11-10-20 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (A)
Is. 25,6-10a; Slm. 22; Flp. 4, 12-14.19-20; Mt. 22, 1-14
Queridos hermanos:
- Algunos de vosotros ya sabéis que una idea mía es haceros saborear y profundizar más en la Biblia. La Biblia tiene una gran riqueza, pero que pasa desapercibida para muchos de nosotros. Habitualmente no la leemos, habitualmente no la oramos, habitualmente no la reflexionamos.
Además, me gusta en muchas ocasiones comentar en las charlas que doy o en las homilías textos del Antiguo Testamento, porque si desconocemos, o solo lo conocemos muy por alto, el Nuevo Testamento, el Antiguo es mucho peor. Pues bien, en la homilía de hoy quiero detenerme en el salmo 23. Quiero que esta homilía de hoy sea para vosotros como un regalo; no mío, sino de Dios para todos vosotros, y también para mí.
El Salmo 23 es uno de los más comentados y orados a lo largo de los siglos, tanto por la tradición judía como por la cristiana. Es un texto hermoso y poético, que nos habla de la ternura de Dios y de los sentimientos que experimenta quien se encuentra con Él: alegría, paz, seguridad, confianza, plenitud de vida.
Este salmo podemos utilizarlo en muchos momentos de nuestra vida: cuando tenemos una experiencia gozosa de Dios, pero también cuando existe un gran peligro o un gran dolor para nosotros. Recuerdo que hace años, en Alemania, vi una película en la televisión. Era una película policiaca de un asesino en serie. Violaba a las chicas y luego las mataba. En la película apareció una escena de estas y me sorprendió porque, mientras sucedía la violación, la chica no dejaba de repetir este salmo invocando a Dios: “El Señor es mi pastor, nada me falta…”
Una traducción del salmo en prosa puede ser esta: En medio del desierto hay un oasis con una gran fuente de agua. Fuera, la arena abrasa, pero a la sombra de las palmeras crece la hierba. Las ovejas comen alimento tierno, beben agua en abundancia y sestean al fresco. Más tarde se ponen en camino por las sendas que el pastor conoce bien, porque las ha recorrido muchas veces. Tienen que atravesar un desfiladero entre las montañas y se hace de noche. Las ovejas avanzan seguras, porque pueden escuchar el sonido del bastón del pastor, que golpea rítmicamente el suelo al andar. Si una de ellas se desvía, el pastor acude solícito en su búsqueda, y con unos toques del cayado sobre los lomos, la devuelve al camino justo. Si acuden lobos u otras alimañas para atacar el ganado, el pastor defiende su rebaño a bastonazos.
- Vamos, pues, a decir algunas palabras sobre la primera parte del salmo:
1) “El Señor es mi pastor”. En la antigüedad, los israelitas eran pastores seminómadas con un número pequeño de animales: camellos, burros, gallinas y ovejas. No vivían en casas, sino en tiendas realizadas con pieles de animales. Hombres y animales dormían bajo el mismo techo. No es extraño que conocieran a cada una de sus ovejas, incluso por su nombre. También las ovejas reconocían la voz y el olor de su pastor. El salmo quiere evocar esa atmósfera de afecto, esa experiencia de confianza, de tranquilidad, porque se sabe que hay alguien que se interesa por ti, que se preocupa por tu vida. Dios conoce nuestro nombre, a cada uno de nosotros. Dios nos acoge bajo su techo. Nosotros, debido a este trato cercano y constante, conocemos el olor y la voz de Dios.
2) “Nada me falta”. Tanto en Israel como en todo el Medio Oriente no abundan ni el agua ni los pastos. Pasar hambre y sed es una experiencia ordinaria cuando se atraviesan los amplios espacios desérticos. Quien ve los rebaños de los beduinos se extraña de lo extremadamente flacos que están los animales. En este contexto se comprende lo grande que es poder hablar de abundancia, afirmar que no se carece de nada. En efecto, si Dios está a nuestro lado, nada nos falta.
3) “En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”. Conseguir hierba en el desierto es ya suficiente para sobrevivir, pero si, además, la hierba es fresca, el hallazgo se convierte en una fiesta. Después de un camino árido y polvoriento, la sola vista de un prado invita al descanso. Las ovejas pueden reposar después de haber comido, en las horas en que el excesivo calor no permite desplazarse.
Además, el agua no sólo quita la sed, también limpia del polvo del camino y refresca. El mismo sonido de la fuente relaja y hace olvidar las fatigas. Pero las fuentes son los lugares más peligrosos para los rebaños. Tanto los lobos como los salteadores saben que allí terminan acudiendo a beber y se esconden esperando a sus presas. El salmo subraya que las fuentes a las que nos conduce nuestro pastor son «tranquilas», seguras. La comida y la bebida que nos da el Señor nos robustecen, sanan, ayudan a madurar, a crecer, a desarrollar nuestras capacidades, pero también a conocer nuestra dependencia de Dios. Y esta dependencia nos hace más libres. Parece contradictorio, pero no lo es en modo alguno.
4) “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo”. El pastor nos da tanta seguridad, que hasta podríamos atravesar con Él el valle tenebroso. Este salmo, para decir «tinieblas», utiliza una palabra rara, que no se usa casi nunca: «salmawet» y que podríamos traducir por «oscuro como la muerte». De hecho, la Biblia griega traduce «aún si camino por el valle de la muerte, no temo, porque Tú me acompañas». Una imagen de gran fuerza para recordarnos nuestra condición de mortales en un contexto de gran dulzura.
5) “Porque tú vas conmigo”. Hemos llegado al centro del salmo y a su momento más intenso. La verdadera razón de que yo me sienta seguro, de que no tenga miedo, de que me atreva a pasar el valle de la oscuridad y de la muerte es que “Tú estás conmigo”. Los prados frescos, el agua abundante, la protección frente a los enemigos... todo es bueno, pero saber que Tú caminas a mi lado es lo más importante. “Si te tengo a Ti, ya no necesito nada de la tierra” (Salmo 73, 25). “Si el Señor está conmigo, no tengo miedo. ¿Qué podrá hacerme el hombre?” (Salmo 118, 6).
6) “Tu vara y tu cayado me sosiegan”. Palestina es una tierra cálida. Los viajes con el ganado se hacen temprano, antes de que caliente el sol, o al atardecer, cuando se oculta. Las ovejas no tienen miedo de extraviarse en la oscuridad, porque se siguen unas a otras y, a lo largo del camino, oyen el sonido de la vara del pastor que camina con ellas. El cayado, arma con la que defender a las ovejas de las alimañas, es al mismo tiempo el signo tierno de la presencia del pastor junto al rebaño, que toca con su punta los lomos de la que se desvía para reconducirla al redil y, con el ruido que hace al apoyarlo en el suelo, guía su caminar. Con el sonido del bastón de Dios en nuestras vidas, no tenemos miedo ni de la muerte.
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