El evangelio que acabamos de
escuchar es conocido como el de la corrección
fraterna. O sea, Jesús nos plantea hoy la posibilidad de que percibamos
errores, fallos o pecados en las personas que nos rodean y nos da una serie de
claves para proceder ante semejantes casos. Esto puede suceder en la
convivencia que se tiene normalmente en un matrimonio, entre amigos, entre
familiares, entre compañeros de trabajo o de estudio, en una comunidad de
vecinos, en una parroquia o en un grupo eclesial.
En ningún momento Jesús habla de
“poner verde” (por delante o por detrás) o de murmurar de la persona que actúa
mal, sino que propone otro modo de actuación.
En efecto, Jesús plantea tres posibilidades y las
aborda directamente: 1) “Si tu hermano peca, repréndelo a
solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Jesús no quiere que se humille
a nadie (Él nunca lo hace con nosotros a causa de nuestros fallos), sino que
dice claramente que se aborde a solas a dicha persona y se le trate de hacer
ver su deficiencia. 2) Pero muchas veces esta persona no nos hace caso, se
burla de nosotros o se enfada con nosotros y nos dice que son apreciaciones nuestras…
En este supuesto, Jesús da otra indicación: “Si
no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede
confirmado por boca de dos o tres testigos”. Es decir, hemos de hablar con
otras personas sensatas y equilibradas para comentarles el caso, pues puede ser
que los equivocados seamos nosotros y no la otra persona. Si estos testigos
confirman nuestra visión, entonces sí que podremos los dos o tres acercarnos a
la persona que cometió el fallo para manifestarle que realmente lo hizo mal y
que tiene que modificar su conducta. 3) Mas ¿qué pasa si esta persona sigue
sosteniendo ante todos los testigos que tiene razón en lo que hace o dice?
Jesús dice que “si no les hace caso,
díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un gentil o un publicano”.
Expuesto
así el evangelio, pueden surgir bastantes interrogantes y es que yo creo que
hay que matizar las cosas un poco más. Para ello la Iglesia nos aporta las
lecturas que acompañan el evangelio.
a)
En la primera lectura se nos dice: “Así
dice el Señor: ‘A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de
Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si
yo digo al malvado: «¡Malvado, eres reo de muerte!», y tú no hablas, poniendo
en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su
culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al
malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su
culpa, pero tú has salvado la vida’”. Como veis, por esta lectura sabemos o debemos de saber que el ver un
fallo o pecado en una persona no debe ser simplemente porque nos parece así, o
porque es nuestra idea, sino porque es el mismo Señor Dios el que ve el
fallo o pecado, y nos avisa en nuestro interior. Además, Dios nos dice que
hemos de informar a esa persona y, si no lo hacemos (por comodidad, por
cobardía, por evitarnos problemas…), el pecado de esa persona recaerá también
sobre nosotros como cómplices: “y (si) tú no hablas, poniendo en guardia al
malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti
te pediré cuenta de su sangre.”
b) La segunda lectura nos dice
que “uno que ama a su prójimo no le hace
daño; por eso amar es cumplir la ley entera”. Sólo podré hacer la
corrección fraterna desde el amor por la otra persona. Le corrijo porque le amo
y deseo su bien. Nunca se debe corregir –desde Dios- por tener razón, por
vencer, por soberbia, con ira, por venganza… Sólo se puede corregir por amor y
desde el amor (“uno que ama a su prójimo
no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”). En varias
ocasiones algunas personas me pedían consejo para poder corregir a alguien que
lo estaba haciendo mal o que lo había hecho mal y se lo prohibí. ¿Por qué?
Porque no veía amor en su corazón ni había recta intención en su obrar.
c) Hace un tiempo una persona me
decía que siempre tenía muchos problemas en las relaciones interpersonales,
porque era muy sincero y, al “cantar las cuarenta” a otra gente, esto le
acarreaba problemas. Aprovechando este suceso voy a entrar en la última
condición que hoy quiero resaltar para efectuar la corrección fraterna: Hemos
de estar dispuestos a corregir, sean cuales sean las consecuencias para
nosotros mismos, pues antes hemos de obedecer a Dios que a los hombres, incluso
que a nosotros mismos; sí. Pero también hemos de estar dispuestos a que nos
corrijan. ¡Cuántas veces me he encontrado con personas que dicen ser muy
sinceras y con este “pasaporte” pueden poner “pingando” o “cantar las cuarenta”
a quien sea, pero a ellos no se les puede “tocar” en nada! Hace falta una corrección
fraterna de ida, pero también de vuelta. Desde Dios, tengo que estar dispuesto “a decir”, pero sobre todo tengo
que estar dispuesto “a que me digan”.
Por tanto,
cualquiera de nosotros que desee hacer una corrección fraterna ha de practicar
primero durante mucho tiempo el examen de conciencia sobre sí mismo a la luz
del evangelio de Cristo. Sólo quien se
ha acusado a sí mismo con frecuencia diaria, en un examen de conciencia general
y en exámenes de conciencia en particular (o sea, sobre una virtud concreta o
sobre un defecto concreto), estará en la mejor situación para ser atalaya del
Señor Dios, para escuchar al Señor Dios y para hablar a los demás en nombre del
Señor Dios. Está sí que será la verdadera corrección fraterna.
Buenos días .... tenemos en nuestro cuerpo un arma muy peligrosa que es la lengua y si está es larga mucho peor .....
ResponderEliminarmuchas veces es de héroes callar ... y también tenemos que hablar con cautela no andar con cotilladas ....y pedir al Señor antes de hablar que guíe nuestras palabras y jamás hacerlo en la n momento d fastidio o rabia .... porque haríamos daño
Un abrazo d se la distancia en km pero cerca de vuestro corazón