17-9-2017 XXIV
DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)
¿Recordáis
el argumento de ‘Romeo y Julieta’, de Shakespeare? Pues, por lo que yo
recuerdo, la historia se desarrollaba en Verona (Italia), en la época del
Renacimiento, más o menos. Había en la ciudad de Verona dos familias (los
Montesco y los Capuleto) totalmente enfrentadas entre sí por rencores tan
antiguos, tan antiguos, que ya ni se acordaban de cómo se había originado la
disputa entre ellos. Se odiaban a muerte. Estando así las cosas tuvieron la
'mala suerte' de que el hijo único de los Montesco, Romeo, se enamorara
perdidamente de la hija única de los Capuleto, Julieta. Y Julieta también se
enamoró perdidamente de Romeo. Sin embargo, ambas familias no podían permitir
que se mezclara su sangre con la inmundicia de los Montesco o de los Capuleto.
Por ello, Romeo y Julieta tuvieron que llevar su mutuo amor a escondidas de sus
respectivas familias. Al final, aquello acabó como rosario de la aurora: Las
familias consiguieron que ambos jóvenes no pudieran estar juntos y disfrutando
de su mutuo amor, puesto que éstos acabaron suicidándose. El rencor pasó
factura a ambas familias, y una factura terrible: la muerte de sus únicos
hijos.
Sin
embargo, el rencor no pertenece sólo a la literatura, a los libros, sino que
está muy presente en nuestras vidas, en los que estamos aquí, en este templo.
Estoy convencido que, de un modo u otro, los que estamos aquí, cura incluido,
padecemos rencor o resentimiento contra alguna persona o personas[1].
Y este sentimiento se debe a algo que nos han dicho o que nos han hecho o que
nos han omitido. El rencor y el resentimiento están dentro de cada uno de
nosotros, de una forma o de otra, consciente o inconscientemente. Y esto mueve
nuestras vidas, de tal manera que tomamos decisiones muy importantes de cara a
los demás y de cara a uno mismo basados en este sentimiento: ‘Prefiero que mi
hijo, Romeo, muera por su propia mano a que se case con esa fulana y malnacida, Julieta,
hija de la familia de mis enemigos’. ‘Prefiero que mi hija, Julieta, muera por
su propia mano a que se case con ese sinvergüenza, Romeo, hijo de la familia de
mis enemigos’. Y esto es algo que está presente en tantas personas, sean
creyentes o no. El rencor, el
resentimiento, la amargura… están presentes en nosotros, de una forma u otra. Y
todo esto quiero que quede bien claro, porque, si no tenemos esto bien claro,
todo lo que nos ha dicho Dios en las lecturas que acabamos de escuchar, caerá,
no en tierra fértil, sino en el camino, entre piedras, en el asfalto endurecido
de nuestro corazón, de nuestra conciencia, de nuestra alma y no podrá ser
acogido ni ser fructífero. En la homilía de hoy quisiera exponer cuatro
enseñanzas que, a mi juicio, Dios nos propone.
¿Existe
alguna manera de superar estos sentimientos de rencor, de resentimiento, de
amargura, de odio, de rabia, de frustración…?:
1) La Palabra
de Dios que acabamos de escuchar hoy y que la Iglesia nos propone para nuestra
reflexión y oración nos hablan del perdón. Dios
nos dice que solamente se puede salir del rencor, del resentimiento, del deseo
de venganza, de la amargura, de la ira…
a través del perdón.
2) En la primera lectura y en el
evangelio de hoy se nos dice claramente que el perdón que los hombres hemos de
dar a aquellas personas que nos han herido ha de estar basado en el perdón
inmenso y repetido que el Señor ha hecho, hace y hará de nuestros pecados: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te
perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a
otro y pedir la salud al Señor?”,
decía el libro del Eclesiástico en la primera lectura. “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del
cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”, decía el
evangelio. Es decir, si nosotros no perdonamos de corazón a los que nos han
hecho daño, tampoco nuestro Padre del cielo podrá perdonar nuestros pecados.
Por ello, quien ha experimentado en su
propio ser cómo Dios ha perdonado todas sus culpas y pecados, está en la mejor
actitud y posición para poder perdonar a los demás.
3) Además, el perdón que hacemos sobre otras personas que nos han hecho daño evita
males mayores en nosotros mismos, como nos aporta el ejemplo de la historia
de Romeo y Julieta. Ya sabéis aquel dicho (creo que era de Confucio) que dice
que quien busque venganza ha de preparar dos tumbas: una para su enemigo y otra
para sí mismo[2]. No te
dejes vencer por el odio, pues te comerá vivo por el dentro. Pon todo en manos
de Dios. Por en sus manos tus dolores y sufrimientos injustos, y Él dará paz
a tu corazón.
4) Finalmente, se ha de decir que perdonar no tiene por qué significar
reconstruir la relación con esas personas como si nada hubiera pasado. Esto
no es posible en tantas ocasiones y el perdón significaría que no haya rencor ni
odio en nuestro corazón, pero que cada uno siga su camino. Y esto puede suceder
porque, aunque uno perdone en su corazón, la otra persona no quiera saber nada
con nosotros y persista en su enojo y en su rabia y en sus ‘razones’ contra
nosotros. Pero también puede suceder que, aunque uno perdone en su corazón, las
heridas son tan profundas que sea muy difícil reconstruir la confianza y la
comunión mutua. El perdón que reconstruye todas las relaciones y todas las
heridas y la confianza y la comunión mutuas es obra exclusivamente de Dios y,
mayormente, se da en el cielo. Lo cual no quiere decir que renunciemos a él,
sino que luchamos por él sabiendo que es una obra divina, que comienza aquí y
acaba en el más allá.
[1] Estamos heridos contra la vida que
nos ha tratado injustamente, contra padres, hermanos, primos, tíos, parientes,
compañeros de clase, profesores, vecinos, compañeros de trabajo, jefes,
subordinados, amigos…
[2] Más frases relativas a este tema:
Ghandi (Ojo por ojo y el mundo acabará ciego); Francis Bacon (Vengándose, uno
se igual a su enemigo; perdonando, uno se muestra superior a él).
El rencor es un sentimiento malo que experimentamos con frecuencia en situaciones que nos sentimos ofendidos.
ResponderEliminarPor mi experiencia en diferentes ocasiones:familiares, trabajo, amistades... he tenido ocasión de padecerlo y, aunque nunca he llegado a pensar en la venganza, me hicieron sufrir.
Aun costándome bastante conseguí superar el daño y perdonarlo mediante el diálogo, unas veces aclarando los hechos, y otras dejando pasar el tiempo y pensando que la ofensa recibida, la mayoría de las veces no es hecha adrede.
Creo que para perdonar de verdad, la relación perdida debe volver a ser lo más normal posible (en casos sin importancia), pues no concibo un: "PERDONO, PERO DE ESA PERSONA NO QUIERO SABER NADA...", aunque, en ocasiones especiales se pueda dar esa situación por la gravedad,consecuencias del agravio o cerrazón de una parte.
Creo que esta homilía del perdón está muy unida a las anteriores sobre el amor. Es fácil perdonar a alguien a quien de verdad quieres, por ejemplo a un hijo, haga lo que haga. Así nos perdona Dios.
ResponderEliminarA veces perdonas por el cariño que tienes a otra persona que no es la que te ofendió. O puedes perdonar a un amigo al que quieres, si él también te quiere y te quiere perdonar.
Pero cuando no puedes perdonar es terrible, te come por dentro y pierdes la paz. No te queda más que apoyarte en Dios y suplicar su ayuda, y que te dé el amor que no tienes y que necesitas para poder perdonar.
Mi querido cura de Tapia,
ResponderEliminarSentir rencor me hace ser esclava de mi misma. Mi corazón tiende a estar bien y si le sobrecargo de basura se ralentiza y no le dejo ir a su ritmo, así que he decidido no dar cabida al rencor.
Otra cosa muy distinta es que después de una acción que considero ofensiva hacia mí todo siga igual. Te perdono, claro que te perdono pero nada volverá a ser igual.
Un abrazo y feliz semana para cada un@