, delante del todo, a su lado. Me llevó hasta allí
a rastras y de un empujón me puso de rodillas. Todo el mundo rezaba y yo
pensaba: ‘¡Qué buenos todos estos peregrinos, mira cómo rezan!’, pero mi
corazón estaba muy cerrado y no quería participar con ellos. Recuerdo el
momento en que comenzó la aparición. Todo el mundo se quedó en silencio y
Marija se quedó mirando extasiada hacia arriba. En ese momento pensé:
‘Cualquiera desearía estar aquí a su lado, ¿cómo es posible que a mí no
afecte?’ La miré a Marija y vi que, sin emitir ningún sonido, movía sus labios.
En cierto momento de la aparición ocurrió algo. Y se lo cuenta la persona más
racional que existe. Empecé a sentir un calor en el cuerpo. Era un calor que
llegaba hasta la punta de mis dedos, hasta mis pies. Era un calor maravilloso.
Sentí como si algo me abrazara, me rodeara y me cubriese entera, y entonces
ocurrió lo más increíble, y es que sentí como si me hiciesen un trasplante de
corazón. Digo trasplante porque sentí
como si algo se metía en mi pecho y me arrancara una piedra de dentro. Era un
corazón herido, enfermo, y sentí como si me colocasen un corazón nuevo ahí
dentro, en su lugar. Subrayo la palabra trasplante, porque no fue un corazón
curado, sino un corazón nuevo, que me llenaba de paz el alma, la mente y el
cuerpo.
Al
acabar la aparición yo no entendía nada de lo que estaba sintiendo, pero era
bellísimo. Entonces Marija se levantó e hizo lo que hace siempre. Explicó a
todos lo sucedido: ‘He presentado a la Virgen María todas vuestras intenciones
de oración. La Virgen María ha orado por ustedes y les ha bendecido’. A todo
esto yo seguía de rodillas a su lado. Entonces ella, delante de todos me miró y
dijo: ‘La Virgen María ha hecho suyo el
dolor de tu corazón. A partir de hoy sólo ella será tu madre’. Desde aquel
día hasta hoy he sentido a María en mi vida. La he sentido de una manera muy
concreta. He descubierto que cada vez
que tengo el rosario en las manos, es María quien me coge de la mano.
Aquella
tarde aprendí otra cosa: Era cierto que
hasta ese día había trabajado para Dios, pero María quería que yo trabajase con
Dios. Y otra cosa bellísima fue que si yo quería ser santa, debía tomar a
la Virgen María como modelo de santidad. Os aseguro que eso, para un carácter
como el mío, no es nada fácil. No es
fácil vivir la obediencia. No es fácil vivir la humildad. No es fácil vivir el
silencio de María. El silencio de María bajo la cruz. Pensad que María
estaba bajo la cruz. Aquella fue una
experiencia bellísima, porque descubrí que el
dolor puede ser transformado en amor por la humanidad”.
Conclusiones
que nos pueden ayudar de este relato:
-
La conversión no es cosa de un
instante y que valga ya para toda la vida. Requiere
paciencia…, sobre todo, con nosotros mismos, y decir una y mil veces a
Dios: “Aquí estoy yo para hacer tu
voluntad”.
-
Una de las formas de sanar nuestras
heridas internas y de crecer en santidad es ‘mirarse lo menos posible al
ombligo’ y estar más pendiente de los demás. Así, Michela, al empezar a
ayudar y acompañar a las chicas embarazadas o que habían abortado se pudo
olvidar más de sí para tener más presente las necesidades de los otros.
-
Sólo Dios sana en realidad nuestras
heridas. Sólo Él nos enseña a no
juzgar a los demás. Sólo Él puede
arrancarnos el corazón de piedra y darnos un corazón de carne.
-
Escuchemos a María. Ella nos enseña
tantas cosas de su Padre Dios, de su Hijo Jesús, y de su Esposo, el Santo Espíritu.
-
Nunca más trabajemos para Dios. A partir
de hoy trabajemos con Dios.
-
Las demás conclusiones…, ya las podéis sacar vosotros mismos.
Acabo de leer la Homilía del próximo domingo. la verdad es que ya tenía ganas de saber,la segunda parte del drama de la vida de Michela. Vemos como cambió su vida cuando la Virgen,la cogió de la mano y no la soltó.Y es que cuando te pasa eso,tu vida cambia totalmente,no sientes soledad ni tristeza,sientes algo que te renueva,que te da la dicha, la felicidad la confianza,la fuerza y la esperanza de una vida mejor junto al Padre. Pidamos a la Virgen,su fuerza,su silencio ante los sufrimientos de la vida,que ella nos coja de la mano con fuerza,para tener nosotros la fuerza suficiente para coger a los demás.Un abrazo,y que el Señor abrace con fuerza, a todos los niños que hacen la primera comunión .
ResponderEliminarLa histori de la vida de Michela ,cuanto nos puede enseñar .Parece así a primera vista que estaba abandonada de la mano de Dios ,las personas yo por ejemplo solemos decir por qué tanto Señor.Se sin embargo que los Santos le darían gracias por todo el sufrimiento, pero claro hay que ser Santo y eso está muy lejos de mí.
ResponderEliminarTengo que pedir cada día a Jesús y ala Santísima Virgen que me aumenten la fe,porque al final de el tunel siempre están ahi para acogernos y darnos el amor más grande que jamás nos quitarán y aun sin merecerlo.Ojalá tengámos esto presente en nuestras vidas