miércoles, 19 de agosto de 2020

Domingo XXI del Tiempo Ordinario (A)

 23-8-2020                   DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (A)

                                                          Is. 22,19-23; Slm. 137; Rm. 11,33-36; Mt. 16,13-20 

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            * En el evangelio de hoy Jesús pregunta a los apóstoles qué dice la gente de Él. Después de un diálogo, Jesús llega al meollo de la cuestión y les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Asimismo, en el evangelio de hoy tenemos las respuestas a una y a otra pregunta.

Del mismo modo, quisiera hoy preguntaros qué dice la gente de Jesús. Unos dirán que fue un buen hombre, que fue un santo, que fue el fundador de una religión… Veamos algunas opiniones de gente no cristiana sobre Jesús: “Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús” (Ghandi). “Lo que los comunistas reprochamos a los cristianos no es el ser seguidores de Cristo, sino precisamente el no serlo” (Machovec). “Yo no creo en su Resurrección, pero no ocultaré la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza. Ante Él y ante su historia no experimento más que respeto y veneración” (Albert Camus, escritor francés).

Pero vamos a dar un paso más y os pregunto qué decís de Jesús vosotros, los que estáis aquí, en la parroquia, o los que venís a Misa regularmente.

Y todavía voy a subir otro peldaño más: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?” No se puede hacer, pues el momento no se presta a ello, pero sí que me gustaría que, quienes lo desearais, fuerais respondiendo a esta pregunta aquí mismo. Os pido que dediquemos unos minutos a lo largo de la semana o de la vida a pensar en esto: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?” No se trata de dar una respuesta del catecismo, o una respuesta de teología, o una respuesta teórica. Me gustaría que diéramos una respuesta de experiencia. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué puesto ocupa Él en mi vida de cada día?

Hace años estaba dando clase de religión en la escuela de Taramundi a críos de unos 12 años. Les pregunté que a quién querían más: si a un lápiz o a Jesús. Se morían de risa y me dijeron a una voz que a Jesús. Luego les pregunté si querían más a un balón, que estaba por allí y con el que jugaban en el recreo, o a Jesús. Se morían de risa y pensaban que el cura estaba aquel día muy gracioso; dijeron todos que a Jesús. Para continuar con el “chiste” les pregunté si querían más a una vaca, de las que tenían sus padres en el establo, o a Jesús. Aquí ya fueron apoteósicas la risa y las carcajadas. Todos dijeron que a Jesús. Para finalizar les pregunté si querían más a sus padres o a Jesús. Aquí se les cortó a todos la risa. El mayor de ellos, muy serio, me dijo: ‘Señor cura, yo quiero más a mis padres que a Jesús’. Los demás asentían a esto.

Repito, por tanto, ¿qué puesto ocupa Jesús en mi vida de cada día? ¿Está Él antes que mis aficiones, que mis posesiones, que mi tiempo de ocio, que mis amigos, que mi familia, que yo mismo? Recordad que la pregunta no os la hago yo. Es el mismo Jesús quien nos la hace a todos nosotros en el día de hoy a través del evangelio: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo[1]?” Ahora voy a presentaros un caso sucedido hace pocos años. Es un ejemplo vivo de la relación entre una joven esposa y madre con Jesús. Leo directamente de Internet: “La decisión de una joven musulmana de convertirse al cristianismo saca a luz la precaria situación de los musulmanes en Pakistán que quieren dejar la religión musulmana. Sehar Muhammad Shafi, de 24 años, ha huido de Karachi, su ciudad natal, con su marido y dos hijas pequeñas, luego de haber sido atacada y violada por ‘cambiar de religión’. Shafi dijo que su familia vive con temor de ser descubierta. ‘Mi esposo está dispuesto a conseguir un trabajo de comercial’, dijo Shafi. ‘Sin embargo, no quiero que trabaje tan expuesto al público, ya que así sería fácilmente reconocido’. Si bien el volver al Islam, supuestamente, resolvería muchos de los problemas de Shafi, ella dijo que eso ya no es una opción. ‘No es chiste cambiar de religión’, dijo. ‘Nos hemos enamorado de Jesús; entonces, ¿cómo lo podríamos traicionar?’” ¿Sabéis lo que significa ser violada? ¿Sabéis lo que significa perder todos los bienes? ¿Sabéis lo que significa que todo el mundo os odie, o se aparte de vosotros, o se burle de vosotros, o pueda hacer daño a vuestros hijos? Con lo fácil que sería dejar a Jesús de lado y volver al Islam. ¡Asunto zanjado! O también, seguir creyendo en Jesús, pero de modo escondido, para que nadie lo sepa. Decir mentiras piadosas: ‘ya no creo en Jesús’. Y así no te violarían, no te quitarían las cosas, no te insultarían, no te odiarían, no se meterían con tus hijos…

A la luz de este caso y de otros muchos desconocidos para nosotros, os pregunto y me pregunto una vez más, ¿qué puesto ocupa Jesús en mi vida de cada día? ¿Está Él antes que yo mismo? En definitiva: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?”

            * Cualquier tipo de respuesta que demos a las preguntas arriba reseñadas no debe quedar en el plano teórico. En efecto, a Jesús no le basta que digamos que Él es el Hijo de Dios. Él nos interpela y nos propone en otro lugar del evangelio las consecuencias de nuestra respuesta: “Y dirigiéndose a todos, dijo: ‘El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’”. Y es que confesar a Jesús como el Hijo de Dios implica: 1) Seguirlo. 2) Negarnos a nosotros mismos y poner todas las cosas y todo lo nuestro detrás de Él. Primero Jesús. No solamente el lápiz, no solamente la vaca, no solamente el balón, no solamente a mis padres, mis pertenencias, mi seguridad, mi fama… Jesús es lo primero. 3) Cargar con la cruz diaria sin protestas ni reproches contra Él y contra la sociedad. Yo nunca supe de un santo que se anduviera quejando de todo y de todos. Les he visto clamar al Señor, pero no les he vista nunca quejarse. 4) Acompañar a Jesús en todo momento y todos los días de nuestra vida. Hace un tiempo me decía una persona adulta que ya había sido catequista unos años en una parroquia, había ayudado en Caritas, ya había colaborado bastante con Dios y con la Iglesia hace años, qué más podía hacer; no se le podía exigir más. ¿Hemos hecho bastante por Dios? Y Él, ¿habrá hecho bastante por nosotros? ¿Quién habrá hecho más: Él por nosotros o nosotros por Él? 5) Perder la vida por Jesús. La pérdida de la vida no debe de ser simplemente de una forma sangrienta. Lo más corriente es un gastarse y desgastarse día a día por Él y con Él: en la familia, en el trabajo, en los amigos, en la ciudad, en el barrio, en la comunidad de vecinos, en el estudio, en la Iglesia…

“¿QUIEN ES JESUS PARA MI?”


[1] Hace unos años había una mujer en Turón que me decía que le resultaba difícil encontrar tiempo para rezar a Jesús, para estar con Jesús… Hasta que un día cualquiera, por la mañana, tuvo que decidir entre planchar la ropa limpia o rezar a Jesús. Se decidió por planchar. Era más urgente, era necesario. Así empezó sin ningún remordimiento, pero cuando llevaba unos 5 minutos planchando picaron a su puerta. Era la vecina. Entonces esta señora de Turón apagó la plancha, puso un café para las dos, y se sentaron a hablar. Cuando terminaron de hablar y se marchó la vecina, había pasado hora y media. Nuevamente aquella mujer de Turón enchufó la plancha y de repente pensó: ‘¿Tenía tiempo para estar con Dios? No, porque tenía que planchar, pero sí que dejé a Dios y la plancha para hablar hora y media con mi vecina. ¿Tenía tiempo o no?’, se preguntaba. ‘¿Qué puesto ocupa Jesús en mi vida?’, se preguntaba.

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