jueves, 6 de agosto de 2020

Domingo XIX del Tiempo Ordinario (A)

9-VIII-2020                XIX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)

1º Re. 19,9a.11-13a; Slm.84; Rm. 9,1-5; Mt. 14,22-33

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            La homilía de hoy la voy a titular CAMINO ESPIRITUAL. Y vamos a aprender algo de este Camino de la mano del profeta Elías y por último de san Pedro, que anduvo un poco (poco) sobre las aguas.

- Vamos a profundizar hoy en este texto de la primera lectura. Es del Antiguo Testamento. Mirad cómo este texto es tan rico en significados y con plena actualidad para nosotros y nuestra relación con Dios. Nos dice simplemente esta primera lectura que el profeta Elías subió a un monte, entró en una gruta y pasó allí la noche. Vamos a ir desmenuzando estos datos:

1) También nosotros hemos de subir a un monte. Quien tiene experiencia de hacer senderismo por las montañas (imaginemos que estamos subiendo a Peña Sobia en Teverga, o hacemos una ruta por las Ubiñas, o vamos a los lagos de Saliencia de Somiedo…) sabe que en la subida hay esfuerzo, hay sudor, hay incertidumbre por temor a perderse, pues el camino puede ser desconocido y no estar bien señalizado, pero también hay belleza del paisaje, aire puro, satisfacción al llegar a la cima. No podemos entrar en la cueva de Dios, si antes no hemos subido al monte de Dios con todas las experiencias que acabo de anotar. Para acercarnos al Señor lo primero que tenemos que hacer es subir una montaña: cuando tú, por seguir a Dios, sudas, te cuesta trabajo, tienes incertidumbre de si estás en el camino adecuado, y a la vez hay momentos de alegría, de belleza…, entonces estás subiendo la montaña de Dios. (CADA UNO TIENE SU PROPIA MONTAÑA Y SUS PROPIAS DIFICULTADES). Para subir esta montaña de Dios, no vale ir en ascensor, ni en helicóptero, ni en un todoterreno…, no vale el camino fácil de no hacer oración, de no ir a la Misa, de no leer la Palabra de Dios, de no sacrificarte por Él. Tienes que ir tú con tus propias piernas.

2) Bien. Ya hemos llegado a la cima del monte y, sin embargo, no hemos terminado. Ahora hemos de entrar en una gruta. Es una cueva oscura y tenemos miedo a la oscuridad, tenemos miedo a la estrechez, tenemos miedo a no respirar y a que se apodere de nosotros la ansiedad por la claustrofobia, tenemos miedo a no tener escapatoria y quedarnos encerrados por no saber encontrar la salida, tenemos miedo a los bichos, al frío, a la humedad… Entrar en la cueva de Dios es entrar en lo desconocido, en lo que no dominamos ni controlamos. Esta cueva significa las dificultades de la vida, la sequedad, el aburrimiento de la fe, la pereza, la desidia, el pensar que no mereció la pena subir la montaña y haber abandonado el valle de lo fácil, de lo de todos. Aquí estamos solos y nos sentimos solos. (CADA UNO TIENE SU PROPIA CUEVA Y SUS PROPIOS MIEDOS).

3) Ya, pero entrar en la cueva no es hacer un poco de espeleología, o entrar y salir inmediatamente, como quien hace una visita turística a las cuevas de Altamira o Valporquero. Dios nos pide que pasemos la noche en la cueva. Y aquí experimentamos más oscuridad, experimentamos soledad, experimentamos desasosiego, experimentamos miedo… Sí, quien entra en la cueva y permanece en ella, experimenta más profundamente el miedo, la incertidumbre, el no saber, la duda de si estaremos haciendo el tonto o si no será necesario tanto… (CADA UNO TIENE SU PROPIA NOCHE Y SU PROPIA OSCURIDAD).

            4) Se inicia el diálogo entre Dios y Elías.

* Solo quien ha dejado la comodidad de su casa, de su ciudad, de su ámbito de confort y ha subido la montaña durante días y días; solo ese puede llegar a la cima. Esto supone sacrificio y constancia. Mucha gente que cree en Dios, no ha subido a la montaña. Ha preferido la seguridad y la comodidad del valle.

* Solo quien entra en la cueva y lucha contra su claustrofobia, contra su miedo a lo desconocido, a la oscuridad; solo ese puede explorar la cueva. Y esto supone valentía y fiarse de Dios durante días y días. Mucha gente que cree en Dios y ha subido a la montaña, sin embargo, no ha querido entrar en la cueva. Sus miedos y su falta de fe le han impedido seguir la voz de Dios. Han preferido permanecer en su mediocridad antes que saltar a lo desconocido. Recordad aquella historia que os contaba hace unos meses del montañero que cayó en la noche en una montaña por la que iba escalando y quedó congelado a dos metros del suelo, cuando Dios le dijo que cortara la cuerda. No se fió y murió a un paso de la salvación.

* Solo quien permanece en esa cueva y no va simplemente de paso; solo ese puede experimentar lo que supone confianza en Dios y esperar contra toda esperanza de que en la oscuridad de la noche y de la cueva encontraremos la luz de Dios. Mucha gente que cree en Dios y ha subido a la montaña y ha entrado en la cueva, no se ha atrevido, sin embargo, a pasar la noche en la cueva. Quisieron enseguida salir afuera, al aire libre. No soportan los problemas, los dolores, el no entender, el no saber. Para con Dios hay que aprender a tener paciencia, a fiarse de Él, a entender su lenguaje de pagar bien por mal, que la muerte es vida, que el amor ha de llegar incluso a los enemigos, que la auténtica libertad es someterse a la voluntad de Dios…

* Una vez que el hombre de Dios ha superado estos tres obstáculos está en situación para poder escuchar a Dios y para poder dialogar con Dios. El creyente se ha purificado y ha expulsado de sí todo lo que se oponía a la escucha de Dios. El Señor le dice a Elías (a los que hemos tenido la confianza de vivir las tres experiencias) que Él va a pasar, que salga de la oscuridad, que salga ya de la gruta. Dios le dice a Elías (y a nosotros) que se quede de pie, en vigilancia, en espera activa.

Una vez que hemos subido a la montaña, que hemos entrado en la cueva, que hemos pasado la noche en ella, que entendemos un poco el lenguaje de Dios, nos falta la última prueba. Esta última prueba es el discernimiento: dónde está Dios y dónde no está Dios.

Pasa el viento recio que rompe las piedras, pero en el espectáculo no está el Señor.

Pasa un terremoto que destroza y asusta, pero en el terremoto no está el Señor.

Pasa el fuego que consume, que hiere, que alumbra, que se anuncia con el humo, que se ve a kilómetros, pero en el fuego no está el Señor.

Pasa un ligero susurro y el profeta reconoce aquí al Señor. El Señor no está, normalmente, en lo espectacular, en el ruido. Por eso, tanta gente no percibe al Señor discreto, humilde, sencillo y casi silencioso.

            ¿Dónde busco yo a Dios? ¿Dónde he encontrado a lo largo de mi vida a Dios?

            - El evangelio de hoy va en la misma línea que acabo de explicar: Pedro es llamado por Dios a salir de la barca, de lo seguro, a pisar el agua de la mar, a soportar vientos, a dejar seguridades humanas para pasar a seguridades divinas. Tiene el arranque de saltar fuera de la barca, pero duda: se dice a sí mismo que no se puede andar sobre el agua, se está alejando de la barca, hace un viento terrible y se empieza a hundir. En vez de confiar en el Señor, sigue dudando e insultándose por haber saltado fuera de la barca.

            La búsqueda de seguridades humanas nos aleja de las seguridades de Dios. El llenarnos de las cosas humanas nos incapacita para escuchar a Dios, para seguir a Dios.

            Este es el mensaje de Dios hoy: fíate de Dios, sal de tu comodidad y de tu egoísmo, esfuérzate, no tengas miedo. Detrás de la montaña, de la cueva, de la oscuridad de la noche… está algo maravilloso: Dios.

1 comentario:

  1. Fantástica homilía, pater!! Qué Camino espiritual tan hermoso (y difícil) nos has descubierto desde el texto de Elías. Gracias. ¡Cuántos nos forman y ayudan a crecer tus homilías; no sólo las dominicales, las de diario son estupendas. Me valen en la oración de la noche como Examen del día vivido...gracias.Y gracias por tu esfuerzo y trabajo preparándolas con tanto cariño para quienes te seguimos...y gracias por esa respuesta que día a día sigues dándole al Señor con tu sacerdocio y que nos salpica a tantos. Un abrazo

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