10-12-2017 DOMINGO II DE ADVIENTO (B)
Para
este segundo domingo de Adviento se me ocurre predicaros dos ideas, que nos
ayuden a profundizar en este misterio que celebramos.
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Empieza hoy la 1ª lectura con las palabras preciosas y tiernas del profeta
Isaías: “Consolad, consolad a mi pueblo,
dice vuestro Dios; habladle al corazón”. ¡Cuánto sufrimiento hay en el mundo, en nuestra sociedad! La mayoría de
este sufrimiento es inútil, en el sentido de que nos lo procuramos unos a otros
sin necesidad alguna: de padres a hijos, de hijos a padres, de marido a
mujer, de mujer a marido, entre vecinos, en los lugares de trabajo. Pues bien,
en medio de tanto dolor y sinsentido Dios nos quiere consolar y lo hace a
través de los profetas, como Isaías. Lo hace a través de Juan Bautista, pero
sobre todo lo hace a través de su mismo Hijo, Jesús.
Sabéis
que estamos celebrando el tiempo de Adviento, es decir, tiempo, no en que
recordamos simplemente que hace algo más de 2000 años vino Jesús al mundo, sino
tiempo en que nos preparamos para la venida definitiva de Jesús. Él viene de
tres modos, que no son incompatibles entre sí: 1) Jesús viene a nuestro
corazón, cuando nos visita a través de la oración, de la lectura de su Palabra,
de los sacramentos; 2) Jesús viene a nosotros por medio de nuestra muerte
física; 3) Jesús vendrá cuando se produzca el fin del mundo.
Pues bien, hace un
tiempo he sido testigo de cómo Jesús vino a un hombre, a una familia del
segundo modo, o sea, a través de la muerte física de un amigo mío, que entonces tenía unos 40 años de edad y con dos
hijas entre 10 y 5 años. Tenía metástasis. Mi amigo lo sabía y hablaba con su
mujer y familiares de ello. En aquel momento (era en el Adviento de 2005) fui a
su casa, en una villa de Asturias distante una hora en coche de Oviedo.
Hablamos sobre su vida, sobre su muerte, y sobre su vida después de su muerte.
Confesamos, le puse la Unción
de los enfermos, celebré la
Eucaristía y comulgó el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Me decía
que unos días antes le quitaron unos 9 litros de líquidos que le oprimían el
vientre. Me decía que se retorcía de dolor en ocasiones y que ese dolor se lo
ofrecía a Jesús (y le asomaban las lágrimas en los ojos, no cuando recordaba
los momentos de dolor, sino cuando me decía que ofrecía ese dolor a Jesús). Me
decía que estaba en paz, que podía prepararse con este tiempo que Jesús le daba
para despedirse de su familia y de sus amigos, que se preparaba para Él. Me
decía que hacía oración, que meditaba. Tenía allí la radio, que le puso su
mujer por si se quería distraer, pero él no la escuchaba. Mi amigo escuchaba la
“radio” de Jesús. Me decía la mujer que la paz que tenía su marido la ayudaba a
ella, que él lo llevaba mejor que ella. Y yo he sido testigo de esa paz, que no
procedía de mi amigo, aunque estaba en mi amigo. Esa paz procedía de Dios. Paz
que le hacía no rebelarse, no protestar, ni renegar, ni martirizar a su mujer o
a los que están en la casa o a su alrededor. Lo que se le hacía estaba bien
todo. Cuando pedía algo (“¿me traes las pastillas?”), lo hacía desde la paz.
Pero esto no se produjo de la noche a la mañana. No. Hubo muchas horas de
oración detrás de mi amigo, cuando él tenía salud. Hubo muchas horas en él de
dejar sus actividades y tiempo de ocio para dedicarse a coger a su familia y
conducir el coche para ir a la Misa. Hubo muchas confesiones para pedir perdón
a Dios por sus pecados. Hubo muchas luchas para reformar sus pecados y
defectos. Hubo muchas caídas, aburrimiento y ganas de tirar la toalla, pero no lo
hizo. Hubo mucho amor a Dios. Y eso, claro, ahora salió entonces. Y en mi amigo
se cumplía la Palabra
de Dios de hoy: pues Cristo Jesús mismo estaba visitando a mi amigo y estaba
naciendo en él, pues para mi amigo estaba siendo ya Navidad. Se cumplía así en
mi amigo la palabra del profeta Isaías, pues Cristo mismo lo está consolando.
Me decía la mujer de mi amigo que
uno del pueblo que sabía lo de su marido le espetó que cómo iba Dios a existir,
si permitía esto. A lo que la mujer replicó que Dios no era el origen de la
enfermedad de su marido. Me decía esta mujer que qué sería de ellos sin Dios.
Pues Él siempre estuvo con ellos y estará con ellos. De hecho, ya están
haciendo planes el matrimonio para que, cuando parta de aquí el marido, éste
siga atendiendo a su mujer y a sus hijas desde Dios, desde su Reino de paz, de
justicia, de gracia, de verdad, de amor.
Hoy, en nombre de mi amigo, que ya se murió,
de su mujer, y de Dios mismo, me convierto en voz que grita en estas parroquias
para deciros: Preparad un camino al Señor, quitad vuestros pecados de encima,
haced el bien una y otra vez, confesad vuestras faltas, vivid austeramente, no
os llenéis de cosas que os impidan caminar hacia Dios y entonces Cristo Jesús
nos visitará, nacerá en nosotros y nos consolará ahora y en la hora de nuestra
muerte, como hizo con mi amigo.
- “Durante la guerra de la independencia de los Estados
Unidos un hombre fue condenado a muerte por alta traición. Entonces un soldado
que se había señalado por sus grandes acciones heroicas se acercó a Jorge
Washington para suplicarle que perdonara a aquel hombre que estaba condenando a
morir. Washington le contestó de esta manera: 'Siento mucho no condescender a la
súplica que usted me hace por su amigo, pero en estas condiciones no es
posible. La traición tiene que ser condenada a muerte'. El suplicante repuso:
'Pero si es que yo no le suplico por un amigo, sino por un enemigo'. El general
reflexionó por unos instantes y después le dijo: '¿Me dice usted que no es su
amigo sino su enemigo?' Este le contestó: 'Sí, es mi enemigo. Me ha injuriado, me
ha causado grandes males'. Washington le dijo con voz pausada: 'Esto cambia el
cuadro de la situación. ¿Cómo puedo rehusar la súplica de un hombre que tiene la nobleza de implorar el perdón
para su enemigo?' Y allí mismo le concedió el perdón”.
Esta narración es la historia de toda la humanidad, es
la historia del sentido profundo del Adviento y de la Navidad. Nosotros, cada
uno de nosotros somos esos traidores, esos enemigos que injuriamos y causamos a
los demás y a Dios mismo grandes males. Y Jesús es ese hombre heroico que
suplica a Dios Padre por nuestro perdón. En esto consiste el Adviento y la
Navidad: nosotros estamos destinados a la muerte, a ser ajusticiados justamente
por nuestros crímenes y pecados, y Jesús intercede por nosotros para salvarnos
de la horca y de la muerte segura.
Jesús viene de todas las maneras cuando se hace el bien.Rezando para pedirle la fuerza necesaria para ser sus discípulos,sin su cercanía y su ayuda no somos nada. Esa cercanía tiene que hacernos llegar a los demás y ahí está el Adviento. No solo comilonas,cantos y luces. Si, comidas llenas de amor,cantos para llegar a los demás con nuestra alegría y luces para iluminar los corazones de las personas. Esta navidad nos llega con muchas sombras,odios,envidias,separatismo,pasotismo,tristezas y amarguras, que muchas veces no teníamos que tenerlas, porque nunca estamos satisfechos con nada. Como decía mi suegra ,(Me sentía triste porque no tenía zapatos,hasta que en la calle vi,un niño que no tenía pies). Que la preparación a la Navidad nos llene de Jesús, si lo tenemos a Él, estará llena de paz de justicia y de amor.Un abrazo.
ResponderEliminarHermosísima esta homilía, porqué? porque en estos ejemplos que nos cuenta D.Andrés, veo hecha carne la Palabra de Dios, el Evangelio.
ResponderEliminarEl testimonio es para mi la mejor forma de anunciar la Buena Nueva; y a fé mía que, estas personas vivieron conforme a su fé, aceptando la voluntad de Dios en sus vidas, viviéndola con paz y esperanza, en el caso del amigo de D. Andrés, que ademas supo transmitir esa Fé viva a su familia.
En el otro ejemplo igualmente vemos que la Palabra se cumple; nos dice el Señor: Amad a vuestros enemigos" y que trabajo nos cuesta! sin embargo vemos que no es imposible, cuando ponemos a Dios por medio; Ese soldado tenía un gran enemigo según parece, y no duda en ir a pedir clemencia para él, cuando le sabe condenado a muerte; y este acto de "amor"tiene el poder de hacer cambiar de opinión a Jorge Washington, nada mas y nada menos; esto es la fuerza de la Palabra de Dios hecha carne. Y es que en el mundo no se concibe este hecho de amor al enemigo; mas Jesús nos dice: Por sus frutos los conocereis; ese testimonio tiene el poder de reconocer a Jesus en las personas.
Y hoy la Palabra del profeta también se hace vida, "consolad, consolad a mi pueblo..." y lo que puedo ver y escuchar es esa voz que grita en el Desierto: Preparad el camino...En D. Andrés tenemos ese heraldo que no se cansa de gritar y anunciar la venida de Jesús, y como debemos de prepararla; a mi m recuerda al Bautista; una vez mas veo que la vida de algunas personas me hacen presente a Dios.
Muchas gracias D.Andrés, que El Señor se lo pague.
Un abrazo a todos. Loado sea el Señor
Buenísimos ejemplos la homilía de hoy Padre.Creo que es lo más maravilloso, el poder dar consuelo cuando alguien está abatido y no ve salida, por el motivo que sea, que nos acerquemos para consolar hacerle ver que estamos ahí para lo que podamos ,y como no (con la ayuda de DIOS) si se logra consolar con mucha cercania y cariño me parece una buena obra.
ResponderEliminarPOR otro lado implorar por el enemigo, que ejemplo nos da esta presona ,que bonito, ese corazón está desbordado de amor de Dios .Tengo que meditar todo esto ,tratar de llevarlo a la practica entonces JESÚS vendrá de verdad a nuestras vidas , y no solo en Navidad .
Un fuerte abrazo