30-8-2020 DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (A)
Jr. 20,7-9; Slm. 62; Rm. 12,1-2; Mt. 16,21-27
Queridos hermanos:
En la homilía de hoy me voy a fijar en la segunda lectura. Todo el capítulo 12 de la carta a los Romanos es una preciosidad. Yo lo descubrí hace unos años y, en ocasiones, al confesar, pongo de penitencia que se lea y se medite sobre este texto.
En la Misa de hoy hemos escuchado los dos primeros versículos. Vamos a tratar de profundizar un poco en ellos y aplicarlos a nuestra vida de fe.
- El primer versículo dice así: “Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; este es vuestro culto razonable”.
a) San Pablo se dirige a todos los que tenemos fe en Cristo Jesús, el Hijo de Dios. Y se dirige a nosotros hablándonos desde “la misericordia de Dios”, desde el amor que Dios nos tiene, desde la ternura y el interés que siente por nosotros. Dios no nos exige amor. Dios es el que nos da su amor. Por ello, todo lo que nos diga y nos indique será para nuestro bien, no para el suyo.
b) San Pablo, en el nombre de Dios, y no en su propio nombre, nos suplica y nos pide a los cristianos que presentemos nuestros cuerpos a Dios. Aquí el verbo ‘presentar’ significa hacer un compromiso para siempre, pero este compromiso no se hace un día determinado, a una hora determinada, en un segundo determinado. NO. Este compromiso, esta presentación se ha de hacer cada día, cada hora, cada segundo de nuestra vida. Unos novios no pueden decir el ‘sí, quiero’ el día de su enlace y ya está. NO. Los esposos deben decir el ‘sí, quiero’ cada instante de su vida matrimonial. Un sacerdote no puede decir el ‘sí, estoy dispuesto’, el ‘sí, lo haré’, el ‘sí, quiero, con la gracia de Dios’ a su sacerdocio el día de su ordenación y ya está. NO. El sacerdote debe decir el ‘sí, estoy dispuesto’, el ‘sí, lo haré’, el ‘sí, quiero, con la gracia de Dios’ cada instante de su vida sacerdotal y pastoral.
c) ¿Qué tenemos que presentar? Nuestros cuerpos. ¿A quién? A Dios. Estos cuerpos que tenemos nos los ha dado Dios. Al decir ‘cuerpos’, se quiere indicar las cualidades, el pensamiento, la personalidad, la sabiduría, la salud, la fuerza, los conocimientos, los bienes materiales, las capacidades… que tenemos. Jesús puso su cuerpo al servicio de Dios Padre. Los santos pusieron sus cuerpos al servicio de Dios Padre. San Pablo nos pide que pongamos nuestros cuerpos enteros al servicio de Dios Padre.
Pero hay distintas maneras de poner nuestros cuerpos al servicio de Dios. Lo explico con la parábola de la gallina y del cerdo: Un granjero se acercó una mañana a una gallina y a un cerdo, y les hizo esta pregunta: ‘¿Queréis aportar para un desayuno con jamón y huevos?’ Para uno, la gallina, aquel desayuno significaba solo una contribución: entregar unos huevos. Para el otro, el cerdo, sin embargo, significaba un sacrificio total. Jesucristo fue quien hizo el sacrificio total: Él entregó a Dios todo su cuerpo, su vida, su tiempo, su fama, su alegría, sus penas, su juventud… Por eso, decía Él: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi padre” (Jn. 4, 34). E incluso, a la hora de morir, le entregó lo único que le quedaba: su espíritu (cfr. Lc. 23, 45). Del mismo modo los santos, a imitación de Jesús, entregaron sus cuerpos por entero sin reservarse nada. En nuestro caso, con frecuencia, hacemos como las gallinas: contribuimos, pero no nos sacrificamos de modo total.
d) ¿Cómo tenemos que presentar nuestros cuerpos? Dice san Pablo: hemos de presentarlos “como hostia vida, santa, agradable a Dios”. Viva, santa y agradable a Dios se opone a una entrega muerta, aburrida, a una mera costumbre, a regatear. Viva, santa y agradable a Dios también quiere decir que crece, que da alegría (a quien la da y a quien la recibe), que contagia… Tenemos el ejemplo de Caín y Abel (Gn. 4, 2-7): -Caín ofreció a Dios “algunos frutos del suelo”. No lo mejor, sino ‘algunos’ y de los frutos más corrientes: cebollas y tomates raquíticos, patatas cortadas por la azada, lechugas con las hojas comidas por los bichos… Porque lo mejor se lo reservaba para llevárselo al mercado y sacar buenos precios. La ofrenda era por salir del paso. Su entrega era aburrida, de mera costumbre, de regateo, de egoísmo, de mediocridad. – Sin embargo, Abel ofreció a Dios “las primicias y lo mejor de su rebaño”. La primera oveja, el primer ternero, lo mejor de su rebaño. Su entrega era consciente y voluntaria. –Por eso Dios se fijó en Abel y su ofrenda. No primero en su ofrenda y luego en Abel, sino primero en Abel y su corazón y su desprendimiento, y luego en su ofrenda. Y su entrega le fue agradable a Dios, porque veía en Abel una entrega viva y santa.
- El segundo versículo reza así: “Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
a) Jesús nos dice en el evangelio: “El que no está conmigo, está contra mí” (Mt. 12, 30). San Pablo presenta a los cristianos solo dos posibilidades: o se está con Dios o se está con el mundo. Quien está con este, piensa como este y actúa como este. Quien está con Dios, piensa como Dios y actúa como Dios.
Ajustarse a este mundo es adaptarse a lo que la mayoría dice o hace. Es mejor no significarse, no destacar, que no te señalen con el dedo. Es decir, estar como en la mili: no destacar ni por lo malo ni por lo bueno. Así te evitas problemas. ‘¿Dónde va Vicente? Donde va la gente’.
b) San Pablo en este versículo nos invita quitar de nuestra vida, de nuestro corazón, y de nuestra mente todos aquellos valores que no son de Dios: poder, dominio, egoísmo, cosas materiales, el hedonismo, la crítica, la ira, el rencor… Y nos invita a poner los valores de Dios: la entrega, el servicio, la ternura, la escucha, el perdón, la paciencia, el amor, la alegría… Todo esto es lo que agrada a Dios, lo que es perfecto, lo que es bueno. Todo esto es la voluntad de Dios y todo esto nos transformará interior y exteriormente.
c) Voy a leeros trozos de un libro que leí hace tiempo (I. Larrañaga, Las fuerzas de la decadencia, Paulinas, 256ss). Cuenta la historia de un chico, Ricardo, de 22 años, enfermo de cáncer. Estudiante de derecho. Se descubrió su enfermedad en 1987: tuvo diversas operaciones, recibió quimio y radioterapia, y a primeros de 1989 murió. Ricardo escribió 6 cartas en su enfermedad. En estos escritos veremos la renovación de la mente y la transformación que tuvo Ricardo: 1) “He sido feliz en este año. Agradezco a Dios este tiempo que me dio para crecer. Aunque uno nunca va a buscar el sufrimiento, cuando éste viene se pueden sacar muchos frutos”. 2) “Yo no me siento frustrado a pesar de que viví pocos años. Me siento realizado. Estoy en paz. Estoy totalmente en manos de Dios”. 3) “Lo que siento es dejaros. Pero no estéis tristes. Veo que es más fácil el papel de los que se van que de los que se quedan”. 4) “Si tengo paz interior, el dolor no me importa. Ya no me importa el sufrimiento físico. Sólo quiero morir en un momento de paz interior”. 5) “Para mí el mundo es como un huerto donde hay muchas frutas. Algunas maduran antes y otras después. Yo me siento de las primeras. Estoy preparado”. 6) “Todos queremos la felicidad, pero la única manera de alcanzarla es la aceptación de la realidad”. 7) “Señor, no sé hacia dónde me llevas, pero en ti confío. Tengo temor ante la incertidumbre, pero me apoyo en ti. Siento dolor, pero también alegría al ver que así participo en tu plan de salvación. Soy pequeño pero, al amarte, me siento útil”. 8) “Señor, con la enfermedad logré la felicidad, porque me desligó de las cosas y de mí mismo”. 9) “Hoy, Señor, vengo a agradecerte todo lo que me das. Hoy la alegría baña mi ser y hace que mis molestias casi no las sienta”. 10) “Aunque parece incomprensible, me siento un privilegiado. Porque si tú me pones esta cruz, es porque de alguna manera me quieres como a tu Hijo”.
En estas palabras y en esta vida de Ricardo, justo antes de su muerte, se hace realidad estos versículos de san Pablo que acabamos de escuchar y de meditar.
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